sábado, noviembre 29, 2008

Santos Zacarías e Isabel

En la alborada de la Era Cristiana se encuentran personajes históricos que, viviendo intensamente las esperanzas mesiánicas, se transformaron e lazo de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Entre éstos aparecen los padres de la Virgen María, Joaquín y Ana; los ancianos Simeón y Ana, que recibieron en sus brazos al Niño Jesús en la presentación al Templo y el glorioso matrimonio Zacarías e Isabel, padres de San Juan Bautista, de los cuales el Martirologio Romano hace hoy memoria.
Los dos cónyuges ancianos eran descendientes de la tribu sacerdotal de Levì y contrajeron matrimonio dentro de la misma tribu. Vivian en una pequeña aldea de Ain Karim, situada a pocos kilómetros de Jerusalén.
El hecho de no tener hijos era una humillación, casi un castigo de Dios. Esta condición debió haber llevado a Zacarías e Isabel a intensificar sus oraciones a Dios. Cuando toda esperanza humana de tener hijos había desaparecido, el ángel Gabriel se le aparece a Zacarías en el ejercicio de sus funciones sacerdotales en el Templo y le dice. « No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, dará a luz un hijo, a quién pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento» (Lc 1,13–14).
Isabel quedó embarazada y se retiró al silencio y a la oración, aguardando el nacimiento de Juan, María, parienta de Isabel estaba embarazada. Partiò entonces con prontitud y fue al encuentro del santo matrimonio con el fin de congratularse con su prima y ayudarla en los delicados preparativos del parto.
La Virgen María se quedó con Zacarías más o menos tres meses, hasta el nacimiento de Juan Bautista. El Evangelista San Lucas no dice nada sobre el futuro de Zacarías e Isabel.
La tradición de la Iglesia Romana y Oriental siempre tributó a los padres de San Juan Bautista la veneración que merecen por el propio elogio del Evangelio que dice: « ... los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos de Señor» (Lc 1,6)
Santos Zacarías é Isabel
Confesamos, Señor, que sólo tú eres santo y que sin ti nadie es bueno, y humildemente te pedimos que la intercesión de Zacarías é Isabel venga en nuestra ayuda para que de tal forma vivamos en el mundo que merezcamos llegar a la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Martín de Porres




3 de Noviembre



Año 1639

En Sudamérica es muy popular San Martín de Porres y hasta se han filmado hermosas películas acerca de su vida y milagros. Es un santo muy simpático y milagroso.
Nació en Lima, Perú, hijo de un blanco español y de una negra africana. Por el color de su piel, su padre no lo quiso reconocer y en la partida de bautismo figura como "de padre desconocido". Su infancia no fue demasiado feliz, pues por ser mulato (mitad blanco y mitad negro, pero más negro que blanco) era despreciado en la sociedad.
Aprendió muy bien los oficios de peluquero y de enfermero, y aprovechaba sus dos profesiones para hacer muchos favores gratuitamente a los más pobres.Era Martín enfermero cuando entró como terciario laico en el convento de Dominicos de Lima, en el que fue recibido a la profesión (1603) siguió ejerciendo su profesión dentro del convento para con sus hermanos. El cuidado que ponía por los enfermos se extendía aun a los animales: perros, gatos, pavos, y aun ratones, eran objeto de su solicitud. A Martín le agradaba el ayuno y la oración: sobre todo el orar de noche, a ejemplo de Jesús. En la oración obtenía grandes luces que hacían maravillosas sus lecciones de catecismo
A los 15 años pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos. Como a los mulatos les tenían mucha desconfianza, fue admitido solamente como "donado", o sea un servicial de la comunidad. Así vivió 9 años, practicando los oficios más humildes y siendo el último de todos.
Al fin fue admitido como hermano religioso en la comunidad y le dieron el oficio de peluquero y de enfermero. Y entonces sí que empezó a hacer obras de caridad a manos llenas. Los frailes se quejaban de que Fray Martín quería hacer del convento un hospital, porque a todo enfermo que encontraba lo socorría y hasta llevaba a algunos más graves y pestilentes a recostarlos en su propia cama cuando no tenía más donde se los recibieran.
Con la ayuda de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación.
Aunque él trataba de ocultarse, sin embargo su fama de santo crecía día por día. Lo consultaban hasta altas personalidades. Muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era: "Que venga el santo hermano Martín". Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo. Pasaba la mitad de la noche rezando. A un crucifijo grande que había en su convento iba y le contaba sus penas y sus problemas, y ante el Santísimo Sacramento y arrodillado ante la imagen de la Virgen María pasaba largos tiempos rezando con fervor.
Sin moverse de Lima, fue visto sin embargo en China y en Japón animando a los misioneros que estaban desanimados. Sin que saliera del convento lo veían llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos. A los ratones que invadían la sacristía los invitaba a irse a la huerta y lo seguían en fila muy obedientes. En una misma cacerola hacía comer al mismo tiempo a un gato, un perro y varios ratones. Llegaron los enemigos a su habitación a hacerle daño y él pidió a Dios que lo volviera invisible y los otros no lo vieron.
Cuando oraba con mucha devoción se levantaba por los aires y no veía ni escuchaba a la gente. A veces el mismo virrey que iba a consultarle (siendo Martín tan de pocos estudios) tenía que aguardar un buen rato en la puerta de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis. En ocasiones salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía, respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir".
El Arzobispo se enfermó gravemente y mandó llamar al hermano Martín para que le consiguiera la curación para sus graves dolores. Él le dijo: ¿Cómo se le ocurre a su excelencia invitar a un pobre mulato? Pero luego le colocó la mano sobre el sitio donde sufría los fuertes dolores, rezó con fe, y el arzobispo se mejoró en seguida.
Recogía limosnas en cantidades asombrosas y repartía todo lo que recogía. Miles de menesterosos llegaban a pedirle ayuda.
A los 60 años, después de haber pasado 45 años en la comunidad, mientras le rezaban el Credo y besando un crucifijo, murió el 3 de noviembre de 1639. Toda la ciudad acudió a su entierro y los milagros empezaron a obtenerse a montones por su intercesión.
Oremos
Señor, Dios nuestro, que llevaste a San Martín de Porres a la gloria celestial, por medio de una vida escondida y humilde, concédenos seguir de tal manera sus ejemplos, que merezcamos, como él, ser llevados al cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo

jueves, noviembre 27, 2008

En la Trinidad Santísima.
Cómo nos habla Pablo
Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano
El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente. En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.
Les invito, amigas y amigos, a que cuenten las veces que se nos saluda en la Iglesia con estas palabras: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén con ustedes”.
¿Cuántas veces lo oímos?...
¿Y sabemos de quién son estas palabras?
Pues…, se las debemos a nuestro querido San Pablo, que así se despide de los Corintios
(2Co 13,13) Y empezamos con una pregunta: ¿Qué pensaba Pablo de la Santísima Trinidad? Parecería fácil la respuesta, pero no resulta tan sencilla. Pensemos que Pablo era un judío acérrimo.
Para él, no había más que un solo Dios, Yahvé y nadie más.
¿Y que le vengan ahora los de esa secta del Crucificado a decirle que Jesús es el Hijo de Dios, y Dios como su Padre?
¿Y que hablen de un Espíritu Santo, que también es Dios?... A un judío tradicional esto no le entraba por nada en la cabeza. Por eso entregaron a Jesús, por blasfemo, porque se hacía pasar como Hijo de Dios y Dios como su Padre. Por eso apedrearon a Esteban, porque aseguró que veía a Jesús a la derecha de Dios, es decir, Dios también como Yahvé.
¿Cómo vino Pablo a saber que Jesús era Dios, y el Espíritu Santo también?
Fue por iluminación clarísima de Dios. Al ver a Jesús que se le aparecía glorioso ante las puertas de Damasco, no lo dudó un instante: ¡Es el Hijo de Dios, y es Dios! Al recibir el bautismo tres días después, oye que le dice Ananías, el enviado de Dios:
“Vengo para que te llenes del Espíritu Santo”.
A partir de ahora, sabe Pablo muy bien que Yahvé, el Dios de Israel, tiene un Hijo que es Dios, Jesucristo. Y sabe también que en Yahvé hay otra Persona divina, que se llama el Espíritu Santo. ¿Cómo hablará Pablo de las tres divinas Personas, qué dirá de cada una de ellas?
Sin hacer teología, siempre hablará del mismo y único Dios. Pero Pablo irá atribuyendo al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo lo que cada una de las tres Personas ha hecho y hace en la obra de la salvación y santificación de los hombres.
El Padre es el Dios todo en todas las cosas. (1Co 15,28) Jesús, el Hijo, es el Dios bendito por los siglos (Ro 9,5)
El Espíritu Santo es, dentro del mismo Dios, el único que sondea las profundidades infinitas de Dios (1Co 2,10) ¿Y qué hace el Padre por nuestra salvación?
“Por el inmenso amor que nos tuvo” (Ef 2,4),
“envió a su Hijo, nacido de una Mujer”, de María, con la cual únicamente comparte su paternidad divina (Gal 4,4). Y nos lo dio de tal manera,
“que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros” (Ro 8,32) ¿Qué hace para salvarnos Jesús, el Hijo de Dios?
Cada uno en particular repite con Pablo: “¡Que me amó y se entregó a la muerte pro mí!” (Gal 2,20)
¿Qué hace el Espíritu Santo?... “Se nos ha dado, y por él se ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones” (Ro 5,5) Qué preciosidad de obra la del Dios Trinidad, tal como nos la describe San Pablo en sólo un par de líneas: Es Dios, el Padre, quien nos da toda la fuerza en Cristo, su Hijo, y nos marca en nuestros corazones con el sello de su Espíritu (2Co 1,21-22) El Padre nos comunica toda su vida, y por eso somos sus hijos; lo hace el Padre mediante Jesucristo, en quien habita la plenitud de la Divinidad; y sella y garantiza su vida en nosotros para la eternidad con las arras del Espíritu Santo. Tenía mucha razón aquel gran Papa y Doctor de la antigüedad cristiana, San León Mag-no, cuando se dirigía al bautizado:
