II. El mundo
Partiendo de la figura y obra de Cristo, Pablo explica y ordena los fenómenos del mundo y los acontecimientos de la historia. Como judío, Pablo entiende el mundo como creación de Dios (Rom 4, 17). El apóstol continúa la fe de Israel por su cristología de la creación. «Por el Señor Jesucristo son todas las cosas y nosotros somos por él» (1 Cor 8, 6; Col 1, 16-19; la cristología de la creación prosigue en Heb 1, 2-10; Jn 1, 3; Ap 3, 14).
La doctrina neotestamentaria de la creación en Cristo ha de entenderse como afirmación de fe desde el fin. Cristo es ahora el Señor. Volverá como juez (1 Tes 1, 10; Flp 2, 10). Desde el comienzo hubo de tener su puesto en el designio de Dios. Esa conclusión de fe estaba preparada por la doctrina veterotestamentaria de la sabiduría, según la cual ésta pertenece a Dios desde el principio y se hallaba ya presente en la creación del mundo (Prov 3, 19ss; 8, 22, 27-31; Ecclo 24, 5). Cristo es la sabiduría revelada de Dios (1 Cor 1, 24-30). Lo que fue dicho en el AT sobre la sabiduría, en el NT se apropia a Cristo. La redención misma es entendida como nueva creación en Cristo (2 Cor 4, 6; 5, 17). Por tanto, la raíz última de la fe cristiana en la creación no es la narración de Gén 1-2, sino la fe en Cristo. La fe en la creación está sostenida por Cristo como revelación y palabra de Dios, y en él se funda su certeza. Por eso, la fe en la creación no es sólo pía especulación de Israel o, menos todavía, el intento de una explicación religioso-mitológica del mundo, sino una verdad cristiana. Partiendo del centro, que es Cristo, toda la historia desde la creación hasta la consumación debe entenderse como una unidad.
III. Israel
Israel, su ley, su salvación y perdición es para Pablo un fenómeno oprimente de la historia. La incredulidad de su pueblo es para él un dolor profundo y una cuestión torturante (Rom 9, 2). El apóstol se sentía orgulloso de pertenecer al pueblo de la elección (Rom 11, lss; 2 Cor 11, 22). Era un israelita, más celoso que otros muchos (Gál 1, 14; Flp 3, 5). Para él la ley de Israel, como don de Dios, es santa, justa y buena (Rom 7, 12). La ley no era para Israel una carga, sino elección y gracia (Rom 2, 20-24; 9, 4). A la ley debía éste su fe pura en Dios en medio de la idolatría gentil, la ordenación de la vida y de la comunidad en medio de la inmoralidad pagana. El AT y el judaísmo hablan en muchos testimonios (así, Sal 119) de la alegría por la ley. ¿Es lícito al hombre, al piadoso sobre todo, y a la Iglesia liberarse de la ley de Dios? ¿No conduciría eso a la disolución y perdición universal? Pero si Cristo glorificado envió a Pablo en la aparición de Damasco a los gentiles, ese mandato misional sin duda implicaba ya que para éstos no podía seguir en vigor la antigua ley judaica. La cuestión se resuelve para Pablo desde la cruz.
El Cristo crucificado, pendiente del madero, es condenado y juzgado según la ley (Gál 3, 13 según Dt 21, 23). Como el Santo, él no merece esta pena. La sufre por otros, por el pecado según la ley. Con ello queda ahora satisfecha la maldición de la ley y abolida ésta con sus exigencias. Cristo es el fin de la ley (Rom 10, 4). El reconocimiento de la ley y la confesión simultánea de que Cristo fue crucificado según la ley era una contradicción insostenible. Pero la revelación de la salvación en Cristo permite reconocer la perdición del anterior eón (2 Cor 3, 16). La Iglesia está exenta de la ley o, más exactamente, ahora puede cumplir la verdadera y esencial exigencia de la ley, que es el amor (Rom 3, 31; 8, 4). Sin embargo, Israel sigue siendo el pueblo escogido de Dios, Dios «no se arrepiente de su gracia» (Rom 11, 29), no revoca sus dones. Por revelación ha recibido Pablo la certidumbre de que también Israel entero encontrará la salvación al fin de los tiempos (Rom 11, 26). Pero Pablo espera la consumación de Ios tiempos en un momento próximo. Por tanto, también Israel alcanzará pronto su redención.
