sábado, abril 25, 2009

San José: Figura evangélica.- Oremos juntos.


La Figura Evangélica de San José

 

 

"Dedicamos nuestro encuentro de hoy, 19 de marzo, a aquel a quien la Iglesia, en este día, según una tradición antiquísima, rodeó con la veneración debida a los más grandes santos.

El 19 de marzo es la solemnidad de San José, el esposo de María Santísima, Madre de Cristo. Ya en el siglo X encontramos señalada esta festividad en varios calendarios. El Papa Sixto IV la puso en el calendario de la Iglesia de Roma a partir del año 1479. En 1621 se inserta en el calendario de la Iglesia universal.

Interrumpiendo, pues, la serie de nuestras meditaciones, que estamos desarrollando desde hace tiempo, fijémonos hoy en esta figura tan querida y cercana al corazón de la Iglesia, a cada uno y a todos los que tratan de conocer los caminos de la salvación, y de caminar por ellos en su vida terrena. La meditación de hoy nos prepara a la oración, a fin de que, reconociendo las grandes obras de Dios en aquel a quien confió sus misterios, busquemos en nuestra vida personal el reflejo vivo de estas obras para cumplirlas con la fidelidad, la humanidad y la nobleza de corazón que fueron propias de San José.

«José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21).

Encontramos estas palabras en el capítulo primero del Evangelio de San Mateo. Ellas -sobre todo en la segunda parte- son muy semejantes a las que escuchó Miriam, esto es, María, en el momento de la Anunciación.

Dentro de unos días -el 25 de marzo- recordaremos en la liturgia de la Iglesia el momento en que esas palabras fueron dichas en Nazaret «a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc 1,27).

La descripción de la Anunciación se encuentra en el Evangelio de San Lucas. Seguidamente, Mateo hace notar de nuevo que, después de las nupcias de María con José, «antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo» (Mt 1,18).

Así, pues, se realizó en María el misterio que había tenido su comienzo en el momento de la Anunciación, en el momento en que la Virgen respondió a las palabras de Gabriel: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). A medida que el misterio de la maternidad de María se revelaba a la conciencia de José, él, «siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto» (Mt 1,19), así dice la descripción de Mateo. Y precisamente entonces, José, esposo de María y ya su marido ante la ley, recibe su «Anunciación» personal. Oye durante la noche las palabras que hemos citado antes, las palabras, que son explicación y al mismo tiempo invitación de parte de Dios: «no temas recibir en tu casa a María» (Mt 1,20).

Al mismo tiempo, Dios confía a José el misterio, cuyo cumplimiento habían esperado desde hacía muchas generaciones la estirpe de David y toda la «casa de Israel», y a la vez le confía todo aquello de lo que depende la realización de este misterio en la historia del Pueblo de Dios. Desde el momento en que estas palabras llegaron a su conciencia, José se convierte en el hombre de la elección divina: el hombre de una

particular confianza. Se define su puesto en la historia de la salvación. José entra en este puesto con la sencillez y humildad, en las que se manifiesta la profundidad espiritual del hombre; y él lo llena completamente con su vida. «Al despertar José de su sueño -leemos en Mateo-, hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). En estas pocas palabras está todo. Toda la decisión de la vida de José y la plena característica de su santidad. «Hizo». José, al que conocemos por el Evangelio, es hombre de acción. Es hombre de trabajo. El Evangelio no ha conservado ninguna palabra suya. En cambio, ha descrito sus acciones: acciones sencillas, cotidianas, que tienen a la vez el significado límpido para la realización de la promesa divina en la historia del hombre; obras llenas de la profundidad espiritual y de la sencillez madura.

Así es la actividad de José, así son sus obras, antes de que le fuese revelado el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, que el Espíritu Santo había obrado en su Esposa. Así es también la obra ulterior de José cuando -sabiendo ya el misterio de la maternidad virginal de María- permanece junto a Ella en el período precedente al nacimiento de Jesús, y sobre todo en las circunstancias de la Navidad.

Luego vemos a José en el momento de la presentación en el templo y de la llegada de los Reyes Magos de Oriente. Poco después comienza el drama de los recién nacidos en Belén. José es llamado de nuevo e instruido por la voz de lo Alto sobre cómo debe comportarse.

Emprende la huida a Egipto con la Madre y el Niño.

Después de un breve tiempo, el retorno a la Nazaret natal. Finalmente, allí encuentra su casa y su taller, adonde hubiera vuelto antes si no se lo hubiesen impedido las atrocidades de Herodes. Cuando Jesús tiene doce años, va con él y con María a Jerusalén.

En el templo de Jerusalén, después que los dos encontraron a Jesús perdido, José oye estas misteriosas palabras: «¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49).

Así hablaba el niño de doce años, y José, lo mismo que María, saben bien de Quién habla.

No obstante, en la casa de Nazaret, Jesús les estaba sumiso (Lc 2,51): a los dos, a José y a María, tal como un hijo está sumiso a sus padres. Pasan los años de la vida oculta de la Sagrada Familia de Nazaret. El Hijo de Dios -enviado por el Padre- está oculto para el mundo, oculto para todos los hombres, incluso para los más cercanos.

Sólo María y José conocen su misterio. Viven en su círculo. Viven este misterio cada día. El Hijo del Eterno Padre pasa, ante los hombres, por hijo de ellos; por «el hijo del carpintero» (Mt 13,55). Al comenzar el tiempo de su misión pública, Jesús recordará, en la sinagoga de Nazaret, las palabras de Isaías que en aquel momento se cumplían en Él, y los vecinos y los paisanos dirán: «¿No es el hijo de José?» (Lc 4,16-22).

El Hijo de Dios, el Verbo Encarnado, durante los treinta años de la vida terrena permaneció oculto: se ocultó a la sombra de José. Al mismo tiempo, María y José permanecieron escondidos en Cristo, en su misterio y en su misión. Particularmente José, que -como se puede deducir del Evangelio- dejó el mundo antes de que Jesús se revelase a Israel como Cristo, y permaneció oculto en el misterio de aquel a quien el padre celestial le había confiado cuando todavía estaba en el seno de la Virgen, cuando le había dicho por medio del ángel: «No temas recibir en tu casa a María, tu esposa» (Mt 1,20).

Eran necesarias almas profundas -como Santa Teresa de Jesús- y los ojos penetrantes de la contemplación para que pudiesen ser revelados los espléndidos rasgos de José de Nazaret: aquel de quien el Padre celestial quiso hacer, en la tierra, el hombre de su confianza.

Sin embargo, la Iglesia ha sido siempre consciente, y lo es hoy especialmente, de cuán fundamental ha sido la vocación de ese hombre: del esposo de María, de aquel que, ante los hombres, pasaba por el padre de Jesús y que fue, según el espíritu, una encarnación perfecta de la paternidad en la familia humana y al mismo tiempo sagrada. Bajo esta luz, los pensamientos y el corazón de la Iglesia, su oración y su culto, se dirigen a José de Nazaret. Bajo esta luz, el apostolado y la pastoral encuentran en él un apoyo para ese amplio y simultáneamente fundamental campo que es la vocación matrimonial y de los padres, toda la vida en familia, llena de la solicitud sencilla y servicial del marido por la mujer, del padre y de la madre por los hijos -la vida en la familia-, en esa «Iglesia más pequeña» sobre la cual se construye cada una de las Iglesias.

Y puesto que en el corriente año nos preparamos para el Sínodo de los Obispos, cuyo tema es De muneribus familiae christianae, sentimos tanto más la necesidad de la intercesión de San José y de su ayuda en nuestros trabajos.

La Iglesia, que, como sociedad del Pueblo de Dios, se llama a sí misma también la Familia de Dios, ve igualmente el puesto singular de San José en relación con esta gran Familia, y lo reconoce como su Patrono particular. Esta meditación despierta en nosotros la necesidad de la oración por intercesión de aquel en quien el Padre celestial ha expresado, sobre la tierra, toda la dignidad espiritual de la paternidad. La meditación sobre su vida y las obras, tan profundamente ocultas en el misterio de Cristo y, a la vez, tan sencillas y límpidas, ayude a todos a encontrar el justo valor y la belleza de la vocación, de la que cada una de las familias humanas saca su fuerza espiritual y su santidad."

 

S.S. Juan Pablo II, 19 de marzo de 1980


Oración

Santísima Trinidad, .Padre Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas un solo Dios verdadero, en quien creo y espero y a quien amo con todo mi corazón.

Te doy gracias por haber honrado sobre todos los santos a San José con la dignidad incomparable de padre adoptivo de Jesús, Hijo de Dios, y esposo verdadero de María, Madre de Dios. Ayúdame a honrarle y merecer su protección en vida y en la hora de la muerte.

San José patrón de la Iglesia, jefe de la Sagrada Familia, te elijo por padre y protector en todo peligro y en toda necesidad.

Descubre a mi alma la pureza de tu corazón, tu santidad para que la imite y tu amor para agradecerte y corresponderte.

Enséñame a orar, tú que eres maestro de oración y alcánzame de Jesús por María la gracia de vivir y morir santamente.  Amén.

Santa Claudina Thévenet

Santa Claudina Thévenet: "hay que formar una comunidad. Dios te ha elegido".... Oremos juntos.
3 de Febrero

Santa Claudina Thévenet
Virgen, Fundadora de la Congregación de las Religiosas de Jesús-María
 
 


CLAUDINA THÉVENET, la segunda de una familia de siete hijos, nace en Lyon el 30 de marzo de 1774. " Glady ", como se la llama familiarmente, ejerce muy pronto una bienhechora influencia sobre sus hermanos y hermanas porque su bondad, delicadeza y olvido propio la llevan a complacer siempre a los demás. 