“¡Reconoce, cristiano, tu dignidad!”. No encontrarás a nadie más grande que tú en la redondez del mundo. Entre tantas veces que Pablo nos trae en sus cartas a las Tres Divinas Personas, podemos escoger una de singular valor:
“El Espíritu Santo se une a nuestro propio espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Ro 8,16-17) Aquí encontramos la mística de lo que es en nosotros la Santísima Trinidad. Nos encontramos, ante todo, con el Padre que nos ama, y, porque nos ama, nos manda su Hijo a nuestros corazones. Con Él nos da su Vida y todas sus riquezas. Con el Hijo que el Padre nos ha dado y vive dentro de nosotros, tenemos expedito el camino que nos conduce al Padre y hallamos abierta la puerta del Dios que nos espera. Jesucristo nos pasa a nosotros todos sus derechos de Hijo de Dios; nos comunica la Vida de su Padre Dios que Él posee en plenitud; nos hace herederos de su misma Gloria. Jesús es el Hijo Primogénito de Dios, y nosotros, sus hermanos, hijos también de Dios. El Espíritu Santo, Espíritu del Señor Jesús, está muy metido en nosotros, invadiendo todo nuestro ser, y asegurándonos que sí, que tengamos fe y esperanza, porque Él mismo sale garante de que somos hijos de Dios. Es el Espíritu quien nos hace gritar cuando nos dirigimos a Dios: ¡Abbá, Padre, Papá! Es el Espíritu Santo quien inspira nuestra oración y quien nos llena de anhelos celestiales y divinos. Y será el Espíritu Santo, concluye Pablo, quien, después que ha resucitado a Jesús de en-tre los muertos, nos resucitará también a nosotros, sacándonos de nuestros sepulcros para la gloria inmortal (Ro 8,11) San Pablo no se mete a hacer teologías sobre la Santísima Trinidad. Pero lo que nos dice de Ella - y la cita en un montón de pasajes de sus cartas - no cansa el leerlo, el meditarlo, el asimilarlo como lo más dulce, tierno y subido de la vida cristiana. ¡Trinidad Santísima!, la Trinidad que Pablo nos enseña. Ven y vive en los hijos que tienes en la tierra, y que no pueden con las ganas que sienten de gozarte allá arriba, donde Tú los esperas a todos… Puedes encontrar todas las reflexiones anteriores de San Pablo en esta dirección. Y en www.evangelicemos.net

sábado, noviembre 08, 2008

Fiesta: 17 de septiembre - San Roberto Belarmino

Jesuita; Arzobispo de Capua, Cardenal; Doctor de la Iglesia, defensor de la doctrina durante y después de la Reforma Protestante. Escribió dos catecismos y numerosas obras de apologética.
Sus libros y prédicas sobre la defensa de la fe le ganaron el título de "martillo de los herejes". Sin embargo, era un hombre humilde y lleno de caridad para todos.


Vida de San Roberto Belarmino
Uno de los más grandes defensores de la Iglesia contra la Reforma protestante, fue Roberto Francisco Rómulo Belarmino. Roberto nació en 1542 en la ciudad de Montepulciano, en Toscana, de una noble familia venida a menos. Sus padres eran Vicente Belarmino y Cintia Cervi, hermana del Papa Marcelo II. Desde niño, Roberto dio muestras de una inteligencia superior; conocía a Virgilio de memoria, escribía buenos versos latinos, tocaba el violín y así, pronto empezó a desempeñar un brillante papel en las disputas públicas, con gran admiración de sus conciudadanos.