IV. El hombre
También la imagen y la doctrina que Pablo ofrece sobre el –> hombre prosiguen la tradición de Israel por la fe en Cristo. Como nuevo Adán (Rom 5, 12), Cristo es principio y fundamento de un nuevo ser humano y de una nueva humanidad. Mientras que el primer Adán es terreno y comunica vida animal, este último Adán es espíritu vivificante, que procede del cielo (1 Cor 15, 45ss). Hasta la antigua doctrina de la semejanza con Dios (Gén 1, 27) es interpretada cristológicamente. En Cristo el hombre es creado de nuevo para la verdadera semejanza con el creador (Col 3, 9ss). El viejo hombre adamítico era prisionero de las concupiscencias. El hombre nuevo es creado otra vez para vivir en justicia y piedad (Ef 2, 10). Ahora Cristo es el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8, 29). La figura del redimido se consumará en la misma gloria del prototipo de Cristo (1 Cor 15, 49; Flp 3, 21). Del nuevo ser en Cristo se sigue la ética del nuevo deber, que se despliega de múltiples modos. Como actitudes fundamentales pueden y deben mencionarse la fe, la justicia, la libertad y la esperanza.
1. La –> fe reconoce y aprehende el obrar de Dios en Cristo. «Pero sabiendo que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley» (Gál 2, 16; de la referencia de la fe a Cristo hablan igualmente Rom 10, 17; 2 Cor 3, 4). La fe no es mérito del hombre, sino don de Dios. «A vosotros os ha sido concedido, no sólo el creer en Cristo, sino también el sufrir por él» (Flp 1, 29). Cuando Dios obra, el hombre no queda eximido de la responsabilidad, sino que es llamado a realizarla. «Trabajad con temor y temblor en la obra de vuestra salvación. Pues Dios es el que obra en vosotros tanto el querer como el obrar según su beneplácito» (Flp 2, 12). Sin embargo, la fe como decisión es también obra del hombre. Es obediencia a la palabra de Dios que alcanza al hombre en la predicación de la Iglesia (Rom 1, 5; 1 Tes 2, 13). La fe debe probarse en la práctica del amor (Gál 5, 6). Sólo la fe puede crear la justicia del hombre, que por sí mismo es siempre pecador (Rom 1, 18; 3, 20).
La fe es obediencia, pero no obediencia ciega; posee su «ciencia», por lo que conoce la obra de Dios. «Si hemos muerto con Cristo Jesús, sabemos que también viviremos con él» (Rom 6, 8ss). Al creyente se le abre una nueva inteligencia de sí mismo y de su existencia. «Sé y estoy plenamente persuadido en el Señor Jesús de que nada hay impuro de por sí» (Rom 14, 14; cf. Rom 5, 3; 2 Cor 1, 7; 5, 6; Flp 1, 19). A la fe no le está vedado el preguntar. Ella debe progresar siempre en ciencia y conocimiento de Dios (Col 1, 9ss). Fe y saber forman una unidad de polos diferentes. La fe es credulidad y fuerza creyente del hombre aprehendido. Pero la fe tiene siempre un contenido al que se refiere. Es fe en Jesucristo y confesión de Jesucristo (Rom 10, 9-14; Gál 2, 16; Flp 1, 29; 1 Tes 4, 14). En las cartas de Pablo aparece ya cómo se está formando la norma y regla de fe, el símbolo eclesiástico (1 Cor 15, 3; cf. Rom 12, 6; Gál 1, 23; Ef 4, 5; más todavía en las cartas pastorales: 1 Tim 2, 7; 3, 9; 4, 6; Tit 1, 1).
