martes, febrero 27, 2007

Domingo 1º de cuaresma
"Se dejaba tentar por el maligno, y los ángeles le servían" (Mc 1,12-15)


INTERPELACIÓN PARA HOY
¿En qué se nota que somos discípulos de Jesús? ¿Qué dejamos a un lado que denote que tenemos en el centro de nuestro corazón a Cristo?


A eso de caer y volver a levantarte (Anónimo)

A eso de caer y volver a levantarte.
De fracasar y volver a comenzar.
De seguir un camino y tener que torcerlo.
De encontrar el dolor y tener que afrontarlo.
A eso no le llames adversidad,
Llámale sabiduría.

A eso de sentir la mano de DIOS
Y saberte impotente.
De fijarte una meta y tener que seguir otra.
De huir de una prueba y tener que encararla.
De planear un vuelo y tener que recortarlo.
De aspirar y no poder, de querer y no saber,
De avanzar y no llegar.
A eso no le llames castigo,
Llámale enseñanza.

A eso de pasar días juntos radiantes.
Días felices y días tristes.
Días de soledad y días de compañía.
A eso no le llames rutina,
Llámale experiencia.


A eso de que tus ojos miren
Y tus oídos oigan.
Y tu cerebro funcione y tus manos trabajen.
Y tu alma irradie,
y tu sensibilidad sienta.
Y tu corazón ame.
A eso no le llames poder humano,
Llámale milagro divino…

Javier Leoz
patxileoz@telefonica.net
Sábado de ceniza
"No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Lc 5,27-32)


El eterno dilema “fe-cultura-ciencia” nos preocupa y se convierte, en algunas ocasiones, en un muro infranqueable para que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) lleguen al conocimiento íntimo y personal de Jesús.

INTERPELACIÓN PARA HOY
¿Somos valientes y decididos para interpelar a los que se consideran poseedores de la verdad y, a veces, hasta dueños de las nuevas conciencias, sobre la presencia de Dios en el mundo? ¿No nos quedamos en segunda o tercera línea para manifestar públicamente que es posible ser hombre moderno y, a la vez, ser hombre de Dios?
¿Somos valientes y decididos para interpelar a los que se consideran poseedores de la verdad y, a veces, hasta dueños de las nuevas conciencias, sobre la presencia de Dios en el mundo? ¿No nos quedamos en segunda o tercera línea para manifestar públicamente que es posible ser hombre moderno y, a la vez, ser hombre de Dios?

David y Goliat (Anónimo)
Cuando el pequeño David se enfrentó
al gigante Goliat todos presagiaban una derrota cantada.

Pero David, además de su ánimo y su entusiasmo, contaba con un poder especial: El poder de Dios.

Y David ganó el combate porque las victorias dependen de la estatura del alma y no de la estatura del cuerpo. Lee el capítulo 17 del primer libro de Samuel.

Las victorias sobre el mal, las crisis y los problemas dependen del estado de nuestro espíritu.

La gran urgencia para todos es hacer a diario "aeróbicos espirituales" en el gimnasio del alma.

Todo mejora cuando asumimos el compromiso diario de orar, meditar y cuidar el alma.

Así, unidos a Dios, vencemos el mal como David y no sufrimos por andar en un serio eclipse espiritual.
Javier Leoz

SAN LEANDRO, Arzobispo (año 600).

Leandro significa: hombre con fuerza de león. (Le = león, Andro = fuerza).
San Leandro se ha hecho famoso porque fue el que logró que se convirtieran al catolicismo las tribus de visigodos que invadieron a España y el que logró que su rey se hiciera un fervoroso creyente.
Su madre era hija Teodorico, rey de los Ostrogodos, que invadieron a Italia. Tuvo tres hermanos santos. San Fulgencio, obispo de Ecija. San Isidoro, que fue el sucesor de Leandro en el arzobispado de Sevilla, y Santa Florentina.
Desde niño se distinguió Leandro por su facilidad para hablar en público y por la enrome simpatía de su personalidad. Siendo muy joven entró de monje a un convento de Sevilla y se dedicó a la oración, al estudio ya la meditación.
Cuando murió el obispo de Sevilla, el pueblo y los sacerdotes lo eligieron a él para que lo reemplazara. Desde entonces Leandro se dedicó por completo a convertir a los arrianos, esos herejes que negaban que Jesucristo es Dios. El rey de los visigodos, Leovigildo, era arriano, pero San Leandro obtuvo que el hijo del rey, San Hermenegildo, se hiciera católico. Esto disgustó enormemente al arriano Leovigildo, el cual mandó matar a Hermenegildo. El joven heredero del trono prefirió la muerte antes que renunciar a su verdadera religión y murió mártir. La Iglesia lo ha declarado santo. La conversión de Hermenegildo fue un fruto de las oraciones y de las enseñanzas de San Leandro.
Leandro fue enviado con una embajada o delegación a Constantinopla y allá trabó amistad con San Gregorio Magno, que era embajador del Sumo Pontífice. Desde entonces estos dos grandes santos y sabios tuvieron una gran amistad que fue de mucho provecho para el uno y el otro. Se escribían, se consultaban y se aconsejaban frecuentemente. Y se cumplió lo que dice la Sagrada Escritura: "Encontrar un buen amigo, es mejor que encontrar un tesoro".
El rey desterró al obispo Leandro por haber convertido a Hermenegildo al catolicismo. Y el santo aprovechó el destierro para escribir dos libros contra el arrianismo, probando que Jesucristo sí es verdadero Dios y que los herejes que dicen que Cristo no es Dios, están totalmente equivocados.
El rey Leovigildo estando moribundo se dio cuenta de la injusticia que había hecho al desterrar a Leandro y lo mandó volver de España y antes de morir le recomendó que se encargara de la educación de su hijo y nuevo rey de España, Recaredo. Y esto fue algo providencial, porque el santo obispo se dedicó a instruir sumamente bien en la religión a Recaredo y lo hizo un gran católico. Y luego San Leandro demostró tal sabiduría en sus discusiones con los jefes arrianos que logró convertirlos al catolicismo. Y así toda España se hizo católica: El rey Recaredo , sus ministros y gobernadores y los jefes de los arrianos. El que más alegría sintió por esto fue el Sumo Pontífice San Gregorio Magno, el cual envió a San Leandro una carta de felicitación y lo nombró Arzobispo.
San Leandro reunió a todos los obispos de España en un Concilio en Toledo y allí dictaron leyes sumamente sabias para obtener la santificación de los sacerdotes, y el buen comportamiento de los fieles católicos. Para recordarle a la gente que Jesucristo es Dios como el Padre y el Espíritu Santo, mandó este buen arzobispo que en la Santa Misa se recitara el Credo que ahora se dice en las Misas de los domingos (costumbre que después siguió la Iglesia católica en todo el mundo).
Dios, a las personas que quiere hacer llegar a mayor santidad las hace sufrir más, para que ganen más premios en el cielo. San Leandro sufrió de muchas enfermedades con gran paciencia. Y uno de los males que más lo atormentó fue la gota, en las piernas (o inflamación dolorosa de las articulaciones por cristalización del ácido úrico). El Papa San Gregorio, que también sufría de ese mismo mal, le escribió diciéndole: "Dichosa enfermedad que nos hace ganar méritos para el cielo y al obligarnos a estar quietos nos brinda la las piernas (o inflamación dolorosa de las articulaciones por cristalización del ácido úrico). El Papa San Gregorio, que también sufría de ese mismo mal, le escribió diciéndole: "Dichosa enfermedad que nos hace ganar méritos para el cielo y al obligarnos a estar quietos nos brinda la ocasión de dedicarnos más al estudio y a la oración".
San Leandro murió en el año 596 y España lo ha considerado siempre como un gran benefactor y como Doctor de la Iglesia.



ORACIÓN
Oh Dios todopoderoso, haced que esta augusta solemnidad del bienaventurado Leandro, vuestro confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de devoción y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén

San Leandro bendito: que también los gobernantes de ahora se conviertan como tu discípulo Recaredo, en fervientes católicos. Amen.
Quien aparta a un pecador de su mal camino, asegura su propia salvación (Apóstol Santiago)