Decisión por Cristo
Cuando tenía diecisiete años, el rector del colegio de los jesuitas de Montepulciano escribió sobre él en una carta: "Es el mejor de nuestros alumnos y no está lejos del Reino de los Cielos".
Por ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba cuando era joven, pero su madre, que era muy piadosa, lo había convencido de que el orgullo y la vanidad son defectos sumamente peligrosos. El cuenta en sus memorias: "De pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Así lo hizo, aunque le costó la oposición de su padre. El general jesuita hasta le redujo el tiempo de su noviciado y le destinó casi inmediatamente a proseguir los estudios en el Colegio Romano. Fue recibido de jesuita en Roma en 1560. Quien le iba a decir a San Roberto que Dios tenía destinado a ser cardenal.

Cambio providencial.
Al principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.

Formador

Roberto tuvo que luchar toda la vida contra la mala salud. Al fin de los tres años de filosofía estaba tan débil, que los superiores le enviaron a tomar los aires natales; el joven religioso aprovechó su estancia en Toscana para instruir a los niños y dar conferencias de retórica y poética latinas. Un año más tarde, fue trasladado a Mondavi del Piamonte y destinado a dar cursos sobre Cicerón y Demóstenes. Roberto no conocía del griego más que el alfabeto, pero, con su obediencia y energía características, preparaba por la noche la lección de gramática griega que debía impartir al día siguiente. El futuro cardenal se oponía al castigo corporal de los alumnos y jamás lo empleó. Además de ejercer el magisterio, predicaba con frecuencia y el pueblo acudía en masa a sus sermones. Su provincial, el P. Adorno, que le oyó predicar un día, le envió inmediatamente a la Universidad de Padua para que recibiese cuanto antes la ordenación sacerdotal. Roberto se entregó ahí nuevamente a la predicación y al estudio; pero al poco tiempo, el padre general, San Francisco de Borja, le envió a Lovaina a proseguir sus estudios y a predicar en la Universidad, para contrarrestar las peligrosas doctrinas que esparcía el canciller Miguel Bayo y otros. En el viaje a Bélgica tuvo por compañero al inglés Guillermo Allen, que sería también, un día, cardenal. Belarmino pasó siete años en Lovaina. Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día, a pesar de que predicaba en latín y era de tan corta estatura, que subía en un banquillo para sobresalir en el púlpito a fin de que el auditorio pudiese verle y oírle. Pero sus oyentes decían que su rostro brillaba de una manera extraordinaria y que sus palabras eran inspiradas.
Después de recibir la ordenación sacerdotal, en Gante, en 1570, ocupó una cátedra en la Universidad de Lovaina. Fue el primer jesuita a quien se confirió ese honor. Sus cursos sobre la "Summa" de Santo Tomás, en los que exponía brillantemente la doctrina del santo Doctor, le proporcionaban la ocasión de refutar las doctrinas de Bayo sobre la gracia, la libertad y la autoridad pontificia.
No cedió a la tentación de las tácticas mundanas frecuentemente utilizadas en las disputas doctrinales: Los ataques personales, el cinismo, el desprecio, las exageraciones, los insultos. Ni siquiera mencionaba los nombres de sus adversarios sino que se limitaba elucidar los temas controversiales enseñando la verdad y exponiendo el error.
No obstante el trabajo abrumador que tenía con sus sermones y clases, San Roberto encontró todavía tiempo en Lovaina para aprender el hebreo y estudiar a fondo la Sagrada Escritura y los escritos de los Santos Padres. La gramática hebrea que escribió entonces para ayuda de los estudiantes llegó a ser muy popular.

