Introducción
La Palabra de Dios nos dice que el Espíritu Santo lleva a Jesús al desierto. Este hecho ocurrió después del Bautismo en el Jordán, cuando el Espíritu descendió sobre Jesús en forma de paloma. En otros textos de la Biblia leemos que el hombre fue conducido por el Espíritu Santo. San Pablo escribe: “en efecto, todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Ro 8,14). Entonces el ser guiados por Él es un aspecto importante de ser hijos de Dios.
En la reflexión de hoy queremos referir estas palabras a la oración. Mediante la oración aprendemos a distinguir el soplo del Espíritu Santo y a reconocer su presencia en nuestra vida. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda: “Nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu santo, quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia. (CCC 2670. 2672).
El Papa Juan Pablo II expresó en el Discurso a los Jóvenes del 3 de julio de 1979:
“Tal como hizo una vez mi padre que, al colocar en mi mano un libro, me mostró la oración por los dones del Espíritu Santo –así yo, a quien Ustedes también llaman “padre”-, quiero orar con los jóvenes de Varsovia y de toda Polonia por el don de la sabiduría, por el don del entendimiento, por el don de la ciencia, por el don del consejo, por el don de la fortaleza, por el don de la piedad o sea el reconocimiento del valor sagrado de la vida, de la dignidad del hombre, de la sacralidad del alma y del cuerpo humanos, en fin por el don del temor de Dios, sobre el cual habla el Salmista, que es el inicio de la sabiduría (cfr. S 110) aprended de mi esta oración, que me enseño mi padre y permaneced fieles”.
En uno de los párrafos de la Catequesis de la Audiencia General del 3 de junio de 1998, cuyo texto completo meditaremos más adelante, Juan Pablo II expresó:
"...La lucha con Satanás, iniciada en el desierto, prosigue durante toda la vida de Jesús. Una de sus actividades típicas es precisamente la de exorcista, por la que la gente grita admirada: «Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen» (Mc 1, 27). Quien osa afirmar que Jesús recibe este poder del mismo diablo blasfema contra el Espíritu Santo (cf. Mc 3, 22-30), pues Jesús expulsa los demonios precisamente «por el Espíritu de Dios» (Mt 12, 28). Como afirma San Basilio de Cesarea, con Jesús «el diablo perdió su poder en presencia del Espíritu Santo» (De Spiritu Sancto, 19)..."
Por último leamos el testimonio que escribe A. Boniecki en Noticias KAI 40/2003:
“Este es un Wojtyla, quien, al encontrarse con problemas difíciles en su diócesis, toma su auto y se dirige a la tumba de su bendito predecesor , Wincenty Kadłubek . No es una visita oficial de Obispo, sino mas bien una visita de un hombre que va a orar. Es un hombre que ora en Kalwaria y allí, solo, en la nieve, hace el Via Crucis. Quien alejado de la curia, recita en recogimiento el breviario. Este hombre vive de la oración. Es necesario recordar cuando leemos sus documentos papales que todo aquello que el escribe es resultado de su profunda amistad con Dios y de la realidad de esta experiencia”.
A partir de esta introducción, cada uno puede preguntarse:
*Queremos reforzar nuestra fe en la presencia del Espíritu Santo en nuestra oración y en toda nuestra vida?
*Queremos responder cada vez mejor a la conducción de Aquel que guió a Jesús y que ahora guía a toda la Iglesia?
*Permitimos que el Espíritu Santo nos conduzca en el desierto, a orar y a permanecer a solas con el Padre?
*A veces nos oponemos cuando Él busca conducirme por los caminos de la santidad?
*Cual es nuestra experiencia de la guía del Espíritu Santo?
*De qué manera vivimos la verdad que Él está presente en nuestra oración?
*Creemos que el Espíritu Santo “le da una dimensión divina” a la acción del hombre y que a través de la oración el hombre “participa de la vida divina”?
*Quien nos ha enseñado a cada uno la oración al Espíritu Santo?
*Cuánto nos identificamos con esta enseñanza?
*Volvemos a menudo con nuestro pensamiento al Sacramento de la Confirmación que hemos recibido?
*Se refieren también a cada uno de nosotros las palabras del Papa Juan Pablo II: ”aprended de mi esta oración, que me enseño mi padre y permaneced fieles”?
*Cómo procedemos en situaciones difíciles o antes de tomar una decisión importante?
