La fe del apóstol Pablo y su teología como reflexión sobre la fe tienen su fundamento y centro en la visión de Cristo ante Damasco, en la que Pablo reconoció y experimentó como Mesías y Señor glorificado al Jesús crucificado a quien él perseguía (1 Cor 9, 1; Gál 1, 16). Por esta revelación se le ilumina a Pablo la historia y la actualidad.Por eso, una exposición de la t. de P. ha de tener su centro y fundamento en la cristología (1 Cor 2, 2). Los elementos y la estructura formal de la teología paulina proceden en gran parte de la tradición veterotestamentaria y rabínica y, en parte mucho menor, del mundo helenístico. Pero no raras veces Pablo aprovecha también tradiciones y fórmulas ya fijas de la comunidad cristiana (fórmulas de fe, actos litúrgicos, himnos, confesiones). El apóstol inserta tales fórmulas en sus cartas, las expone y las acomoda a sus ideas.
I. Jesucristo, su obra y su figura
Pablo no fue discípulo personal de Jesús. Pero, como perseguía la Iglesia de Jesús, hubo de tener alguna noticia y conocimiento del mismo. Es dudoso que lo hubiera visto nunca (2 Cor 5, 16 no permite una decisión sobre esta cuestión). Sin embargo, todo ello es accidental. Según su propia convicción, Pablo recibió su conocimiento de Cristo en la aparición a las puertas de Damasco. Extensas narraciones de los Hechos (9, 1-10; 22, 3-21; 26, 9-20) presentan esa aparición como un acontecimiento visible y audible. Pablo mismo la describe como una experiencia interior. Dios le reveló a su Hijo (Gál 1, 17). El apóstol cuenta la aparición de Cristo ante Damasco entre las apariciones pascuales del Señor resucitado (1 Cor 15, 8). Esa aparición le reveló que Dios envió a Jesús como Mesías, y con ello puso fin a la anterior economía salvífica de la ley antigua y a la vez abrió a todos, judíos y gentiles, el camino de la fe (Flp 3, 7ss). Tanto la teología como la psicología y la historia se han preguntado si ese acontecimiento podría explicarse también, por lo menos en parte, por presupuestos naturales. Pablo se habríaimpresionado por la fe y entrega de los primeros cristianos, y su recuerdo lo habría a la postre vencido finalmente. O bien él habría dudado ya desde mucho antes de la posibilidad de la justicia por las obres de la ley. Sin embargo, según Flp 3, 5 Pablo era fariseo convencido. Las fuentes neotestamentarias sólo permiten la interpretación de que Pablo experimentó su conversión y llamamiento contra todo lo esperable, por obra de Cristo resucitado.
Convertido en discípulo de Cristo por su revelación, Pablo se hizo también miembro de la comunidad de Damasco (Act 9, 19). Tomó parte en su fe, en su doctrina y en su culto. Pablo no se agregó a la primitiva Iglesia judeocristiana de Jerusalén, sino a una comunidad de la diáspora judeocristiana. La diáspora judía era más libre que otros judíos respecto de Jerusalén y su templo, y por otra parte estaba abierta al helenismo. Esa comunidad cristiana seguramente desarrolló concepciones y formas propias en doctrina y culto. Quizá, p. ej., los sacramentosdel bautismo y de la cena eran allí ritos más importantes que en la Iglesia primitiva, estrictamente judía.
Tres años después de su conversión, Pablo permaneció 15 días en Jerusalén, donde trató con Pedro y Santiago (Gál 1, 18). No buscó aquí una confirmación de su evangelio, que no necesitaba como apóstol llamado inmediatamente por el Señor (Gál 1, 12); pero sí buscó la comunión con la comunidad, que era para é1 la Iglesia madre (Rom 15, 25ss; 1 Cor 16, 1-4; 2 Cor 8, 1-4).
1. Jesús y Pablo
Pablo habla poco del hombre Jesús. La cuestión que de ahí brota fue exagerada a veces hasta afirmar que Pablo creó una nueva cristología del Señor glorificado, sin enlace con el Jesús histórico. Sin embargo, hay que recordar cómo la predicación de Pablo después de pascua y pentecostés no podía repetir simplemente las antiguas palabras de Jesús. Debla afirmar juntamente que este Jesús habla mostrado por la resurrección ser Mesías e Hijo y estaba en adelante constituido como Señor. La palabra de Jesús conducía hacia el cambio de los tiempos, en cuanto anunciaba la proximidad del reino de Dios. La predicación posterior a pascua, llegado ya el cambio de los tiempos, miraba retrospectivamente a la revelación de la salvación eterna en Cristo. Además, las cartas de Pablo no reproducen su predicación misional, sino que ordenan cuestiones y situaciones de las Iglesias existentes.