Tiene 15 años cuando estalla la Revolución Francesa. En 1793 vive las horas trágicas del asedio de Lyon por las fuerzas gubernamentales y, en enero de 1794, llena de horror y de impotencia, asiste a la ejecución de sus hermanos, condenados a muerte por represalia, después de la caída de la ciudad. Sus últimas palabras: "Perdona, Glady, como nosotros perdonamos" las hace muy suyas, las graba en su corazón y la marcan profundamente dando nuevo sentido a su vida. En adelante se dedicará a socorrer las innumerables miserias que la Revolución había producido. Para Claudina, la causa principal del sufrimiento del pueblo era la ignorancia de Dios y esto despierta en ella un gran deseo de darlo a conocer a todos. Niños y jóvenes atraen principalmente su celo apostólico y arde por hacer conocer y amar a Jesús y a María. 

El encuentro con un santo sacerdote, el Padre Andrés Coindre, le ayudará a conocer la voluntad de Dios sobre ella y será decisivo en la orientación de su vida. En el atrio de la iglesia de San Nizier, el Padre Coindre había encontrado dos niñas pequeñas abandonadas y temblando de frío. Las condujo a Claudina quien no vaciló en ocuparse de ellas. 

La compasión y el amor hacia las niñas abandonadas son el origen de la Providencia de San Bruno en Lyon (1815). Algunas compañeras se unen a Claudina. Se reúnen en Asociación. Elaboran y experimentan un Reglamento y pronto la eligen como Presidenta. 

El 31 de julio de 1818 el Señor se deja oír por la voz del Padre Coindre: "hay que formar una comunidad. Dios te ha elegido" dijo a Claudina. Y así, el 6 de octubre de ese mismo año, se funda la Congregación de Religiosas de Jesús-María, en Pierres-Plantées, sobre la colina de la Croix Rousse. En 1820 la naciente Congregación se instalará en Fourviére (frente al célebre santuario) en un terreno adquirido a la familia Jaricot. En 1823 obtiene la aprobación canónica para la Diócesis del Puy y en 1825 para la de Lyon. 

El fin inicial del joven Instituto era recoger las niñas pobres hasta los 20 años de edad. Se las enseñaba un empleo y los conocimientos propios de la escuela primaria, todo ello desde una sólida formación religiosa y moral. Pero querían hacer más, y Claudina y sus hermanas abrieron también sus corazones a niñas de clases acomodadas construyendo para ellas un pensionado. El fin apostólico de la Congregación será pues, la educación cristiana de todas las clases sociales con una preferencia por las niñas y jóvenes, y entre ellas, las más pobres. 

Los dos tipos de obras se desarrollan simultáneamente a pesar de las pruebas que acompañarán a la Fundadora a lo largo de los últimos doce años de su peregrinación en esta tierra: la muerte dolorosamente repentina del Padre Coindre (1826) y de las primeras hermanas (1828); la tenacidad para impedir la fusión de su Congregación con otra también recién fundada; los movimientos revolucionarios de Lyon en 1831 y 1834 con todas las consecuencias que debieron sufrir los habitantes de Fourviére, por ser la colina punto estratégico de los dos bandos antagónicos. 

El insigne valor de la Fundadora no se deja intimidar por la adversidad, al contrario, emprende con audacia nuevas construcciones, entre ellas la de la Capilla de la Casa Madre, al mismo tiempo que se entrega a la redacción de las Constituciones de la Congregación. Las estaba ultimando cuando, a sus 63 años, la muerte llamó a su puerta. Era el 3 de febrero de 1837. Es beatificada en 1981 y canonizada en 1993. 

"Hacer todas las cosas con el único deseo de agradar a Dios" fue el hilo conductor de toda su vida. Esta búsqueda constante de la voluntad de Dios, "llevar una vida digna del Señor agradándole en todo", le dio una fina sensibilidad para leer los signos de los tiempos, discernir los designios de Dios sobre ella y dar una respuesta íntegra y total. Ese camino le ha merecido "compartir la suerte de los santos en la Luz" (Col. 1, 10-11). 

"Encontrar a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios" es vivir en espíritu de alabanza. En un mundo en que está demasiado ausente la esperanza, redescubrir la bondad del Creador, presente en la creación y en las personas, reafirma el sentido de vivir e invita a la acción de gracias. Claudina hizo de su vida religiosa apostólica "un himno de gloria al Señor". Sus últimas palabras: "Qué bueno es Dios" fueron la exclamación admirativa de la bondad de Dios que había sabido descubrir aún en los momentos más dolorosos de su vida. 

Claudina imprimió en su Congregación su fuerte personalidad. Dotada de una grandeza de alma poco común, de prudente inteligencia y buena organización, fue, sobre todo, una mujer de gran corazón. Y quería que sus hijas fueran verdaderas madres de las niñas confiadas a su cuidado: "Es necesario ser madres de las niñas - les decía - sí, verdaderas madres, tanto del alma como del cuerpo". Ninguna parcialidad, ninguna preferencia, "las únicas que os permito son para las más pobres, las más miserables, las que tienen más defectos. A estas sí, amadlas mucho". 

La solidez de una construcción se revela al paso del tiempo. Cinco años apenas de la muerte de la Fundadora sus hijas llegaban a la India (1842). En 1850 entran en España y en 1855 van al Nuevo Mundo, a Canadá. 

175 años después de la fundación de la Congregación, son más de mil ochocientos las Religiosas de Jesús-María repartidas hoy en ciento ochenta comunidades por los cinco continentes. Todas acogen con grande gozo y gratitud la canonización de esta humilde y generosa hija de Francia que el Señor escogió para hacerla su Fundadora.

Oremos
Oh Señor que a la Madre Claudina le inspiraste, en la meditacion de tu Palabra, la tarea de:"Comunicar la bondad operante de Dios, y hacer conocer y amar a Jesús y María". Te pedimos por su interseccion que hagas comprender  a este mundo en constantes guerras, injusticias, odios y pecados la gracia de ver y comprender que Tu nos has creado para otro fin ,que es el de conocerte, amarte y servirte en este mundo, al que debemos cultivar en la belleza, en la obediencia a tus sabias leyes y en el amor... y poderte gozar asi... por los Siglos de los Siglos Amen

viernes, abril 24, 2009

055.-AÑO PAULINO: La fe del apóstol Pablo y su teología como reflexión sobre la fe tienen su fundamento y centro en la visión de Cristo ante Damasco(

La fe del apóstol Pablo y su teología como reflexión sobre la fe tienen su fundamento y centro en la visión de Cristo ante Damasco, en la que Pablo reconoció y experimentó como Mesías y Señor glorificado al Jesús crucificado a quien él perseguía (1 Cor 9, 1; Gál 1, 16). Por esta revelación se le ilumina a Pablo la historia y la actualidad.Por eso, una exposición de la t. de P. ha de tener su centro y fundamento en la cristología (1 Cor 2, 2). Los elementos y la estructura formal de la teología paulina proceden en gran parte de la tradición veterotestamentaria y rabínica y, en parte mucho menor, del mundo helenístico. Pero no raras veces Pablo aprovecha también tradiciones y fórmulas ya fijas de la comunidad cristiana (fórmulas de fe, actos litúrgicos, himnos, confesiones). El apóstol inserta tales fórmulas en sus cartas, las expone y las acomoda a sus ideas.

I. Jesucristo, su obra y su figura

Pablo no fue discípulo personal de Jesús. Pero, como perseguía la Iglesia de Jesús, hubo de tener alguna noticia y conocimiento del mismo. Es dudoso que lo hubiera visto nunca (2 Cor 5, 16 no permite una decisión sobre esta cuestión). Sin embargo, todo ello es accidental. Según su propia convicción, Pablo recibió su conocimiento de Cristo en la aparición a las puertas de Damasco. Extensas narraciones de los Hechos (9, 1-10; 22, 3-21; 26, 9-20) presentan esa aparición como un acontecimiento visible y audible. Pablo mismo la describe como una experiencia interior. Dios le reveló a su Hijo (Gál 1, 17). El apóstol cuenta la aparición de Cristo ante Damasco entre las apariciones pascuales del Señor resucitado (1 Cor 15, 8). Esa aparición le reveló que Dios envió a Jesús como Mesías, y con ello puso fin a la anterior economía salvífica de la ley antigua y a la vez abrió a todos, judíos y gentiles, el camino de la fe (Flp 3, 7ss). Tanto la teología como la psicología y la historia se han preguntado si ese acontecimiento podría explicarse también, por lo menos en parte, por presupuestos naturales. Pablo se habríaimpresionado por la fe y entrega de los primeros cristianos, y su recuerdo lo habría a la postre vencido finalmente. O bien él habría dudado ya desde mucho antes de la posibilidad de la justicia por las obres de la ley. Sin embargo, según Flp 3, 5 Pablo era fariseo convencido. Las fuentes neotestamentarias sólo permiten la interpretación de que Pablo experimentó su conversión y llamamiento contra todo lo esperable, por obra de Cristo resucitado.

Convertido en discípulo de Cristo por su revelación, Pablo se hizo también miembro de la comunidad de Damasco (Act 9, 19). Tomó parte en su fe, en su doctrina y en su culto. Pablo no se agregó a la primitiva Iglesia judeocristiana de Jerusalén, sino a una comunidad de la diáspora judeocristiana. La diáspora judía era más libre que otros judíos respecto de Jerusalén y su templo, y por otra parte estaba abierta al helenismo. Esa comunidad cristiana seguramente desarrolló concepciones y formas propias en doctrina y culto. Quizá, p. ej., los sacramentosdel bautismo y de la cena eran allí ritos más importantes que en la Iglesia primitiva, estrictamente judía.

