La cuaresma es tiempo de conversión. La conversión implica un cambio. Cambio de actitud, cambio de vida. Convertirse, en sentido evangélico, es dar la espalda a todo lo que nos aleja de Dios y poner nuestra vida en sintonía con lo que Dios es y lo que Dios quiere. De ahí que la conversión tenga que ver con el alejamiento del pecado y la vuelta al amor.Las reflexiones que, a continuación se ofrecen, relacionan en primer lugar el perdón de los pecados con el sacramento de la Eucaristía, pues el perdón es posible porque Dios nos ama primero y nos ama incondicionalmente, y este amor se manifiesta en la Pascua de Jesús, Pascua que se celebra en la Eucaristía. Luego nos preguntamos qué relación hay entre el sacramento de la Eucaristía y el sacramento de la Penitencia y hacemos algunas consideraciones sobre cómo el perdón de Dios nos abre al perdón de los hermanos.
LA EUCARISTIA COMO PERDÓN DE LOS PECADOS
Los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía están íntimamente relacionados, tanto que cabría decir que la penitencia no es más que una prolongación y una aplicación de la eucaristía. Pues la eucaristía es el sacramento central del que brotan todos los demás y al cual están orientados todos los demás.La relación entre eucaristía y perdón de los pecados es directa y explícita. En el momento central de la eucaristía la Iglesia recuerda que, en la Cruz, Cristo derramó su sangre "por todos los hombres para el perdón de los pecados". "Todos los hombres": incluso los enemigos (en línea con la "justificación" que Jesús hace en la cruz de aquellos que le asesinan: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen"). "Para el perdón de los pecados": Cristo no entrega su vida para premiar a los justos, sino para salvar a los pecadores. Y a lo largo de toda la celebración eucarística se repiten palabras y gestos que nos recuerdan que la Eucaristía es centro y fuente de toda reconciliación.La liturgia se refiere a la Víctima por cuya inmolación el Padre devuelve la amistad a los hombres, Víctima de reconciliación que trae la paz y la salvación al mundo entero (Plegaria III). Y continuamente se habla de lo que se celebra con verbos como abandonar el pecado, purificar, quitar el pecado, sanar, santificar, renovar, perdonar el pecado. Se dice por ejemplo: "Por los aquí reunidos y todos los suyos, por el perdón de sus pecados y la salvación que esperan, te ofrecemos este sacrificio" (Plegaria I). La oración sobre las ofrendas del lunes santo afirma con rotundidad que el sacramento de la eucaristía "tu amor providente lo instituyó para perdón de los pecados". En los ritos finales, antes de la comunión, se reza: "líbranos, Señor, de todos los males… para que vivamos siempre libres de pecado" (también el sacerdote en la "Secreta", dice: líbrame de mis pecados)Si pasamos a los gestos, recordemos que el inicio de la celebración es un rito penitencial: "yo confieso que he pecado mucho", y viene luego la absolución: "Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados". Esta fórmula eucarística es la que luego se repite en el sacramento de la penitencia. La penitencia prolonga la eucaristía, la aplica, la repite, y no a la inversa. El concilio de Trento, en un decreto de 1562, dice que el sacrificio de la Misa es verdaderamente propiciatorio, o sea perdonador. Y lo dice para que quede claro su carácter perdonador, de modo que la eucaristía no tiene solo un carácter de alabanza y de acción de gracias. Y ello hasta el punto de que el sacrificio eucarístico concede el perdón de todos los pecados, "por grandes que sean". Es importante recordar este texto del Concilio de Trento, precisamente porque es poco conocido.Quiero con esto decir que la reconciliación y la penitencia hay que situarlas en el contexto de la eucaristía, o sea, en el contexto de una vida que se entrega por amor, sin reservarse nada. Es la iniciativa de Dios, su amor incondicional, expresado en la eucaristía, lo que explica el perdón y lo hace posible. De este modo el sacramento de la reconciliación o penitencia se convierte en el signo y la continuación de algo que previamente se ha dado ya en la eucaristía: la amistad de Dios con el hombre, una amistad incondicional, porque tiene su razón primera y única en el amor de Dios, que nos amó cuando éramos pecadores.
