martes, febrero 27, 2007

MEDITACIÓN

LA CUARESMA ES UNA LLAMADA URGENTE DEL SEÑOR A LA RENOVACIÓN INTERIOR, EN LA ORACIÓN Y EN LA VUELTA A LOS SACRAMENTOS
Conviene que vuestras comunidades eclesiales tomen parte en las “Campañas de Cuaresma”; os ayudarán así a orientar el ejercicio de vuestro espíritu de penitencia compartiendo lo que vosotros poseéis con los que tienen menos o que no tienen nada. ¿Podéis vosotros quedaros todavía ociosos en la plaza porque nadie os ha invitado a trabajar? La obra de la caridad cristiana necesita obreros; la Iglesia os llama. No esperéis a que sea muy tarde para socorrer a Cristo que está en la cárcel o sin vestidos, a Cristo que es perseguido o está refugiado, a Cristo que tiene hambre o está sin vivienda. Ayudad a nuestros hermanos y hermanas que no tienen el mínimo necesario para poder llegar a una auténtica promoción humana..." (1979).
El espíritu de penitencia y su práctica nos conducen a desprendernos sinceramente de todo lo que poseemos de superfluo, y a veces incluso de lo necesario, y que nos impide “ser” verdaderamente lo que Dios quiere que seamos: «donde está tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 21). ¿Está nuestro corazón apegado a las riquezas materiales, al poder sobre los demás, a las sutilezas egoístas de dominio? En tal caso tenemos necesidad de Cristo Liberador Pascual que, si lo queremos, puede liberarnos de las ataduras de pecado que nos atenazan..." (1980).
La Cuaresma es un tiempo de verdad. En efecto, el cristiano, invitado por la Iglesia a la oración, a la penitencia y al ayuno, a despojarse de sí mismo interior y exteriormente, se coloca ante su Dios y se reconoce, se descubre de nuevo. «Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te convertirás» (palabras de imposición de la ceniza). Acuérdate, hombre, de que no eres llamado solamente a las realidades de los bienes terrestres y materiales que pueden desviarte de lo esencial. Acuérdate, hombre, de tu vocación primordial: vienes de Dios y vuelves a Dios, yendo hacia la resurrección que es el camino trazado por Cristo. «El que no toma su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 27). Tiempo de verdad, que convierte, da esperanza –volviendo a poner todo en su justo lugar– calma y hace nacer el optimismo. (1981).
Se nos ha dado el tiempo litúrgico de la Cuaresma, en y por la Iglesia, con el fin de purificarnos del resto de egoísmo, de apego excesivo a los bienes, materiales o de cualquier otra clase, que nos mantienen distanciados de los que tienen derechos sobre nosotros, principalmente de aquellos que, físicamente cercanos o distantes de nosotros, no tienen la posibilidad de vivir la dignidad de sus vidas de hombres y mujeres, creados por Dios a su imagen y semejanza. Por consiguiente, dejaos imbuir del espíritu de penitencia y conversión, que es espíritu de amor y participación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, estad cerca de los despojados y heridos, y de los que el mundo ignora y rechaza. Participad en todo aquello que se realiza en vuestra Iglesia local, a fin de que los cristianos y los hombres de buena voluntad procuren a cada uno de sus hermanos los medios, aun materiales, de vivir con dignidad y de tomar ellos mismos bajo su responsabilidad su promoción humana y espiritual, y la de sus familias..." (1982).
La Cuaresma es verdaderamente una llamada urgente del Señor a la renovación interior, personal y comunitaria, en la oración y en la vuelta a los sacramentos, pero también una manifestación de caridad, a través de los sacrificios personales y colectivos de tiempo, dinero y bienes de todo género, para subvenir a las necesidades y miserias de nuestros hermanos del mundo entero. Compartir es un deber al que los hombres de buena voluntad, y sobre todo los discípulos de Cristo, no pueden sustraerse. Las maneras de compartir pueden ser múltiples, desde el voluntariado con el que se ofrecen servicios con una espontaneidad verdaderamente evangélica: desde los donativos generosos y aun repetidos, sacados de lo superfluo y tal vez de lo necesario, hasta el trabajo propuesto al parado o al que está en situación de perder toda esperanza..." (1983).
