Aprender a querer a los demás
Existe una estrecha relación entre ser amado, amarse a uno mismo y amar a los demás.
Necesitamos sabernos amados por Dios para poder amarnos a nosotros mismos. Y cuando nos amamos a nosotros mismos somos capaces de amar a los demás.
Decía Aristóteles que para ser buen amigo de los demás hay que ser en primer lugar buen amigo de uno mismo. Las personas que están "en guerra contra sí mismas", que no se aman, que no se comprenden a si mismas y no se perdonan sus propios fallos, las que están continuamente insatisfechas con ellas mismas, encuentran dificultades para amar, comprender y perdonar a los demás, para no dejarse llevar por la susceptibilidad, etc.: en definitiva, para hacer amigos.
La gran dificultad para hacerse amigos nace del propio orgullo. Otros vicios humanos, como señala Lewis en Mero cristianismo, no distancian tanto a las personas: los indecentes y los borrachos pueden llevarse bien entre sí. Pero los orgullosos no pueden tener amigos: el orgullo lleva al hombre a alejarse de Dios y de los demás hombres.
Lectura: Una historia de amistad
Cultivar la amistad
Para cultivar la buena amistad es necesario:
Dedicarle tiempo: estar disponible.
Hacerse al modo de ser del amigo: buscar los puentes que unen y evitar todo lo que separa.
Procurar conocerle bien, para acertar en sus gustos.
Mostrar confianza: no dudar de su buena intención.
Hablarle con franqueza.
Compartir ilusiones y aficiones.
Esforzarse por interesarse por lo que a él interesa, sólo por razón de amistad.
Lectura: aprender el arte de conversar
El corazón de la amistad
El corazón de la amistad es la donación desinteresada de uno mismo (tiempo, preocupaciones, intereses…).Como decía Aristóteles, “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”.
Los dos ejes fundamentales de la amistad son la confianza y la lealtad. La amistad verdadera lleva a abrir el corazón con el amigo, en una relación de igual a igual, donde cada uno da y comparte lo mejor que tiene.
Un amigo es una persona con la que se tiene especial confianza; con la que se habla en el mismo lenguaje, aunque se parta de presupuestos muy distintos. Dos amigos pueden ser cristianos los dos o no; pueden compartir la misma visión de la vida o no; pero si son amigos, compartirán la confianza y el afecto. Un amigo es aquel al que se le pueden confiar secretos y preocupaciones; al que se le habla con franqueza.
La verdadera amistad se conquista con hechos y cuesta, porque exige darse a los demás, venciendo el egoísmo.
«El amigo verdadero no puede tener, para su amigo, dos caras: la amistad, si ha de ser leal y sincera, exige renuncias, rectitud, intercambio de favores, de servicios nobles y lícitos. El amigo es fuerte y sincero en la medida en que, de acuerdo con la prudencia sobrenatural, piensa generosamente en los demás, con personal sacrificio. Del amigo se espera la correspondencia al clima de confianza, que se establece con la verdadera amistad; se espera el reconocimiento de lo que- somos y, cuando sea necesaria, también la defensa clara y sin paliativos» (J. Escrivá, Carta, 11 mar. 1940, en “Amistad”,G.E.R).
La amistad es para siempre. Dice san Ambrosio que la amistad que puede acabar no fue nunca verdadera amistad (Tratado sobre los oficios de los ministros).
La amistad es costosa: hay que cultivarla y mantenerla en el tiempo; por eso el cristiano procura no perder amigos.
La amistad es desinteresada. Un amigo está a las duras y a las maduras: si la amistad no llega al sacrificio, no es verdadera amistad. Un amigo, por eso, no sirve para nada; es una persona a cuyo lado estamos y que está a nuestro lado. Un amigo no sirve para conseguir participar en un deporte, para formar parte de un equipo o para ampliar un círculo de conocidos. Un amigo no es un peldaño, un contacto, un medio…
La amistad lleva a aprender a escuchar, a ponerse en la piel del otro, sin querer darle lecciones constantemente, aprendiendo de él todo lo bueno.
La verdadera amistad está llena de un profundo respeto a la libertad del otro, compatible con el deseo de ayudarle siempre.
La amistad lleva a comprender, disculpar, ayudar. "Ofrecemos incienso: los deseos, que suben hasta el Señor, de llevar una vida noble, de la que se desprenda el bonus odor Christi, el perfume de Cristo. Impregnar nuestras palabras y acciones en el bonus odor, es sembrar comprensión, amistad. Que nuestra vida acompañe las vidas de los demás hombres, para que nadie se encuentre o se sienta solo. Nuestra caridad ha de ser también cariño, calor humano".(Es Cristo que pasa, En la epifanía del Señor, 36) .
Comprender no es lo mismo que transigir
No es verdadera amistad la del que no intenta ayudar a su amigo en todo, la del que no le habla sinceramente por miedo a contristarle. No es cierto el refrán que asegura: “el dice las verdades, pierde las amistades”: la experiencia cotidiana demuestra lo contrario, cuando se dice la verdad sin herir.
Para saber remar junto con los demás: rasgos de buena amistad
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