MEDITACIÓN

LA CUARESMA ES UNA LLAMADA URGENTE DEL SEÑOR A LA RENOVACIÓN INTERIOR, EN LA ORACIÓN Y EN LA VUELTA A LOS SACRAMENTOS
Conviene que vuestras comunidades eclesiales tomen parte en las “Campañas de Cuaresma”; os ayudarán así a orientar el ejercicio de vuestro espíritu de penitencia compartiendo lo que vosotros poseéis con los que tienen menos o que no tienen nada. ¿Podéis vosotros quedaros todavía ociosos en la plaza porque nadie os ha invitado a trabajar? La obra de la caridad cristiana necesita obreros; la Iglesia os llama. No esperéis a que sea muy tarde para socorrer a Cristo que está en la cárcel o sin vestidos, a Cristo que es perseguido o está refugiado, a Cristo que tiene hambre o está sin vivienda. Ayudad a nuestros hermanos y hermanas que no tienen el mínimo necesario para poder llegar a una auténtica promoción humana..." (1979).
El espíritu de penitencia y su práctica nos conducen a desprendernos sinceramente de todo lo que poseemos de superfluo, y a veces incluso de lo necesario, y que nos impide “ser” verdaderamente lo que Dios quiere que seamos: «donde está tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 21). ¿Está nuestro corazón apegado a las riquezas materiales, al poder sobre los demás, a las sutilezas egoístas de dominio? En tal caso tenemos necesidad de Cristo Liberador Pascual que, si lo queremos, puede liberarnos de las ataduras de pecado que nos atenazan..." (1980).
La Cuaresma es un tiempo de verdad. En efecto, el cristiano, invitado por la Iglesia a la oración, a la penitencia y al ayuno, a despojarse de sí mismo interior y exteriormente, se coloca ante su Dios y se reconoce, se descubre de nuevo. «Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te convertirás» (palabras de imposición de la ceniza). Acuérdate, hombre, de que no eres llamado solamente a las realidades de los bienes terrestres y materiales que pueden desviarte de lo esencial. Acuérdate, hombre, de tu vocación primordial: vienes de Dios y vuelves a Dios, yendo hacia la resurrección que es el camino trazado por Cristo. «El que no toma su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 27). Tiempo de verdad, que convierte, da esperanza –volviendo a poner todo en su justo lugar– calma y hace nacer el optimismo. (1981).
Se nos ha dado el tiempo litúrgico de la Cuaresma, en y por la Iglesia, con el fin de purificarnos del resto de egoísmo, de apego excesivo a los bienes, materiales o de cualquier otra clase, que nos mantienen distanciados de los que tienen derechos sobre nosotros, principalmente de aquellos que, físicamente cercanos o distantes de nosotros, no tienen la posibilidad de vivir la dignidad de sus vidas de hombres y mujeres, creados por Dios a su imagen y semejanza. Por consiguiente, dejaos imbuir del espíritu de penitencia y conversión, que es espíritu de amor y participación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, estad cerca de los despojados y heridos, y de los que el mundo ignora y rechaza. Participad en todo aquello que se realiza en vuestra Iglesia local, a fin de que los cristianos y los hombres de buena voluntad procuren a cada uno de sus hermanos los medios, aun materiales, de vivir con dignidad y de tomar ellos mismos bajo su responsabilidad su promoción humana y espiritual, y la de sus familias..." (1982).
La Cuaresma es verdaderamente una llamada urgente del Señor a la renovación interior, personal y comunitaria, en la oración y en la vuelta a los sacramentos, pero también una manifestación de caridad, a través de los sacrificios personales y colectivos de tiempo, dinero y bienes de todo género, para subvenir a las necesidades y miserias de nuestros hermanos del mundo entero. Compartir es un deber al que los hombres de buena voluntad, y sobre todo los discípulos de Cristo, no pueden sustraerse. Las maneras de compartir pueden ser múltiples, desde el voluntariado con el que se ofrecen servicios con una espontaneidad verdaderamente evangélica: desde los donativos generosos y aun repetidos, sacados de lo superfluo y tal vez de lo necesario, hasta el trabajo propuesto al parado o al que está en situación de perder toda esperanza..." (1983).
Cristo sufre igualmente con los que están legítimamente hambrientos de justicia y de respeto hacia su dignidad humana, con los que son defraudados en sus libertades fundamentales, con los que están abandonados o, peor aún, son explotados en su situación de pobreza. Cristo sufre con los que aspiran a una paz equitativa y general, cuando ésta es destruida o amenazada por tantos conflictos y por un super-armamento demencial. ¿Es posible olvidar que el mundo está para construir y no para destruir? En una palabra, Cristo sufre con todas las víctimas de la miseria material, moral y espiritual. «Tuve hambre y me disteis de comer...; era forastero, y me acogisteis; enfermo y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36). Estas palabras serán dirigidas a cada uno de nosotros el día del Juicio. Pero desde ahora ya nos interpelan y nos juzgan..." (1984).
Tengo compasión de la muchedumbre (Mc 8, 2), dijo Jesús antes de multiplicar los panes para alimentar a quienes le seguían desde hacía tres días para escuchar su palabra. El hambre del cuerpo no es la única que padece la humanidad; tantos de nuestros hermanos y hermanas tienen también hambre y sed de dignidad, de libertad, de justicia, de alimento para su inteligencia y su alma; hay también desiertos para los espíritus y los corazones. ¿Cómo manifestar de un modo concreto nuestra conversión y nuestro espíritu de penitencia en este tiempo de preparación a la Pascua? ... En los países que sufren el hambre y la sed, los cristianos participan en las ayudas urgentes y en las batallas contra las causas de esta catástrofe de las cuales ellos son víctimas como sus compatriotas. Ayudémosles compartiendo lo superfluo e incluso lo necesario: esto es precisamente la práctica del ayuno. Tomemos parte generosamente en las acciones programadas en nuestras Iglesias locales..." (1985).
El Evangelio nos da la ley de la caridad, muy bien definida por las palabras y ejemplos constantes de Cristo, el buen Samaritano. Él nos pide que amemos a Dios y a todos nuestros hermanos, sobre todo los más necesitados. La caridad, en verdad, nos purifica de nuestro egoísmo; derriba las murallas de nuestro aislamiento; abre los ojos y hace descubrir al prójimo que está a nuestro lado, al que está lejos y a toda la humanidad. La caridad es exigente pero confortadora, porque es el cumplimento de nuestra vocación cristiana y nos hace participar en el Amor del Señor. (1986).
A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada (Lc 1, 53). Estas palabras que la Virgen María pronunció en su Magníficat son a la vez una alabanza a Dios Padre y una llamada que cada uno de nosotros debe acoger en su corazón y meditar en este tiempo de Cuaresma. María nos enseña las verdaderas riquezas, las que no pasan, las que vienen de Dios. Nosotros debemos desearlas, tener hambre de ellas, abandonar todo lo que es ficticio y pasajero, para recibir estos bienes y recibirlos en abundancia. Convirtámonos; abandonemos la vieja levadura (cf. 1 Cor 5, 6) del orgullo y de todo lo que lleva a la injusticia, al menosprecio, al afán de poseer nosotros dinero y poder..." (1987).
El tiempo de Cuaresma, que marca profundamente la vida de todas las comunidades cristianas, favorece el espíritu de recogimiento, de oración, de escucha de la Palabra de Dios; estimula la respuesta pronta y generosa a la invitación que hace el Señor por medio del Profeta: «El ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo... Entonces clamarás al Señor y Él te responderá, gritarás y Él te dirá: Aquí Estoy» (Is 58, 6.7.9)..." (1988).
El pan nuestro de cada día, dánosle hoy (Mt 6, 11). Con esta petición se inicia la segunda parte de la oración que Jesús mismo enseñó a sus discípulos y que todos los cristianos repetimos fervorosamente cada día... La fe debe ir acompañada de obras concretas. Invito a todos para que se tome conciencia del grave flagelo del hambre en el mundo, para que se emprendan nuevas acciones y se consoliden las ya existentes a favor de los que sufren el hambre, para que se compartan los bienes con los que no tienen, para que se fortalezcan los programas encaminados a la autosuficiencia alimenticia de los pueblos...«Padre nuestro que estás en los cielos... el pan nuestro de cada día dánosle hoy», que ninguno de tus hijos se vea privado de los frutos de la tierra; que ninguno sufra más la angustia de no tener el pan cotidiano para sí y para los suyos; que todos solidariamente, llenos del inmenso amor que Tú nos tienes, sepamos distribuir el pan que tan generosamente Tú nos das; que sepamos extender la mesa para dar cabida a los más pequeños y más débiles, y así un día, merezcamos todos participar en tu mesa celestial..." (1989).
Al comienzo de esta Cuaresma invoco la abundancia de gracia y de luz que se irradia del misterio de la Pasión y Resurrección de Cristo, a fin de que cada una de las personas y de las comunidades eclesiales y religiosas de toda la Iglesia, encuentren la inspiración y energías necesarias para las obras de concreta solidaridad en favor de los hermanos y hermanas refugiados y exiliados; y así éstos, confortados por la fraterna ayuda y el interés de los demás, encuentren fuerza y esperanza para proseguir en su fatigoso camino..." (1990).

En este tiempo de Cuaresma volvemos a dirigirnos a Dios rico en Misericordia, fuente de todo buen para pedirle que cure nuestro egoísmo, nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo. La Cuaresma y el tiempo pascual nos sitúan ante la actitud de total identificación de Nuestro Señor Jesucristo con los pobres. El Hijo de Dios, que se hizo pobre por amor nuestro, se identifica con aquellos que sufren, lo cual está expresado claramente en sus propias palabras: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40)..." (1991).
En actitud orante y comprometida hemos de escuchar atentamente aquellas palabras: «Mira que estoy a la puerta y llamo» (Ap 3, 20). Sí, es el mismo Señor quien llama dulcemente al corazón de cada uno, sin forzarnos, esperando pacientemente que le abramos la puerta para que Él pueda entrar y sentarse a la mesa con nosotros. Pero, además, nunca debemos olvidar que –según el mensaje central del Evangelio– Jesús llama desde cada hermano, y nuestra respuesta personal servirá de criterio para ponernos a Su derecha con los bienaventurados, o a Su izquierda con los desdichados: «Tuve hambre... tuve sed... era forastero... estaba desnudo... enfermo... en la cárcel» (cf. Mt 25, 34 ss.)..." (1992).
Tengo sed (Jn 19, 28) . Queridos hermanos y hermanas, os invito, durante la Cuaresma, a meditar la Palabra de vida dejada por Cristo a su Iglesia para que ilumine el camino de cada uno de sus miembros. Reconoced la Voz de Jesús que os habla, especialmente en este tiempo de Cuaresma, en la Iglesia, en las celebraciones litúrgicas, en las exhortaciones de vuestros pastores. Escuchad la voz de Jesús que, fatigado y sediento, dice a la Samaritana junto al pozo de Jacob: «Dame de beber» (Jn 4, 7). Contemplad a Jesús clavado en la Cruz, agonizante, y escuchad su voz apenas perceptible: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Hoy Cristo repite su petición y revive los tormentos de su agonía en nuestros hermanos los más pobres..." (1993).
La familia está al servicio de la caridad, la caridad está al servicio de la familia En los momentos particularmente difíciles por los que atraviesa nuestro mundo, pedimos que las familias, a ejemplo de María que se apresuró a visitar a su prima Isabel, sepan hacerse cercanas a los hermanos que padecen necesidad y que les encomienden en sus oraciones. Como el Señor, que cuida de los hombres, que también nosotros podamos decir: «He visto la aflicción de mi pueblo, sus gritos han llegado hasta mí» (1 Sam 9, 16); nosotros no podemos permanecer sordos a sus llamadas, pues la pobreza de un número cada vez más creciente de hermanos nuestros destruye su dignidad de hombre y desfigura a la humanidad entera: es una injuria al deber de solidaridad y de justicia..." (1994)

