Queridos amigos: Paz y Bien.
En el día de hoy, siguiendo con las enseñanzas de la Iglesia sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía, continuamos con
el libro sobre: LA SANTA MISA.
Fuente: LA MISA, UNA FIESTA CON JESUS.
Autor: P. Angel Peña Benito, misionero agustino recoleto, con sede en Lima (Perú)
TERCERA PARTE REFLEXIONES - TESTIMONIOS
a) PADRE PIETRO ALAGIANI
Era capellán del ejército italiano durante la segunda guerra mundial y fue hecho prisionero el 19 de diciembre de 1942. Él dice: Desde los primeros días de cautiverio, la nostalgia por la santa misa me atormentaba más de lo que podía imaginar. Pero también en esto vino a mi encuentro Jesús, inspirándome una devoción "sui generis". Recortando lo mejor que pude una gran hostia de papel, cada mañana, después de la meditación, celebraba dos misas, decía todas las oraciones de la misa con todas la ceremonias como si realmente estuviera en el altar. Debo reconocer que aquellas misas "secas" las celebraba con devoción y consuelo como raramente cuando tenía la suerte de celebrar las verdaderas misas. A partir del 5 de marzo de 1953, pude celebrar diariamente la misa. Desde aquel día, hasta el gran deseo de libertad se me volvió menos acuciante y menos atormentador; porque, en el fondo, había deseado e invocado la libertad y suspirado por ella, principalmente, por est ar privado de celebrar la misa.
El padre Alagiani tuvo la gran suerte de tener permanentemente consigo en una bolsita colgada en el cuello a Jesús Eucaristía y esto le dio una fortaleza inmensa en medio de las torturas y de los sufrimientos de la vida carcelaria. Y dice: A pesar de las continuas dolencias, del hambre terrible, del frío extremo en invierno, nada lograba disminuir la íntima alegría que experimentaba al pensar que estaba en compañía de Jesús sacramentado.
b) PADRE SEGUNDO LLORENTE
Este misionero de Alaska, cuyos libros leía con sumo agrado en mis años de seminarista, era un sacerdote muy fervoroso. Dice: Celebraba la misa muy despacio, rodeado de varias legiones de ángeles, que me envidiaban a mí y yo les envidiaba a ellos. Me envidiaban, porque ellos no podían consagrar ni sufrir por Cristo y yo les envidiaba, porque ellos eran ángeles y yo una miseria. Él se pasaba muchas horas en oración ante Jesús sacramentado y, por eso, podía hablar por experiencia que la misa para él era un cielo en la tierra en unión con los ángeles. (Continuará).
Un saludo cordial en Jesús Eucaristía y en María, Medianera de todas las gracias.
José Luis Elizalde Esparza.
viernes, octubre 31, 2008
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