Las Controversias

Como su salud empezaba a flaquear, los superiores le llamaron nuevamente a Italia. San Carlos Borromeo trató de que le destinasen a Milán, pero fue nombrado en 1576 para ocupar la nueva cátedra de teología apologética "de controversiis", es decir, la defensa de la ortodoxia católica en la Universidad Gregoriana, que en ese tiempo se llamaba Colegio Romano. La apologética era, como lo es hoy día, de gran importancia dado a la cantidad de errores que tienen confundidos al pueblo.
San Roberto trabajó incansablemente en esa cátedra y en la preparación de los cuatro enormes volúmenes de sus "Discusiones sobre los puntos controvertidos", popularmente conocidos como "Las Controversias". San Roberto en estos libros explica la posición católica ante los errores de los protestantes (luteranos, evangélicos, anglicanos, y otros.). Estos por su parte habían sacado una serie de libros contra los católicos y San Roberto produjo las mejores respuestas. El éxito fue rotundo, teniendo 30 ediciones en 20 años. Los sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que necesitaban para la sana enseñanza.
San Francisco de Sales utilizaba mucho estos libros de San Roberto.
Tres siglos más tarde, el competente historiador Hefele calificaba esa obra como "la más completa defensa del catolicismo que se ha publicado hasta nuestros días". San Roberto conocía tan a fondo la Biblia, los Santos Padres y los escritos de los herejes, que muchos de sus adversarios no podían creer que sus "Controversias" fuesen la obra de un solo escritor y sostenían que su nombre era el anagrama de un conjunto de sabios jesuitas.
Las "Controversias" de San Roberto aparecieron en el momento más oportuno, pues los principales reformadores acababan de publicar una serie de volúmenes en los que se proponían demostrar que, desde el punto de vista histórico, el protestantismo era el verdadero representante de la Iglesia de los Apóstoles. Como esos volúmenes habían sido publicados en Magdeburgo y cada tomo correspondía a un siglo, la colección recibió el nombre de "Las Centurias de Magdeburgo". Baronio refutó dicha obra desde el punto de vista histórico, y Belarmino desde el dogmático. El éxito de las "Controversias" fue instantáneo: clérigos y laicos, católicos y protestantes leyeron ávidamente los volúmenes. En Londres la obra fue prohibida, sin embargo un librero declaró: "Este jesuita me ha hecho ganar más dinero que todos los otros teólogos juntos".
Uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno de sus libros: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay como responderle".
Diplomacia
En 1589, San Roberto tuvo que interrumpir algún tiempo sus estudios para acompañar al cardenal Cayetano en una embajada diplomática a Francia, desgarrada entonces por la guerra entre Enrique de Navarra y la Liga. La embajada no produjo ningún resultado; pero sus miembros vivieron la experiencia de ocho meses de sitio en París, donde, según San Roberto Belarmino, "no hicieron nada pero sufrieron mucho". Al contrario del cardenal Cayetano, quien favorecía a los españoles, San Roberto apoyaba abiertamente la idea de pactar con Enrique de Navarra, con tal de que se convirtiese al catolicismo; pero el Papa Sixto V murió por entonces, poco después del fin del sitio, y los embajadores fueron llamados de nuevo a Roma.
BiblistaAlgo más tarde, San Roberto dirigió una comisión a la que el Papa Clemente VIII encargó preparar la publicación de una edición revisada de la Biblia Vulgata. Ya en la época de Sixto V se había preparado una edición, bajo la supervisión del Pontífice; pero la falta de conocimiento de los exegetas y el temor de modificar demasiado el texto corriente, la habían convertido en un trabajo inútil. La nueva versión, que recibió el "imprimatur" de Clemente VIII, precedida de un prefacio de San Roberto Belarmino, es el texto latino que se usa actualmente.
Maestro de las almasSan Roberto vivía entonces en el Colegio Romano. Como director espiritual de la casa, había estado en estrecho contacto con
San Luis Gonzaga, a quien atendió en su lecho de muerte. El futuro cardenal profesaba tanto cariño al santo joven, que pidió ser enterrado a sus pies, "pues fue una época mi hijo espiritual".
Por entonces empezó para San Roberto la carrera de los honores. En 1592, fue nombrado rector del Colegio Romano y, en 1594, provincial de Nápoles.
Tres años más tarde, volvió a Roma a trabajar como teólogo de Clemente VIII. Por expreso deseo del Pontífice escribió sus dos célebres catecismos para gente sencilla. Su famoso Catecismo Resumido Fue traducido a 55 idiomas y ha tenido mas de 300 ediciones, éxito superado solo por la Santa Biblia y La Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, el cual llegó a las manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Un Humilde Cardenal Dios tiene sus caminos. San Roberto entró en los Jesuitas porque estos tenían un reglamento que prohibía aceptar cargos en la jerarquía. Sin embargo, por obediencia al Sumo Pontífice, muy en contra de sus deseos personales, llegó a ser el único obispo y cardenal de los jesuitas en ese tiempo. En 1598, Belarmino fue elevado al cardenalato por Clemente VIII, "en premio de su ciencia inigualable". El santo no abandonó su austeridad. Se alimentaba, como los pobres, de pan y ajo y ni siquiera en invierno había fuego en su casa. En cierta ocasión pagó el rescate de un soldado que había desertado y regalaba a los pobres los tapices de sus departamentos, diciendo: "Las paredes no tienen frío".