El Espíritu del Señor... me ha ungido... para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar... la vista a los ciegos (Lc 4, 18). En el tiempo de Cuaresma deseo reflexionar con todos vosotros sobre un mal oscuro que priva a un gran número de pobres de muchas posibilidades de progreso, de superación de la marginación y de una verdadera liberación. Estoy pensando en el analfabetismo ... Esta terrible plaga contribuye a mantener inmensas multitudes en condiciones de subdesarrollo, con todo lo que ello comporta de escandalosa miseria. Numerosos testimonios provenientes de los diversos continentes, así como lo que yo he podido constatar durante mis viajes apostólicos, confirman mi convicción de que allí donde existe el analfabetismo reinan más que en otras partes del mundo el hambre, las enfermedades, la mortalidad infantil y también la humillación, la explotación y los sufrimientos de todo tipo..." (1995)

Dadles vosotros de comer (Mt 14, 16) . El Evangelio evidencia que el Redentor manifiesta singular compasión por cuantos están en dificultad; les habla del Reino de Dios y sana en el cuerpo y en el espíritu a cuantos tienen necesidad de curas. Luego dice a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos se dan cuenta que no tienen mas que cinco panes y dos peces. También nosotros hoy, como entonces los Apóstoles en Betsaida, disponemos de medios ciertamente insuficientes para atender con eficacia a los cerca de ochocientos millones de personas hambrientas o desnutridas que luchan todavía por su supervivencia. ¿Qué hacer entonces? ¿Dejar las cosas como están, resignándonos a la impotencia? Este es el interrogante sobre el cual quiero llamar la atención en el inicio de la Cuaresma, de todo fiel y de la entera comunidad eclesial. La muchedumbre de hambrientos, constituida por niños, mujeres, ancianos, emigrantes, prófugos y desocupados eleva hacia nosotros su grito de dolor. Nos imploran, esperando ser escuchados. ¿Cómo no hacer atentos nuestros oídos y vigilantes nuestros corazones, comenzando a poner a disposición aquellos cinco panes y aquellos dos peces que Dios ha depositado en nuestras manos? Todos podemos hacer algo por ellos, llevando a cada uno la propia aportación. Ciertamente esto exige renuncias, que suponen una interior y profunda conversión. Es necesario, sin duda, revisar los comportamientos consumistas, combatir el hedonismo, oponerse a la indiferencia y a eludir las responsabilidades..." (1996)
Venid, benditos de mi Padre, porque estaba sin casa y me alojasteis (cf. 25,34-35). Del Amor de Dios aprende el cristiano a socorrer al necesitado, compartiendo con él los propios bienes materiales y espirituales. Esta solicitud no representa sólo una ayuda material para quien está en dificultad, sino que es también una ocasión de crecimiento espiritual para el mismo que la practica, que así se ve alentado a despegarse de los bienes terrenos. En efecto, existe una dimensión más elevada, indicada por Cristo con su ejemplo: "El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20). De este modo Él quería expresar su total disponibilidad hacia el Padre celestial, cuya voluntad deseaba cumplir sin dejarse atar por la posesión de los bienes terrenos, pues existe el peligro constante de que en el corazón del hombre las realidades terrenas ocupen el lugar de Dios (...) La Cuaresma es, pues, una ocasión providencial para llevar a cabo ese desapego espiritual de las riquezas para abrirse así a Dios, hacia el Cual el cristiano debe orientar toda la vida, consciente de no tener morada fija en este mundo, porque "somos ciudadanos del cielo" (Flp. 3, 20). En la celebración del misterio pascual, al final de la Cuaresma, se pone de relieve cómo el camino cuaresmal de purificación culmina con la entrega libre y amorosa de sí mismo al Padre. Este es el camino por el que el discípulo de Cristo aprende a salir de sí mismo y de sus intereses egoístas para encontrar a los hermanos con el amor..." (1997).

Venid, benditos de mi Padre, porque era pobre y marginado, y me habéis acogido (cf. Mt 25,34-36) . Todo cristiano está llamado a compartir las penas y las dificultades del otro, en el cual Dios mismo se encuentra oculto. Pero el abrirse a las necesidades del hermano implica una acogida sincera, que sólo es posible con una actitud personal de pobreza de espíritu. En efecto, no hay únicamente una pobreza de signo negativo. Hay también una pobreza que es bendecida por Dios. El Evangelio la llama "dichosa" (cf. Mt 5,3). Gracias a ella el cristiano reconoce que la propia salvación proviene exclusivamente de Dios y, al mismo tiempo, se hace disponible para acoger y servir a los hermanos, a los que considera "superiores a sí mismo" (Fl 2,3). La pobreza espiritual es fruto del corazón nuevo que Dios nos da; en el tiempo de Cuaresma, este fruto debe madurar en actitudes concretas, tales como el espíritu de servicio, la disponibilidad para buscar el bien del otro, la voluntad de comunión con el hermano, el compromiso de combatir el orgullo que nos impide abrirnos al prójimo..." (1998).
El Señor preparará un banquete para todos los pueblos (cf. Is 25, 6) . Estas palabras, que inspiran el presente mensaje cuaresmal, nos llevan a reflexionar en primer lugar sobre la solicitud providente del Padre celestial por todos los hombres. Ésta se manifiesta ya en el momento de la creación, cuando “vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1, 31), y se confirma después en la relación privilegiada con el pueblo de Israel, elegido por Dios como pueblo suyo para llevar adelante la obra de la salvación. Finalmente, esta solicitud providente alcanza su plenitud en Jesucristo: en Él la bendición de Abraham llega a los gentiles y recibimos la promesa del Espíritu Santo mediante la fe (cf. Ga 3, 14)... La Cuaresma es el tiempo propicio para expresar sincera gratitud al Señor por las maravillas que ha hecho en favor del hombre en todas las épocas de la historia y, de modo particular, en la Redención, para la cual no perdonó ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32)..." (1999).
Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20) . Estas palabras de Jesús nos aseguran que no estamos solos cuando anunciamos y vivimos el evangelio de la caridad. En esta Cuaresma del Año 2000 Él nos invita a volver al Padre, que nos espera con los brazos abiertos para transformarnos en signos vivos y eficaces de su amor misericordioso. A María, Madre de todos los que sufren y Madre de la divina misericordia, confiamos nuestros propósitos e intenciones; que Ella sea la estrella que nos ilumine en el camino del nuevo milenio. Con estos deseos, invoco sobre todos la bendición de Dios, Uno y Trino, principio y fin de todas las cosas, a Él “hasta el fin del mundo” se eleva el himno de bendición y alabanza: “Por Cristo, con Él y en él, a Ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”. (2000).
La caridad no toma en cuenta el mal (1 Cor 13,5) . En esta expresión de la primera Epístola a los Corintios, el apóstol Pablo recuerda que el perdón es una de las formas más elevadas del ejercicio de la caridad. El periodo cuaresmal representa un tiempo propicio para profundizar mejor sobre la importancia de esta verdad. Mediante el Sacramento de la Reconciliación, el Padre nos concede en Cristo su perdón y esto nos empuja a vivir en la caridad, considerando al otro no como un enemigo, sino como un hermano. Que este tiempo de penitencia y de reconciliación anime a los creyentes a pensar y a obrar bajo la orientación de una caridad autentica, abierta a todas las dimensiones del hombre. Esta actitud interior los conducirá a llevar los frutos del Espíritu (cfr Gal 5, 22) y a ofrecer, con corazón nuevo, la ayuda material a quien se encuentra en necesidad. Un corazón reconciliado con Dios y con el prójimo es un corazón generoso. En los días sagrados de la Cuaresma la "colecta" asume un valor significativo, porque no se trata de dar lo que nos es superfluo para tranquilizar la propia conciencia, sino de hacerse cargo con solidaria solicitud de la miseria presente en el mundo. Considerar el rostro doliente y las condiciones de sufrimiento de muchos hermanos y hermanas no puede no impulsar a compartir, al menos parte de los propios bienes, con aquellos que se encuentran en dificultad. Y la ofrenda de Cuaresma resulta todavía más rica, si quien la cumple se ha librado del resentimiento y de la indiferencia, obstáculos que alejan de la comunión con Dios y con los hermanos..." (2001).
Gratis lo recibisteis; dadlo gratis (Mt 10, 8) Que estas palabras del Evangelio resuenen en el corazón de toda comunidad cristiana en la peregrinación penitencial hacia la Pascua. Que la Cuaresma, llamando la atención sobre el misterio de la muerte y resurrección del Dios, lleve a todo cristiano a asombrarse profundamente ante la grandeza de semejante don. ¡Sí! Gratis hemos recibido. ¿Acaso no está toda nuestra existencia marcada por la benevolencia de Dios? Es un don el florecer de la vida y su prodigioso desarrollo. Precisamente por ser un don, la existencia no puede ser considerada una posesión o una propiedad privada, por más que las posibilidades que hoy tenemos de mejorar la calidad de vida podrían hacernos pensar que el hombre es su “dueño”. Efectivamente, las conquistas de la medicina y la biotecnología pueden en ocasione inducir al hombre a creerse creador de sí mismo y a caer en la tentación de manipular “el árbol de la vida” (Gn 3, 24) . (2002).
Hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hechos 20, 35) . No se trata de un simple llamamiento moral, ni de un mandato que llega al hombre desde fuera. La inclinación a dar está radicada en lo más hondo del corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros, y se realiza plenamente cuando se da libremente a los demás. El creyente experimenta una profunda satisfacción siguiendo la llamada interior de darse a los otros sin esperar nada. El esfuerzo del cristiano por promover la justicia, su compromiso de defender a los más débiles, su acción humanitaria para procurar el pan a quién carece de él, por curar a los enfermos y prestar ayuda en las diversas emergencias y necesidades, se alimenta del particular e inagotable tesoro de amor que es la entrega total de Jesús al Padre. El creyente se siente impulsado a seguir las huellas de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre que, en la perfecta adhesión a la voluntad del Padre, se despojó y humilló a sí mismo, (cf. Flp 2,6 ss), entregándose a nosotros con un amor desinteresado y total, hasta morir en la cruz. Desde el Calvario se difunde de modo elocuente el mensaje del amor trinitario a los seres humanos de toda época y lugar. (2003)