Cristo sufre igualmente con los que están legítimamente hambrientos de justicia y de respeto hacia su dignidad humana, con los que son defraudados en sus libertades fundamentales, con los que están abandonados o, peor aún, son explotados en su situación de pobreza. Cristo sufre con los que aspiran a una paz equitativa y general, cuando ésta es destruida o amenazada por tantos conflictos y por un super-armamento demencial. ¿Es posible olvidar que el mundo está para construir y no para destruir? En una palabra, Cristo sufre con todas las víctimas de la miseria material, moral y espiritual. «Tuve hambre y me disteis de comer...; era forastero, y me acogisteis; enfermo y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36). Estas palabras serán dirigidas a cada uno de nosotros el día del Juicio. Pero desde ahora ya nos interpelan y nos juzgan..." (1984).
Tengo compasión de la muchedumbre (Mc 8, 2), dijo Jesús antes de multiplicar los panes para alimentar a quienes le seguían desde hacía tres días para escuchar su palabra. El hambre del cuerpo no es la única que padece la humanidad; tantos de nuestros hermanos y hermanas tienen también hambre y sed de dignidad, de libertad, de justicia, de alimento para su inteligencia y su alma; hay también desiertos para los espíritus y los corazones. ¿Cómo manifestar de un modo concreto nuestra conversión y nuestro espíritu de penitencia en este tiempo de preparación a la Pascua? ... En los países que sufren el hambre y la sed, los cristianos participan en las ayudas urgentes y en las batallas contra las causas de esta catástrofe de las cuales ellos son víctimas como sus compatriotas. Ayudémosles compartiendo lo superfluo e incluso lo necesario: esto es precisamente la práctica del ayuno. Tomemos parte generosamente en las acciones programadas en nuestras Iglesias locales..." (1985).
El Evangelio nos da la ley de la caridad, muy bien definida por las palabras y ejemplos constantes de Cristo, el buen Samaritano. Él nos pide que amemos a Dios y a todos nuestros hermanos, sobre todo los más necesitados. La caridad, en verdad, nos purifica de nuestro egoísmo; derriba las murallas de nuestro aislamiento; abre los ojos y hace descubrir al prójimo que está a nuestro lado, al que está lejos y a toda la humanidad. La caridad es exigente pero confortadora, porque es el cumplimento de nuestra vocación cristiana y nos hace participar en el Amor del Señor. (1986).
A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada (Lc 1, 53). Estas palabras que la Virgen María pronunció en su Magníficat son a la vez una alabanza a Dios Padre y una llamada que cada uno de nosotros debe acoger en su corazón y meditar en este tiempo de Cuaresma. María nos enseña las verdaderas riquezas, las que no pasan, las que vienen de Dios. Nosotros debemos desearlas, tener hambre de ellas, abandonar todo lo que es ficticio y pasajero, para recibir estos bienes y recibirlos en abundancia. Convirtámonos; abandonemos la vieja levadura (cf. 1 Cor 5, 6) del orgullo y de todo lo que lleva a la injusticia, al menosprecio, al afán de poseer nosotros dinero y poder..." (1987).
El tiempo de Cuaresma, que marca profundamente la vida de todas las comunidades cristianas, favorece el espíritu de recogimiento, de oración, de escucha de la Palabra de Dios; estimula la respuesta pronta y generosa a la invitación que hace el Señor por medio del Profeta: «El ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo... Entonces clamarás al Señor y Él te responderá, gritarás y Él te dirá: Aquí Estoy» (Is 58, 6.7.9)..." (1988).
El pan nuestro de cada día, dánosle hoy (Mt 6, 11). Con esta petición se inicia la segunda parte de la oración que Jesús mismo enseñó a sus discípulos y que todos los cristianos repetimos fervorosamente cada día... La fe debe ir acompañada de obras concretas. Invito a todos para que se tome conciencia del grave flagelo del hambre en el mundo, para que se emprendan nuevas acciones y se consoliden las ya existentes a favor de los que sufren el hambre, para que se compartan los bienes con los que no tienen, para que se fortalezcan los programas encaminados a la autosuficiencia alimenticia de los pueblos...«Padre nuestro que estás en los cielos... el pan nuestro de cada día dánosle hoy», que ninguno de tus hijos se vea privado de los frutos de la tierra; que ninguno sufra más la angustia de no tener el pan cotidiano para sí y para los suyos; que todos solidariamente, llenos del inmenso amor que Tú nos tienes, sepamos distribuir el pan que tan generosamente Tú nos das; que sepamos extender la mesa para dar cabida a los más pequeños y más débiles, y así un día, merezcamos todos participar en tu mesa celestial..." (1989).
Al comienzo de esta Cuaresma invoco la abundancia de gracia y de luz que se irradia del misterio de la Pasión y Resurrección de Cristo, a fin de que cada una de las personas y de las comunidades eclesiales y religiosas de toda la Iglesia, encuentren la inspiración y energías necesarias para las obras de concreta solidaridad en favor de los hermanos y hermanas refugiados y exiliados; y así éstos, confortados por la fraterna ayuda y el interés de los demás, encuentren fuerza y esperanza para proseguir en su fatigoso camino..." (1990).

En este tiempo de Cuaresma volvemos a dirigirnos a Dios rico en Misericordia, fuente de todo buen para pedirle que cure nuestro egoísmo, nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo. La Cuaresma y el tiempo pascual nos sitúan ante la actitud de total identificación de Nuestro Señor Jesucristo con los pobres. El Hijo de Dios, que se hizo pobre por amor nuestro, se identifica con aquellos que sufren, lo cual está expresado claramente en sus propias palabras: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40)..." (1991).
En actitud orante y comprometida hemos de escuchar atentamente aquellas palabras: «Mira que estoy a la puerta y llamo» (Ap 3, 20). Sí, es el mismo Señor quien llama dulcemente al corazón de cada uno, sin forzarnos, esperando pacientemente que le abramos la puerta para que Él pueda entrar y sentarse a la mesa con nosotros. Pero, además, nunca debemos olvidar que –según el mensaje central del Evangelio– Jesús llama desde cada hermano, y nuestra respuesta personal servirá de criterio para ponernos a Su derecha con los bienaventurados, o a Su izquierda con los desdichados: «Tuve hambre... tuve sed... era forastero... estaba desnudo... enfermo... en la cárcel» (cf. Mt 25, 34 ss.)..." (1992).
Tengo sed (Jn 19, 28) . Queridos hermanos y hermanas, os invito, durante la Cuaresma, a meditar la Palabra de vida dejada por Cristo a su Iglesia para que ilumine el camino de cada uno de sus miembros. Reconoced la Voz de Jesús que os habla, especialmente en este tiempo de Cuaresma, en la Iglesia, en las celebraciones litúrgicas, en las exhortaciones de vuestros pastores. Escuchad la voz de Jesús que, fatigado y sediento, dice a la Samaritana junto al pozo de Jacob: «Dame de beber» (Jn 4, 7). Contemplad a Jesús clavado en la Cruz, agonizante, y escuchad su voz apenas perceptible: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Hoy Cristo repite su petición y revive los tormentos de su agonía en nuestros hermanos los más pobres..." (1993).
La familia está al servicio de la caridad, la caridad está al servicio de la familia En los momentos particularmente difíciles por los que atraviesa nuestro mundo, pedimos que las familias, a ejemplo de María que se apresuró a visitar a su prima Isabel, sepan hacerse cercanas a los hermanos que padecen necesidad y que les encomienden en sus oraciones. Como el Señor, que cuida de los hombres, que también nosotros podamos decir: «He visto la aflicción de mi pueblo, sus gritos han llegado hasta mí» (1 Sam 9, 16); nosotros no podemos permanecer sordos a sus llamadas, pues la pobreza de un número cada vez más creciente de hermanos nuestros destruye su dignidad de hombre y desfigura a la humanidad entera: es una injuria al deber de solidaridad y de justicia..." (1994)

El Espíritu del Señor... me ha ungido... para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar... la vista a los ciegos (Lc 4, 18). En el tiempo de Cuaresma deseo reflexionar con todos vosotros sobre un mal oscuro que priva a un gran número de pobres de muchas posibilidades de progreso, de superación de la marginación y de una verdadera liberación. Estoy pensando en el analfabetismo ... Esta terrible plaga contribuye a mantener inmensas multitudes en condiciones de subdesarrollo, con todo lo que ello comporta de escandalosa miseria. Numerosos testimonios provenientes de los diversos continentes, así como lo que yo he podido constatar durante mis viajes apostólicos, confirman mi convicción de que allí donde existe el analfabetismo reinan más que en otras partes del mundo el hambre, las enfermedades, la mortalidad infantil y también la humillación, la explotación y los sufrimientos de todo tipo..." (1995)

Dadles vosotros de comer (Mt 14, 16) . El Evangelio evidencia que el Redentor manifiesta singular compasión por cuantos están en dificultad; les habla del Reino de Dios y sana en el cuerpo y en el espíritu a cuantos tienen necesidad de curas. Luego dice a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos se dan cuenta que no tienen mas que cinco panes y dos peces. También nosotros hoy, como entonces los Apóstoles en Betsaida, disponemos de medios ciertamente insuficientes para atender con eficacia a los cerca de ochocientos millones de personas hambrientas o desnutridas que luchan todavía por su supervivencia. ¿Qué hacer entonces? ¿Dejar las cosas como están, resignándonos a la impotencia? Este es el interrogante sobre el cual quiero llamar la atención en el inicio de la Cuaresma, de todo fiel y de la entera comunidad eclesial. La muchedumbre de hambrientos, constituida por niños, mujeres, ancianos, emigrantes, prófugos y desocupados eleva hacia nosotros su grito de dolor. Nos imploran, esperando ser escuchados. ¿Cómo no hacer atentos nuestros oídos y vigilantes nuestros corazones, comenzando a poner a disposición aquellos cinco panes y aquellos dos peces que Dios ha depositado en nuestras manos? Todos podemos hacer algo por ellos, llevando a cada uno la propia aportación. Ciertamente esto exige renuncias, que suponen una interior y profunda conversión. Es necesario, sin duda, revisar los comportamientos consumistas, combatir el hedonismo, oponerse a la indiferencia y a eludir las responsabilidades..." (1996)
Venid, benditos de mi Padre, porque estaba sin casa y me alojasteis (cf. 25,34-35). Del Amor de Dios aprende el cristiano a socorrer al necesitado, compartiendo con él los propios bienes materiales y espirituales. Esta solicitud no representa sólo una ayuda material para quien está en dificultad, sino que es también una ocasión de crecimiento espiritual para el mismo que la practica, que así se ve alentado a despegarse de los bienes terrenos. En efecto, existe una dimensión más elevada, indicada por Cristo con su ejemplo: "El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20). De este modo Él quería expresar su total disponibilidad hacia el Padre celestial, cuya voluntad deseaba cumplir sin dejarse atar por la posesión de los bienes terrenos, pues existe el peligro constante de que en el corazón del hombre las realidades terrenas ocupen el lugar de Dios (...) La Cuaresma es, pues, una ocasión providencial para llevar a cabo ese desapego espiritual de las riquezas para abrirse así a Dios, hacia el Cual el cristiano debe orientar toda la vida, consciente de no tener morada fija en este mundo, porque "somos ciudadanos del cielo" (Flp. 3, 20). En la celebración del misterio pascual, al final de la Cuaresma, se pone de relieve cómo el camino cuaresmal de purificación culmina con la entrega libre y amorosa de sí mismo al Padre. Este es el camino por el que el discípulo de Cristo aprende a salir de sí mismo y de sus intereses egoístas para encontrar a los hermanos con el amor..." (1997).

Venid, benditos de mi Padre, porque era pobre y marginado, y me habéis acogido (cf. Mt 25,34-36) . Todo cristiano está llamado a compartir las penas y las dificultades del otro, en el cual Dios mismo se encuentra oculto. Pero el abrirse a las necesidades del hermano implica una acogida sincera, que sólo es posible con una actitud personal de pobreza de espíritu. En efecto, no hay únicamente una pobreza de signo negativo. Hay también una pobreza que es bendecida por Dios. El Evangelio la llama "dichosa" (cf. Mt 5,3). Gracias a ella el cristiano reconoce que la propia salvación proviene exclusivamente de Dios y, al mismo tiempo, se hace disponible para acoger y servir a los hermanos, a los que considera "superiores a sí mismo" (Fl 2,3). La pobreza espiritual es fruto del corazón nuevo que Dios nos da; en el tiempo de Cuaresma, este fruto debe madurar en actitudes concretas, tales como el espíritu de servicio, la disponibilidad para buscar el bien del otro, la voluntad de comunión con el hermano, el compromiso de combatir el orgullo que nos impide abrirnos al prójimo..." (1998).
El Señor preparará un banquete para todos los pueblos (cf. Is 25, 6) . Estas palabras, que inspiran el presente mensaje cuaresmal, nos llevan a reflexionar en primer lugar sobre la solicitud providente del Padre celestial por todos los hombres. Ésta se manifiesta ya en el momento de la creación, cuando “vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1, 31), y se confirma después en la relación privilegiada con el pueblo de Israel, elegido por Dios como pueblo suyo para llevar adelante la obra de la salvación. Finalmente, esta solicitud providente alcanza su plenitud en Jesucristo: en Él la bendición de Abraham llega a los gentiles y recibimos la promesa del Espíritu Santo mediante la fe (cf. Ga 3, 14)... La Cuaresma es el tiempo propicio para expresar sincera gratitud al Señor por las maravillas que ha hecho en favor del hombre en todas las épocas de la historia y, de modo particular, en la Redención, para la cual no perdonó ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32)..." (1999).
Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20) . Estas palabras de Jesús nos aseguran que no estamos solos cuando anunciamos y vivimos el evangelio de la caridad. En esta Cuaresma del Año 2000 Él nos invita a volver al Padre, que nos espera con los brazos abiertos para transformarnos en signos vivos y eficaces de su amor misericordioso. A María, Madre de todos los que sufren y Madre de la divina misericordia, confiamos nuestros propósitos e intenciones; que Ella sea la estrella que nos ilumine en el camino del nuevo milenio. Con estos deseos, invoco sobre todos la bendición de Dios, Uno y Trino, principio y fin de todas las cosas, a Él “hasta el fin del mundo” se eleva el himno de bendición y alabanza: “Por Cristo, con Él y en él, a Ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”. (2000).
La caridad no toma en cuenta el mal (1 Cor 13,5) . En esta expresión de la primera Epístola a los Corintios, el apóstol Pablo recuerda que el perdón es una de las formas más elevadas del ejercicio de la caridad. El periodo cuaresmal representa un tiempo propicio para profundizar mejor sobre la importancia de esta verdad. Mediante el Sacramento de la Reconciliación, el Padre nos concede en Cristo su perdón y esto nos empuja a vivir en la caridad, considerando al otro no como un enemigo, sino como un hermano. Que este tiempo de penitencia y de reconciliación anime a los creyentes a pensar y a obrar bajo la orientación de una caridad autentica, abierta a todas las dimensiones del hombre. Esta actitud interior los conducirá a llevar los frutos del Espíritu (cfr Gal 5, 22) y a ofrecer, con corazón nuevo, la ayuda material a quien se encuentra en necesidad. Un corazón reconciliado con Dios y con el prójimo es un corazón generoso. En los días sagrados de la Cuaresma la "colecta" asume un valor significativo, porque no se trata de dar lo que nos es superfluo para tranquilizar la propia conciencia, sino de hacerse cargo con solidaria solicitud de la miseria presente en el mundo. Considerar el rostro doliente y las condiciones de sufrimiento de muchos hermanos y hermanas no puede no impulsar a compartir, al menos parte de los propios bienes, con aquellos que se encuentran en dificultad. Y la ofrenda de Cuaresma resulta todavía más rica, si quien la cumple se ha librado del resentimiento y de la indiferencia, obstáculos que alejan de la comunión con Dios y con los hermanos..." (2001).
Gratis lo recibisteis; dadlo gratis (Mt 10, 8) Que estas palabras del Evangelio resuenen en el corazón de toda comunidad cristiana en la peregrinación penitencial hacia la Pascua. Que la Cuaresma, llamando la atención sobre el misterio de la muerte y resurrección del Dios, lleve a todo cristiano a asombrarse profundamente ante la grandeza de semejante don. ¡Sí! Gratis hemos recibido. ¿Acaso no está toda nuestra existencia marcada por la benevolencia de Dios? Es un don el florecer de la vida y su prodigioso desarrollo. Precisamente por ser un don, la existencia no puede ser considerada una posesión o una propiedad privada, por más que las posibilidades que hoy tenemos de mejorar la calidad de vida podrían hacernos pensar que el hombre es su “dueño”. Efectivamente, las conquistas de la medicina y la biotecnología pueden en ocasione inducir al hombre a creerse creador de sí mismo y a caer en la tentación de manipular “el árbol de la vida” (Gn 3, 24) . (2002).
Hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hechos 20, 35) . No se trata de un simple llamamiento moral, ni de un mandato que llega al hombre desde fuera. La inclinación a dar está radicada en lo más hondo del corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros, y se realiza plenamente cuando se da libremente a los demás. El creyente experimenta una profunda satisfacción siguiendo la llamada interior de darse a los otros sin esperar nada. El esfuerzo del cristiano por promover la justicia, su compromiso de defender a los más débiles, su acción humanitaria para procurar el pan a quién carece de él, por curar a los enfermos y prestar ayuda en las diversas emergencias y necesidades, se alimenta del particular e inagotable tesoro de amor que es la entrega total de Jesús al Padre. El creyente se siente impulsado a seguir las huellas de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre que, en la perfecta adhesión a la voluntad del Padre, se despojó y humilló a sí mismo, (cf. Flp 2,6 ss), entregándose a nosotros con un amor desinteresado y total, hasta morir en la cruz. Desde el Calvario se difunde de modo elocuente el mensaje del amor trinitario a los seres humanos de toda época y lugar. (2003)

El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a Mí me recibe (Mt 18,5) . Jesús amó a los niños y fueron sus predilectos “por su sencillez, su alegría de vivir, su espontaneidad y su fe llena de asombro” (Ángelus, 18.12.1994). Ésta es la razón por la cual el Señor quiere que la comunidad les abra el corazón y los acoja como si fueran Él mismo: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” (Mt 18,5). Junto a los niños, el Señor sitúa a los “hermanos más pequeños”, esto es, los pobres, los necesitados, los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos y los encarcelados. Acogerlos y amarlos, o bien tratarlos con indiferencia y rechazarlos, es como si se hiciera lo mismo con Él, ya que Él se hace presente de manera singular en ellos. El Evangelio narra la infancia de Jesús en la humilde casa de Nazareth, en la que, sujeto a sus padres, “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). Al hacerse niño, quiso compartir la experiencia humana. “Se despojó de sí mismo – escribe el Apóstol San Pablo –, tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,7-8). Cuando a la edad de doce años se quedó en el templo de Jerusalén, mientras sus padres le buscaban angustiados, les dijo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49). Ciertamente, toda su existencia estuvo marcada por una filial sumisión al Padre. “Mi alimento – decía – es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34). (2004)
En Él está tu vida, así como la prolongación de tus días (Dt 30,20). Son palabras que Moisés dirige al pueblo invitándolo a estrechar la alianza con el Señor en el país de Moab, “Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él” (Dt 30, 19-20). La fidelidad a esta alianza divina, constituye para Israel una garantía de futuro, “mientras habites en la tierra que el Señor juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob” (Dt 30,20). Llegar a la edad madura es, en la visual bíblica, signo de la bendición y de la benevolencia del Altísimo. La longevidad se presenta de este modo, como un especial don divino. Desearía que durante la Cuaresma pudiéramos reflexionar sobre este tema. Ello nos ayudará a alcanzar una mayor comprensión de la función que las personas ancianas están llamadas a ejercer en la sociedad y en la Iglesia, y, de este modo, disponer también nuestro espíritu a la afectuosa acogida que a éstos se debe. En la sociedad moderna, gracias a la contribución de la ciencia y de la medicina, estamos asistiendo a una prolongación de la vida humana y a un consiguiente incremento del número de las personas ancianas. Todo ello solicita una atención más específica al mundo de la llamada "tercera edad”, con el fin de ayudar a estas personas a vivir sus grandes potencialidades con mayor plenitud, poniéndolas al servicio de toda la comunidad. El cuidado de las personas ancianas, sobre todo cuando atraviesan momentos difíciles, debe estar en el centro de interés de todos los fieles, especialmente de las comunidades eclesiales de las sociedades occidentales, donde dicha realidad se encuentra presente en modo particular..." (2005)

Oh María, Tú que has recorrido
el camino de la Cruz junto con tu Hijo,
quebrantada por el dolor en tu Corazón de Madre,
pero recordando siempre el "fiat"
e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus
promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la
gracia del abandono en el Amor de Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba,
por dura y larga que sea, jamás dudemos de su Amor.
A Jesús, Tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. R/.Amén.

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