*Estamos preparados para una lucha con satanás que continúe durante toda la vida, como lo fue en la vida de Jesús? O por el contrario estamos cansado de la lucha o nos falta fe? .
EL ESPÍRITU QUE DA VIDA
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El soplo de la vida divina, el Espíritu Santo, en su manera más simple y común, se manifiesta y se hace sentir en la oración. Es hermoso y saludable pensar que, en cualquier lugar del mundo donde se ora, allí está el Espíritu Santo, soplo vital de la oración. Es hermoso y saludable reconocer que si la oración está difundida en todo el orbe, en el pasado, en el presente y en el futuro, de igual modo está extendida la presencia y la acción del Espíritu Santo, que «alienta» la oración en el corazón del hombre en toda la inmensa gama de las mas diversas situaciones y de las condiciones, ya favorables, ya adversas a la vida espiritual y religiosa.
Muchas veces, bajo la acción del Espíritu, la oración brota del corazón del hombre no obstante las prohibiciones y persecuciones, e incluso las proclamaciones oficiales sobre el carácter arreligioso o incluso ateo de la vida pública. La oración es siempre la voz de todos aquellos que aparentemente no tienen voz, y en esta voz resuena siempre aquel « poderoso clamor», que la Carta a los Hebreos atribuye a Cristo.280
La oración es también la revelación de aquel abismo que es el corazón del hombre: una profundidad que es de Dios y que sólo Dios puede colmar, precisamente con el Espíritu Santo. Leemos en San Lucas: «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan».281
El Espíritu Santo es el don, que viene al corazón del hombre junto con la oración. En ella se manifiesta ante todo y sobre todo como el don que «viene en auxilio de nuestra debilidad». Es el rico pensamiento desarrollado por San Pablo en la Carta a los Romanos cuando escribe: « Nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables».282
Por consiguiente, el Espíritu Santo no sólo hace que oremos, sino que nos guía «interiormente» en la oración, supliendo nuestra insuficiencia y remediando nuestra incapacidad de orar. Está presente en nuestra oración y le da una dimensión divina.
283 De esta manera, «el que escruta los corazones conoce cual es la aspiración del Espíritu y que su intercesión a favor de los santos es según Dios».
284 La oración por obra del Espíritu Santo llega a ser la expresión cada vez más madura del hombre nuevo, que por medio de ella participa de la vida divina.
Nuestra difícil época tiene especial necesidad de la oración. Si en el transcurso de la historia —ayer como hoy— muchos hombres y mujeres han dado testimonio de la importancia de la oración, consagrándose a la alabanza a Dios y a la vida de oración, sobre todo en los Monasterios, con gran beneficio para la Iglesia, en estos años va aumentando también el número de personas que, en movimientos o grupos cada vez más extendidos, dan la primacía a la oración y en ella buscan la renovación de la vida espiritual. Este es un síntoma significativo y consolador, ya que esta experiencia ha favorecido realmente la renovación de la oración entre los fieles que han sido ayudados a considerar mejor el Espíritu Santo, que suscita en los corazones un profundo anhelo de santidad.
En muchos individuos y en muchas comunidades madura la conciencia de que, a pesar del vertiginoso progreso de la civilización técnico-científica y no obstante las conquistas reales y las metas alcanzadas, el hombre y la humanidad están amenazados. Frente a este peligro, y habiendo ya experimentado antes la espantosa realidad de la decadencia espiritual del hombre, personas y comunidades enteras —como guiados por un sentido interior de la fe— buscan la fuerza que sea capaz de levantar al hombre, salvarlo de sí mismo, de su propios errores y desorientaciones, que con frecuencia convierten en nocivas sus propias conquistas. Y de esta manera descubren la oración, en la que se manifiesta «el Espíritu que viene en ayuda de nuestra flaqueza».
De este modo, los tiempos en que vivimos acercan al Espíritu Santo muchas personas que vuelven a la oración. Confío en que todas ellas encuentren en la enseñanza de esta Encíclica una ayuda para su vida interior y consigan fortalecer, bajo la acción del Espíritu, su compromiso de oración, de acuerdo con la Iglesia y su Magisterio.
LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE JESÚS
Audiencia General del 3 de junio de 1998
Queridos hermanos y hermanas:
1. Otra intervención significativa del Espíritu Santo en la vida de Jesús, después de la de la Encarnación, se realiza en su Bautismo en el río Jordán.