Arzobispo de CapuaEn 1602, fue inesperadamente nombrado arzobispo de Capua. Cuatro días después de su consagración, partió de Roma a su sede. Aunque fue admirable en todo, tal vez donde más se distinguía era en el ejercicio de las funciones pastorales en su inmensa diócesis. Haciendo a un lado los libros, aquel hombre de estudios, que no tenía ninguna experiencia pastoral, se dedicó a evangelizar a su pueblo con el celo de un joven misionero y a aplicar las reformas decretadas por el Concilio de Trento. Predicaba continuamente, visitaba su diócesis, exhortaba al clero, instruía a los niños, socorría a los necesitados y se ganó el cariño de todos sus hijos.
Regresa a RomaSan Roberto no pudo permanecer mas que tres años en Capua ya que el recién elegido Papa Paulo V le insistió en que volviese a la Ciudad Eterna. San Roberto renunció a su
diócesis y, a partir de entonces, como encargado de la Biblioteca Vaticana y como miembro de casi todas las congregaciones, desempeñó un papel muy importante en todos los asuntos de la Santa Sede.
Cuando Venecia abrogó arbitrariamente los derechos de la Iglesia y fue castigada con el entredicho, San Roberto fue el gran paladín pontificio en la discusión con el famoso servita veneciano, Fray Pablo Sarpi.
Otro adversario todavía más importante fue Jaime I de Inglaterra. El cardenal Belarmino había reprendido a su amigo, el arcipreste Blackwell, por haber prestado el juramento de fidelidad a dicho monarca, ya que en él se negaban los derechos temporales del Papa. El rey Jaime, que se consideraba como un controversista, intervino en la contienda con dos libros en defensa del juramento, a los que respondió el cardenal Belarmino. En su primera respuesta, San Roberto empleó el tono ligeramente humorístico que manejaba tan bien. En cambio, en el segundo tratado respondió en forma seria y aplastante a cada una de las objeciones de su adversario.
Aunque defendió abierta y lealmente la supremacía pontificia en lo espiritual, las opiniones de Belarmino sobre la autoridad temporal no agradaban a los extremistas de ninguno de los dos campos. Como sostenía que la jurisdicción del Papa sobre los reyes era sólo indirecta, perdió el favor de Sixto V; y como sostuvo contra el jurista escocés Barclay que la monarquía no era una institución de derecho divino, su libro De potestate Papae fue quemado públicamente en el parlamento de París.
Casi nombrado Papa. En la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino obtuvo 14 votos, la mitad de los votantes. Quizá no lo eligieron por ser Jesuita (los cuales tenían muchos enemigos). El rezaba muy fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante cargo.
Amigo de
Galileo Galilei
San Roberto era amigo de Galileo Galilei, a quien dedicó uno de sus libros. En 1616, se le confió la misión de amonestar al gran astrónomo; pero en su amonestación, que Galileo tomó muy bien, se limitó a rogarle que propusiese simplemente como hipótesis las teorías que no estaban todavía probadas. Galileo, sin renunciar a sus investigaciones, habría ganado mucho si se hubiese atenido a ese consejo.
Sería imposible mencionar aquí todas las actividades de San Roberto en sus últimos años. Siguió escribiendo hasta el fin, pero ya no obras de controversia; terminó un comentario de los Salmos y escribió cinco libros espirituales, el último de los cuales se titulaba "Arte de morir".
Su TestamentoPoco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres. Lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos del entierro. Pidió que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo.
Cuando su vida tocaba a su fin, San Roberto obtuvo permiso de retirarse al noviciado de San Andrés, Roma, donde murió a los setenta y siete años, el 17 de diciembre de 1621. Precisamente en esa fecha se celebraba la fiesta de los estigmas de
San Francisco de Asís, que se había introducido a petición suya.
El proceso de beatificación, que comenzó casi inmediatamente, se prolongó por tres siglos. Después, en un solo año, en el 1930, San Roberto obtuvo del Papa Pío XI ser beatificado y canonizado santo. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1931.
San Roberto Belarmino, ruega por nosotros para que con todo el corazón imitemos tu celo por conocer y dar a conocer la verdadera doctrina y salvar almas.
BIBLIOGRAFÍAButler; Vida de los Santos; Sálesman, Eliécer; Vidas de Santos; Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día