El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a Mí me recibe (Mt 18,5) . Jesús amó a los niños y fueron sus predilectos “por su sencillez, su alegría de vivir, su espontaneidad y su fe llena de asombro” (Ángelus, 18.12.1994). Ésta es la razón por la cual el Señor quiere que la comunidad les abra el corazón y los acoja como si fueran Él mismo: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” (Mt 18,5). Junto a los niños, el Señor sitúa a los “hermanos más pequeños”, esto es, los pobres, los necesitados, los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos y los encarcelados. Acogerlos y amarlos, o bien tratarlos con indiferencia y rechazarlos, es como si se hiciera lo mismo con Él, ya que Él se hace presente de manera singular en ellos. El Evangelio narra la infancia de Jesús en la humilde casa de Nazareth, en la que, sujeto a sus padres, “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). Al hacerse niño, quiso compartir la experiencia humana. “Se despojó de sí mismo – escribe el Apóstol San Pablo –, tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,7-8). Cuando a la edad de doce años se quedó en el templo de Jerusalén, mientras sus padres le buscaban angustiados, les dijo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49). Ciertamente, toda su existencia estuvo marcada por una filial sumisión al Padre. “Mi alimento – decía – es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34). (2004)
En Él está tu vida, así como la prolongación de tus días (Dt 30,20). Son palabras que Moisés dirige al pueblo invitándolo a estrechar la alianza con el Señor en el país de Moab, “Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él” (Dt 30, 19-20). La fidelidad a esta alianza divina, constituye para Israel una garantía de futuro, “mientras habites en la tierra que el Señor juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob” (Dt 30,20). Llegar a la edad madura es, en la visual bíblica, signo de la bendición y de la benevolencia del Altísimo. La longevidad se presenta de este modo, como un especial don divino. Desearía que durante la Cuaresma pudiéramos reflexionar sobre este tema. Ello nos ayudará a alcanzar una mayor comprensión de la función que las personas ancianas están llamadas a ejercer en la sociedad y en la Iglesia, y, de este modo, disponer también nuestro espíritu a la afectuosa acogida que a éstos se debe. En la sociedad moderna, gracias a la contribución de la ciencia y de la medicina, estamos asistiendo a una prolongación de la vida humana y a un consiguiente incremento del número de las personas ancianas. Todo ello solicita una atención más específica al mundo de la llamada "tercera edad”, con el fin de ayudar a estas personas a vivir sus grandes potencialidades con mayor plenitud, poniéndolas al servicio de toda la comunidad. El cuidado de las personas ancianas, sobre todo cuando atraviesan momentos difíciles, debe estar en el centro de interés de todos los fieles, especialmente de las comunidades eclesiales de las sociedades occidentales, donde dicha realidad se encuentra presente en modo particular..." (2005)

Oh María, Tú que has recorrido
el camino de la Cruz junto con tu Hijo,
quebrantada por el dolor en tu Corazón de Madre,
pero recordando siempre el "fiat"
e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus
promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la
gracia del abandono en el Amor de Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba,
por dura y larga que sea, jamás dudemos de su Amor.
A Jesús, Tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. R/.Amén.

lunes, febrero 26, 2007

AMOR

Viernes de ceniza
"Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias" (Sal 50)

El amor, del que nos habla el capítulo 25 de San Mateo, es prueba superada en el servicio a los necesitados.
Si miramos a nuestro alrededor hay situaciones que nos producen vértigo, distanciamiento, prevención, miedo, temor, angustia

INTERPELACIÓN PARA ESTE DIA
¿De qué huimos para buscar escenarios que no comporten riesgos a nuestra vida cristiana o física?


Déjame (Anónimo)

Déjame valerme de tus ojos

para ver la necesidad ajena,
sea grande o pequeña.

Déjame valerme de tus oídos

para oír el clamor de los perdidos.

Permíteme hacer uso de tu lengua

para divulgar Mis palabras de amor y compasión,
de oración y consuelo,
entre los abatidos.

Déjame valerme de tu mente

para implantar en ella
Mis pensamientos, pensamientos
de amor y de bondad.

Déjame tomar tu corazón en Mis manos

y que se parta por las multitudes que aún
no conocen Mi amor.

Sí, déjame quebrarte el alma

para que luego pueda tomar los trozos y
formar con ellos una vasija más dócil y
más útil a través de la cual verter Mi amor.

Déjame hacer uso de tus manos

para enjugar las lágrimas de quienes lloran,
para dar una palmadita de consuelo
en la espalda de quienes se hallan decaídos,
para auxiliar a quienes han quedado
a la vera del camino.

Lo único que requiero para poder

servirme de ti en esas situaciones
es que estés dispuesto y que prestes
oído a Mis suaves susurros.

Quizá piensas que esas situaciones no revisten

mucha importancia,
pero son grandes a Mis ojos.

Ser una vasija,

un instrumento de Mi amor,
constituye una gran vocación.

Jesús
Jueves de ceniza
"El que pierda su vida por el Señor la salvara" (Lc 9,22-25)


“Lo que de pequeño se aprende, jamás se olvida”. Canta el viejo proverbio. La nueva evangelización tiene un pilar fundamental, imprescindible y como asignatura pendiente: la familia.
Jesús que asciende hacia Jerusalén entre vítores y palmas, la Cena que nos dejará en Jueves Santo, la Cruz que se erguirá majestuosamente amorosa en Viernes Santo o el Triunfo de la Resurrección sobre la muerte…¿De quién lo hemos aprendido y vivido principalmente? De la familia.


INTERPELACIÓN PARA EL DÍA

Hoy ¿Podemos decir lo mismo? ¿Son nuestras familias transmisoras de la fe cristiana? ¿No hemos caído un poco en la pereza, o en la incapacidad, para dejar como patrimonio de nuestra educación el conocimiento y la vivencia de Jesús y de su Iglesia en aquellos que viven junto a nosotros? (Hijos, nietos, esposo/a, etc.)

Dentro de ti (Mary Hough Foote)

Dentro de Tu familia
hay un espíritu capaz de
alcanzarlas estrellas.

Dentro de tu familia
hay la capacidad de lograr tus metas
y convertir en realidad tus sueños.

No escuches a los demás
ni temas la competencia
Ni te preocupes si te equivocas.

De cada experiencia, de tu experiencia
se gana sabiduría.

Ten Fe en Ti, en tus decisiones y en tu familia
y sigue adelante !Con confianza,
creyendo plenamente en tu capacidad
como la persona
especial que has sido destinada a ser.
Y Dios, bendecirá tu familia
J.Leoz

CAMINO HACIA LA PASCUA

Miércoles de ceniza
"Cuidad de no practicar las virtudes para ser vistos por los hombres" (Mt 6,1)


La piedad cristiana ha de tener siempre dos vertientes: la que se dirige hacia Dios y la que no olvida a los hombres. ¿Cómo puedes decir que quieres al Dios al que no ves y olvidas al hombre al que si ves? “Si dices que amas a Dios, a quien no ves, y no amas a tu hermano a quien ves, eres un mentiroso" (San Juan)
Comenzamos este tiempo de cuaresma con el convencimiento de que, hoy más que nunca, necesitamos de estos días cómo brújula para reorientar nuestra vida hacia Dios.
La piedad cristiana, como don del Espíritu y tarea personal, implica reservar espacios y momentos propicios para que Dios se haga presente en lo más hondo de nuestro ser. E igualmente, cuando uno descubre esa presencia poderosa y dinamizadora, siente necesidad de salir al encuentro de los demás. Jesús, cultivó como nadie, estas dos facetas de la piedad: vivió en sintonía con el Padre y, esa comunión con Dios, la hacía visible a través del compromiso con los más pobres.
San Francisco Javier, como el mismo Jesús, se pasaba largas noches en Malaca orando. Su “Dios de la cruz” era su coloquio preferido e irrenunciable que le centraba para compartir penas y alegrías, pruebas y sufrimientos. Todo lo negativo, ante la cruz y por la oración, se relativizaba. Todo lo bueno, ante la cruz, se convertía en un trampolín de optimismo y de fuerza para su acción evangelizadora.


INTERPELACIÓN PARA HOY

¿Piedad en estos tiempos? Si. La necesitamos: la que baja del cielo para fortalecernos individualmente y, la que surgiendo de nosotros, se explaya para hacer más digna y mejor la vida de los demás.
¿Cómo aramos nuestra vida cristiana? ¿Nos aseguramos zonas para que nuestra vida espiritual crezca? ¿Nos dejamos asfixiar por el mundo de las prisas que nos asola en perjuicio de nuestro cuidado espiritual?


Dime (Anónimo)

Dime: por qué cuando no estoy contigo, los días son más tristes y
melancólicos, cargados de nubes grises y sin un rayo de luz?

Dime: por qué cuando me faltas TU, me irrito con facilidad, no tengo
consideración con los demás, y todos me parecen falsos y embusteros?

