sábado, marzo 01, 2008

I – LA INMENSA FELICIDAD DEL PARAÍSO CELESTIAL

San Pablo declara a los Corintios haber sido arrebatado al Cielo en cierto momento de su vida, y haber oído allá palabras imposibles de transmitir y menos todavía de explicar:
“...fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir”(2 Cor 12,4).
De hecho, para los místicos se vuelve difícil exteriorizar sus experiencias interiores, por lo cual podemos comprender que a san Pablo le faltaran términos de comparación para describir lo que había sucedido con él, ya que, según lo dicho antes por él mismo, “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor 2,9). Esta maravilla nos espera al momento de ingresar a la vida eterna, y debió ser un motivo considerable para la perseverancia de san Pablo hasta el momento de su martirio, pese a que entonces sólo viera reflejos del Absoluto que hoy contempla cara a cara.
Consideremos en profundidad —hasta donde puede llegar nuestra inteligencia fortalecida por la fe— cuál serála esencia de nuestra felicidad cuando ingresemos en la visión beatífica.
Visión beatífica y conocimientode Dios a través de las criaturas
Según Sto. Tomás de Aquino, todos los seres creados por Dios podrían haber sido superiores a excepción de tres: la humanidad de Cristo, por estar unida hipostáticamente a la persona del Hijo; la Virgen Santísima, por ser Madre de Dios; y la visión beatífica, por tratarse de la visión del propio Dios.


1 San Pablo afirma que nuestro conocimiento en las circunstancias actuales es imperfecto, pero “cuando llegue el fin desaparecerá eso que es imperfecto” (1 Cor 13,10). Y aclara todavía más esa idea valiéndose de esta comparación: “Cuando yo era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser hombre dejé como inútiles las cosas de niño. Ahora vemos por un espejo y obscuramente, entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13,11-12).
Tan rico fue el universo teológico que san Pablo recibió del propio Cristo, que a veces en sus epístolas las tesis de sustancia preciosa se quedan entrelazadas a otros temas. En concreto, ésta es una de ellas. De hecho nuestro conocimiento es imperfecto puesto que, ya sea en el campo natural de la pura inteligencia, o en lo sobrenatural mediante la virtud de la fe, e incluso en el de la profecía, hay una nota común: la elaboración subsiguiente realizada en base a conceptos creados y con el esfuerzo de abstracción.
Por el contrario, al ver a Dios cara a cara, la fe redundará en visión y por ende se desvanecerá todo conocimiento abstracto.
“Ahora vemos por un espejo... ”, o sea, por medio de un instrumento: solamente conocemos a Dios porque “desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas” (Rom 1,20). Gracias a este contacto directo con las criaturas podemos elaborar otros motivos y principios a través de la propia fe, utilizando conceptos creados. Por eso nuestro conocimiento es oscuro, y por lo mismo, imperfecto. Pero cuando lleguemos al fin tendremos un conocimiento inmediato, claro y total de Dios, si bien no podamos conocerlo totalmente.


La felicidad del ser inteligente:el ejercicio de sus facultades

Tal vez entendamos aún mejor esta cuestión si seguimos el pensamiento de Sto. Tomás de Aquino

2. Según el Doctor Angélico, el deseo de felicidad del ser inteligente lo mueve a buscar su propia perfección, ejercitando sus facultades más elevadas. Esto se verifica hasta en lo concerniente a los sentidos, y por eso comprobamos que el ojo se regocija al ver y el paladar, al saborear. En consecuencia, la inactividad forzada de los mismos representa un tormento.
Ahora bien, la felicidad del ser inteligente también se verifica en el ejercicio de sus facultades. Dicho ser será tanto más feliz mientras más nobles sean dichas facultades y más hermoso y elevado el objeto sobre el cual se aplican. Sin duda que, naturalmente hablando, en el hombre no hay nada más excelente que su inteligencia y nada puede superar la suprema verdad que es el propio Dios. Por tanto, en la inagotable y siempre renovada visión beatifica es donde el hombre encuentra la plenitud de la felicidad, extensiva a todos sus apetitos legítimos, como por ejemplo el deseo de gobernar: “y reinarán con él... ” (Ap 20,6); o la necesidad de bienes: “Todos los bienes me vinieron juntamente con ella, y en sus manos me trajo una riqueza incalculable” (Sap 7,11). “Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable” (2 Cor 4, 17).


Amor: la búsquedaincesante de Dios

Dígase lo mismo sobre la voluntad, porque en el Cielo veremos claramente a Dios, cara a cara, como compendio de todo bien, tal como enseña Sto. Tomás: “La beatitud es un bien común perfecto, y no otra cosa significó Boecio al decir que es 'un estado perfecto consistente en la suma de todos los bienes', que es lo mismo que decir que el bienaventurado se halla en estado de bienestar absoluto”

3. Y en seguida aclara todavía más el concepto: “La beatitud perfecta [... ] reúne en sí el conjunto de todos los bienes por la estrecha unión que implica con la fuente universal de todos ellos, y no porque tenga necesidad de determinados bienes particulares”

4. Eso nos permite comprender por qué algunos santos experimentaron una carga mística de amor tan grande, que casi llegaron al desfallecimiento. Quizás podamos hacemos una idea mejor de la inmensidad y plenitud de nuestra voluntad en el Cielo, si analizamos la razón del movimiento de nuestro amor hacia las criaturas en esta tierra. Sin darnos cuenta, por tanto, y casi siempre de manera implícita, cuando amamos, estamos buscando un reflejo de Dios existente en estos o aquellos objetos de nuestro amor

5. Teniendo ésto delante de nuestra mirada, podemos preguntarnos: ¿cuál será nuestra felicidad en el Cielo al deparamos con el propio Dios cara a cara?

Gozo: posesión del bien deseado

De tal visión de Dios cara a cara y de tal amor recíproco entre él y yo redundará un gozo eterno e indescriptible, porque cuando me hago dueño de un objeto que siempre he deseado intensamente, logro ser feliz. En tanto no me pertenece, me consumo por obtenerlo; al recibirlo como propiedad definitiva, descanso y me regocijo en él. La felicidad consiste en esto. Cuanto mejor sea el objeto y mayor su duración, dará origen a una dicha proporcionalmente más intensa.
El ser humano, en la esencia de su espíritu, es específicamente inteligencia y amor. En el Cielo, el deseo de conocer se satisface de forma plena en la visión de la Verdad, la Bondad y la Belleza, es decir, del propio Dios. Y el ansia de amar y ser amado se aplaca por entero, porque no solamente amaremos a Dios, sino que tendremos la conciencia y la experiencia de todo el amor que él nos tiene, además de contemplar eternamente aspectos nuevos del Ser Absoluto e Infinito, añadiéndose la convivencia insuperable junto a Jesús en su santísima humanidad, la Virgen María, nuestra Madre, los ángeles y los santos.

¿Qué es el Cielo?

Ésto es el Cielo, “el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”

6; y ésta es la gloria que resplandece en el Tabor, en la transfiguración del Señor. Los tres apóstoles vieron manifestarse ante ellos la claridad de su Alma y de su Cuerpo para animarlos, de cara a la gloria final, a recorrer el espinoso y dramático camino del calvario, y aceptar con fortaleza de alma el martirio futuro en el epílogo de sus vidas.

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