Tres años después de su conversión, Pablo permaneció 15 días en Jerusalén, donde trató con Pedro y Santiago (Gál 1, 18). No buscó aquí una confirmación de su evangelio, que no necesitaba como apóstol llamado inmediatamente por el Señor (Gál 1, 12); pero sí buscó la comunión con la comunidad, que era para é1 la Iglesia madre (Rom 15, 25ss; 1 Cor 16, 1-4; 2 Cor 8, 1-4).

1. Jesús y Pablo

Pablo habla poco del hombre Jesús. La cuestión que de ahí brota fue exagerada a veces hasta afirmar que Pablo creó una nueva cristología del Señor glorificado, sin enlace con el Jesús histórico. Sin embargo, hay que recordar cómo la predicación de Pablo después de pascua y pentecostés no podía repetir simplemente las antiguas palabras de Jesús. Debla afirmar juntamente que este Jesús habla mostrado por la resurrección ser Mesías e Hijo y estaba en adelante constituido como Señor. La palabra de Jesús conducía hacia el cambio de los tiempos, en cuanto anunciaba la proximidad del reino de Dios. La predicación posterior a pascua, llegado ya el cambio de los tiempos, miraba retrospectivamente a la revelación de la salvación eterna en Cristo. Además, las cartas de Pablo no reproducen su predicación misional, sino que ordenan cuestiones y situaciones de las Iglesias existentes.

En la predicación misional podía ser más importante el recuerdo de Jesús (en 1 Jn apenas se habla del Jesús histórico, mucho en cambio en el Evangelio de Juan). De todos modos las cartas de Pablo permiten reconocer que su predicación hablaba de Jesús: de su entrada en la historia (Rom 15, 8; Gál 4, 4), de su origen del linaje de David (Rom 1, 3), de su familia (1 Cor 9, 5; Gál 1, 19), y además de su misericordia de redentor (F1p 1, 8), de su mansedumbre (2 Cor 10, 1), de su pobreza (2 Cor 8, 9), de su amor (Rom 8, 35-37; 2 Cor 5, 14ss), de su verdad (2 Cor 11, 10), de su santidad (2 Cor 5, 21), y, sobre todo, de la acción salvífica en la muerte y resurrección de Cristo (Rom 8, 34; 1 Cor 1, 18-23; Gál 3, 1-13; Flp 2, 6ss). Pablo aduce también palabras de Jesús, que deciden fundamentalmente cuestiones importantes, como la ordenación del matrimonio (1 Cor 7, 10ss), la forma y significación de la cena del Señor (1 Cor 11, 23ss), y también el orden de la evangelización (1 Cor 9, 14). En las exhortaciones del apóstol resuenan sin duda palabras de Jesús; así, en el juicio liberador sobre lo puro y lo impuro (Rom 14, 74), en la exhortación a orar por los enemigos (Rom 12, 14), y también en el precepto del amor cómo mandamiento principal (Rom 13, 9; Gál 6, 2).

2. La obra de Cristo

Pablo interpreta la vida y obra de Cristo con imágenes, conceptos y reflexiones procedentes de diversas fuentes, principalmente del Antiguo Testamento. Continúa la prueba de Escritura iniciada ya por la Iglesia primitiva (Gál 3, 13, etc.). La muerte redentora de Cristo es explicada con conceptos del culto judío. Esa muerte es sacrificio de expiación (Rom 3, 25ss; 5, 9), sacrificio de alianza (1 Cor 11, 24ss) y sacrificio pascual (1 Cor 5, 7). Una fórmula brevísima dice que Cristo murió por otros (Rom 5, 6) y por los pecadores (1 Cor 15, 3; 2 Cor 5, 21). La muerte de Jesús libera de la anterior caída en la ley (Gál 3, 13; Col 2, 14), en el pecado (Rom 5, 15; 6, 10), en la muerte (Rom 6, 8) y en el área de dominio de los poderes de este siglo (1 Cor 2, 6; Col 2, 15). El mal anterior queda personificado en sus poderes. Sin embargo, Pablo sigue la tradición de la Iglesia primitiva, que estaba persuadida de trasmitir por su parte la interpretación que Jesús había dado a su muerte (Mc 10, 45; 14, 24). Sin duda el apóstol interpreta la tradición en toda su profundidad y amplitud.

Mediante conceptos veterotestamentarios, el «ser en Cristo» es descrito como reconciliación (Rom 5, 11; 2 Cor 5, 18), justicia, santificación y redención (1 Cor 1, 30), paz (Rom 5, 1; Col 1, 29), salvación (Rom 1, 16). La adopción de conceptos veterotestamentarios no es un mero adorno literario. Más bien, Pablo dice con ello que están ya cumplidas las esperanzas y fatigas de Israel.

De otro modo explica el apóstol la significación salvadora de la muerte de Jesús cuando habla de la incorporación de los creyentes a su muerte y a su vida. El bautismo opera en el creyente la muerte y resurrección de Jesús (Rom 6, 3ss). Lo acontecido en el sacramento debe realizarse en la vida moral personal (Rom 6, 11). La cena del Señor es profundización siempre nueva de la comunión con el Señor crucificado. El cáliz es participación en la sangre de Cristo. El pan representa el cuerpo del Señor entregado en la cruz y realiza el cuerpo uno de la Iglesia (1 Cor 10, 16ss). La exégesis estudia si Pablo, para exponer y explicar los sacramentos, emplea términos y conceptos de las religiones orientales y helenísticas de redención, particularmente de los cultos mistéricos. Una exégesis histórica de la religión, que ya va cayendo en desuso, afirmaba esto decididamente. En cambio, para la nueva exégesis, esa hipótesis resulta ya problemática. Y así aquélla procura explicar la inteligencia neotestamentaria de los sacramentos por los presupuestos propios de la Biblia.

3. La figura de Cristo

Al explicar la obra salvífica de Cristo, Pablo interpreta y describe también al sujeto de esa obra. Cristo es hombre según su apariencia. Pero su condición humana no es la común. Y no descuella sobre la naturaleza común simplemente como un hombre extraordinario, sino que es misteriosamente singular. Cristo se distingue de los demás por ser el único que está sin pecado (2 Cor 5, 21). Jesús no asumió simplemente una corporeidad y humanidad sometida al pecado, sino sólo la «igualdad de forma humana» (Rom 8, 3; Flp 2, 7). Jesús está en la serie de las generaciones; pero es más grande que el mayor de los hombres históricos, no sólo en grado, sino también por esencia. Solamente puede compararse (por contraposición) con el primer hombre Adán (Rom 5, 12-21; 1 Cor 15, 45). Adán es el primer hombre de la humanidad, Cristo es el comienzo de una nueva humanidad. Ambos son destino y decisión para humanidad entera, aunque totalmente antitéticos: allí decisión para la muerte, aquí decisión para la vida. Todos los creyentes y redimidos están contenidos en Cristo y abarcados por él (Rom 5, 15; Gál 3, 28). Cristo es cabeza del cuerpo. Como tal pudo entenderse originariamente el universo (Col 1, 19ss; 2, 17ss). En una interpretación más desarrollada el cuerpo es la -4 Iglesia (Ef 1, 22ss).

Entre Cristo y el Dios eterno se da una unión incomparablemente estrecha, íntima y exclusiva. En una fórmula gradualmente ascendente como 1 Cor 3, 22ss: «Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios», Cristo está sin duda propuesto al Padre, pero de tal manera se halla ordenado a él, que todo lo creado se queda muy atrás (de manera semejante en 1 Cor 11, 3). Cristo es «imagen de Dios» (2 Cor 4, 4; Col 1, 15), o sea, la revelación y epifanía de Dios en el mundo y el tiempo. Dios estaba (2 Cor 5, 19) y está en Cristo (Rom 8, 39). «En él habita la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Antes de su encarnación, Cristo era el ser celeste «igual en forma a Dios» (Gál 4, 4; Flp 2, 6). Actuaba ya en la historia de Israel (1 Cor 10, 3ss). Era y es Hijo de Dios (Rom 1, 3-9; 8, 3). Ahora está elevado al ámbito de Dios y es «Señor» de la Iglesia y del mundo. Volverá como juez (1 Tes 1, 10). A Cristo conviene eternidad, dignidad y poder divinos. Sería posible el paso a una afirmación explícita de su eterna existencia divina. No es seguro que Pablo hiciera esa afirmación, pues el texto de Rom 9, 5 no está del todo claro. La frase: «Dios, que es bendito eternamente», puede referirse a Cristo, pero puede ser también una doxología independiente.

Estas sublimes afirmaciones de Pablo aparecen en sus cartas bajo fórmulas de fe más antiguas, recibidas por él (Rom 1, 3ss; 10, 9; Flp 2, 6-11). La invocación aramea: Maranatha (el Señor está aquí, o, Señor, ven; 1 Cor 16, 22) atestigua cómo ya la Iglesia originaria, que hablaba arameo, adoraba a Cristo como el Señor (lo mismo pone de manifiesto la oración de Esteban en Act 7, 59). La cristología de Pablo es la misma que la de la Iglesia antes de él y en su propio tiempo.

De otra manera describe Pablo el señorío de Cristo al exponer la compenetración existencial entre Cristo y el creyente. Cristo está en el creyente (Rom 8, 10; Gál2, 20; 4, 19). El redimido, la Iglesia y la creación entera están en Cristo (Rom 6, 11; 12, 5; 2 Cor 5, 17; Gál 1, 22; 3, 28; 1 Tes 2, 14). De este modo de ser de Cristo dice Pablo finalmente: «El Señor es el Espíritu» (2 Cor 3, 17). De forma y con fuerza espirituales Cristo lo penetra, llena, posee y domina todo.

