Quiero hablar sobre San Pablo, sobre un aspecto particular y ni siquiera de manera comprehensiva.
Dice un autor[1]: Pablo no es un cualquiera, sino una personalidad histórico-universal. «Quien quiera ocuparse de él debe saber que tiene que habérselas con uno de los mayores factores propulsores de la historia». Toda la cultura occidental descansa sobre sus hombros. (No sólo la cultura religiosa, sino la cultura cívica, la cultura social...) Él ha comprendido lo más profundo de las palabras pronunciadas y sin pronunciar de Jesucristo, su Maestro. Ha roto las cadenas del particularismo del Antiguo Testamento. Ha predicado la libertad de la cristiandad respecto de la «Ley» no como una componenda derivada de consideraciones utilitarias misionales, sino como principio y meollo de la nueva religión. También los antiguos apóstoles de Jesús eran libres, pero no sabían que lo eran ni por qué lo eran. Pablo ha sido el primero que ha dado la fundamentación teológica de esta libertad, esto es, «el significado sagrado y trascendental de la Cruz»[2]. Por ello ni aún el mismo Jesús, el Divino Maestro había predicado todavía la libertad de la ley ni había allanado el camino a los paganos, ya que la Cruz no había sido aún erigida. La libertad y el universalismo del cristianismo estaban latentes e implícitos en la doctrina de Jesús. Pero primeramente tenía que ser creado el hecho de la Cruz, y sólo después podía ser llamado el hombre que había de predicar la universalidad de la religión de la Cruz por encima de todos los límites nacionales y raciales. Así ha dado realidad Pablo, mediante su Evangelio de la libertad, a la misión universal del cristianismo y al encargo del Resucitado.
«La libertad auténtica se identifica con la santidad, es la libertad... de los hijos de Dios (Rom 8,21). Tiene como fundamento la verdad, como lo mostró Nuestro Señor al enseñarnos que la verdad os hará libres (Jn 8,32). Es propia de los que se dejan guiar por el Espíritu Santo: El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor está la libertad (2 Cor 3,17). Por eso enseña San Agustín: "Ama y haz lo que quieras"[3], y San Juan de la Cruz coloca en la cima del monte de la perfección: "Ya por aquí no hay camino que para el justo no hay ley"[4]»[5].
Es por eso que San Pablo hasta el día de hoy despierta tanta enemistad porque él es un hombre auténticamente libre y porque la gente habla de la libertad pero vive esclavizada al consumismo, al dinero, al qué dirán, a la T.V., y a tantas cosas que no son Dios.
Ha liberado para lo sucesivo a la Biblia de las cadenas del judaísmo, de forma que pudo convertirse en base esencial de todas las culturas nacionales de Occidente. Finalmente, para Pablo, Jesús no fue un mero Revelador de las verdades divinas y un fundador de religión, sino, ante todo, el Redentor. En la Epístola a los Gálatas ha planteado y resuelto la cuestión religiosa central de la humanidad: ha mostrado, de una vez para siempre, como ilusión de soberbia, por medio de su doctrina cristocéntrica de la gracia, la autosalvación de hombre, en todas sus formas, ya que por el ejercicio de la ley, si es judío; ya por el encanto de los misterios, la magia y el delirio extático, si es gentil; ya en la forma más refinada de la ética autónoma kantiana de los deberes, o en la de la superhumanidad de Nietzsche, o en cualquiera de las modernas manifestaciones del psicoanálisis. «Por eso se rebela contra Pablo todo el autonomismo religioso, todo el despotismo del hombre, toda la vanidad y la obstinación, y el cabecilla de esta subversión en los tiempos modernos ha sido, ante todo, Nietzsche»[6].
«Yo considero al cristianismo -escribe Nietzsche- como la más nociva de todas las seducciones y mentiras, como la gran mentira y la blasfemia por excelencia. Perseguiré todas las manifestaciones de su ideal bajo todos los disfraces, combatiré todas sus posiciones... Induciré a la guerra contra él... Mientras no se considere la moral del cristianismo como el crimen capital contra la vida, sus partidarios tienen un juego fácil. Una concepción del mundo que tiene la osadía de anular la voluntad de poder con una teoría de la gracia es una mentira». ¡Pobre espíritu extraviado! «La Europa contemporánea no tiene todavía la menor idea de las terribles decisiones a las que se inclina todo mi ser, ni de la envergadura del problema al que estoy ligado. No sospecha que gracias a ella se me prepara una catástrofe, cuyo nombre yo conozco sin que necesite decirlo».