LA PENITENCIA COMO ACOGIDA DEL AMOR Y PERDON DIVINOS
Desde esta perspectiva podríamos distinguir entre reconciliación y penitencia. La reconciliación se daría en la Eucaristía. Su razón está en el amor gratuito e incondicional de Dios. La penitencia sería el signo que se le pide al hombre para expresar la acogida de esta reconciliación y se manifestaría en el llamado sacramento de la penitencia. Un amor no acogido no alcanza su objetivo. Un perdón otorgado y no acogido frustra su pretensión. En la eucaristía Dios nos ofrece su amor. Gratis. Pero todo lo gratuito exige un contradón de reconocimiento, al menos una sonrisa, una palabra de gratitud, un gesto de acogida. El amor es gratis, pero pide ser acogido. El perdón pide la penitencia, una expresión de dolor por parte del que ha ofendido y ha sido perdonado gratuitamente.El entender el sacramento de la penitencia como prolongación y consecuencia del sacrificio de reconciliación que es la Eucaristía, nos permite valorarlo mejor. Recuperamos así la importancia de este sacramento, que en algunos momentos ha sido desprestigiado, como se manifiesta en reacciones de este estilo: "yo me confieso con Dios", o "¿por qué tengo que decirle a un cura mis pecados?". Hay aquí dos aspectos importantes sobre los que deberíamos reflexionar: "yo me confieso con Dios directamente". Quién dice esto olvida que todo encuentro con Dios es sacramental. Que no hay tales relaciones "directas" con Dios, que todo lo teologal tiene una dimensión antropológica o sacramental. El encuentro con Dios pasa siempre a través del hermano: quién a vosotros recibe, a mi me recibe. En esta misma línea dice Jesús: a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados. Debido a la infinita distancia que hay entre Dios y el hombre, toda relación con Dios se da a través de signos antropológicos, a través de sacramentos.La segunda objeción es una variante de la primera. Pero la manera de expresarla, ¿por qué decirle a un cura mis pecados?, me sugiere otra reflexión: en nuestra sociedad laica y secularizada se han puesto de moda las "confesiones públicas" de los grandes pecados privados. Hoy en televisión y en las revistas del corazón está cada vez más de moda la confesión pública. Allí personajes o pseudo-personajes más o menos famosos, nos cuentan sus fantasías más eróticas, sus infidelidades matrimoniales, sus aventuras extraconyugales, sus conflictos y heridas. En cambio, sólo en lo escondido del sacramento de la Reconciliación es donde la confesión puede ser el paso decisivo hacia la curación. Porque este sacramento no pretende solamente poner de manifiesto los errores y los pecados, sino también sanarlos y transformarlos. La confesión responde así no solo a una necesidad psicológica y antropológica (la de sentirse acogido, comprendido y perdonado), sino también teológica: la confesión privada garantiza la seriedad del arrepentimiento, pues a solas nadie se engaña, y menos aún en presencia de Dios, en presencia de Cristo, que sacramentalmente se nos hace presente.