 
 

Oración al Apóstol San Pablo por el Año Paulino

¡Oh glorioso San Pablo!,
Apóstol lleno de celo,
Mártir por amor a Cristo,
intercede para que obtengamos una fe profunda,
una esperanza firme,
un amor ardiente al Señor
para que podamos decir contigo:
“No soy yo el que vive, sino es Cristo quien vive
en mí”.
Ayúdanos a convertirnos en apóstoles
que sirvan a la Iglesia con una consciencia pura,
testigos de su verdad y de su belleza
en medio a la obscuridad de nuestro tiempo.
Alabamos junto contigo a Dios nuestro Padre,
« A Él la gloria, en la Iglesia y en Cristo
por los siglos de los siglos.»
Amén.

047.-AÑO PAULINO: LLAMADO ARROLLADOR QUE TRANSFORMA AL PERSEGUIDOR EN APÓSTOL Oremos juntos

La Vocación de San Pablo
El más encarnizado enemigo de la Iglesia primitiva afirma que "Dios lo había llamado por su gracia, desde el seno materno". Meditación
 

LLAMADO ARROLLADOR QUE TRANSFORMA AL PERSEGUIDOR EN APÓSTOL

"Saulo, que todavía respiraba amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para la sinagoga de Damasco, para traer presos a Jerusalem a cuantos hombres y mujeres hallase adeptos a esta doctrina.

Caminando a Damasco, ya se acercaba a esta ciudad, cuando de repente lo cercó de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra oyó una voz que decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Y él respondió: "¿Quién eres tú Señor?". Y el Señor le dijo: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues, dura cosa es para ti dar coces contra el aguijón".

Él entonces dijo..."Señor, ¿qué quieres que haga?" Y el Señor le respondió: "Levántate y entra en la ciudad, donde se te dirá qué debes hacer". Los que lo acompañaban estaban asombrados, oyendo, sí, la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó de la tierra, y aunque tenía abiertos los ojos, no veía nada. Tomándolo de la mano lo llevaron a Damasco. Durante tres días se quedó sin ver y sin tomar alimento ni bebida.

Estaba en Damasco un discípulo llamado Ananías a quien se dirigió el Señor diciéndole: "Ananías". "Aquí estoy, Señor", respondió Ananías. "Levántate", le dijo el Señor, y ve a la calle llamada Recta; y busca en casa de Judas a un hombre de Tarso llamado Saulo, que ahora está en oración". Respondió Ananías: "Señor, he oído decir a muchos que este hombre ha hecho grandes daños a tus santos en Jerusalem, y viene con poderes de los sumos sacerdotes para encarcelar a todos los que invocan tu nombre". "Ve a encontrarle, le dijo el Señor, porque este hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre delante de todas las naciones, y de los reyes, y de los hijos de Israel. Yo le haré ver cuántos trabajos tendrá que padecer en mi nombre".

Fue Ananías, entró en la casa, impuso las manos a Saulo y le dijo: "Saulo mi hermano, el Señor Jesús que se te apareció en el camino me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo". Al momento cayeron de sus ojos unas como escamas y recobró la vista. Levantándose fue bautizado. Habiendo tomado alimentos recobró fuerzas". (Hechos de los Apóstoles IX, 1 a 19).


* Perseguidor generoso

Saulo era el más encarnizado enemigo de la Iglesia primitiva: convencido de la verdad del judaísmo, quería exterminar la secta cristiana. "Han oído hablar, escribirá más tarde a los Gálatas, el modo con que en otro tiempo vivía yo en el judaísmo, con qué furia perseguía a la Iglesia de Dios y la desolaba, y cómo me señalaba en el judaísmo más que muchos de mis compatriotas, siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres"(I, 13-14).

Este encarnecimiento de perseguidor revela en Pablo una cualidad fundamental: "estaba lleno del celo de la gloria de Dios" (Hechos XXII, 3) queriendo servir al Señor con fogosidad y abnegación sin medida. Su generosidad al servicio divino lo empujaba a perseguir sin piedad a los cristianos. Se comprende que esta cualidad preparó a Pablo para su vocación.


* Origen de la vocación

Al hablar de su vocación, Pablo la hace remontar mucho antes del acontecimiento que se produjo en el camino de Damasco. Afirma que "Dios lo había llamado por su gracia, desde el seno materno" (Gal I-15). Al origen de su existencia, aún antes de su nacimiento, Pablo había sido señalado por la vocación. Dios se lo había apartado o lo había escogido, es decir que había separado a Pablo de los demás hombres y del mundo, para tomar posesión de su vida, reservándoselo para sí. Lo había llamado por su gracia, es decir que por un favor enteramente gratuito, había decidido hacerle oír su llamamiento. En este sentido fue predestinado a la vocación.

La infancia, la juventud de Saulo y aún su actitud de perseguidor, estaban en realidad impregnados y ordenados por esta predestinación: toda su vida estaba orientada, sin darse cuenta, hacia el momento en que la vocación se iba a revelar.


* Encuentro con Cristo vivo

Iba a llegar Saulo al término de su viaje, cuando queda cegado por la luz de Cristo y echado por tierra. No ve el rostro de Jesús pero oye su voz: "¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues? Yo soy Jesús a quien tú persigues".

Saulo creía que Jesús estaba muerto, bien muerto y que su lamentable fin sobre la cruz era la señal de la reprobación de Dios para su obra. Cuando he aquí que de pronto se da cuenta de la potencia triunfadora de este Jesús que le prueba que está vivo, puesto que lo detiene y lo tira por tierra. Saulo encuentra a Cristo gloriosos, a un Cristo rodeado de luz sobrenatural.

En toda vocación, desde ahora, el llamamiento procede de Cristo resucitado. La fuerza divina de la resurrección está comprometida en el llamamiento; por este motivo la vocación es un misterio de vida nueva, un misterio de gozo, felicidad y alegría.


* Llamado de Cristo

Jesús se aparece a Saulo identificado con su Iglesia, puesto que se proclama perseguido. La persecución contra los cristianos alcanza personalmente a Cristo. 

Desde luego Jesús detiene e interpela a Saulo en el camino de Damasco como jefe de su Iglesia. El autor del llamado es Cristo en su Iglesia. Se puede decir que con Jesús está toda la Iglesia dirigiéndose a Saulo para llamarlo y para provocar la transfiguración de perseguidor en apóstol.

Por este motivo la Iglesia tiene parte en la vocación: cuando Cristo llama lo hace por y para la Iglesia, y en nombre de la Iglesia. El llamamiento es por demás un servicio voluntario en la Iglesia y por la Iglesia: apego a Cristo y servicio de la Iglesia son una sola y misma cosa.


* Respuesta de Saulo

"Señor, ¿qué quieres que haga? (Hechos XX, 10). Es notable la docilidad de Saulo al llamamiento de Dios. Venía a Damasco con voluntad firme de perseguir a los cristianos violentamente y he aquí que deja todo lo que quería hacer y no busca ya mas que conocer la voluntad de Jesús. Se ofrece con una disponibilidad sin límites. Su generosidad al servicio de Cristo.

Saulo es el modelo de la aceptación de la vocación. Para él, el llamado echaba por tierra su vida y sus convicciones. Pero este llamado fue recibido por un alma grandemente abierta.


* Misión que da Dios a Pablo

"Este hombre, dijo el Señor a Ananías, es para mí un instrumento de elección para llevar mi nombre delante de todas las naciones, de los reyes y de los hijos de Israel". Del primer perseguidor, Cristo quiere hacer el mayor apóstol de la Iglesia primitiva, el que llevará a cabo el más extenso trabajo de evangelización entre las naciones paganas.

El pasado de Saulo no será un obstáculo para esta misión; de perseguidor que fue ahora será mucho más ardiente para proclamar y extender la fe en Cristo. Pudiera suceder que ciertas personas, llamadas por el Señor para una misión apostólica importante, hayan tenido un pasado aparentemente poco de acuerdo para esta misión. Pero este pasado no es para ellas un obstáculo, porque la vocación opera una renovación del alma, pone fin a un período de la existencia e inaugura un nuevo destino.


* Llamado al sacrificio

Cristo declara aún: "Yo mismo le haré ver todo lo que tendrá que sufrir por mi nombre". La vocación confiere a Saulo la eminente dignidad de apóstol, pero lo destina al mismo tiempo al sufrimiento. Una misión apostólica no puede cumplirse sin sacrificio, y Pablo tendrá que experimentarlo.

La vocación, llamamiento para seguir a Cristo, es siempre un llamado a unirse a su sacrificio, compartir su Pasión para cooperar a la salvación del mundo. A los que llama especialmente para ser sus apóstoles y testigos, Jesús les muestra todo lo que tendrán que sufrir por su nombre, por amor de Él.


* Efusión del Espíritu Santo

Para que Pablo pudiera realizar lo que le pide el Señor, deberá recibir la luz y la fortaleza de lo alto, "ser lleno del Espíritu Santo". Como en él, conversión y vocación coinciden; la gracia que necesita le es dada por el bautismo.

El llamado de la vocación no toca solamente el exterior del alma: para penetrar en una personalidad, en una vida humana y para moderarla según su nuevo destino, es acompañada de una efusión del Espíritu Santo. El alma es transformada por el Espíritu Santo y se vuelve apta para realizar todas las exigencias de la vocación, para cumplir la misión confiada por el Señor.


* Bautismo y vocación

En el caso de Saulo aparece más vivamente el estrecho lazo que existe entre bautismo y vocación. Por el bautismo Dios se adueña de una alma para llenarla de su vida divina; por la vocación quiere adueñarse de ella mucho más, llevando hasta lo máximo esta posesión.

El bautismo inauguró la vida de Pablo "en Cristo", vida de fe y de amor. En virtud de la vocación Pablo se entregó totalmente a Cristo que entraba en su alma; se puso a vivir únicamente por Él: la fe y la caridad alcanzaron su más grande dimensión en la total consagración a su misión apostólica.