ORACIÓN

Señor Dios, tú que, para defender la fe de la Iglesia y promover su renovación espiritual, diste a San Roberto Belarmino una ciencia y una fortaleza admirables, concédenos, por la intercesión de este insigne doctor de la Iglesia, conservar y vivir siempre en toda su integridad el mensaje evangélico al que él consagró toda su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-

15 de Octubre - SANTA TERESA de AVILA

Virgen y doctora de la Iglesia(1515-1582)
«Mujer de inteligencia peregrina, y corazón sublime de cristiana, fue más divina cuanto más humana, y más humana cuanto más divina».
Así cantó de ella Gabriel y Galán.
«¡Mujer! pero una mujer que vale por veinte hombres» (Juan Pablo I).
«Teresa de Jesús ilustró con las virtudes de su vida angelical... a toda la Iglesia católica» (San Pío V).
«Esta mujer singular ha sido siempre considerada como el modelo de la contemplación» (Hno. Roger Schutz, Taizé).
«...como brilla el sol en su cenit, así resplandece Teresa en el Templo de Dios» (Lit. Ambrosiana).
«Madre de los espirituales» (Lápida al pie de su estatua en San Pedro del Vaticano).
«Nos basamos en la doctrina espiritual y en la vida preclara de Santa Teresa» (Dr. Ramsey, anglicano).
«Teresa de Jesús es el espíritu más grande, el alma más sublime, que después de la venida de Cristo se haya revestido de carne humana» (Leibnitz).
«Cuanto el tiempo más nos aleja de Santa Teresa, tanto más se agiganta su figura» (Pascal).
Y etc., etc., etc... Porque estas dos páginas serían sólo de los ditirambos más lindos y habría que alargar la tirada...
Baste añadir estos dos piropos que se atribuyen al mismo Jesucristo: «Teresa, si no hubiera creado el cielo, sólo por ti lo creara».
Y en aquel encuentro sabrosísimo por las escaleras de la Encarnación de Ávila: «¿Tú quién eres?» «¿Y tú?» le pregunta el niño rubio y guapísimo de doce abriles: «Yo, Teresa de Jesús». «Pues yo -responde aquel Niño Divino- Jesús de Teresa».
Nace en Ávila un miércoles de marzo de 1515. Era el día 28. Sus padres, dos ejemplares cristianos: Alonso de Cepeda y Beatriz de Ahumada. Son bendecidos con muchos hijos.
Teresa será la tercera de este segundo matrimonio de D. Alonso. Doña Beatriz morirá muy joven. De lo contrario quizá aún hubiera seguido algún otro hijo a Juana que hacía el número octavo.
La educan muy cristianamente. Aprendió a rezar a la vez que a mamar.
Hace altarcitos.
Quiere huir a tierra de moros con su hermano Rodrigo para ser decapitada por Cristo, pero su tío Francisco Sánchez de Cepeda les hace volver a la casa paterna.
Es internada. Muere su madre y atraviesa una temporada un tanto desviada de sus fervores anteriores.
El 2 de noviembre de 1535, sin permiso de su padre, ingresa en el Convento de la Encarnación. Viste el hábito carmelitano el 2 de noviembre de 1536 y hace sus Votos Religiosos el 3 de noviembre de 1537.
Cae enferma. Sale del convento y cura.
Su vida todavía está muy lejos de dar ese SI definitivo o tercera Conversión al Señor.
Esta no llegará hasta la Cuaresma del 1554 cuando ella tenga ya 39 años.
Los diversos «quieros» de Teresa encuentran el definitivo... Se entrega de lleno al Señor y... para siempre.
El 1562 reforma el Carmelo femenino con permiso del P. General. Seis años después funda el primer convento de Padres reformados yendo a la cabeza San Juan de la Cruz.
Escribe libros prodigiosos llenos de sabiduría y experiencia mística: Su Autobiografía, Camino de Perfección. Las Moradas, Cartas, Poesías, Modo de Visitar Conventos, Constituciones... Es la admiración de propios y extraños.
Recibe gracias místicas. Muere la «Santa» la tarde del 4 de octubre del 1582.
Al día siguiente era el 15 por la reforma del calendario que introduce Gregorio XIII.
El 27 de septiembre de 1970 es declarada Doctora de la Iglesia.
Ramillete espiritual: «Toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Gal. 5, 14
Nada te turbe (Letrilla que llevaba por registro en su breviario)
Nada te turbe;
nada te espante;
todo se pasa;
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Solo Dios basta.