LA ALEGRIA DEL PECADOR QUE SE CONVIERTE
Las confesiones públicas están de moda. Paradójicamente está menos de moda el reconocimiento del propio pecado. En las confesiones públicas de los programas televisivos, todos tratan de disculparse y de culpabilizar a la otra parte. En nuestra sociedad hay una tendencia a negar, reprimir, marginar la culpa propia. Incluso entre los cristianos y entre los religiosos se practica el método del disimulo o del ocultamiento. Todos tenemos muchas caretas. Quizás es porque no hemos descubierto el perdón de los pecados como buena noticia. "Yo no quiero la muerte del pecador". "No he venido para condenar". "Yo no juzgo a nadie". El cristiano no cree en el pecado: eso es algo evidente. Cree en el perdón de los pecados. Cree que Dios ama al pecador y le perdona, y le acoge: "nos amó cuando éramos pecadores", porque Dios ama a sus enemigos. Y nos envía su Espíritu Santo para el perdón de los pecados. El Espíritu es fuente de gozo y alegría.Jesús nos llama a la conversión. No hay que entender o interpretar esta llamada como si Jesús hiciera nacer sentimientos de culpa para agobiar a los hombres y obligarles a hacer penitencia. Lo que Jesús pretende es realizar un cambio interior, que nos permita volver a Dios y a una vida en pro de los demás. Para Jesús no se trata en el pecado de un Dios ofendido, sino del hombre que ha contraído culpa y es desgraciado, del hombre que él no quiere condenar ni castigar, sino liberar y reintegrar a la comunidad del amor.En Jesús llama la atención lo siguiente: a todos los pecadores, para escándalo de quienes se creen justos, les ofrece su compañía y se sienta a la mesa con ellos. Más aún, a los pecadores les ofrece el perdón de los pecados, y al hacerlo se puso en contra de la ley que exigía el castigo del pecador. Llegados a este punto se ve claramente que, desde la perspectiva de Jesús, el perdón de los pecados es una concretización de su mensaje alegre y liberador. Jesús no es un predicador sombrío ni amenazante, como quizás sí lo era Juan el Bautista. Su llamada a la conversión no tiene nada de sombrío, sino que es la oferta de una nueva posibilidad de vida ofrecida al hombre. Más aún, esta conversión no es fruto de nuestra ascesis, de nuestros sacrificios o penitencias, sino fruto de la gracia, fruto del amor alegre y liberador de Dios.Para Jesús, este perdón recibido de Dios debe ser transmitido a los hombres. Ahí está la prueba decisiva de nuestra acogida del Espíritu para el perdón de los pecados. Ahí está también la sinceridad de nuestra oración: perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos. No nos llamemos a engaño: entre los hombres, perdonar las culpas no es algo "natural", no es algo evidente ni normal. Lo espontáneo, lo que al mundo le nace, es la rendición de cuentas. San Pablo, al describir las obras de la carne, contrarias a las obras del Espíritu de Dios, cita entre otras la ira y las rencillas (Gal 5,20). Por eso, sólo movidos por el Espíritu santo podemos perdonar a los que nos han ofendido.No hay reconciliación con Dios sin reconciliación en el terreno interpersonal. El perdón de Dios está vinculado al perdón recíproco de los hombres. Por eso, en el Padrenuestro, después de pedir que venga el reino de Dios y que se haga su voluntad, se pide también: "Perdónanos nuestras deudas como también perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6,12). Y a continuación viene esta advertencia: "Pues si perdonáis a los hombres también os perdonará vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, vuestro Padre tampoco os perdonará" (Mt 6,14 s.). El hombre no puede recibir el gran perdón de Dios y negar a su vez el pequeño perdón a su prójimo; es su deber transmitir a los demás el perdón recibido. Este es el sentido de la parábola del rey magnánimo y el sentido de aquella frase provocadora de que el hombre no ha de perdonar siete veces, o sea, con cierta frecuencia, sino setenta y siete veces, es decir, indefinidamente.En este tema del perdón vale la pena añadir algo más: la necesidad que todos tenemos de perdonarnos a nosotros mismos, perdonar a la vida que hemos llevado, reconciliarnos con nosotros mismos. Todos recordamos situaciones que nos avergüenzan, que nos humillan, que nos hacen daño, que preferimos no recordar. Pues bien, en el sacramento del perdón aprendemos que, por la gracia de Dios, uno puede quedar limpio y reconciliado y, por tanto, que puede recordar sin temor su pasado, sintiéndose libre ante el Dios de la vida y en paz ante las situaciones de muerte que ha vivido. El sacramento del perdón está ahí para darnos vida, para que podamos vivir una vida nueva. La vida nueva que brota de la gracia y del amor de Dios.
PREGUNTAS:
- ¿Había caído en la cuenta de la profunda relación que hay entre los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia? Después de leer esta meditación, ¿qué cosas han cambiado en tu percepción del sacramento de la penitencia?
- ¿Qué importancia tiene el perdón en tu vida? ¿Acoges el perdón que otros te ofrecen? ¿Ofreces tu perdón a los demás?
- ¿Tu vida contribuye a la reconciliación y a la paz entre los hermanos? ¿O eres exigente con ellos y les pides cuentas?.
Por Martín Gelabert Ballester, o.p.
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