Dime: por qué cuando no estás a mi lado, el trabajo se me hace más
pesado, los sufrimientos eternos, las noches de confusión
interminables; y experimento insatisfacción, angustia y duda?


Dime: por qué cuando me ausento de tu presencia, le pierdo sentido a la vida y busco refugio a mi soledad en los vicios y en el aturdimiento, a pesar de que en ellos sólo encuentro sinsabores y tribulación?

Dios mío, no estés lejos; si de Tí me viene la alegría, el deseo de
amar y de vivir, concédeme estar siempre CONTIGO.

J.Leoz

ORACIONES PARA LA CUARESMA

INTRODUCCION

La cuaresma es ese camino que nos predispone, templa y que nos lleva hacia la PASCUA.
Muchos creyentes, que nos han precedido en la senda de la fe en Jesús, vivieron estos días con intensidad, hondura y radicalidad. Lo entendieron este tiempo como un auténtico retiro espiritual. Supieron ver, en estos cuarenta días, una ocasión privilegiada para entretenerse un poco más con la Palabra de Dios; buscando silencios; anhelando la sobriedad; dedicándose con más ímpetu hacia el prójimo
Precisamente por ello, he querido poner en el lienzo de la cuaresma, 40 pinceladas que nos puedan ayudar o iluminar para reflexionar, orar, dar gracias y sensibilizarnos ante la proximidad de la Pascua.
Estas pinceladas "cuaresmales", las he confeccionado sin olvidar ni perder el vértice de la Palabra de Dios (la cita diaria), el testimonio de algunos santos (a través de sus cartas y biógrafos), una interpelación para cada día y una oración conclusiva.
Junto a todo ello, y como fondo, diversas imágenes que ilustran el texto y una pieza musical propia del tiempo.
Este material puede ser utilizado para el inicio de las clases (allá donde sea posible), comunidades religiosas, grupos, eucaristía diaria, etc.
Deseo, de verdad, que -además de gustaros la presentación- pueda convertirse en un buen subsidio pastoral para este tiempo de gracia y de oración.
Javier Leoz

Parroquia de San Juan Evangelista
Peralta (Diócesis de Pamplona)
patxileoz@telefonica.net

LA CUARESMA CON MARIA

De la misma manera que el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para poder ingresar a la Tierra Prometida, la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, se prepara para vivir y celebrar la Pascua del Señor. A lo largo de cuarenta días nos vamos disponiendo para acoger cada vez más profundamente en nuestras vidas el misterio central de nuestra fe. A este tiempo especial de preparación para la Pascua lo llamamos "Cuaresma".
En efecto, la Cuaresma no es un viejo residuo de anticuadas prácticas ascéticas. Tampoco es un tiempo depresivo y triste. Se trata de un momento especial de purificación, para poder participar con mayor plenitud del misterio pascual del Señor (cf. Rm 8,17).


Tiempo de conversión

La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión. Este camino supone cooperar con la gracia para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios y, por consiguiente, de nuestra felicidad y realización personal.
En efecto, la vida cristiana no es otra cosa que hacer eco en la propia existencia de aquel dinamismo bautismal, que nos selló para siempre: morir al pecado para nacer a una vida nueva en Jesús, el Hijo de María (cf. Jn 12,24). Esa es la opción del cristiano: la opción radical, coherente y comprometida, desde la propia libertad, que nos conduce al encuentro con Aquel que es Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6), encuentro que nos hace auténticamente libres y nos manifiesta la plenitud de nuestra humanidad.
Todo esto supone una verdadera renovación interior, un despojarse del hombre viejo para revestirse del Señor Jesús. En palabras de Pablo VI: "Solamente podemos llegar al reino de Cristo a través de la metanoia, es decir, de aquel íntimo cambio de todo el hombre –de su manera de pensar, juzgar y actuar– impulsados por la santidad y el amor de Dios, tal como se nos ha manifestado a nosotros este amor en Cristo y se nos ha dado plenamente en la etapa final de la historia".
Esta es la gran aventura de ser cristiano, a la cual todo hijo de María está invitado. Camino que no está libre de dificultades y tropiezos, pero que vale la pena emprender, pues sólo así el ser humano da respuesta a sus anhelos más profundos, y encuentra su propia felicidad.


Viviendo la Cuaresma

Durante este tiempo especial de purificación, contamos con una serie de medios concretos que la Iglesia nos propone y que nos ayudan a vivir la dinámica cuaresmal. Ante todo, está la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, el creyente ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia divina penetre su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la acción del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (cf. Lc 1,38).
Asimismo, también debemos intensificar la escucha y meditación atenta a la Palabra de Dios, la asistencia frecuente al sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, lo mismo que la práctica del ayuno, según las posibilidades de cada uno (cf. SC,110).
La mortificación y la renuncia en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien, de saber ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas, de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que se nos presentan a diario. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y desprendimiento.
De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: "Estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados".
Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquel a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. De esta manera, vamos construyendo en el otro "el bien más precioso y efectivo, que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana" (Juan Pablo II).


María modelo y compañera

En este camino que nos prepara para acoger el misterio pascual del Señor, no puede estar ausente la Madre. María está presente durante la Cuaresma, pero lo está de manera silenciosa, oculta, sin hacerse notar, como premisa y modelo de la actitud que debemos asumir.
Durante este tiempo de Cuaresma, es el mismo Señor Jesús quien nos señala a su Madre. Él nos la propone como modelo perfecto de acogida a la Palabra de Dios. María es verdaderamente dichosa porque escucha la Palabra de Dios y la cumple (cf. Lc 11,28).
Caminemos en compañía de María la senda que nos conduce a Jesús. Ella, la primera cristiana, ciertamente es guía segura en nuestro peregrinar hacia la configuración plena con su Hijo.


Padre Celestial,
Tú has querido que en María se reflejase tu amor.


¡Gracias por habernos dado una madre tan perfecta!
Ella es para nosotros una nueva revelación de todos los tesoros de bondad que se encuentran escondidos en tu corazón paterno, nos muestras hasta que punto Tú eres bueno y dulce en tu amor.Con su ternura y su solicitud, ella nos hace conocer el afecto delicado y vigilante que te une a Tí con nosotros, puesto que toda la fuerza de tu amor materno desciende a ella de tu corazón de Padre.En María no hay nada que no le haya sido dado expresamente por Tí: ella trae a nosotros tú imagen, nos hace descubrir tu rostro de amor.Sin el consuelo de su presencia y la continuidad de sus atenciones, nos faltaría una de las pruebas más evidentes de que Tú estás continuamente cercano a nosotros, para sostenernos, consolarnos, y protegernos. Su mirada bondadosa y su inmensa piedad para con los pecadores, como somos nosotros, nos invitan a creer que tu misericordia es inconmensurable y que no se deja vencer por la ingratitud y por la maldad.María nos muestra cómo Tú nos amas y nos impulsa a confiarnos completamente a tu amor.¡Te damos gracias porque te agrada manifestarte y darte a nosotros a través de ella!Amen.

SAN MATÍAS Apostol

San Matías es el apóstol póstumo de Jesús, que se incorpora al grupo después de la Ascensión del Señor. De varios apóstoles apenas sabemos más que el nombre. De Matías sólo sabemos su nombre y su elección. Es el único apóstol no elegido por Jesús. San Matías el sustituto, podíamos decir.
Después de la Ascensión de Jesús a los cielos, los apóstoles, dóciles a su mandato, descendieron del monte Olivete y se encerraron en el cenáculo. Jesús les había dicho que no se alejaran de Jerusalén y que esperaran allí la venida del Espíritu Santo. Con los apóstoles esperaban también algunas mujeres, y María la madre de Jesús.
Estaban encerrados. Orar era la única actividad. Orar y esperar. No tenían fuerzas para más, hasta que les llegara el aliento de lo alto. Sólo una iniciativa se tomó. Jesús había elegido doce apóstoles y les había dicho que, a su regreso glorioso, los doce se sentarían sobre doce tronos para regir las doce tribus de Israel. Y ahora faltaba un hombre para un trono. Judas Iscariote había apostatado. Había que buscarle un sustituto.
El número doce tenía un alto significado místico en la Biblia. Doce como las doce fuentes de Elim. Como los doce panes de la proposición. Como las doce puertas de la Jerusalén celestial. Como los doce hijos de Jacob. Como los doce cimientos de la muralla de Jerusalén. Como las doce piedras preciosas del pectoral sacerdotal: una sardónica, un topacio y una esmeralda. Un rubí, un zafiro y un diamante. Un ópalo, un ágata y una amatista. Un crisólito, un ónice y un jaspe. Doce, número sagrado en Israel.
Los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen la primera alocución pontificia del primer Papa. Pedro se levantó y dijo: "Hermanos míos, era preciso que se cumpliese lo que el Espíritu Santo profetizó en la Escritura por boca de David acerca de Judas, el que guió a los que prendieron a Jesús... En el libro de los Salmos está escrito: Que su campamento quede desierto y no haya nadie que lo habite. Y también: Que otro ocupe su cargo".
Luego continuó: "Hermanos, es preciso que entre los que están en nuestra compañía desde el principio, es decir, desde el bautismo de Juan hasta el día en que el Señor Jesús nos dejó para subir a los cielos, escojamos uno para que sea testigo de su resurrección".
Puestas estas condiciones, entre las 120 personas que allí se encontraban, dos hombres parecían cumplirlas perfectamente. Y fueron presentados los dos: José, apellidado Barsabá, por sobrenombre Justo, y Matías.
Había que encomendar la elección a Dios. Y como se trataba de dos cosas buenas, siguiendo una costumbre de Israel, recurrieron a la suerte también. Y rezaron así: "Señor, Tú que conoces los corazones de los hombres, muéstranos a cuál de estos dos has elegido para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto dejado por Judas para irse a su lugar. Echaron suertes sobre ellos, y cayó la suerte sobre Matías y fue uno de los Doce".
Nada más dicen los Hechos de Matías. Matías fue fiel a la elección. Algunos escritores antiguos nos lo presentan predicando en Jerusalén, en Judea, en las orillas del Nilo y en Etiopía, hasta sellar sus palabras con su sangre.
*Los años bisiestos, se festeja el 25 de Febrero

«No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?» Mt. 6, 25

domingo, febrero 25, 2007

DIOS ES EL PROTAGONISTA EN LA ORACIÓN

MEDITACIÓN

- La oración puede cambiar vuestra vida. Ya que aparta vuestra atención de vosotros mismos y dirige vuestra mente y vuestro corazón hacia el Señor. Si nos miramos solamente a nosotros mismos, con nuestras limitaciones y nuestros pecados, tomará cuerpo en nosotros con suma rapidez la tristeza y el desconsuelo. Pero si tenemos nuestros ojos fijos en el Señor, entonces nuestro corazón se llenará de esperanza, nuestra mente se iluminará por la luz de la verdad, y llegaremos a conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida.

- ¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este caso un Tú con mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el «yo» parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.

- ¿Cómo reza el Papa? Os respondo: como todo cristiano: habla y escucha. A veces, reza sin palabras, y es entonces cuando más escucha. Lo más importante es precisamente lo que «oye». Trata también de unir la oración a sus obligaciones, a sus actividades, a su trabajo, y unir su trabajo a la oración.

- Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que nos agobia. Orar significa también callar y escuchar lo que Dios nos quiere decir.

- La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre Dios y nosotros.

- Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva de un Amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro. Cuando parece que Él no satisface nuestros deseos concediéndonos lo que pedimos, por noble y generosa que nuestra petición nos parezca, en realidad Dios está purificando nuestros deseos en razón de un bien mayor que con frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta vida. El desafío es «abrir nuestro corazón» alabando Su Nombre, buscando Su Reino, aceptando Su Voluntad.- Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular, aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico de oración. La oración, sin embargo, debe caracterizarse también por la adoración y la escucha atenta, pidiendo perdón a Dios e implorando la remisión de los pecados.


- La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.

- No pocas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar que Dios no nos oye o que no nos responde. Pero, como sabiamente nos recuerda San Agustín, Dios conoce nuestros deseos incluso antes de que se los manifestemos. Él afirma que la oración es para nuestro provecho, pues al orar «ponemos por obra» nuestros deseos, de tal manera que podemos obtener lo que ya Dios está dispuesto a concedernos. Es para nosotros una oportunidad para «abrir nuestro corazón».

- Para orar hay que procurar en nosotros un profundo silencio interior. La oración es verdadera si no nos buscamos a nosotros mismos en la oración, sino sólo al Señor. Hay que identificarse con la Voluntad de Dios, teniendo el espíritu despojado, dispuesto a una total entrega a Dios. Entonces nos daremos cuenta de que toda nuestra oración converge, por su propia naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se convierte en su única plegaria en Getsemaní: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya.»

- La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con Dios. Al conversar con alguien, no solamente hablamos sino que además escuchamos. La oración, por tanto, es también una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz interior de la gracia. A escuchar la llamada.

- El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar.

- A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la confianza.- La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo siempre la oración, pues constituye un enorme poder espiritual, sobre todo cuando va acompañada por el sacrificio y el sufrimiento.- La oración es también una arma para los débiles y para cuantos sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha espiritual que la Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de otras armas.
- San Pablo, orando en medio de las dificultades de la vida, oyó estas palabras del Señor: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.» La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de Dios.

JUAN PABLO II

Queridos hermanos y hermanas:

1. Según el Evangelio de San Lucas, cuyos primeros capítulos nos narran la Infancia de Jesús, la Revelación del Espíritu Santo tuvo lugar no sólo en la Anunciación y en la Visitación de María a Isabel, como hemos visto en las anteriores catequesis, sino también en la Presentación del Niño Jesús en el templo (cf. Lc 2, 22-38).

2. Escribe el evangelista que “cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor” (Lc 2, 22). La presentación del primogénito en el templo y la ofrenda que lo acompañaba (cf. Lc 2, 24) como signo del rescate del pequeño israelita, que así volvía a la vida de su familia y de su pueblo, estaba prescrita, o al menos recomendada, por la Ley mosaica vigente en la Antigua Alianza (cf. Ex 13, 2. 12-13. 15; Lv 12, 6-8; Nm 18, 15). Los israelitas piadosos practicaban ese acto de culto. Según Lucas, el rito realizado por los padres de Jesús para observar la Ley fue ocasión de una nueva intervención del Espíritu Santo, que daba al hecho un significado mesiánico, introduciéndolo en el misterio de Cristo redentor. Instrumento elegido para esta nueva revelación fue un santo anciano, del que Lucas escribe: “He aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo” (Lc 2, 25). La escena tiene lugar en la ciudad santa, en el templo donde gravitaba toda la historia de Israel y donde confluían las esperanzas fundadas en las antiguas promesas y profecías.

3. Aquel hombre, que esperaba “la consolación de Israel”, es decir el Mesías, había sido preparado de modo especial por el Espíritu Santo para el encuentro con “el que había de venir”. En efecto, leemos que “estaba en él el Espíritu Santo”, es decir, actuaba en él de modo habitual y “le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor” (Lc 2, 26). Según el texto de Lucas, aquella espera del Mesías, llena de deseo, de esperanza y de la íntima certeza de que se le concedería verlo con sus propios ojos, es señal de la acción del Espíritu Santo, que es inspiración, iluminación y moción. En efecto, el día en que María y José llevaron a Jesús al templo, acudió también Simeón, “movido por el Espíritu” (Lc 2, 27). La inspiración del Espíritu Santo no sólo le preanunció el encuentro con el Mesías; no sólo le sugirió acudir al templo; también lo movió y casi lo condujo; y, una vez llegado al templo, le concedió reconocer en el Niño Jesús, Hijo de María, a Aquel que esperaba.


4. Lucas escribe que “cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, Simeón le tomó en brazos y bendijo a Dios” (Lc 2, 27-28). En este punto el evangelista pone en boca de Simeón el “Nunc dimittis”, cántico por todos conocido, que la liturgia nos hace repetir cada día en la hora de Completas, cuando se advierte de modo especial el sentido del tiempo que pasa. Las conmovedoras palabras de Simeón, ya cercano a “irse en paz”, abren la puerta a la esperanza siempre nueva de la salvación, que en Cristo encuentra su cumplimiento:“Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 30-32). Es un anuncio de la evangelización universal, portadora de la salvación que viene de Jerusalén, de Israel, pero por obra del Mesías-Salvador, esperado por su pueblo y por todos los pueblos.


5. El Espíritu Santo, que obra en Simeón, está presente y realiza su acción también en todos los que, como aquel santo anciano, han aceptado a Dios y han creído en sus promesas, en cualquier tiempo. Lucas nos ofrece otro ejemplo de esta realidad, de este misterio: es la “profetisa Ana” que, desde su juventud, tras haber quedado viuda, “no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones” (Lc 2, 37). Era, por tanto, una mujer consagrada a Dios y especialmente capaz, a la luz de su Espíritu, de captar sus planes y de interpretar sus mandatos; en este sentido era “profetisa” (cf. Ex 15, 20; Jc 4, 4; 2 R 22, 14). Lucas no habla explícitamente de una especial acción del Espíritu Santo en ella; con todo, la asocia a Simeón, tanto al alabar a Dios como al hablar de Jesús: “Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2, 38). Como Simeón, sin duda también ella había sido movida por el Espíritu Santo para salir al encuentro de Jesús.
6. Las palabras proféticas de Simeón (y de Ana) anuncian no sólo la venida del Salvador al mundo, su presencia en medio de Israel, sino también su sacrificio redentor. Esta segunda parte de la profecía va dirigida explícitamente a María: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a Ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 34-35).

No se puede menos de pensar en el Espíritu Santo como inspirador de esta profecía de la Pasión de Cristo como camino mediante el cual Él realizará la salvación. Es especialmente elocuente el hecho de que Simeón hable de los futuros sufrimientos de Cristo dirigiendo su pensamiento al Corazón de la Madre, asociada a su Hijo para sufrir las contradicciones de Israel y del mundo entero. Simeón no llama por su nombre el sacrificio de la Cruz, pero traslada la profecía al Corazón de María, que será “atravesado por una espada”, compartiendo los sufrimientos de su Hijo.
7. Las palabras, inspiradas, de Simeón adquieren un relieve aún mayor si se consideran en el contexto global del “Evangelio de la Infancia de Jesús”, descrito por Lucas, porque colocan todo ese período de vida bajo la particular acción del Espíritu Santo. Así se entiende mejor la observación del evangelista acerca de la maravilla de María y José ante aquellos acontecimientos y ante aquellas palabras: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él” (Lc 2, 33).
Quien anota esos hechos y esas palabras es el mismo Lucas que, como autor de los Hechos de los Apóstoles, describe el acontecimiento de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los discípulos reunidos en el Cenáculo en compañía de María, después de la Ascensión del Señor al cielo, según la promesa de Jesús mismo. La lectura del “Evangelio de la Infancia de Jesús” ya es una prueba de que el evangelista era particularmente sensible a la presencia y a la acción del Espíritu Santo en todo lo que se refería al misterio de la Encarnación, desde el primero hasta el último momento de la vida de Cristo.
Juan Pablo II

Jornada de la Vida Consagrada

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE LA MISA EN LA FIESTA
DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

La fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, cuarenta días después de Su Nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia: según la ley mosaica, María y José llevan al Niño Jesús al Templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2, 22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre Él. Estamos ante un misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que la Santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, Primogénito de la nueva humanidad.

