«El ángel Gabriel fue enviado por Dios.» Su nombre no está desvinculado del mensaje que le ha sido confiado. ¿A qué ángel le correspondería mejor anunciar la venida de Cristo que es virtud de Dios, sino a quien tiene el honor de llamarse fuerza de Dios? Pues, ¿qué es la fuerza si no la virtud? (…) Si se llama fuerza de Dios es porque tiene por oficio anunciar la venida de esta fuerza, o porque él debía reconfortar a una virgen naturalmente tímida, simple y púdica, a quien la noticia del milagro que debía realizarse en ella la iba a perturbar. Así le dice: « No temas María, pues has encontrado gracia ante los ojos de Dios.» Se puede creer incluso que debió darle fuerzas y valor al novio de esta virgen, hombre de consciencia humilde y temeroso, aunque nuestro evangelista no lo diga. El va a decirle: « José, hijo de David, no temas tomar a María por esposa.» Es, entonces, una elección hecha plenamente a propósito la que designa a Gabriel para la misión que debe cumplir, o es más bien porque tuvo que cumplirla que fue llamado Gabriel.
Fue entonces a Nazaret que el ángel Gabriel fue enviado por Dios, pero a quién fue enviado? «A una virgen que estaba comprometida a un joven llamado José.» ¿Quién es esta virgen venerable que merece ser saludada por un ángel? ¿Y tan humilde que tiene por esposo un carpintero? Qué hermosa alianza esta de la humildad con la virginidad. El alma, donde la humildad hace valer la virginidad y a la cual la virginidad da un nuevo brillo sobre la humildad, seguramente es grata a Dios. ¿Pero de qué respeto no parecerá digna aquella en quien la fecundidad exalta la humildad y la maternidad consagra la virginidad? Se entiende que una virgen es una virgen humilde. Si no queréis imitar la virginidad de esta virgen humilde, imitad al menos su humildad. Su virginidad es digna de todas las alabanzas, pero la humildad es más necesaria que la virginidad, si una es aconsejada, la otra es prescrita, y si se os invita a guardar la una, es un deber practicar la otra. Hablando de la virginidad, se dice: « Que quienes pueden esperar, pueden llegar (Mateo XVIII, 12)» Respecto a la humildad se habla en estos términos: « Si no sois como niños no entraréis en el reino de los cielos (Mateo XIX, 3). » Así una es objeto de recompensa y la otra de un precepto. Uno puede salvarse sin la virginidad, no, sin la humildad.
¿Quién habla así? Es una virgen santa, sobria y devota. ¿Seríais castos y más devotos que ella? O bien, pensáis que vuestra pureza es más agradable a Dios que la castidad de María, para creer que se puede complacer a Dios a través de ella sin ser humilde, cuando María no pudo serlo más, toda pura como lo fue. Además, cuanto más se eleve uno por el don singular de la castidad, tanto más se hace daño ensuciándola al mezclarla con el orgullo. Después de todo, más vale no haber conservado la virginidad que ser virgen y enorgullecerse. Ciertamente no le es dado a todo el mundo ser virgen, pero lo es todavía para menos personas, ser vírgenes y humildes al mismo tiempo. Si no os sentís capaces de imitar a la Santa Virgen en su castidad, imitadla al menos en su humildad.
¡Y hay aún algo más admirable en María; es su fecundidad unida a la virginidad! Jamás desde que el mundo es mundo, se ha oído hablar de una virgen madre. ¿Pero qué sería si nos interesáramos en la persona de quien ella es madre? ¿A qué grado se elevaría vuestra admiración? ¿No os parece que ella no sería jamás suficientemente grande? ¿Es que en vuestra opinión o más bien a juicio de Dios mismo, la mujer que tuvo a Dios por hijo no está colocada en un lugar más alto que el coro de los ángeles?
San Bernardo de Clarval: Sermon: Missus est ( fue enviado)
Dios te salve, María,
llena de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
llena de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
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