El Evangelio de San Marcos narra el acontecimiento así: «Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”» (Mc 1, 9-11 y par.). El cuarto evangelio refiere el testimonio del Bautista: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él» (Jn 1, 32).
2. Según el concorde testimonio evangélico, el acontecimiento del Jordán constituye el comienzo de la misión pública de Jesús y de su revelación como Mesías, Hijo de Dios.
Juan predicaba «un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Lc 3, 3). Jesús se presenta en medio de la multitud de pecadores que acuden para que Juan los bautice. Éste lo reconoce y lo proclama como cordero inocente que quita el pecado del mundo (cf. Jn 1, 29) para guiar a toda la humanidad a la comunión con Dios. El Padre expresa su complacencia en el Hijo amado, que se hace siervo obediente hasta la muerte, y le comunica la fuerza del Espíritu para que pueda cumplir su misión de Mesías Salvador.
Ciertamente, Jesús posee el Espíritu ya desde su Concepción (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), pero en el Bautismo recibe una nueva efusión del Espíritu, una unción con el Espíritu Santo, como testimonia san Pedro en su discurso en la casa de Cornelio: «Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder» (Hch 10, 38). Esta unción es una elevación de Jesús «ante Israel como Mesías, es decir, ungido con el Espíritu Santo» (cf. Dominum et vivificantem, 19); es una verdadera exaltación de Jesús en cuanto Cristo y Salvador.
Mientras Jesús vivió en Nazaret, María y José pudieron experimentar su progreso en sabiduría, en estatura y en gracia (cf. Lc 2, 40; 2, 51) bajo la guía del Espíritu Santo, que actuaba en Él. Ahora, en cambio, se inauguran los tiempos mesiánicos: comienza una nueva fase en la existencia histórica de Jesús. El Bautismo en el Jordán es como un «preludio» de cuanto sucederá a continuación. Jesús empieza a acercarse a los pecadores para revelarles el Rostro misericordioso del Padre. La inmersión en el río Jordán prefigura y anticipa el «bautismo» en las aguas de la muerte, mientras que la voz del Padre, que lo proclama Hijo amado, anuncia la gloria de la resurrección.
3. Después del Bautismo en el Jordán, Jesús comienza a cumplir su triple misión: misión real, que lo compromete en su lucha contra el espíritu del mal; misión profética, que lo convierte en predicador incansable de la buena nueva; y misión sacerdotal, que lo impulsa a la alabanza y a la entrega de Sí al Padre por nuestra salvación.
Los tres sinópticos subrayan que, inmediatamente después del Bautismo, Jesús fue «llevado» por el Espíritu Santo al desierto «para ser tentado por el diablo» (Mt 4, 1; cf. Lc 4, 1; Mc 1, 12). El diablo le propone un mesianismo triunfal, caracterizado por prodigios espectaculares, como convertir las piedras en pan, tirarse del pináculo del templo saliendo ileso, y conquistar en un instante el dominio político de todas las naciones. Pero la opción de Jesús, para cumplir con plenitud la voluntad del Padre, es clara e inequívoca: acepta ser el Mesías sufriente y crucificado, que dará su vida por la salvación del mundo.
La lucha con Satanás, iniciada en el desierto, prosigue durante toda la vida de Jesús. Una de sus actividades típicas es precisamente la de exorcista, por la que la gente grita admirada: «Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen» (Mc 1, 27). Quien osa afirmar que Jesús recibe este poder del mismo diablo blasfema contra el Espíritu Santo (cf. Mc 3, 22-30), pues Jesús expulsa los demonios precisamente «por el Espíritu de Dios» (Mt 12, 28). Como afirma San Basilio de Cesarea, con Jesús «el diablo perdió su poder en presencia del Espíritu Santo» (De Spiritu Sancto, 19).
4. Según el evangelista San Lucas, después de la tentación en el desierto, «Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu (...) e iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4, 14-15). La presencia poderosa del Espíritu Santo se manifiesta también en la actividad evangelizadora de Jesús. Él mismo lo subraya en su discurso inaugural en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 16-30), aplicándose el pasaje de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre Mí» (Is 61, 1). En cierto sentido, se puede decir que Jesús es el «misionero del Espíritu», dado que el Padre lo envió para anunciar con la fuerza del Espíritu Santo el Evangelio de la Misericordia.