En la predicación misional podía ser más importante el recuerdo de Jesús (en 1 Jn apenas se habla del Jesús histórico, mucho en cambio en el Evangelio de Juan). De todos modos las cartas de Pablo permiten reconocer que su predicación hablaba de Jesús: de su entrada en la historia (Rom 15, 8; Gál 4, 4), de su origen del linaje de David (Rom 1, 3), de su familia (1 Cor 9, 5; Gál 1, 19), y además de su misericordia de redentor (F1p 1, 8), de su mansedumbre (2 Cor 10, 1), de su pobreza (2 Cor 8, 9), de su amor (Rom 8, 35-37; 2 Cor 5, 14ss), de su verdad (2 Cor 11, 10), de su santidad (2 Cor 5, 21), y, sobre todo, de la acción salvífica en la muerte y resurrección de Cristo (Rom 8, 34; 1 Cor 1, 18-23; Gál 3, 1-13; Flp 2, 6ss). Pablo aduce también palabras de Jesús, que deciden fundamentalmente cuestiones importantes, como la ordenación del matrimonio (1 Cor 7, 10ss), la forma y significación de la cena del Señor (1 Cor 11, 23ss), y también el orden de la evangelización (1 Cor 9, 14). En las exhortaciones del apóstol resuenan sin duda palabras de Jesús; así, en el juicio liberador sobre lo puro y lo impuro (Rom 14, 74), en la exhortación a orar por los enemigos (Rom 12, 14), y también en el precepto del amor cómo mandamiento principal (Rom 13, 9; Gál 6, 2).
2. La obra de Cristo
Pablo interpreta la vida y obra de Cristo con imágenes, conceptos y reflexiones procedentes de diversas fuentes, principalmente del Antiguo Testamento. Continúa la prueba de Escritura iniciada ya por la Iglesia primitiva (Gál 3, 13, etc.). La muerte redentora de Cristo es explicada con conceptos del culto judío. Esa muerte es sacrificio de expiación (Rom 3, 25ss; 5, 9), sacrificio de alianza (1 Cor 11, 24ss) y sacrificio pascual (1 Cor 5, 7). Una fórmula brevísima dice que Cristo murió por otros (Rom 5, 6) y por los pecadores (1 Cor 15, 3; 2 Cor 5, 21). La muerte de Jesús libera de la anterior caída en la ley (Gál 3, 13; Col 2, 14), en el pecado (Rom 5, 15; 6, 10), en la muerte (Rom 6, 8) y en el área de dominio de los poderes de este siglo (1 Cor 2, 6; Col 2, 15). El mal anterior queda personificado en sus poderes. Sin embargo, Pablo sigue la tradición de la Iglesia primitiva, que estaba persuadida de trasmitir por su parte la interpretación que Jesús había dado a su muerte (Mc 10, 45; 14, 24). Sin duda el apóstol interpreta la tradición en toda su profundidad y amplitud.
Mediante conceptos veterotestamentarios, el «ser en Cristo» es descrito como reconciliación (Rom 5, 11; 2 Cor 5, 18), justicia, santificación y redención (1 Cor 1, 30), paz (Rom 5, 1; Col 1, 29), salvación (Rom 1, 16). La adopción de conceptos veterotestamentarios no es un mero adorno literario. Más bien, Pablo dice con ello que están ya cumplidas las esperanzas y fatigas de Israel.
De otro modo explica el apóstol la significación salvadora de la muerte de Jesús cuando habla de la incorporación de los creyentes a su muerte y a su vida. El bautismo opera en el creyente la muerte y resurrección de Jesús (Rom 6, 3ss). Lo acontecido en el sacramento debe realizarse en la vida moral personal (Rom 6, 11). La cena del Señor es profundización siempre nueva de la comunión con el Señor crucificado. El cáliz es participación en la sangre de Cristo. El pan representa el cuerpo del Señor entregado en la cruz y realiza el cuerpo uno de la Iglesia (1 Cor 10, 16ss). La exégesis estudia si Pablo, para exponer y explicar los sacramentos, emplea términos y conceptos de las religiones orientales y helenísticas de redención, particularmente de los cultos mistéricos. Una exégesis histórica de la religión, que ya va cayendo en desuso, afirmaba esto decididamente. En cambio, para la nueva exégesis, esa hipótesis resulta ya problemática. Y así aquélla procura explicar la inteligencia neotestamentaria de los sacramentos por los presupuestos propios de la Biblia.