Como hemos vivido las últimas consecuencias de la teoría de Nietzsche en la noche de aquelarre del nacionalsocialismo -y en la otra manifestación satánica que ha invadido Europa del Este-, el comunismo, hoy creemos vislumbrar algo de la naturaleza de esta catástrofe y de su origen satánico. Es el más profundo envilecimiento del espíritu humano y de su aspiración a la verdad inculcada en él por Dios. Es la «enfermedad mortal» de que habla Kierkegaard, la enfermedad del espíritu occidental: la despersonalización de la verdad, la entronización de la verdad impersonal, sin faz, de una ciencia autónoma que ya no está sometida a la ley de Dios, en lugar de la verdad viviente, provista de rostro, hecha persona en Cristo. Es la «muerte de Dios» en el sentido de Nietzsche. Comprendemos por ello toda la furia diabólica que se vierte contra Pablo en las rencorosas calumnias de Nietzsche y de sus émulos los pangermanistas. Porque «nunca, desde que existe el hombre, se han lanzado contra la soberbia humana palabras tan atrevidas, ni se le ha declarado una guerra tan enérgica como la que le ha movido la palabra del Apóstol» (2Cor 10,5). «Derribamos baluartes, destruimos sofismas y toda Fortaleza (espiritual) que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivamos todo pensamiento para someterlo a Cristo»[7]. ¿Deberían las personalidades de tan alto rango espiritual como Pablo o Agustín merecer en sus Confesiones, si informan sobre los más íntimos secretos de su alma y sus experiencias religiosas, menos confianza que los arrebatos pasionales de un psicópata?
Nietzsche, que se vanagloria de «filosofar con el martillo», la ha emprendido a martillazos con el soberbio edificio de nuestra cultura occidental moderna, y he aquí que lo ha encontrado podrido. Él y Kierkegaard han sido «los dos petreles que se han adelantado a nuestra catástrofe espiritual contemporánea y la han anunciado. Una de las características esenciales de nuestro tiempo es la desvalorización de la palabra, la desespiritualización del espíritu, la ilegitimidad en todas sus formas.
Nuestra joven generación exige, más que en ningún tiempo, la prueba de autenticidad. Todo pensar y sentir y hablar «humano», «propio del hombre», es, según Pablo, falso e ilegítimo. Auténtico es tan sólo lo que «ha nacido de Dios». Todas nuestras pruebas teóricas de Dios y de Cristo son menos ejercicios y juegos mentales, construcciones de papel, si no están apoyadas y respaldadas por la vida, si no se sienten como verdades existenciales. Solamente un hombre conmovido por Dios y por Cristo es una prueba viva de Dios y de Cristo en la que el mundo puede creer. Tan solo una religión vivida convence. De ahí la gran fuerza persuasiva que emana de Pablo. Un personaje como él, que recorre el mundo en cumplimiento de un «deber» sagrado, en libertad soberana de su propio ser; que, obedeciendo en todo el poder imperativo de Dios, lucha, padece y muere con el alma serena, es un fenómeno inexplicable por razones naturales, una prueba única de Cristo. Que el judaísmo de entonces haya producido un hombre tal demuestra que aún no se apresuraba a su fin, que era una tierra madre sagrada la tierra de la cual surgieron Jesús y sus paladines. Parecía como si este pueblo milenario se hubiese agotado en un último esfuerzo como aquella planta oriental legendaria que, después de largos años de crecer, dio una flor maravillosa, para morir a continuación. Sin embargo, el que el cristianismo pudiera ganar y conservar este genio es un poderoso argumento de su fuerza educativa y de su verdad dominadora del mundo.
Por eso queremos recordar al Apóstol Pablo, esta gran figura que ha llenado los siglos y los sigue llenando porque «debemos ser y debemos saber formar hombres y mujeres: "Libres... libres... libres... libres... libres... libres con tu libertad... que vayan por todas partes con... el santo Evangelio en la boca y el santo Rosario en la mano, a ladrar como perros, a quemar como brasas e iluminar las tinieblas del mundo como soles"[8]»[9].
R.P. Carlos M. Buela
[1] Seguimos sustancialmente a J. HOLZNER, El mundo de San Pablo. Visiones sobre el mundo interior y exterior del Apóstol (Libros de Espiritualidad 12; Madrid – México – Pamplona 41965) 34-39.
[2] J. GRESHAM MACHEN, The Origin of Paul's Religion (New York 1936).
[3] In Epistola Ioannis ad Parthos, VII, 8.
[4] Monte de perfección, Vida y obras de San Juan de la Cruz (BAC; Madrid 1982) 71.
[5] Directorio de Espiritualidad del Instituto del Verbo Encarnado, 195.
[6] Cf. FRIEDRICH BÜCHSEL, Theologie des Neuen Testamentes (Gütersloch 1937).
[7] Cf. FRIEDRICH BÜCHSEL, Theologie des Neuen Testamentes (Gütersloch 1937).
[8] SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, Oración abrasada.
[9] Directorio de Espiritualidad del Instituto del Verbo Encarnado, 197.
miércoles, octubre 29, 2008
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