La palabra de Jesús, animada por la fuerza del Espíritu, expresa verdaderamente su misterio de Verbo hecho carne (cf. Jn 1, 14). Por eso, es la palabra de alguien que tiene «autoridad» (Mc 1, 22), a diferencia de los escribas. Es una «doctrina nueva» (Mc 1, 27), como reconocen asombrados quienes escuchan su primer discurso en Cafarnaúm. Es una palabra que cumple y supera la ley mosaica, como puede verse en el sermón de la montaña (cf. Mt 5-7). Es una palabra que comunica el perdón divino a los pecadores, cura y salva a los enfermos, e incluso resucita a los muertos. Es la Palabra de aquel «a quien Dios ha enviado» y en quien el Espíritu habita de tal modo, que puede darlo «sin medida» (Jn 3, 34).
5. La presencia del Espíritu Santo resalta de modo especial en la oración de Jesús.
El evangelista San Lucas refiere que, en el momento del Bautismo en el Jordán, «cuando Jesús estaba en oración, se abrió el cielo, y bajó el Espíritu Santo sobre Él» (Lc 3, 21-22). Esta relación entre la oración de Jesús y la presencia del Espíritu vuelve a aparecer explícitamente en el himno de júbilo: «Se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra...”» (Lc 10, 21).
El Espíritu acompaña así la experiencia más íntima de Jesús, su filiación divina, que lo impulsa a dirigirse a Dios Padre llamándolo «Abbá» (Mc 14, 36), con una confianza singular, que nunca se aplica a ningún otro judío al dirigirse al Altísimo. Precisamente a través del don del Espíritu, Jesús hará participar a los creyentes en su comunión filial y en su intimidad con el Padre. Como nos asegura san Pablo, el Espíritu Santo nos hace gritar a Dios: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; cf. Ga 4, 6).
Esta vida filial es el gran don que recibimos en el bautismo. Debemos redescubrirla y cultivarla siempre de nuevo, con docilidad a la obra que el Espíritu Santo realiza en nosotros.
¡VEN ESPÍRITU DE AMOR Y DE PAZ!
Oración compuesta por Juan Pablo II
Preparación al Jubileo del año 2000 dedicado al Espíritu Santo.
¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!
Espíritu Santo, dulce Huésped del alma, muéstranos el sentido profundo del gran jubileo y prepara nuestro espíritu para celebrarlo con fe,en la esperanza que no defrauda,en la caridad que no espera recompensa.
Espíritu de Verdad, que conoces las profundidades de Dios,memoria y profecía de la Iglesia,dirige la humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaretel Señor de la gloria, el Salvador del mundo,la culminación de la historia.
¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!
Espíritu Creador, misterioso artífice del Reino,guía la Iglesia con la fuerza de tus santos dones para cruzar con valentía el umbral del nuevo milenio y llevar a las generaciones veniderasla Luz de la Palabra que salva.
Espíritu de Santidad, aliento divino que mueve el universo,ven y renueva la faz de la tierra.Suscita en los cristianos el deseo de la plena unidad, para ser verdaderamente en el mundo signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano.
¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!
Espíritu de Comunión, alma y sostén de la Iglesia,haz que la riqueza de los carismas y ministerios contribuya a la unidad del Cuerpo de Cristo,y que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados colaboren juntos en la edificación del único Reino de Dios.
Espíritu de Consuelo, fuente inagotable de gozo y de paz,suscita solidaridad para con los necesitados,da a los enfermos el aliento necesario,infunde confianza y esperanza en los que sufren,acrecienta en todos el compromiso por un mundo mejor.
¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!
Espíritu de Sabiduría, que iluminas la mente y el corazón,orienta el camino de la ciencia y de la técnica al servicio de la vida, de la justicia y de la paz.Haz fecundo el diálogo con los miembros de otras religiones,y que las diversas culturas se abran a los valores del Evangelio.
Espíritu de Vida, por el cual el Verbo se hizo carne en el seno de la Virgen, Mujer del silencio y de la escucha,haznos dóciles a las muestras de tu Amor y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos que Tú pones en el curso de la historia.
¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!
A Ti, Espíritu de Amor,junto con el Padre Omnipotente y el Hijo Unigénito,alabanza, honor y gloriapor los siglos de los siglos. Amén.
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