viernes, octubre 31, 2008

1200 - 20/10/2008

Queridos amigos: Paz y Bien.
En el día de hoy, siguiendo con las enseñanzas de la Iglesia sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía, continuamos con
el libro sobre: LA SANTA MISA.
Fuente: LA MISA, UNA FIESTA CON JESUS, tomado de la página web
www.libros católicos.org (con permiso del autor, P. Angel Peña Benito,
O.A.R. para copiar sus textos).
Autor: P. Angel Peña Benito, misionero agustino recoleto, con sede en Lima (Perú).
TERCERA PARTE REFLEXIONES -
TESTIMONIOS (Continuación)
c) PADRE CISZEK
Este sacerdote norteamericano fue misionero voluntario a Rusia durante la segunda guerra mundial, pero lo tomaron preso y pasó cinco años en la famosa cárcel Lubianka de Moscú. En su libro With God in Rusia, traducido al español como Espía del Vaticano, va narrando sus aventuras y su deseo inmenso de celebrar la misa. Dice así: En el campo de trabajos forzados número 5, volví a celebrar la misa que no había podido celebrar desde los tiempos de Dubinka. Era en un taller. Disponía de un pequeño cáliz y de una patena de níquel que había hecho uno de los presos; el vino era de uvas que sacaban de no sé dónde y el pan lo cocían especialmente algunos estonianos católicos que trabajaban en la cocina. Era peligroso que asistiesen muchos por el peligro de llamar la atención; pero, a medida que corrió la voz, ya eran más los que deseaban asistir a la misa. Al cabo de cierto tiempo, el padre Gasper y yo fuimos más atrevidos y empecé a celebrar la misa en uno de los bar racones donde la mayoría eran polacos y lituanos, y el brigada tenía sentimientos religiosos... Me cambiaron de alojamiento y mis antiguos feligreses venían a mi nuevo alojamiento por la noche y, entre juegos de cartas y dominó, confundidos entre las conversaciones de los demás, los confesaba y les daba la comunión… Otras veces, daba la comunión por la noche después de la misa y era lo que yo prefería, pues se corría el riesgo de perder los santos sacramentos en un registro nocturno... Después, cambiamos de táctica, yendo a barracas distintas a celebrar la misa y así evitábamos sospechas. Celebraba en algún barracón donde el jefe de la brigada era amigo, mientras él vigilaba desde la puerta para que no entrase ningún extraño.
Yo sé los sacrificios que hacíamos para celebrar en aquellas condiciones, estando hambrientos. Yo he visto sacerdotes que estaban en ayunas todo el día y trabajar con el estómago vacío para tener la posibilidad de celebrar la misa (en aquel tiempo había que guardar ayuno desde las doce de la noche del día anterior). Yo lo hice con frecuencia. Y, algunas veces, si no podíamos celebrar la misa al mediodía en el descanso para comer, debíamos esperar hasta la noche. A veces, en verano, debíamos quitarnos tiempo al sueño para levantarnos temprano antes de ir a trabajar, para celebrar la misa en algún lugar escondido. Vivíamos como en las catacumbas, con nuestras misas secretas. Si nos descubrían, éramos severamente castigados y siempre había informantes. Pero valía la pena correr todos los riesgos y sacrificios para celebrar la misa. La misa era un tesoro para nosotros. La anhelábamos y hacíamos cualquier sacrificio con tal de poder celebrarla o asistir a ella.
Cuando no podíamos celebrar la misa, teníamos hostias consagradas escondidas para poder, al menos, comulgar cada día y celebrar la misa espiritual sin pan ni vino, recitando todas las oraciones. Pero por las tardes, cuando los demás estaban jugando cartas o leyendo o conversando, yo y el padre Víctor, como si estuviéramos conversando, celebrábamos la misa de memoria. En algunas oportunidades, podíamos internarnos en el bosque durante los trabajos y allí celebrábamos la misa sobre un tronco de un árbol. Nunca olvidaré aquellas misas celebradas en los bosques de los Urales. ¡Cuánto significaba para nosotros el celebrar la misa y tener el cuerpo y la sangre de Jesús con nosotros!
Para nosotros era una necesidad celebrar la misa. La celebrábamos sin ayudantes, sin velas, sin flores, sin música ni manteles blancos; simplemente con un vaso corriente para echar unas gotas de vino; y un pedazo de pan con levadura. En estas condiciones, la misa nos acercaba a Dios más de lo que nadie podría imaginar. Conscientes de lo que estaba sucediendo, penetraba en nuestra alma el amor de Dios. Y, a pesar de las distracciones causadas por el miedo a ser descubiertos, permanecía en nosotros la alegría que producía el pequeño pedazo de pan y algunas gotas de vino consagrados por Jesús… Nada ni nadie podría haber hecho profundizar más mi fe que la celebración de la misa. Mi primera preocupación cada día era poder celebrar la misa. Ningún día la dejé de celebrar mientras pude.(Continuará)
Un saludo cordial en Jesús Eucaristía y en María, Medianera de todas las gracias.
José Luis Elizalde Esparza.

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