3. La figura de Cristo
Al explicar la obra salvífica de Cristo, Pablo interpreta y describe también al sujeto de esa obra. Cristo es hombre según su apariencia. Pero su condición humana no es la común. Y no descuella sobre la naturaleza común simplemente como un hombre extraordinario, sino que es misteriosamente singular. Cristo se distingue de los demás por ser el único que está sin pecado (2 Cor 5, 21). Jesús no asumió simplemente una corporeidad y humanidad sometida al pecado, sino sólo la «igualdad de forma humana» (Rom 8, 3; Flp 2, 7). Jesús está en la serie de las generaciones; pero es más grande que el mayor de los hombres históricos, no sólo en grado, sino también por esencia. Solamente puede compararse (por contraposición) con el primer hombre Adán (Rom 5, 12-21; 1 Cor 15, 45). Adán es el primer hombre de la humanidad, Cristo es el comienzo de una nueva humanidad. Ambos son destino y decisión para humanidad entera, aunque totalmente antitéticos: allí decisión para la muerte, aquí decisión para la vida. Todos los creyentes y redimidos están contenidos en Cristo y abarcados por él (Rom 5, 15; Gál 3, 28). Cristo es cabeza del cuerpo. Como tal pudo entenderse originariamente el universo (Col 1, 19ss; 2, 17ss). En una interpretación más desarrollada el cuerpo es la -4 Iglesia (Ef 1, 22ss).
Entre Cristo y el Dios eterno se da una unión incomparablemente estrecha, íntima y exclusiva. En una fórmula gradualmente ascendente como 1 Cor 3, 22ss: «Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios», Cristo está sin duda propuesto al Padre, pero de tal manera se halla ordenado a él, que todo lo creado se queda muy atrás (de manera semejante en 1 Cor 11, 3). Cristo es «imagen de Dios» (2 Cor 4, 4; Col 1, 15), o sea, la revelación y epifanía de Dios en el mundo y el tiempo. Dios estaba (2 Cor 5, 19) y está en Cristo (Rom 8, 39). «En él habita la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Antes de su encarnación, Cristo era el ser celeste «igual en forma a Dios» (Gál 4, 4; Flp 2, 6). Actuaba ya en la historia de Israel (1 Cor 10, 3ss). Era y es Hijo de Dios (Rom 1, 3-9; 8, 3). Ahora está elevado al ámbito de Dios y es «Señor» de la Iglesia y del mundo. Volverá como juez (1 Tes 1, 10). A Cristo conviene eternidad, dignidad y poder divinos. Sería posible el paso a una afirmación explícita de su eterna existencia divina. No es seguro que Pablo hiciera esa afirmación, pues el texto de Rom 9, 5 no está del todo claro. La frase: «Dios, que es bendito eternamente», puede referirse a Cristo, pero puede ser también una doxología independiente.
Estas sublimes afirmaciones de Pablo aparecen en sus cartas bajo fórmulas de fe más antiguas, recibidas por él (Rom 1, 3ss; 10, 9; Flp 2, 6-11). La invocación aramea: Maranatha (el Señor está aquí, o, Señor, ven; 1 Cor 16, 22) atestigua cómo ya la Iglesia originaria, que hablaba arameo, adoraba a Cristo como el Señor (lo mismo pone de manifiesto la oración de Esteban en Act 7, 59). La cristología de Pablo es la misma que la de la Iglesia antes de él y en su propio tiempo.
De otra manera describe Pablo el señorío de Cristo al exponer la compenetración existencial entre Cristo y el creyente. Cristo está en el creyente (Rom 8, 10; Gál2, 20; 4, 19). El redimido, la Iglesia y la creación entera están en Cristo (Rom 6, 11; 12, 5; 2 Cor 5, 17; Gál 1, 22; 3, 28; 1 Tes 2, 14). De este modo de ser de Cristo dice Pablo finalmente: «El Señor es el Espíritu» (2 Cor 3, 17). De forma y con fuerza espirituales Cristo lo penetra, llena, posee y domina todo.
¡Oh glorioso San Pablo!, |
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