Fuente: churchforum 
 
 

Oración al Apóstol San Pablo por el Año Paulino

¡Oh glorioso San Pablo!,
Apóstol lleno de celo,
Mártir por amor a Cristo,
intercede para que obtengamos una fe profunda,
una esperanza firme,
un amor ardiente al Señor
para que podamos decir contigo:
“No soy yo el que vive, sino es Cristo quien vive
en mí”.
Ayúdanos a convertirnos en apóstoles
que sirvan a la Iglesia con una consciencia pura,
testigos de su verdad y de su belleza
en medio a la obscuridad de nuestro tiempo.
Alabamos junto contigo a Dios nuestro Padre,
« A Él la gloria, en la Iglesia y en Cristo
por los siglos de los siglos.»
Amén.

046.-AÑO PAULINO: Apóstol de los Gentiles Oremos juntos.

Apóstol de los Gentiles

San Pablo es un hombre que se entrega por completo. Cuando Cristo lo tiró por tierra fue capaz de entregarle absolutamente todo su ser hasta poder decir "ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi".

Pablo escribió 13 cartas que forman parte del Nuevo Testamento y están dirigidas a las comunidades de gentiles, paganos convertidos por su predicación. En ellas les exhorta, les guía en la fe y enseña sobre ética y doctrina. Estas cartas son inspiradas por el Espíritu Santo y forman parte de la revelación divina. Es decir, son Palabra de Dios y por medio de ellas Dios mismo se da a conocer. Pablo es el instrumento en esta comunicación divina pero al mismo tiempo las cartas nos ayudan a conocer al autor humano. Reflejan su personalidad, sus dones y sus luchas intensas. Otras fuentes que nos ayudan a conocer el apóstol son los Hechos de los Apóstoles escritos por San Lucas y ciertos libros apócrifos.

Pablo nació con el nombre judío de Saúl el cual mantuvo hasta su conversión. Era de una familia acomodada de Tarso, hijo de un ciudadano romano, por lo tanto ciudadano romano el también. La fecha de su nacimiento se calcula alrededor del año 3 A.D. Según se cree, Jesús nació alrededor del 6 o 7 B.C. Entonces Jesucristo sería sólo unos 10 años mayor que San Pablo. 

Hacia el año 18 de nuestra era, Saúl, que tendría unos 15 años, fue a estudiar en Jerusalén en la famosa escuela rabínica dirigida por Gamaliel. Además de estudiar la ley y los profetas, allí aprendió un oficio como era la costumbre. El joven Saúl escogió el de construir tiendas. Aunque criado en una ortodoxia rigurosa, mientras vivía en su hogar de Tarso estuvo bajo la influencia liberal de los helenistas, es decir de la cultura griega que en ese tiempo había penetrado todos los niveles de la sociedad en el Asia Menor. Se formó en las tradiciones y culturas judaicas, romanas y griegas. 

En el año 35 Saúl aparece como un recto joven fariseo, fanáticamente dispuesto contra los cristianos. Creía que la nueva secta era una amenaza para el judaísmo por lo que debía ser eliminada y sus seguidores castigados. Se nos dice en los Hechos de los Apóstoles que Saúl estuvo presente aprobando cuando San Esteban, el primer mártir, fue apedreado y muerto. Fue poco después que Pablo experimentó la revelación que iba a transformar su vida. Mientras iba a la ciudad de Damasco para continuar su persecución contra los cristianos, Jesucristo se le apareció y tirándolo por suelo le pregunta: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Hechos 9,4. Por la luz sobrenatural quedó ciego. Pablo ante el Señor se entregó totalmente: -"Señor, ¿qué quieres que haga?. Jesús le pide un profundo acto de humildad ya que se debía someter a quienes antes perseguía: -"vete donde Ananías y él te lo dirá". Después de su llegada a Damasco, siguió con dramática secuencia su repentina conversión, la sanación de su ceguera por el discípulo Ananías y su bautismo. Pablo aceptó ávidamente la misión de predicar el Evangelio de Cristo, pero como todos los santos, vio su indignidad y se apartó del mundo para pasar tres años en <<>> en meditación y oración antes de iniciar su apostolado. Hacía falta mucha purificación. Jesucristo lo constituyó Apóstol de una manera especial, sin haber convivido con El. Es pues el último apóstol constituido. "Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo." I Corintios 15:8. 

Desde entonces era un hombre verdaderamente nuevo y totalmente movido por el Espíritu Santo para anunciar el Evangelio con poder. Saúl desde ahora se llamará con el nombre romano: Pablo. El por su parte nunca descansó de sus labores. Predicación, escritos y fundaciones de iglesias, sus largos y múltiples viajes por tierra y mar (al menos cuatro viajes apostólicos), tan repletos de aventuras, podrán ser seguidos por cualquiera que lea cuidadosamente las cartas del Nuevo Testamento. No podemos estar seguros si las cartas y evidencia que han llegado hasta nosotros contienen todas las actividades de San Pablo. Él mismo nos dice que fue apedreado, azotado, naufragó tres veces, aguantó hambre y sed, noches sin descanso, peligros y dificultades. Fue preso y, además de estas pruebas físicas, sufrió muchos desacuerdos y casi constantes conflictos los cuales soportó con gran entusiasmo por Cristo, por las muchas y dispersas comunidades cristianas.

Tuvo una educación natural mucho mayor que los humildes pescadores que fueron los primeros apóstoles de Cristo. Decimos "educación natural" porque los otros apóstoles tuvieron al mismo Jesús de maestro recibiendo así una educación divina. Esta también la recibió San Pablo por gracia de la revelación. Siendo docto tanto en la sabiduría humana como en la divina, Pablo estaba en posición de enseñar que la sabiduría humana es nada en comparación con la divina: 

"Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría." Romanos 12,16. 

A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén. Rm 16,25-27 


Pablo inició su predicación en Damasco. Aquí la rabia de los judíos ortodoxos contra este "traidor" era tan 
Pablo, Santo
Pablo, Santo
fuerte que tuvo que escaparse dejándose bajar de la pared de la ciudad en una canasta. Al bajar a Jerusalén, fue suspiciosamente vigilado por los judíos cristianos porque no podían creer que él que tanto había perseguido se había convertido. De regreso a su ciudad nativa de Tarso, otra vez se unió Barnabás y juntos viajaron a Antioquía siriana, donde encontraron tantos seguidores que fue fundada por la constancia de los primeros cristianos. Fue aquí donde los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos por primera vez (del Griego <<>>, ungido). Después que regresaron a Jerusalén, una vez más para asistir a los miembros de la iglesia que estaban escasos de alimentos, estos dos misioneros regresaron a Antioquía y después navegaron a la isla de Chipre; durante su estancia convirtieron al procónsul, Sergius Paulus.

Una vez mas en tierra de Asia Menor, cruzaron las Montañas Taurus y visitaron muchos pueblos del interior, particularmente aquellos en que habitaban judíos. Generalmente en estos lugares Pablo primero visitaba las sinagogas y predicaba a los judíos; si ellos lo rechazaban entonces predicaba a los gentiles. En Antioquía de Pisid, Pablo lanzó un discurso memorable a los judíos, concluyendo con estas palabras: Hechos 13,46-47 "Entonces dijeron con valentía Pablo y Bernabé: «Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo ordenó el Señor: Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra.» 

Después de esto Pablo y Bernabé volvieron a Jerusalén donde los ancianos trataban el tema de la posición de la Iglesia, todavía en su mayoría de miembros judíos, hacia los gentiles convertidos. La cuestión de la circuncisión fue problemática porque para los judíos era importante que los gentiles se sometieran a este requisito de la ley judía. Pablo se mostró en contra de la circuncisión, no porque quisiera hacer un cristianismo fácil sino porque comprendía que el Espíritu ahora requería una circuncisión del corazón, una transformación interior. La ley no puede justificar al hombre sino sólo la gracia recibida por medio de Jesucristo. Vivir esta gracia es sin embargo un reto aun mas radical que el que presenta la ley y exige entrega total. Esta llamada a la gracia y a la respuesta total hasta la muerte forma parte esencial de su enseñanza y de su vida.

La segunda jornada misionera, la cual duró del año 49 a 52, llevó Pablo a Silas, su nuevo asistente a Frigia, Galacia, Troas, y a través de tierra de Europa, a Filipos en Macedonia. Lucas el médico era ahora un miembro del grupo, y en el libro de los Hechos él nos da un relato que ellos fueron a Tesalónica, y después bajó a Atenas y Corinto. En Atenas Pablo predicó en el Areópago y sabemos que algunos de los estoicos y epicureanos lo escucharon y discutieron con él informalmente atraídos por su intelecto vigoroso, su personalidad magnética, y su enseñanza ética. Pero mas importante, el Espíritu Santo tocaba los corazones de aquellos que abrían su corazón podían comprender que Pablo tenía una sabiduría nunca antes enseñada. 

Pasando a Corinto, se encontró en el mismo corazón del mundo griego-romano, y sus cartas de este período muestran que él está consciente de la gran ventaja en su contra, de la lucha incesante contra el escepticismo e indiferencia pagana. Él sin embargo se quedó en Corinto por 18 meses, y encontró éxito considerable. Un matrimonio, Aquila y Priscila, se convirtieron y llegaron a ser muy valiosos servidores de Cristo. Volvieron con él al Asia. Fue durante su primer invierno en Corinto que Pablo escribió las primeras cartas misioneras. Estas muestran su suprema preocupación por la conducta y revelan la importancia de que el hombre reciba la inhabitación de Espíritu Santo ya que solo así hay salvación y poder para bien.