2. La fe recibe la –> justicia. Israel aspiró a alcanzar la justicia ante Dios. Durante largos tiempos cargó sobre sí fatigas y dolores indecibles. En tiempos del NT la comunidad de -> Qumrán se esfuerza por un nuevo seguimiento estricto de la ley. Pero el piadoso sabe allí que también él está remitido al don de la justicia divina. «Mi justificación está eternamente en la justicia de Dios» (1QS 9, 12). Pablo promete el cumplimiento de este esfuerzo y esperanza. Como para todo judío, para Pablo está fuera de duda que Dios es justo (Rom 3, 4-8). De ahí en Pablo el concepto de justicia de Dios recibe un factor jurídico. Para el hombre se decide todo en que pueda presentarse delante de Dios como justo. «El justo por la fe vivirá» (Rom 1, 17). En una larga demostración (Rom 1, 18ss), Pablo llega a la conclusión de que delante de Dios nunca ha habido ni hay justicia. Esto vale de judíos y gentiles. Ahora, empero, se ofrece al hombre la posibilidad (y, por cierto, posibilidad única) de la vida. «Ahora la justicia de Dios se revela en el evangelio» (Rom 1, 17; 3, 21). En el evangelio Dios se revela como el que es justo y justifica (Rom 3, 24-26). La justicia de Dios exigía expiación de la culpa. Dios hizo a Cristo «pecado por nosotros, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor 5, 21). Ahora es justo el que reconoce y acepta la voluntad y obra salvadora de Dios. «No tengo mi justicia que viene de la ley, sino la que viene de la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios en la fe» (Flp 3, 9). La fe no es la justificación, sino la aceptación del don de Dios, la cual sigue al reconocimiento de que nada tenemos y a la justicia» (Rom 6, 16).
Si bien la justicia no es prestación moral, sino don, sin embargo cuando es aceptada se torna origen de nueva moralidad. La justicia debe dar su «fruto» (Flp 1, 11). Ahora puede y debe cumplirse la exigencia de la justicia que se pondrá un día de manifiesto en el juicio (Rom 2, 13; Gál 5, 5). La justicia está ya dada, pero simultáneamente es un bien esperado en el futuro, pues se concederá en el juicio final. La predicación de Pablo es invitación al encuentro continuado con el juicio de Dios como gracia divina. La justicia es para Pablo un concepto central, pero no añade nada extraño al evangelio. Está de acuerdo con los -> Sinópticos, cuya concepción continúa Pablo después de la cruz y la resurrección. Ahora han llegado «el reino de Dios y su justicia» (Mt 6, 33). Ahora es real la promesa de la justicia sin obras (Lc 18, 14).
3. Un efecto de la justicia es la -> libertad. El hombre se encuentra en la esclavitud de la ley (Rom 7, 23), del pecado (Rom 6, 20) y de la muerte (Rom 6, 23; 8, 2). Impotente para socorrerse a sí mismo, el hombre es liberado ahora por la acción de Jesucristo, que tomó sobre sí el pecado y la muerte en representación de los hombres (Rom 8, 3; 2 Cor 5, 21; Gál 3, 13). «Cristo nos ha liberado para la libertad» (Gál 5, 1). El creyente realiza la libertad, porque oye y sigue el llamamiento a la libertad (Gál 5, 13).