La sugestiva procesión con los cirios al inicio de nuestra celebración nos ha hecho revivir la majestuosa entrada, cantada en el salmo responsorial, de Aquel que es "El Rey de la gloria", "El Señor, fuerte en la guerra" (Sal 23, 7. 8). Pero, ¿quién es ese Dios fuerte que entra en el Templo? Es un niño; es el Niño Jesús, en los brazos de su Madre, la Virgen María. La Sagrada Familia cumple lo que prescribía la Ley: la purificación de la madre, la ofrenda del primogénito a Dios y su rescate mediante un sacrificio. En la primera lectura, la liturgia habla del oráculo del profeta Malaquías: "De pronto entrará en el santuario el Señor" (Ml 3, 1). Estas palabras comunican toda la intensidad del deseo que animó la espera del pueblo judío a lo largo de los siglos. Por fin entra en su casa "El Mensajero de la Alianza" y se somete a la Ley: va a Jerusalén para entrar, en actitud de obediencia, en la Casa de Dios.

El significado de este gesto adquiere una perspectiva más amplia en el pasaje de la carta a los Hebreos, proclamado hoy como segunda lectura. Aquí se nos presenta a Cristo, el Mediador que une a Dios y al hombre, superando las distancias, eliminando toda división y derribando todo muro de separación. Cristo viene como nuevo "Sumo Sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y a expiar así los pecados del pueblo" (Hb 2, 17). Así notamos que la mediación con Dios ya no se realiza en la santidad-separación del sacerdocio antiguo, sino en la solidaridad liberadora con los hombres. Siendo todavía niño, comienza a avanzar por el camino de la obediencia, que recorrerá hasta las últimas consecuencias. Lo muestra bien la carta a los Hebreos cuando dice: "Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas (...) al que podía salvarle de la muerte, (...) y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5, 7-9).

La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido, es Su Madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo: una ofrenda incondicional que la implica personalmente: María es Madre de Aquel que es "gloria de su pueblo Israel" y "Luz para alumbrar a las naciones", pero también "signo de contradicción" (cf. Lc 2, 32. 34). Y a Ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la Muerte y Resurrección de Su Hijo. Al llevar a Su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como Luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor.

Las palabras que en este encuentro afloran a los labios del anciano Simeón —"mis ojos han visto a tu Salvador" (Lc 2, 30)—, encuentran eco en el corazón de la profetisa Ana. Estas personas justas y piadosas, envueltas en la Luz de Cristo, pueden contemplar en el Niño Jesús "el consuelo de Israel" (Lc 2, 25). Así, su espera se transforma en Luz que ilumina la historia.

Simeón es portador de una antigua esperanza, y el Espíritu del Señor habla a su corazón: por eso puede contemplar a Aquel a quien muchos profetas y reyes habían deseado ver, a Cristo, luz que alumbra a las naciones. En aquel Niño reconoce al Salvador, pero intuye en el Espíritu que en torno a Él girará el destino de la humanidad, y que deberá sufrir mucho a causa de los que lo rechazarán; proclama su identidad y su misión de Mesías con las palabras que forman uno de los himnos de la Iglesia naciente, del cual brota todo el gozo comunitario y escatológico de la espera salvífica realizada. El entusiasmo es tan grande, que vivir y morir son lo mismo, y la "luz" y la "gloria" se transforman en una revelación universal. Ana es "profetisa", mujer sabia y piadosa, que interpreta el sentido profundo de los acontecimientos históricos y del mensaje de Dios encerrado en ellos. Por eso puede "alabar a Dios" y hablar "del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén" (Lc 2, 38). Su larga viudez, dedicada al culto en el templo, su fidelidad a los ayunos semanales y su participación en la espera de todos los que anhelaban el rescate de Israel concluyen en el encuentro con el Niño Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, en esta fiesta de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra la Jornada de la vida consagrada. Se trata de una ocasión oportuna para alabar al Señor y darle gracias por el don inestimable que constituye la vida consagrada en sus diferentes formas; al mismo tiempo, es un estímulo a promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la estima por quienes están totalmente consagrados a Dios.

En efecto, como la vida de Jesús, con su obediencia y su entrega al Padre, es parábola viva del "Dios con nosotros", también la entrega concreta de las personas consagradas a Dios y a los hermanos se convierte en signo elocuente de la presencia del Reino de Dios para el mundo de hoy.

Vuestro modo de vivir y de trabajar puede manifestar sin atenuaciones la plena pertenencia al único Señor; vuestro completo abandono en las manos de Cristo y de la Iglesia es un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje comprensible para nuestros contemporáneos. Este es el primer servicio que la vida consagrada presta a la Iglesia y al mundo. Dentro del pueblo de Dios, son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia.

Me dirijo ahora de modo especial a vosotros, queridos hermanos y hermanas que habéis abrazado la vocación de especial consagración, para saludaros con afecto y daros las gracias de corazón por vuestra presencia. Que el Señor renueve cada día en vosotros y en todas las personas consagradas la respuesta gozosa a su amor gratuito y fiel.


Queridos hermanos y hermanas, como cirios encendidos irradiad siempre y en todo lugar el Amor de Cristo, Luz del mundo. María Santísima, la Mujer consagrada, os ayude a vivir plenamente vuestra especial vocación y misión en la Iglesia, para la salvación del mundo. Amén.

Benedicto XVI

sábado, febrero 24, 2007

SAN POLICARPO DE ESMIRNA

Policarpo significa: el que produce muchos frutos de buenas obras. (poli = mucho, carpo = fruto).

Fue en Esmirna, la bella urbe asiática que, asentada en la ladera del monte Pagus, abraza las aguas del mar Egeo. La ciudad milenaria, resucitada de su ruina por Alejandro Magno, vivió un día más de fiesta clásica en la romanidad. Pero aquel 22 de febrero del año 155 haría que la Iglesia de Cristo, al congregarse junto al altar, volviese su memoria y su corazón a Esmirna por los siglos venideros. Hablan terminado los juegos de cacería en el estadio público; el populacho excitado e irresponsable esperaba con salvaje avidez de sangre la sentencia del procónsul sobre Policarpo, el anciano obispo de la ciudad. Hacía pocos días que en aquel mismo lugar hablan exigido a gritos su muerte, al contemplar el martirio valiente de un joven cristiano, llamado Germánico. Y allí se encontraba por fin el venerable obispo ante la autoridad romana.
Jura por el genio del César, Grita mueran los ateos.
El procónsul Estacio Cuadrado, siguiendo con ello el rumor popular, designaba con el nombre de ateos al grupo cristiano, que rechazaba el culto a las divinidades paganas. Policarpo, con la gravedad de sus muchos años, levantó su brazo, y señalando los graderíos repletos, donde se agolpaban los esmirnotas seguidores de la diosa Cibeles, mientras los iba repasando con su mirada, exclamó: "Sí, mueran los ateos".
Insatisfecho con esta respuesta ambigua, el procónsul insiste:
- Jura por el genio del César. Maldice de Cristo y te pongo en libertad.
Hay algo más precioso que la libertad misma para un cristiano: Aquel, a quien libremente se ofrece la vida entera. Por eso Policarpo responde pausadamente, como reviviendo todo su mundo interior:
- Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él, ¿Cómo puedo maldecir de mi rey, el que me ha salvado? Si tienes por punto de honor hacerme jurar por el genio, como tú dices, del César, y finges ignorar quién soy, óyelo con toda claridad: YO SOY CRISTIANO".