La tercera jornada misionera cubrió el periodo del 52 a 56. En Éfeso, ciudad importante de Lidia, donde el culto a la diosa griega Artemisa era muy popular. Pablo fue motivo de un disturbio público ya que los comerciantes veían peligrar sus negocios de imágenes de plata de la diosa que allí florecía. Después, en Jerusalén, causó una conmoción al visitar el templo; fue arrestado, tratado brutalmente y encadenado. Pero cuando fue ante el tribunal, él se defendió de tal forma que sorprendió a sus opresores. Fue llevado a Cesarea por el rumor de algunos judíos en Jerusalén que lo habían acusado falsamente de haber dejado entrar a gentiles en el templo. Así planeaban matarlo. Fue puesto en prisión en Cesarea esperando juicio por aproximadamente dos años bajo el procónsul Félix y Festus. Los gobernadores romanos deseaban evitar problemas entre judíos y cristianos por lo que postergaron su juicio de mes a mes. Pablo al final apeló al Emperador, demandando el derecho legal de un ciudadano romano de tener su juicio escuchado por el mismo Nerón. Fue entonces colocado bajo la custodia de un centurión, el cual lo llevó a Roma. Los Hechos de los Apóstoles lo dejan en la ciudad imperial esperando su tribunal.

Aparentemente la apelación de Pablo fue un éxito porque hay evidencia de otra jornada misionera, probablemente a Macedonia. En esta última visita a las comunidades cristianas, se cree que nombró a Tito obispo en Creta y a Timoteo en Efeso. Volviendo a Roma, fue una vez mas arrestado. Su espíritu no decae ante las tribulaciones porque sabe en quien ha puesto su confianza.

Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día. -II Timoteo 1,12

Después de dos años en cadenas (cárcel Mamertina que puede ser aun visitada en Roma) sufrió martirio en Roma al mismo tiempo que el Apóstol Pedro, obispo de la Iglesia de Roma. San Pablo, por ser romano, no fue crucificado sino degollado. Según una antigua tradición su martirio fue cerca de la Via Hostia, donde hoy está la abadia de Tre Fontana (llamada así por tres fuentes que según la tradición surgieron cuando su cabeza, separada ya del cuerpo, rebotó tres veces) 

Las inscripciones del segundo y tercer siglo en las catacumbas nos dan evidencia de un culto a los Santos Pedro y Pablo. Esta devoción nunca ha disminuido en popularidad. 

En el arte cristiano San Pablo normalmente es pintado como un hombre calvo con barba negra, pero vigoroso e intenso. Cerca del lugar de su martirio se levantó una preciosa basílica mayor: San Pablo extramuros. Sus restos junto con los de San Pedro están bajo el altar mayor de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, cede de la Iglesia Católica.

San Pablo que al final dijo: "He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe" -II Timoteo 4,7. Nos ha dado la Palabra de Dios que nos fortalece para nuestras luchas y salir como el victoriosos. Es por lo tanto esencial que meditemos asiduamente sus cartas como toda la Palabra de Dios que encontramos en la Santa Biblia. Allí encontraremos la Sabiduría 

¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! -Romanos 11,33

Oración al Apóstol San Pablo por el Año Paulino

¡Oh glorioso San Pablo!,
Apóstol lleno de celo,
Mártir por amor a Cristo,
intercede para que obtengamos una fe profunda,
una esperanza firme,
un amor ardiente al Señor
para que podamos decir contigo:
“No soy yo el que vive, sino es Cristo quien vive
en mí”.
Ayúdanos a convertirnos en apóstoles
que sirvan a la Iglesia con una consciencia pura,
testigos de su verdad y de su belleza
en medio a la obscuridad de nuestro tiempo.
Alabamos junto contigo a Dios nuestro Padre,
« A Él la gloria, en la Iglesia y en Cristo
por los siglos de los siglos.»
Amén.

045.-AÑO PAULINO:transcurre el noveno mes del Año Paulino que iniciara, el papa Benedicto XVI, el pasado 28 de junio... Oremos juntos

Decididamente transcurre el noveno mes del Año Paulino que iniciara, el papa Benedicto XVI, el pasado 28 de junio. A esta altura del camino, y faltando poco más de tres meses para concluirlo, es bueno intentar medir algunos posibles resultados y/o comprobar, por consecuencia, si se vislumbran algunos horizontes con características paulinas en nuestros ambientes.
 
Aunque no podemos exigir mucho, en tan poco tiempo, y esperar resultados a  largo plazo, les propongo algunas preguntas para examinarnos:
  1. ¿Qué literatura de Pablo hemos leídos? ¿A qué acontecimientos paulinos hemos participado?
  2. ¿Qué influencia ha tenido este año, dedicado al apóstol Pablo, sobre nuestra vida personal, comunitaria y eclesial?
  3. ¿Qué hemos aprendido del camino misionero de Pablo?
Espero que estas, y otras preguntas que nos podemos hacer, ayuden a ver dónde estamos parados en este Año Paulino, que con tanto entusiasmo programara el Papa hasta el 29 de junio de 2009.
 
Como cristianos, y como comunidad eclesial, el Año Paulino nos está invitando a transitar por los caminos del Apóstol. En estos tiempos en que hubo muchos cambios de parámetros sociales y que la crisis a nivel mundial nos golpea. ¿Qué tiene que decirnos Pablo? Muchas veces constatamos que algunos se asustan por aquellos que se apartan de la Iglesia, y tal vez no son tan rigorosos a la hora de cuestionarse sobre nuestra responsabilidad en la realidad de lo que pasa.
 
Sin lugar a dudas, el Apóstol nos traza el camino justo para enfrentar los nuevos desafíos que existen en este llamado “cambio de época”. Todo nos motiva a la creatividad, como Pablo primero fuera retado para entregar el Evangelio a otras culturas y pueblos. Hoy debemos volver a anunciar el mensaje de Jesucristo en una sociedad que está perdiendo sus raíces cristianas. La realidad en la cual vivió Pablo no es la misma que vivimos hoy nosotros, aunque vislumbremos posibles paralelos.
 
Si deseamos que el mensaje de Jesucristo perdure, con Pablo nos presentamos al hombre y la mujer de hoy, sin temor y con esperanza. Los que entienden el espíritu paulino no se dejan condicionar ante las realidades contrastantes de la realidad nacional, regional e internacional y familiar y eclesial.
 
Hoy tenemos la oportunidad de hacer comprensible el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, bebiendo del renovando ardor misionero paulino.
 
Entiendo que hay dos extremos que el misionero del siglo XIX debe evitar: el de quedarse tocando siempre la misma música, como si nada hubiera cambiado, o de bajar la intensidad del anuncio, como desanimados porque a nadie le interesa escuchar el mensaje cristiano. Justamente es Pablo quien ayudó a la Iglesia naciente a cambiar el contenido de su lenguaje, adecuándolo a otras culturas, y ampliando la geografía cristiana existente, visitando a otros pueblos que aún no sabían nada de Jesucristo.
 
Pablo vivió tiempos y exigencias nuevas, buscando encontrar nuevas respuestas a los nuevos problemas. No quedó paralizado ante lo nuevo que le planteaban los no judíos. Más bien, se dejó conducir por el Espíritu, acertando con las palabras justas para comunicar y hacerse entender por sus interlocutores. De aquí sale la pregunta inicial: ¿Seguimos el camino de Pablo o nos quedamos en la misma propuesta de ayer?
 
El Año Paulino nos permite reabrir un camino de actualización eclesial. Primero, conocer a Pablo, y luego abrir el horizonte de la misión con palabras adecuadas a la cultura post cristiana de hoy.
 
Nos invitamos a no perder la oportunidad. Desde este sitio deseamos que no pase sin dejar huellas que perduren en el tiempo.
 
¡Gracia y Paz a todos ustedes!
Fuente: Soc.S.Pablo
 

Oración al Apóstol San Pablo por el Año Paulino

¡Oh glorioso San Pablo!,
Apóstol lleno de celo,
Mártir por amor a Cristo,
intercede para que obtengamos una fe profunda,
una esperanza firme,
un amor ardiente al Señor
para que podamos decir contigo:
“No soy yo el que vive, sino es Cristo quien vive
en mí”.
Ayúdanos a convertirnos en apóstoles
que sirvan a la Iglesia con una consciencia pura,
testigos de su verdad y de su belleza
en medio a la obscuridad de nuestro tiempo.
Alabamos junto contigo a Dios nuestro Padre,
« A Él la gloria, en la Iglesia y en Cristo
por los siglos de los siglos.»
Amén.

domingo, abril 19, 2009

LEVANTATE Y PONTE EN CAMINO

Es ésta, quizás, una de las frases más repetidas por Dios en la Escritura cuando se dirige al pueblo, o bien a personas concretas. Desde Abraham, invitado a marchar a tierras desconocidas, pasando por Moisés, llamado a liberar al pueblo esclavo, los profetas, y el propio Pablo, todos los grandes hombres y mujeres han encontrado en el camino el inicio de una nueva vida, de su propia realización personal.

La Cuaresma nos invita también, con toda su fuerza, a ponernos en camino: a levantarnos de la tierra simbólica en la que estamos establecidos, tal vez anclados, y a marchar hacia un lugar nuevo. La meta de este tiempo ya la conocemos: la Pascua, la identificación con Jesús muerto, anulado, y la asimilación de su Resurrección como la nuestra. Un camino, una meta demasiado habituales, que pueden tornarse rutinarios y sin sentido. Un mero cumplimiento. Espectadores pasivos de la representación de siempre.El ser humano es caminante por naturaleza. Peregrino de todas las tierras, sabiendo que en ninguna de ellas encuentra su patria. Siempre en marcha. ¡Ay de aquel establecido, cansado de caminar, satisfecho al borde del camino! ¡Ay del que cree haber alcanzado su meta! ¡Ay del temeroso que por miedo no se atreve a iniciar su ruta! Ninguno de ellos tendrá la satisfacción de encontrar su recompensa, la paga de su búsqueda, escondida en el camino. Porque es ese camino el que va pasando por nosotros, nos va transformando, nos va modelando los pies, el corazón y las entrañas. Nos va curtiendo la intemperie y el sol; nos va despojando de pesos y falsas riquezas; nos va demostrando cuán frágiles y vulnerables somos, cómo son nuestras pequeñas perlas y tesoros. Nos va guiando hacia pozos y cavernas, hacia prados y desiertos, hacia horizontes cada vez más próximos. El camino cuaresmal, para el cristiano, supone además el encuentro con otros, otras, también peregrinos, que andan buscando al Señor Jesús porque han encontrado ya sus huellas. Encuentros que, al mismo tiempo, os abren a nuevas realidades de nosotros mismos, nos amplían y purifican la visión de los demás y de Dios.El caminante habituado a recorrer grandes distancias sabe muy bien que no se puede ir sin nada para realizar esa tarea. Se precisan ciertos instrumentos para que el camino sea más llevadero y la meta más cercana. La Cuaresma también nos proporciona tres herramientas fundamentales para avanzar en este tiempo, indispensables y valiosas, que forman el equipaje de aquellos buscadores de siempre que salen al encuentro del Señor.Todo peregrino necesita un bastón para apoyarse. Éste le sostiene cuando el camino se torna difícil. Le pone en contacto con la tierra fecunda, el suelo reseco o la roca firme. La limosna es el instrumento que nos recuerda a nosotros nuestra vinculación a la tierra, a lo más bajo, a los más bajos. Ella nos sostiene en equilibrio y permite acompasar el ritmo de los otros. Permite allanar el camino, para que, los que vengan detrás, no encuentren obstáculos o dificultades. La limosna, en nuestro mundo, no es mera caridad, dar las sobras: significa darse a los otros por completo, implicarse en las causas de los pobres, compartir con ellos siquiera su hambre: la de estómago, y sobre todo el hambre que permite gritar, denunciar, alzar la voz por quienes la han perdido.El caminante de grandes distancias no puede prescindir de su mochila, la bolsa donde guarda las provisiones o el agua, donde va recogiendo aquello que encuentra interesante en su ruta, todo cuanto le pueda servir en algún momento. Pero esa mochila ha de ser pequeña y ligera. Ha de contener lo necesario, lo imprescindible. Si va cargada, en lugar de instrumento que facilite el camino, puede convertirse en freno que lo dificulte. El camino hacia la Pascua ha de hacerse también sin nada, con lo mínimo: se trata de subordinar las propias necesidades, deseos, gustos y proyectos a ese proyecto del camino hacia el Reino que nos convoca y nos urge. Un camino en hambre y sed, sabiendo que sólo Dios, sólo los hermanos y hermanas, pueden darnos aquello que vamos a precisar. Un camino vivido en solidaridad y justicia, para que todos tengan lo suficiente.Finalmente, el viajero de grandes aventuras, que se adentra en caminos desconocidos, necesita la brújula que le oriente y guíe de modo eficaz hacia la meta. Tal vez ese pequeño instrumento se hace más necesario que cualquier otro. Él marca el camino a seguir; el caminante sólo ha de dejarse conducir por él. Quien peregrina a la Pascua sabe que sólo el Espíritu puede ser el mejor guía, aquel que señala siempre el camino. El tiempo dedicado a la oración, a la escucha de Dios que habla en el silencio, en los acontecimientos de la Historia, se vuelve indispensable para entrar en la sintonía del Señor de la Pascua. Aquel que buscamos como meta se nos hace presente ya en la búsqueda. Él mismo alimenta en nosotros el deseo de ponernos en camino y da sentido a nuestra marcha. Y él, Caminante por excelencia, nos protege, nos lleva sobre sus hombros cuando llega la fatiga, y nos guarda entre sus brazos cuando llega la oscuridad.

Señor Jesús: me pongo en camino. Quiero buscarte. Dame un corazón sencillo, unos pies ligeros, unos ojos abiertos para que mi marcha sólo se dirija a Ti. Oriéntame cuando me pierda, acógeme cuando me canse, llévame a los otros cuando me sienta solo. Dame valentía, fortaleza y audacia para no decaer en mi búsqueda, para permanecer siempre firme. Haz que mis pies pisen la tierra pobre que pisaron los tuyos, que mis hombros sólo carguen la libertad y el desprendimiento que llevaron los tuyos, que mis entrañas anhelen sólo tu Palabra. Y cuando al fin pueda encontrarme contigo cara a cara, Cristo Luminoso, Eterna Pascua, concédeme descansar mi cabeza sobre tu hombro y pronunciar tu nombre, Señor, siempre hermano, siempre

Por Javier Garzón Garzón, o.p.


HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Queridos hermanos y hermanas, 
queridos jóvenes:

Junto con una creciente muchedumbre de peregrinos, Jesús había subido a Jerusalén para la Pascua. En la última etapa del camino, cerca de Jericó, había curado al ciego Bartimeo, que lo había invocado como Hijo de David y suplicado piedad. Ahora que ya podía ver, se había sumado con gratitud al grupo de los peregrinos. Cuando a las puertas de Jerusalén Jesús montó en un borrico, que simbolizaba el reinado de David, entre los peregrinos explotó espontáneamente la alegre certeza: Es él, el Hijo de David. Y saludan a Jesús con la aclamación mesiánica: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»; y añaden: «¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en el cielo!», (Mc 11,9s). No sabemos cómo se imaginaban exactamente los peregrinos entusiastas el reino de David que llega. Pero nosotros, ¿hemos entendido realmente el mensaje de Jesús, Hijo de David? ¿Hemos entendido lo que es el Reino del que habló al ser interrogado por Pilato? ¿Comprendemos lo que quiere decir que su Reino no es de este mundo? ¿O acaso quisiéramos más bien que fuera de este mundo?

San Juan, en su Evangelio, después de narrar la entrada en Jerusalén, añade una serie de dichos de Jesús, en los que Él explica lo esencial de este nuevo género de reino. A simple vista podemos distinguir en estos textos tres imágenes diversas del reino en las que, aunque de modo diferente, se refleja el mismo misterio. Ante todo, Juan relata que, entre los peregrinos que querían «adorar a Dios» durante la fiesta, había también algunos griegos (cf. 12,20). Fijémonos en que el verdadero objetivo de estos peregrinos era adorar a Dios. Esto concuerda perfectamente con lo que Jesús dice en la purificación del Templo: «Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos» (Mc 11,17). La verdadera meta de la peregrinación ha de ser encontrar a Dios, adorarlo, y así poner en el justo orden la relación de fondo de nuestra vida. Los griegos están en busca de Dios, con su vida están en camino hacia Dios. Ahora, mediante dos Apóstoles de lengua griega, Felipe y Andrés, hacen llegar al Señor esta petición: «Quisiéramos ver a Jesús» (Jn12,21). Son palabras mayores. Queridos amigos, por eso nos hemos reunido aquí: Queremos ver a Jesús. Para eso han ido a Sydney el año pasado miles de jóvenes. Ciertamente, habrán puesto muchas ilusiones en esta peregrinación. Pero el objetivo esencial era éste: Queremos ver a Jesús.

¿Qué dijo, qué hizo Jesús en aquel momento ante esta petición? En el Evangelio no aparece claramente que hubiera un encuentro entre aquellos griegos y Jesús. La vista de Jesús va mucho más allá. El núcleo de su respuesta a la solicitud de aquellas personas es: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto quiere decir: ahora no tiene importancia un coloquio más o menos breve con algunas personas, que después vuelven a casa. Vendré al encuentro del mundo de los griegos como grano de trigo muerto y resucitado, de manera totalmente nueva y por encima de los límites del momento. Por su resurrección, Jesús supera los límites del espacio y del tiempo. Como Resucitado, recorre la inmensidad del mundo y de la historia. Sí, como Resucitado, va a los griegos y habla con ellos, se les manifiesta, de modo que ellos, los lejanos, se convierten en cercanos y, precisamente en su lengua, en su cultura, la palabra de Jesús irá avanzando y será entendida de un modo nuevo: así viene su Reino. Por tanto, podemos reconocer dos características esenciales de este Reino. La primera es que este Reino pasa por la cruz. Puesto que Jesús se entrega totalmente, como Resucitado puede pertenecer a todos y hacerse presente a todos. En la sagrada Eucaristía recibimos el fruto del grano de trigo que muere, la multiplicación de los panes que continúa hasta el fin del mundo y en todos los tiempos. La segunda característica dice: su Reino es universal. Se cumple la antigua esperanza de Israel: esta realeza de David ya no conoce fronteras. Se extiende «de mar a mar», como dice el profeta Zacarías (9,10), es decir, abarca todo el mundo. Pero esto es posible sólo porque no es la soberanía de un poder político, sino que se basa únicamente en la libre adhesión del amor; un amor que responde al amor de Jesucristo, que se ha entregado por todos. Pienso que siempre hemos de aprender de nuevo ambas cosas. Ante todo, la universalidad, la catolicidad. Ésta significa que nadie puede considerarse a sí mismo, a su cultura a su tiempo y su mundo como absoluto. Y eso requiere que todos nos acojamos recíprocamente, renunciando a algo nuestro. La universalidad incluye el misterio de la cruz, la superación de sí mismos, la obediencia a la palabra de Jesucristo, que es común, en la común Iglesia. La universalidad es siempre una superación de sí mismos, renunciar a algo personal. La universalidad y la cruz van juntas. Sólo así se crea la paz.

La palabra sobre el grano de trigo que muere sigue formando parte de la respuesta de Jesús a los griegos, es su respuesta. Pero, a continuación, Él formula una vez más la ley fundamental de la existencia humana: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Es decir, quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. Ésta se vuelve tediosa y vacía. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. Así, este principio fundamental que el Señor establece es, en último término, simplemente idéntico al principio del amor. En efecto, el amor significa dejarse a sí mismo, entregarse, no querer poseerse a sí mismo, sino liberarse de sí: no replegarse sobre sí mismo —¡qué será de mí!— sino mirar adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los hombres que Él pone a mi lado. Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo. Queridos amigos, tal vez sea relativamente fácil aceptar esto como gran visión fundamental de la vida. Pero, en la realidad concreta, no se trata simplemente de reconocer un principio, sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y la resurrección. Y por ello, una vez más, no basta una única gran decisión. Indudablemente, es importante, esencial, lanzarse a la gran decisión fundamental, al gran «sí» que el Señor nos pide en un determinado momento de nuestra vida. Pero el gran «sí» del momento decisivo en nuestra vida —el «sí» a la verdad que el Señor nos pone delante— ha de ser después reconquistado cotidianamente en las situaciones de todos los días en las que, una y otra vez, hemos de abandonar nuestro yo, ponernos a disposición, aun cuando en el fondo quisiéramos más bien aferrarnos a nuestro yo. También el sacrificio, la renuncia, son parte de una vida recta. Quien promete una vida sin este continuo y renovado don de sí mismo, engaña a la gente. Sin sacrificio, no existe una vida lograda. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, tengo que decir que precisamente los momentos en que he dicho «sí» a una renuncia han sido los momentos grandes e importantes de mi vida.

Finalmente, san Juan ha recogido también en su relato de los dichos del Señor para el «Domingo de Ramos» una forma modificada de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. Ante todo una afirmación: «Mi alma está agitada» (12,27). Aquí aparece el pavor de Jesús, ampliamente descrito por los otros tres evangelistas: su terror ante el poder de la muerte, ante todo el abismo de mal que ve, y al cual debe bajar. El Señor sufre nuestras angustias junto con nosotros, nos acompaña a través de la última angustia hasta la luz. En Juan, siguen después dos súplicas de Jesús. La primera formulada sólo de manera condicional: «¿Qué diré? Padre, líbrame de esta hora» (12,27). Como ser humano, también Jesús se siente impulsado a rogar que se le libre del terror de la pasión. También nosotros podemos orar de este modo. También nosotros podemos lamentarnos ante el Señor, como Job, presentarle todas las nuestras peticiones que surgen en nosotros frente a la injusticia en el mundo y las trabas de nuestro propio yo. Ante Él, no hemos de refugiarnos en frases piadosas, en un mundo ficticio. Orar siempre significa luchar también con Dios y, como Jacob, podemos decirle: «no te soltaré hasta que me bendigas» (Gn 32,27). Pero luego viene la segunda petición de Jesús: «Glorifica tu nombre» (Jn 12,28). En los sinópticos, este ruego se expresa así: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Al final, la gloria de Dios, su señoría, su voluntad, es siempre más importante y más verdadera que mi pensamiento y mi voluntad. Y esto es lo esencial en nuestra oración y en nuestra vida: aprender este orden justo de la realidad, aceptarlo íntimamente; confiar en Dios y creer que Él está haciendo lo que es justo; que su voluntad es la verdad y el amor; que mi vida se hace buena si aprendo a ajustarme a este orden. Vida, muerte y resurrección de Jesús, son para nosotros la garantía de que verdaderamente podemos fiarnos de Dios. De este modo se realiza su Reino.

Queridos amigos. Al término de esta liturgia, los jóvenes de Australia entregarán la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud a sus coetáneos de España. La Cruz está en camino de una a otra parte del mundo, de mar a mar. Y nosotros la acompañamos. Avancemos con ella por su camino y así encontraremos nuestro camino. Cuando tocamos la Cruz, más aún, cuando la llevamos, tocamos el misterio de Dios, el misterio de Jesucristo: el misterio de que Dios ha tanto amado al mundo, a nosotros, que entregó a su Hijo único por nosotros (cf. Jn 3,16). Toquemos el misterio maravilloso del amor de Dios, la única verdad realmente redentora. Pero hagamos nuestra también la ley fundamental, la norma constitutiva de nuestra vida, es decir, el hecho que sin el «sí» a la Cruz, sin caminar día tras día en comunión con Cristo, no se puede lograr la vida. Cuanto más renunciemos a algo por amor de la gran verdad y el gran amor — por amor de la verdad y el amor de Dios —, tanto más grande y rica se hace la vida. Quien quiere guardar su vida para sí mismo, la pierde. Quien da su vida — cotidianamente, en los pequeños gestos que forman parte de la gran decisión —, la encuentra. Esta es la verdad exigente, pero también profundamente bella y liberadora, en la que queremos entrar paso a paso durante el camino de la Cruz por los continentes. Que el Señor bendiga este camino. Amén.

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

 

 
 


Oremos por nuestro Santo Padre

Oh Dios, que para suceder al apóstol san Pedro, elegiste a tu siervo Benedicto XVI como pastor de tu grey, escucha la plegaria de tu pueblo y haz que nuestro Papa, vicario de Cristo en la tierra,confirme en la fe a todos los hermanos, y que toda la Iglesia se mantenga en comunión con él por el vínculo de la unidad, del amor y de la paz para que todos encuentren en ti, Pastor de los hombres, la verdad y la vida eterna

Cuatro años de pontificado desechando prejuicios

Las falacias, sofismas y prejuicios seguirán cayendo por sí solos; nosotros, mientras tanto, seguimos agradeciendo el don de un Papa como Joseph Ratzinger 

Para algunos, el día de su elección, los defectos hallaron un modelo concreto en quién encarnarse. Dijeron que era un cardenal conservador y que, como Papa, no se esperaría menos. Y ha sido cierto. Él, como todos los Papas, es custodio de la verdad, de la única verdad que jamás cambia: Jesucristo. Verdad que, a través de los tiempos, ha permanecido radiante y luminosa, gracias al Primado petrino que la ha conservado, mantenido e impulsado. 

 

Dijeron que era un ‘intelectual’ -como si reconocer los dones del prójimo fuese un insulto-, y lo es. Menos mal que lo es, que para guiar esa gran ‘barca’, la Iglesia universal, hace falta mucha inteligencia. Pero no sólo posee una mente brillante, también hemos sido testigos de su talante humilde, de su doctrina llana sin detrimento de la hondura eminente, de la cercanía a su grey, de su estatura espiritual y humana. Es un hombre, más que de libros, de oración, de intensa vida interior y de sentimientos profundos. Sus reflexiones no son el resultado de un discurrir exclusivo con la razón, sino fruto del diálogo con el Maestro. 

Dijeron que era anciano, que tras el Pontificado del Papa Magno, sería un Pontífice de transición. Y tenían razón y la tendrán todos los que concluyan en semejante corolario. 

Es un Papa de transición como lo han sido todos los Sumos Pontífices. Hasta donde se sabe, ninguno ha pensado quedarse en la silla de Pedro hasta la parusía. Y de lo de viejo… a juzgar por los diferentes encuentros masivos, los jóvenes han hecho un ‘clic’ natural, avasallador e inmediato con un hombre que supera los ochenta años y que no deja de sorprender positivamente. 

Dijeron también que su lenguaje sería elevado, que no ‘engancharía’ con las masas. ¡Oh, decepción! Así respondía a Andrés, uno de los más de cien mil niños que hicieron la primera comunión y que tuvieron un encuentro con el Papa, en octubre de 2005, cuando le preguntó por qué no veía a Jesús en la Eucaristía: “…no vemos nuestra razón y, sin embargo, tenemos la razón. No vemos nuestra inteligencia, y la tenemos (…) No vemos la electricidad, la corriente, pero vemos la luz (...) Tampoco vemos con nuestros ojos al Señor resucitado, pero vemos que donde está Jesús, los hombres cambian, se hacen mejores (…) No vemos al Señor mismo, pero vemos sus efectos; así podemos comprender que Jesús está presente”. 

Y ese modesto hombre de Dios del que han dicho tantas cosas, ha ofrecido su vida al servicio de la humanidad. No ha cesado de hablar con la fuerza de su palabra arrolladora ni ha renunciado a decir verdades pues sabe que la verdad nos hace libres, que la verdad libera al hombre, que lo transforma, que lo encamina necesariamente a la Verdad última que es Dios. Su vida es servicio y servir es un don, una exigencia para el católico. Un don privilegiado que manifiesta que “Dios es amor”, como nos recordó en su primera encíclica. 

Servir es alzar la voz en nombre de los débiles y oprimidos; es reclamar la libertad religiosa pues “si no se teme a la verdad no se puede temer a la libertad”. Servir es devolver al hombre su dignidad, mostrarle su valor y recordarle sus principios. Servir es proclamar la exigencia, la necesidad de la paz; servir es abogar por los pobres y es encaminar a los cristianos a la unidad cada vez más apremiante. 

Ya son cuatro años de pontificado, un pontificado fecundo que, en la Iglesia católica, sólo se entiende como disposición y renuncia a sí mismo. Las falacias, sofismas y prejuicios, aquellos ‘decires aventurados’, seguirán cayendo por sí solos. Nosotros, mientras tanto, seguimos agradeciendo el don de un Papa como Joseph Ratzinger.

 

Fuente:ForumLibertas


ORACIÓN POR EL PAPA

Oh Jesús, Rey y Señor de la Iglesia: renuevo en tu presencia mi adhesión incondicional a tu Vicario en la tierra, el Papa. En él tú has querido mostrarnos el camino seguro y cierto que debemos seguir en medio de la desorientación, la inquietud y el desasosiego. Creo firmemente que por medio de él tú nos gobiernas, enseñas y santificas, y bajo su cayado formamos la verdadera Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Concédeme la gracia de amar, vivir y propagar como hijo fiel sus enseñanzas. Cuida su vida, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad. Aplaca los vientos erosivos de la infidelidad y la desobediencia, y concédenos que, en torno a él, tu Iglesia se conserve unida, firme en el creer y en el obrar, y sea así el instrumento de tu redención. Así sea