La libertad no está en modo alguno desligada y sin freno. El don de la liberación cristiana no es tanto libertad de,cuanto libertad para; es libertad de la ley para el evangelio, de la carne para el espíritu, del pecado para la gracia, de la muerte para la vida; es libertad para el prójimo (Gál 5, 13) y para Dios (Rom 6, 22). La nueva existencia vive «según la ley del espíritu de la vida en Jesucristo» (Rom 8, 2). Ahora cumple «la ley de Cristo» (Gál 6, 2). La libertad de la ley se hace verdadera y real en el cumplimiento de la ley de la libertad (Sant 1, 25). La libertad es ahora de manera particular la franqueza de la fe para hablar delante de Dios (2 Cor 3, 12; Ef 3, 12), no menos que para hablar delante de los hombres (2 Cor 7, 4; Ef 6, 19). Toda la libertad es don escatológico como liberación de la servidumbre de lo caduco para la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 21). Si en el NT, y en Pablo sobre todo, el término libertad y su contenido son sobremanera importantes, ello se debe en parte a la relación con el mundo griego contemporáneo, para el que la libertad era un bien precioso, un bien buscado y apetecido, tanto en la filosofía, como en la ética y la religión. El mundo circundante se torna para el NT ocasión de conocer y predicar en el evangelio la verdadera libertad. Aquí se encuentran y separan el mundo y el evangelio. En el mundo (p. ej., en el estoicismo) la libertad se logra por la propia fuerza del sabio; en el evangelio es don de la gracia liberadora de Dios.
4. La -> esperanza pertenece tan esencialmente a la fe, que Pablo puede llamar a los cristianos simplemente «los que se gozan en la esperanza» (Rom 12, 12), mientras los gentiles son «los que no tienen esperanza» (1 Tes 4, 13). El Dios bíblico es «el Dios de la esperanza» (Rom 15, 13). La raíz y el fundamento de la esperanza es la fe. «Abraham esperando contra toda esperanza creyó» (Rom 4, 18). Si la fe es don de Dios, también lo es la esperanza. «Dios mismo nosamó y nos dio, en su gracia, una consolación eterna y una maravillosa esperanza» (2 Tes 2, 16). Pablo desarrolla el concepto y contenido de la esperanza. «Pues con esta esperanza fuimos salvados. Ahora bien, esperanza cuyo objetivo no se ve, no es esperanza. Porque ¿quién espera lo que ya está viendo? Pero, si estamos esperando lo que no vemos, con constancia y con ansia lo aguardamos» (Rom 8, 24ss). La esperanza mira siempre a lo futuro. Su objeto no está nunca experimentalmente presente. De lo contrario ya no sería esperanza, sino posesión. Pero esto no significa una merma, sino que garantiza la grandeza y el valor de los bienes esperados. La esperanza no escoge lo visible como lo aparentemente seguro, teniendo por inseguro y abandonando lo invisible. La esperanza no puede en absoluto dirigirse a lo visible, porque todo lo visible es temporal. «Nosotros no aspiramos a estas cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son efímeras; pero las que no se ven, son eternas» (2 Cor 4, 18). La esperanza se dirige al futuro, que es Dios. Hasta tal punto se dirige hacia lo sustraído a nuestra disposición, que puede parecer al mundo como paradoja, como «esperanza contra toda esperanza» (Rom 4, 18). Se funda en la acción salvífica de Dios en Cristo. «Tenemos esperanza en Dios por Cristo» (2 Cor 3, 4). La esperanza tiene su certeza en el amor personal de Dios a cada uno. «La esperanza no decepciona, porque el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). Si la tribulación presente no destruye la fe, es porque despierta la esperanza (Rom 5, 4); y la esperanza despierta la franqueza (2 Cor 3, 12) y la alegría (Rom 12, 12).
La esperanza es existencia fundada con Dios, que está sustraída al mundo (Tit 2, 11-14). La esperanza abarca la creación entera. Angustia y añoranza son ahora los fenómenos visibles y audibles de toda vida. Esta situación no es la creación primigenia de Dios, sino que se debe a la culpa, no a la de la creación irracional, sino a la del hombre. El gemir de la criatura es señal de que ella espera la redención y glorificación (Rom 8, 20). Su esperanza no será defraudada. La redención del hombre no es para Pablo liberación del mundo — como se pretende en la doctrina oriental y platónica —, sino -> redención con el mundo. La creación tuvo su principio en Cristo (cf. antes), subsiste en él, y en él se consuma ahora y en lo futuro (Col 1, 16ss; Heb 1, 2ss). Para todas las cosas puede decirse: «Cristo en vosotros, que es la esperanza de la gloria» (Col 1, 27).
¡Oh glorioso San Pablo!, |
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