¡Maldecir de Cristo... - Policarpo! Cuando la persona de Jesús le aparecía confundida con los primeros recuerdos de su niñez. Cuando la lista de sus servicios a Cristo se iniciaba exactamente en la hora en que su conciencia se abría a la responsabilidad. No es palabra vacía e insustancial el ser cristiano. Sin querer viene a la memoria la definición del viejo catecismo: "Cristiano es el hombre que tiene la fe de Jesucristo y está ofrecido a su santo servicio". ¿Comprendemos en este siglo de altas traiciones o de heroicas entregas a ideales humanos lo que significa tomar en serio la fe y el servicio de Cristo, y esto durante ochenta y seis años? No basta el ímpetu brioso, pero breve, de quienes llegaron a Cristo en la hora undécima. No. El soportar el peso del día y del calor de toda una vida consagrada a Cristo encierra un alto significado de fidelidad extrema. La fe en Cristo iluminó la cuna de Policarpo. El pudo beber de labios de San Juan, el discípulo amado, el recuerdo caliente y minucioso de todo lo que dijo e hizo el Señor. Más tarde, fue probablemente el mismo apóstol que encomendó a su cuidado episcopal la grey cristiana de Esmirna. Cuando cesó de latir aquel pecho que sintió reposar sobre sí la cabeza del Salvador en la noche trágica y se cerró aquel archivo viviente de recuerdos de Jesús, Policarpo pudo repasar con ansiedad el testamento del apóstol, su Evangelio espiritual, sus cartas profundas, su Apocalipsis misterioso, y asimilar definitivamente su mensaje inflamado: Dios es Amor. Amad. Amaos unos a los otros como Cristo os ha amado.
Servir a Cristo es una sinfonía de amor... también para un obispo. Pero su melodía ha de discurrir por el cauce de un real pentagrama. Porque para él servir es amar, y amar significa enseñar y vigilar y perdonar, animar y corregir, buscar y esperar, consumir su vida pensando en los demás.
Y Policarpo enseñaba sin fatiga desde su cátedra o desde la carta pastoral, que Cristo murió y resucitó por nuestros pecados y vendrá a juzgarnos de nuestras obras. Y vigilaba sobre la pureza de la fe de sus ovejas: "Todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en Carne es un anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz, procede del diablo, y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, ese tal es primogénito de Satanás".
Pero además de maestro era padre y por eso levantaba a los casados camino de disciplina y temor de Dios y a las viudas a mayor oración y, prudencia. Ponía freno y vigor en los jóvenes, exigía blancura intachable en las vírgenes e invitaba largamente a los ancianos a la solicitud sincera por enfermos y pobres, a tener entrañas de misericordia y comprensión para con todos y a no pecar por severidad excesiva, por lucro o favoritismo.
Su programa es elemental y transpira sencillez evangélica: orar siempre, hacer el bien, vivir unidos a Cristo para gloria del Padre. Porque en el centro de todo, eso si, está Cristo, "nuestra esperanza y prenda de nuestra salvación", "el que levantó sobre la cruz nuestros pecados", "el que lo soportó todo por nosotros". Un jovencito acurrucado a los pies de Policarpo recoge este mensaje sin perder una palabra o un gesto, grabando fijamente en su memoria la figura respetable de Policarpo, sus modos de andar y hablar, hasta el timbre de su voz gastada. Es Ireneo, el futuro gran obispo de Lyon. Muchos años más tarde recordará estas escenas en una carta al amigo de la infancia con calor y viveza conmovedoras e imborrables.
¡Qué grande es después de mil ochocientos años sentirse incorporado al santo obispo en la misma fe y como hermanado con él en la gran familia cristiana! Y no todo son luces en los tiempos pasados ni fueron aquellos cristianos de otra raza. Policarpo nos insinúa en sus escritos las venganzas miserables, las lenguas venenosas que muerden en su nombre de cristiano. Entonces como hoy era indiferente apostar por los verdes o ser partidario de los blanquiazules. Pero no existía neutralidad ante la condición del cristiano. Entonces tenían la culpa de que se perdiesen las batallas o saliesen de madre los ríos; hoy de que no funcionen los trenes o prosperen los ambiciosos. Para esta raza de acusadores no basta nuestra vigilancia y le reforma constante de nuestras vidas: se requiere una virtud especial que se llama paciencia y es una manifestación brillante, aunque no aparatosa, de otra virtud que se llama fortaleza. Además, la visión gozosa de que así participamos de algo esencial del misterio del cristianismo, que es la cruz de Cristo. Ya lo dijo el obispo de Esmirna: "Seamos pues, imitadores de la pasión de Cristo, y si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle, porque ése fue el ejemplo que El nos dejó en su propia persona y eso es lo que nosotros hemos creído".
El aire triunfal cristiano, su serenidad de redención, nada tienen que ver con el jolgorio mundano, con la libertad contra toda ley freno con la prepotencia política o económica. Dios y el mundo no van de acuerdo cuando se trata de poner a los hombres la corona de "bienaventurado", Pero, ¿no dijo San Pablo que "pasa la figura de este mundo"? (1 Cor. 7,31). ¿No había dicho en aquel mismo estadio de Esmirna pocos días antes el joven Germánico que "quería verse lejos de una vida sin justicia y sin ley como la de los paganos?" ¿Y no dijo el Señor que vino a traer la guerra?" (Mt. 10.34).
Servir a Cristo ochenta y seis años representa una larguísima pelea. No la batalla fulminante en que se elimina al adversario. Sino el penoso combate del desgaste diario, en que la valentía de la ofensiva y el tesón de la defensiva se reparten por igual el mérito del heroísmo y de la fortaleza. En el servicio de Cristo hay días generosos que exigen gestos nobles y definitivos. Y días sencillos nunca anónimos de ofrenda humilde. Lo que importa es el amor de cada instante: que no nos falte vigor para el martirio, aunque nos falte el martirio mismo.
Policarpo conoció de cerca la garra de la persecución. Quedaba lejos el recuerdo de la muerte luminosa de los apóstoles todos. Más cerca los zarpazos de Plinio en Bitinia con las apostasías tristes y los gloriosos martirios. Luego inolvidable la marcha hacia la muerte de Ignacio, el obispo de Antioquía. Fue el año 117 cuando, atado a un pelotón de salvajes, pasó camino de Roma, con ansias de muerte y de plenitud cristiana. Todavía vibraba su palabra deportivamente cristiana: "Sé atleta". Cristo se merecía esta actitud combativa integral. Y lo reclamaba también la solidaridad y comunión con los otros hermanos cristianos los mártires en tiempos en que seguir a Cristo equivalía a ser oficialmente candidato a la muerte cruenta.
"Os exhorto pues a todos decía Policarpo en su carta a que obedezcáis a la palabra de la justicia y ejecutéis toda paciencia, aquella, por cierto, que visteis con vuestros propios ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio. Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre vosotros mismos, y hasta en el mismo Pablo y los demás apóstoles. Imitadlos, bien persuadidos de que todos éstos no corrieron en vano, sino en fe y justicia.... porque no amaron el tiempo presente, sino a Aquel que murió por nosotros."
Tampoco Policarpo corrió en vano ochenta y seis años para jugárselo todo ligeramente al final de la vida. Sus últimos días tuvieron horas de servicio intensivo Resonó en aquel estadio el odio masivo contra él: ¡Policarpo al fuego! Y vino la congoja de la huida, la angustia de quien se siente perseguido, el lenitivo de la oración viva y reposante, o de la amistad sin ficción de quienes se arriesgaban al ocultarlo en sus villas de campo. Luego el momento negro de la delación de pobres esclavos atormentados, el instante siempre fatal del descubrimiento y el arresto sin remedio. Más tarde la sorpresa y el sonrojo de los soldados al ver la pobre vejez del tan ansiosamente rebuscado; el covachuelismo de los amigos que empujan a la cobardía y pasan del fingido amor a las injurias humillantes, el acceso penoso al estadio lleno de tumulto y el consuelo cordialmente agradecido de la voz amiga: "Policarpo, ten buen ánimo y pórtate varonilmente". Por último. tras el diálogo conciso, la confesión sincera, pero mortífera: Yo soy cristiano.
Su nombre es su sentencia. Se hace un silencio espeso en el ambiente y se escucha por tres veces la sentencia del heraldo desde el centro de la arena: "Policarpo ha confesado que es cristiano", La muchedumbre ruge y pide fieras contra el anciano obispo; el procónsul lo niega, pero decreta la muerte por el fuego. Mientras unos puñados de hombres buscan afanosamente por talleres y baños de la ciudad leña seca para la pira "sobre todos, los judíos, con el fervor que en esto tienen de costumbre", otros vociferan en el estadio, y en su furor ciego pronuncian la bula de canonización de San Policarpo: "Ese es al maestro de Asia, el padre de los cristianos, el destructor de nuestros dioses, el que ha inducido a muchos a no sacrificarles ni adorarlos". Eran sus servicios a Cristo... los de los días ordinarios y sin relieve. "Morir cada día un poco es el modo de vivir".
Los detalles no importan. La muerte magnánima es el gesto supremo del hombre y por eso es capaz de ennoblecer cualquier existencia y de hacer respetable una causa equivocada. Pero cuando se trata de Cristo, lo dijo Él: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida'" (lo. 15,13). Hay pobretones de espíritu que quieren apagar el halo martirial diciendo que es fácil morir por Cristo y difícil vivir según Cristo. Muchos que así hablan no viven plenamente con Cristo y parecen incapaces de morir por Él. Por eso conviene repetir las palabras del Maestro: Nadie tiene mayor amor... aun cuando al morir tiemblen las piernas y sienta miedo el espíritu, aun cuando sea el primero y postrero, el único acto radicalmente cristiano de una vida humana.
El procónsul no permitió que fuesen las fieras las que acabasen con el cuerpo viejo de Policarpo. Fue la pira,abundante, el golpe de gracia de la puñalada en el pecho, la cremación de sus despojos. Los huesos calcinados del venerable maestro y padre son testimonio fuerte de su amor perfecto de Cristo. No quiso que le clavaran al palo. no por temer o rechazar el sufrimiento, sino porque su amor era tan intensamente decisivo como los clavos. Atado al poste, con las manos atrás "como carnero egregio escogido de entre tan gran rebaño... levantados los ojos al cielo dijo:
"¡Señor, Dios omnipotente. Padre de tu amado siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de Ti!... Yo te bendigo porque me tuviste digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus testigos (mártires), en el cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida. Yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico.... por mediación de Jesucristo, tu siervo amado...
Es su testamento, su gesto de plenitud en el amor. Levantar los ojos al cielo y con ellos todo el espíritu - lo único que no pueden atar ni clavar los hombres - y optar, escoger en suprema libertad el servicio, la esclavitud voluntaria de Cristo. Ser cristiano es transformarse sustancialmente. Y así transformado y transfigurado por el fuego se aleja del mundo el santo anciano, sumergiéndose en llamas y en Cristo, que es "llama de amor viva". Ni siquiera un ademán de perdón para sus verdugos; su alma se levanta con brío sobre nuestras categorías humanas.
Sin querer nos golpea la mente la fórmula elemental del Catecismo. Ser cristiano es tener fe en Cristo y hacer profesión de servirlo. Con la perspectiva de ser dignos de una hora de martirio, para la mayoría imposible; pero con el vigor necesario para ella. El pórtico del Catecismo nos señala una alta meta final, que se confunde ya con el pórtico mismo de la eternidad. ¿Somos verdaderamente cristianos? ¿Desde hace cuántos años?
Fuente:Año Cristiano, T.I, BAC, Jose Ignacio Telechea


"¡Señor, Dios omnipotente. Padre de tu amado siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de Ti!... Yo te bendigo porque me tuviste digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus testigos (mártires), en el cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida. Yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico.... por mediación de Jesucristo, tu siervo amado...
Bendito seas siempre, oh Señor; que tu nombre adorable sea glorificado por todos los siglos, por Jesucristo pontífice eterno y omnipotente, y que se te rinda todo el honor con él y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos”