miércoles, abril 15, 2009

138: El Sto.Padre dijo:En Africa .

Homilía de Benedicto XVI ante más de un millón de personas en Luanda

En la misa del domingo deldomingo 22 de marzo del 2009 durante la santa misa que presidió junto a obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, movimientos eclesiales y los catequistas de Angola y Santo Tomé en la iglesia San Pablo de Luanda.


Señores cardenales, 
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas en Cristo:


«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3,16). Estas palabras nos colman de gozo y esperanza, pues anhelamos el cumplimiento de las promesas de Dios. Para mí es hoy un motivo de alegría celebrar como Sucesor del Apóstol Pedro esta Misa con vosotros, mis hermanos y hermanas en Cristo, que venís de diversas regiones de Angola, Santo Tomé y Príncipe y de muchos otros Países. Saludo con gran afecto en el Señor a las comunidades católicas de Luanda, Bengo, Cabinda, Benguela, Huambo, Huíla, Kuando Kubango, Kunene, Kwanza Norte, Kwanza Sul, Lunda Norte, Lunda Sul, Malanje, Namibe, Moxico, Uíje y Zaire. 

Saludo especialmente a mis Hermanos Obispos, los miembros de la Asociación Inter-regional de los Obispos del África Austral, reunidos alrededor de este altar del sacrificio del Señor. Agradezco al Presidente de la C.E.A.S.T., Arzobispo Damião Franklin, por sus amables palabras de bienvenida y, en la persona de sus Pastores, saludo a todos los fieles de las naciones de Botswana, L esotho, Mozambique, Namibia, Sudáfrica, Suazilandia y Zimbabue. 

La primera lectura de hoy tiene una resonancia particular para el Pueblo de Dios en Angola. Es un mensaje de esperanza para el Pueblo elegido en la lejanía de su destierro, una invitación a volver a Jerusalén para reconstruir el Templo del Señor. La descripción vibrante de la destrucción y la ruina causada por la guerra refleja la experiencia personal de muchos en este País durante las terribles devastaciones de la guerra civil. Qué verdad es el que la guerra puede destruir «todo lo que tiene valor» (cf. 2 Cr 36,19): familias, comunidades enteras, el fruto de la fatiga de los hombres, las esperanzas que guían y alientan sus vidas y su trabajo. Esta experiencia es demasiado familiar en el conjunto de África: el poder destructivo de la guerra civil, el caer en el torbellino del odio y la venganza, el despilfarro de los esfu erzos de generaciones de gente de bien. Cuando se descuida la Palabra del Señor - una Palabra que tiende a la edificación de las personas, de las comunidades y de toda la familia humana -, y la Ley de Dios es objeto de «burla, desprecio y escarnio» (cf. ibíd., v. 16), el resultado sólo puede ser destrucción e injusticia, deshonra de nuestra común humanidad y traición de nuestra vocación a ser hijos e hijas del Padre misericordioso, hermanos y hermanas de su Hijo predilecto. 

Nos confortan, pues, las palabras consoladoras que hemos escuchado en la primera lectura. La llamada a volver y a reconstruir el Templo de Dios tiene un significado particular para todos nosotros. San Pablo, de cuyo nacimiento celebramos este año el bimilenario, nos dice que «somos santuario del Dios vivo» (2 Co 6,16). Como sabemos, Dios habita en el corazón de los que ponen su confianza en Cristo, han renac ido en el Bautismo y se han convertido en templo del Espíritu Santo. También ahora, en la unidad del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, Dios nos llama a reconocer en nosotros la fuerza de su presencia, a acoger de nuevo el don de su amor y su perdón, y a convertirnos en mensajeros de este amor misericordioso en nuestras familias y comunidades, en la escuela, el trabajo y en cada sector de la vida social y política. 

Aquí en Angola, este domingo ha sido declarado como día de oración y sacrificio por la reconciliación nacional. El Evangelio nos enseña que la reconciliación - una verdadera reconciliación - sólo puede ser fruto de una conversión, de una transformación del corazón, de un nuevo modo de pensar. Nos enseña que sólo la fuerza del amor de Dios puede cambiar nuestros corazones y hacernos triunfar sobre el poder del pecado y la división. Cua ndo estábamos «muertos por nuestros pecados» (cf. Ef 2,5), su amor y su misericordia nos han ofrecido la reconciliación y la vida nueva en Cristo. Éste es el núcleo de la enseñanza del apóstol Pablo, y es importante para nosotros volver a traer a la memoria que sólo la gracia de Dios puede crear en nosotros un corazón nuevo. Sólo su amor puede cambiar nuestro «corazón de piedra» (Ez 11,19) y hacernos capaces de construir, en lugar de demoler. Sólo Dios puede hacer nuevas todas las cosas. 

He venido a África precisamente para predicar este mensaje de perdón, de esperanza y de una vida nueva en Cristo. Hace tres días, en Yaundé, he tenido la alegría de hacer público el Instrumentum laboris de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, que estará dedicada al tema: La Iglesia en Á frica al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz. Hoy os pido que recéis, junto con nuestros hermanos y hermanas de toda África, por esta intención: que todo cristiano en este gran Continente sienta el toque saludable del amor misericordioso de Dios, y que la Iglesia en África sea «gracias al testimonio ofrecido por sus hijos e hijas, lugar de auténtica reconciliación» (Ecclesia in Africa, 79). 

Queridos amigos, éste es el mensaje que el Papa os dirige a vosotros y a vuestros hijos. Habéis recibido del Espíritu Santo la fuerza de ser los constructores de un porvenir mejor para vuestro querido País. En el Bautismo se os ha dado el Espíritu para ser heraldos del Reino de Dios, reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz (cf. Misal Romano, Jesucristo, Rey del universo, Prefacio). El día de vuestro Bautismo hab&eacu te;is recibido la luz de Cristo. Sed fieles a este don, con la certeza de que el Evangelio puede confirmar, purificar y ennoblecer los profundos valores humanos que hay en vuestra cultura nativa y en vuestras tradiciones: familias unidas, profundo sentido religioso, alegre celebración del don de la vida, estima por la sabiduría de los ancianos y por las aspiraciones de los jóvenes. Y agradeced también la luz de Cristo. Mostrad vuestro reconocimiento a quienes os la han traído: generaciones y generaciones de misioneros que tanto han contribuido y siguen contribuyendo al desarrollo humano y espiritual de este País. Agradeced el testimonio de tantos padres y maestros cristianos, catequistas, sacerdotes, religiosas y religiosos, que han sacrificado su propia vida para transmitiros este precioso tesoro. Asumid el reto que representa este gran patrimonio. Tened presente que la Iglesia en Angola y en toda África, tiene la tarea de ser ante el mundo un signo de esa unidad a la que, a través de la fe en Cristo redentor, está llamada toda la familia humana. 

En el Evangelio de hoy hay palabras de Jesús que suscitan una cierta impresión: Él nos dice que ya se ha dictado la sentencia de Dios sobre el mundo (cf. Jn 3,19ss). La luz ha venido al mundo. Pero los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Cuántas tinieblas hay en tantas partes del mundo. Las nubes del mal han oscurecido trágicamente también África, incluida esta amada Nación de Angola. Pensemos en el drama de la guerra, en las feroces consecuencias del tribalismo y las rivalidades étnicas, en la codicia que corrompe el corazón del hombre, esclaviza a los pobres y priva a las generaciones futuras de los recursos que necesitan para crear una sociedad más solidaria y más justa, una sociedad real y auténticamente af ricana en su genio y en sus valores. Y ¿qué decir de ese insidioso espíritu de egoísmo que encierra a las personas en sí mismas, divide las familias y, suplantando los grandes ideales de generosidad y abnegación, lleva inevitablemente al hedonismo, a la evasión en falsas utopías mediante el uso de la droga, a la irresponsabilidad sexual, al debilitamiento de la unión matrimonial, a la destrucción de las familias y la eliminación de vidas humanas inocentes por el aborto? 

Sin embargo, la palabra de Dios es una palabra de esperanza sin límites. En efecto, «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único... para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17). Dios nunca nos considera desahuciados. Él sigue invitándonos a levantar los ojos hacia un futuro de esperanza y nos promete la fuerza para conseguirlo. Como dice San Pablo en la segun da lectura de hoy, Dios nos ha creado en Cristo Jesús para vivir una vida justa, una vida en que hagamos buenas obras según su voluntad (cf. Ef 2,10). Nos ha dado sus mandamientos, no como una rémora, sino como un manantial de libertad: libertad para ser hombres y mujeres llenos de sabiduría, maestros de justicia y paz, gente que tiene confianza en los otros y busca su auténtico bien. Dios nos ha creado para vivir en la luz y para ser luz del mundo que nos rodea. Esto es lo que Jesús nos dice en el Evangelio de hoy: «El que realiza la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios» (Jn 3,21). 

«Vivid, pues, conforme a la verdad». Irradiad la luz de la fe, la esperanza y el amor en vuestras familias y comunidades. Sed testigos de la santa verdad que hace libres a los hombres y las mujeres. Sabéis por una amarga experiencia que, tras la repentina fur ia destructora del mal, el trabajo de reconstrucción es penosamente lento y duro. Requiere tiempo, esfuerzo y perseverancia: debe comenzar en nuestros corazones, en los pequeños sacrificios cotidianos necesarios para ser fieles a la ley de Dios, en los pequeños gestos mediante los cuales demostramos amar a nuestros prójimos -todos ellos, sin distinción de raza, etnia o lengua - con la disponibilidad de colaborar con ellos para construir juntos sobre fundamentos duraderos. Haced que vuestras parroquias se conviertan en comunidades donde la luz de la verdad de Dios y el poder del amor reconciliador de Cristo no solamente se celebren, sino que también se manifiesten en obras concretas de caridad. No tengáis miedo. Aunque esto signifique ser un «signo de contradicción» (Lc 2,34) frente a actitudes duras y una mentalidad que considera a los otros como instrumentos para usar, en vez de como hermanos y hermanas a los q ue amar, respetar y ayudar a lo largo del camino de la libertad, la vida y la esperanza. 

Permitidme concluir con una palabra dirigida particularmente a los jóvenes de Angola y a todos los jóvenes de África. Queridos jóvenes amigos, vosotros sois la esperanza del futuro de vuestro País, la promesa de un mañana mejor. Comenzad a crecer desde hoy en vuestra amistad con Jesús, que es «el camino, y la verdad, y la vida» (Jn 14,6): una amistad alimentada y profundizada por la oración humilde y perseverante. Buscad su voluntad sobre vosotros, escuchando cotidianamente su palabra y dejando que su ley modele vuestra vida y vuestras relaciones. De este modo os convertiréis en profetas sabios y generosos del amor salvador de Dios; llegaréis a ser evangelizadores de vuestros propios compañeros, llevándolos con vuestro ejemplo personal a que aprecien la belleza y la verdad del Evangeli o, y a encaminarse por la esperanza de un futuro plasmado por los valores del Reino de Dios. La Iglesia necesita vuestro testimonio. No tengáis miedo de responder generosamente a la llamada de Dios para servirlo, bien como sacerdotes, religiosas o religiosos, bien como padres cristianos o en tantas otras formas de servicio que la Iglesia os propone. 

Queridos hermanos y hermanas, al final de la primera lectura de hoy, Ciro, rey de Persia, inspirado por Dios, ordena al Pueblo elegido que vuelva a su querida Patria y reconstruya el Templo del Señor. Que estas palabras del Señor sean una llamada para todo el Pueblo de Dios en Angola y en toda África del Sur: Levantaos, poneos en camino (cf. 2 Cr 36,23). Mirad al futuro con esperanza, confiad en las promesas de Dios y vivid en su verdad. De este modo construiréis algo destinado a permanecer, y dejaréis a las generaciones futuras una herencia duradera de reconciliación, de justi cia y de paz. Amén.

[© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]



Discurso de Benedicto XVI sobre la promoción de la mujer pronunció Benedicto XVI este domingo 23 de marzo por la tarde durante el encuentro con los movimientos católicos para la promoción de la mujer en la parroquia de San Antonio de Luanda. 


Queridos hermanos y hermanas

«No les queda vino», dijo María a Jesús, suplicando para que la boda pudiera continuar en fiesta, como siempre debe ser: «Los invitados a la boda no pueden ayunar mientras tienen al novio con ellos» (cf. Mc 2,19). La Madre de Jesús fue después a los sirvientes recomendándoles: «Haced lo que él os diga» (cf. Jn 2,1-5). Y aquella mediación materna hizo posible el «vino bueno», premonitor de una nueva alianza entre la omnipotencia divina y el corazón humano pobre pero bien dispuesto. Por lo demás, esto es lo que ya había sucedido en el pasado cuando - como hemos oído en la primera lectura - «todo el pueblo, a una, respondió: "haremos todo cuanto ha dicho el Señor"» (Ex 19,8). 

 
Que estas mismas palabras broten del corazón de todos los que estamos aquí reunidos, en esta iglesia de San Antonio, levantada gracias a la benemérita obra misionera de los Frailes menores capuchinos, como una nueva Tienda para el Arca de la Alianza, signo de la presencia de Dios en medio del pueblo en camino. Sobre ellos y cuantos colaboran y se benefician de la asistencia religiosa y social que se presta aquí, el Papa imparte una benévola y alentadora Bendición. Saludo cordialmente a todos los prese ntes: Obispos, presbíteros, consagrados y consagradas, y de modo particular a vosotros, fieles laicos, que asumís conscientemente los deberes de compromiso y testimonio cristiano que conlleva el sacramento del bautismo y, para los casados, también del sacramento de la matrimonio. Y, dado el motivo principal que nos reúne aquí, dirijo un saludo lleno de afecto y esperanza a las mujeres, a las que Dios ha confiado la fuente de la vida: vivís y apostáis por la vida, porque el Dios vivo ha apostado por vosotras. Saludo con espíritu agradecido a los responsables y animadores de los Movimientos eclesiales que se preocupan entre otras cosas por la promoción de la mujer angoleña. Agradezco a Mons. José de Queirós Alves y a vuestros representantes las palabras que me han dirigido, expresando los afanes y esperanzas de tantas heroínas silenciosas, como son las mujeres en esta querida Nación.
 
Exhorto a todos a ser realmente conscientes de las condiciones desfavorables a las que han estado sometidas - y lo siguen estando -muchas mujeres, examinando en qué medida esto puede ser causado por la conducta y la actitud de los hombres, a veces por su falta de sensibilidad o responsabilidad. Los designios de Dios son diferentes. Hemos escuchado en la lectura que todo el pueblo contestó al unísono: «Haremos todo cuanto ha dicho el Señor». Dice la Sagrada Escritura que el Creador divino, al ver la obra que había realizado, vio que faltaba algo: todo habría sido bueno si el hombre no hubiera estado solo. ¿Cómo podía el hombre solo ser imagen y semejanza de Dios, que es uno y trino, de Dios que es comunión? «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacer alguien como él que le ayude» (cf. Gn 2,18-20). Dios se puso de nuevo manos a la obra para cre ar la ayuda que faltaba, y se la proporcionó de forma privilegiada, introduciendo el orden del amor, que no veía suficientemente representado en la creación.

 
Como sabéis, hermanos y hermanas, este orden del amor pertenece a la vida íntima de Dios mismo, a la vida trinitaria, siendo el Espíritu Santo la hipóstasis personal del amor. Ahora bien, «sobre el designio eterno de Dios - como dijo el recordado Papa Juan Pablo II -, la mujer es aquella en quien el orden del amor en el mundo creado de las personas halla un terreno para su primera raíz» (Carta ap., Mulieris dignitatem, 29). En efecto, al ver el encanto fascinante que irradia de la mujer a causa de la íntima gracia que Dios le ha dado, el corazón del hombre se ilumina y se ve a sí mismo en ella: «Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23). La mujer es otro «yo» en la común humanidad. Hay que reconocer, afirmar y defender la misma dignidad del hombre y la mujer: ambos son personas, diferentes de cualquier otro ser viviente del mundo que les rodea.

 
Los dos están llamados a vivir en profunda comunión, en un recíproco reconocimiento y entrega de sí mismos, trabajando juntos por el bien común con las características complementarias de lo que es masculino y de lo que es femenino. ¿A quién se le oculta hoy la necesidad de dar más espacio a las «razones» del corazón? En un mundo como el actual, dominado por la técnica, se siente la exigencia de esta complementariedad de la mujer, para que el ser humano pueda vivir sin deshumanizarse del todo. Puede pensarse en las tierras donde hay más pobreza, en las regiones devastadas por la guerra, en muchas situaciones trágicas causadas por las migraciones, forzadas o no... En esos casos, casi siempre son las mujeres las que mantienen intacta la dignidad humana, defienden la familia y tutelan los valores culturales y religiosos.

 
Queridos hermanos y hermanas, la historia habla casi exclusivamente de las conquistas de los hombres, cuando, en realidad, una parte importantísima se debe a la acción determinante, perseverante y beneficiosa de las mujeres. Permitidme que, entre muchas mujeres extraordinarias, os hable de dos: Teresa Gomes y Maria Bonino. Angoleña la primera, fallecida el año 2004 en la ciudad de Sumbe, después de una vida conyugal feliz de la que nacieron 7 hijos; su fe cristiana fue inquebrantable y su celo apostólico admirable, sobre todo en los años 1975 y 1976, cuando una feroz propaganda ideológica y política se abatió sobre la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias de Porto Amboim, consiguiendo casi que se cerraran las puertas de la ig lesia. Teresa se convirtió entonces en la líder de los fieles que no se rindieron ante dicha situación, animándolos, protegiendo valerosamente las estructuras parroquiales y buscando cualquier modo posible para tener de nuevo la santa Misa. Su amor a la Iglesia la hizo incansable en la obra de la evangelización, bajo la guía de los sacerdotes. 

 
Maria Bonino fue una pediatra italiana, que se ofreció voluntaria para diversas misiones en esta querida África, y llegó a ser en los últimos años de su vida responsable del departamento pediátrico del hospital provincial de Uíje. Dedicada la cura de miles de niños allí hospitalizados, María pagó con el mayor sacrificio el servicio prestado durante una terrible epidemia de fiebre hemorrágica de Marburg, acabando contagiada ella misma; aunque se la trajo a Luanda, aquí murió y reposa desde el 24 de marzo de 2005. Pasado mañana se cumple el cuarto aniversario. La Iglesia y la sociedad humana se han enriquecido enormemente - y lo siguen siendo - por la presencia y las virtudes de las mujeres, particularmente por las que se han consagrado al Señor y, apoyándose en Él, se han puesto al servicio de los otros.

 
Queridos angoleños, hoy nadie debería dudar que las mujeres, sobre la base de su igual dignidad con los hombres, «tienen pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos públicos y su derecho debe ser afirmado y protegido incluso por medio de instrumentos legales donde se considere necesario. Sin embargo, este reconocimiento del papel público de las mujeres no debe disminuir su función insustituible dentro de la familia: aquí su aportación al bien y al progreso social, aunque esté poco considerada, tiene un valor verdaderamente inestimable» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1995, n. 9). Por lo demás, en el ámbito personal, la mujer siente la propia dignidad no tanto como el resultado de una afirmación de los derechos en el plano jurídico, sino más bien como el resultado directo de las atenciones materiales y espirituales que se reciben en la familia. La presencia materna dentro de la familia es tan importante para la estabilidad y el desarrollo de esta célula fundamental de la sociedad, que debería ser reconocida, alabada y apoyada de todos los modos posibles. Y, por el mismo motivo, la sociedad ha de llamar la atención a los maridos y a los padres sobre sus responsabilidades respecto a su propia familia. 

 
Queridas familias, sin duda os habéis dado cuenta de que ninguna pareja humana puede por sí sola, únicamente con las propias fuerzas, ofrecer a los hijos de manera adecuada el amor y el sentido de la vida. En efecto, para poder decir a alguien: «Tu vida es buena, aunque no se sepa su futuro», hace falta una autoridad y una credibilidad mayor de la que pueden dar los padres por sí solos. Los cristianos saben que esta autoridad mayor se ha dado a esa familia más grande, que Dios, por su Hijo Jesucristo y el don del Espíritu Santo, ha creado en la historia humana, es decir, la Iglesia. Vemos en ello la obra de ese Amor eterno e indestructible que asegura a la vida de cada uno de nosotros un sentido permanente, aunque no conozcamos su futuro. Por este motivo, la edificación de toda familia cristiana se realiza dentro de esa familia más grande que es la Iglesia, la cual la sostiene y la estrecha en su pecho, garantizando que sobre ella, ahora y en el futuro, se pose el «sí» del Creador. 

 
«No les queda vino», dice María a Jesús. Queridas mujeres angoleñas, tenedla como vuestra abogada ante el Señor. Así la conocemos desde aquellas bodas de Caná: como la mujer bondadosa, llena de solicitud maternal y de valor, la mujer que se da cuenta de las necesidades ajenas y, queriendo poner remedio, las lleva ante el Señor. Junto a Ella, todos, hombres y mujeres, podemos recobrar esa serenidad e íntima confianza que nos hace sentirnos bienaventurados en Dios e incansables en la lucha por la vida. Que la Virgen de Muxima sea la estrella de vuestra vida; que Ella os guarde unidos en la gran familia de Dios. Amén.

[© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]



Discurso de Benedicto XVI de despedida de Angola, lunes 23 de marzo de 2009 despedida de Angola que se celebró en el aeropuerto internacional "4 de Fevereiro" di Luanda, con la participación del presidente José Eduardo dos Santos.

“No os canséis de hacer progresar la paz”

Excelentísimo señor presidente de la República,
ilustrísimas autoridades civiles, militares y eclesiásticas, 
queridos hermanos y hermanas en Cristo, 
amigos todos de Angola:


 
A la hora de partir, y muy reconocido por la presencia de vuestra excelencia, señor presidente, deseo expresarle mi aprecio y gratitud, tanto por el distinguido tratamiento que me ha deparado como por las disposiciones tomadas para facilitar el desarrollo de los diversos encuentros que he tenido el gozo de vivir. Expreso mi cordial agradecimiento a las Autoridades civiles y militares, a los pastores y a los responsables de las comunidades e instituciones eclesiales implicadas en dichos encuentros, por la gentileza con que han querido honrarme durante estos días que he podido pasar con vosotros. Se debe una palabra de gratitud a los integrantes de los medios de comunicación social, a los agentes de los servicios de seguridad y a todos los voluntarios que, con generosidad, eficiencia y discreción, han contribuido al buen resultado de mi visita. 

Doy gracias a Dios por haber encontrado una Iglesia viva y, a pesar de las dificultades, llena de entusiasmo, que ha sabido llevar sobre los hombros su cruz, y la de los demás, dando testimonio ante todos de la fuerza salvadora del mensaje evangélico. Ella sigue anunciando que ha llegado el tiempo de la esperanza, comprometiéndose a pacificar los ánimos e invitando al ejercicio de una caridad fraterna que sepa abrirse a la acogida de todos, respetando las ideas y sentimientos de cada uno. Es el momento de despedirme y regresar a Roma, triste por tener que dejaros, pero contento por haber conocido un pueblo valeroso y decidido a renacer. No obstante las resistencias y los obstáculos, este pueblo quiere edificar su futuro caminando por la senda del perdón, la justicia y la solidaridad. 

Si se me permite dirigir aquí un llamamiento final, quisiera pedir que la justa realización de las aspiraciones fundamentales de la población más necesitada sea la principal preocupación de los que ejercen cargos públicos, pues su intención - estoy seguro - es desempeñar la misión encomendada, no para sí mismos, sino con vistas al bien común. Nuestro corazón no puede quedarse en paz mientras haya hermanos que sufren por falta de comida, de trabajo, de una casa o de otros bienes fundamentales. Para dar una respuesta concreta a estos nuestros hermanos en humanidad, el primer desafío que se ha de vencer es el de la solidaridad: solidaridad entre las generaciones, solidaridad entre las naciones y entre los continentes, que permita compartir cada vez más ecuánimemente los recursos de la tierra entre todos los hombres.

Y desde Luanda levanto la vista sobre toda África, dándole cita para el próximo mes de octubre en la Ciudad del Vaticano, cuando nos reuniremos para la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos dedicada a este Continente, donde el Verbo encarnado en persona encontró refugio. Ahora, ruego a Dios que haga sentir su protección y ayuda a los innumerables refugiados y expatriados que vagan en espe ra de una vuelta a su propia casa. El Dios del cielo les repite: «Aunque la madre se olvide de ti, Yo nunca te olvidaré» (cf. Is 49,15). Dios os ama como hijos e hijas; Él vela sobre vuestros días y vuestras noches, sobre vuestras fatigas y aspiraciones. 

Hermanos y amigos de África, queridos angoleños: ¡ánimo! No os canséis de hacer progresar la paz, haciendo gestos de perdón y trabajando por la reconciliación nacional, para que la violencia nunca prevalezca sobre el diálogo, el temor y el desaliento sobre la confianza y el rencor sobre el amor fraterno. Eso será posible si os reconocéis mutuamente como hijos del mismo y único Padre del Cielo. Dios bendiga Angola. Bendiga a cada uno de sus hijos e hijas. Bendiga el presente y el futuro de esta querida Nación. Adiós.

[© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]


Oremos por nuestro Santo Padre

Oh Dios, que para suceder al apóstol san Pedro, elegiste a tu siervo Benedicto XVI como pastor de tu grey, escucha la plegaria de tu pueblo y haz que nuestro Papa, vicario de Cristo en la tierra,confirme en la fe a todos los hermanos, y que toda la Iglesia se mantenga en comunión con él por el vínculo de la unidad, del amor y de la paz para que todos encuentren en ti, Pastor de los hombres, la verdad y la vida eterna

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