Meditación del Papa en la primera congregación del Sínodo

Queridos hermanos en el episcopado,
queridos hermanos y hermanas,
al inicio de nuestro Sínodo, la Liturgia de las Horas nos propone un fragmento del gran salmo 118 sobre la Palabra de Dios: un elogio de esta Palabra suya, expresión de la alegría de Isr ael por poderla conocer y, en ella, poder conocer su voluntad y su rostro. Quisiera meditar con vosotros algunos versículos de este pasaje del Salmo.
Comienza así: "In aeternum, Domine, verbum tuum constitutum est in caelo... firmasti terram, et permanet" ("Para siempre, Señor, tu palabra, firme está en los cielos... tú fijaste la tierra, ella persiste") . Se habla de la solidez de la Palabra. Ella es sólida, es la verdadera realidad sobre la que basar la propia vida. Recordemos la palabra de Jesús que continúa esta palabra del Salmo: "Cielo y tierra pasarán, pero mi palabra no pasará". Humanamente hablando, la palabra, nuestra palabra humana, es un casi nada en realidad, un aliento. Apenas pronunciada, desaparece. Parece no ser nada. Pero ya la palabra humana tiene una fuerza increíble. Son las palabras las que crean la historia, son las palabras las que da n forma a los pensamientos, los pensamientos de los que viene la palabra. El la palabra la que forma la historia, la realidad.
Aún más la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Y para ser realistas, debemos contar con esta realidad. Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que tocamos, sean la realidad más sólida, más segura. Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades de construir la casa de nuestra propia vida: sobre la arena y sobre la roca. Sobre la arena construye quien construye solo sobre las cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera, sobre el dinero. Aparentemente estas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada. Y así todas estas cosas, que parecen la verdadera re alidad con la que contar, y que son realidades de segundo orden. Quien construye la vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que parece ser, construye sobre arena. Solo la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad. Por tanto debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente tan débil, el fundamento de todo. Realista es el que construye su vida sobre este fundamento que queda permanente. Y así estos primeros versículos del Salmo nos invitan a descubrir qué es la realidad y a encontrar de esta forma el fundamento de nuestra vida, cómo construir nuestra vida.
En el versículo sucesivo dice: "Omnia serviunt tibi" ("Todo está a tu servicio"). Todas las cosas vienen de la Palabra, son un producto de la Palab ra. "Al inicio estaba la Palabra". Al inicio el cielo habló. Y así la realidad nace de la Palabra, es "creatura Verbi". Todo es creado por la Palabra y todo está llamado a servir a la Palabra. Esto quiere decir que toda la creación, al final, está pensada para crear el lugar del encuentro entre Dios y su criatura, un lugar donde el amor de la criatura responda al amor divino, un lugar donde se desarrolle la historia del amor entre Dios y su criatura. "Omnia serviunt tibi". La historia de la salvación no es un pequeño acontecimiento, en un pobre planeta, en la inmensidad del universo. No es una cosa mínima, que sucede por casualidad en un planeta perdido. Es el móvil de todo, el motivo de la creación. Todo es creado para que exista esta historia, el encuentro entre Dios y su criatura.
En este sentido, la historia de la salvación, la alianza, precede a l a creación. En el periodo helenístico, el judaísmo desarrolló la idea de que la Torah habría precedido a la creación del mundo material. Este mundo material habría sido creado sólo para dar lugar a la Torah, a esta palabra de Dios que crea la respuesta y que se convierte en historia de amor. Aquí aparece ya misteriosamente el misterio de Cristo. Esto nos dicen las Cartas a los Efesios y a los Colosenses: Cristo es el protòtypos, el primer nacido de la creación, la idea por la que fue concebido el universo. Él lo acoge todo. Nosotros entramos en el movimiento del universo uniéndonos a Cristo. Se puede decir que, mientras la creación material es la condición para la historia de la salvación, la historia de la alianza es la verdadera causa del cosmos. Llegamos a las raíces del ser llegando al misterio de Cristo, a esta palabra viva suya que es el fin de de toda la creación. "Omnia serviunt tibi". Sirviendo al Señor realizamos la finalidad del ser, el fin de nuestra propia existencia.
Hagamos ahora un salto: "Mandata tua exquisivi"("Consulto tus leyes"). Nosotros estamos siempre en búsqueda de la Palabra de Dios. Ella no está presente sencillamente en nosotros. Si nos detenemos en la letra, no necesariamente habremos comprendido realmente la Palabra de Dios. Existe e peligro de que veamos solo las palabras humanas y de que no encontremos dentro al verdadero actor, el Espíritu Santo. No encontramos la Palabra en las palabras. San Agustín, en este contexto, nos recuerda a los escribas y fariseos consultados por Herodes cuando la llegada de los Magos. Herodes quiere saber dónde debía nacer el Salvador del Mundo. Ellos lo saben, dan la respuesta justa: en Belén. Son grandes especialistas, lo saben todo. Y sin embargo no ven la realidad, no conocen al Salvador. San Agustín dice: son indicadores del camino para otros, pero ellos mismos no se mueven. Este es también un gran peligro en nuestra lectura de la Escritura quedamos en las palabras humanas, palabras del pasado, historia del pasado, y no descubriremos el presente en el pasado, el Espíritu Santo que nos habla hoy en las palabras del pasado. Así entramos en el movimiento interior de la Palabra, que en palabras humanas esconde y abre las palabras divinas. Por eso hay siempre necesidad del "exquisivi". Debemos estar en búsqueda de la Palabra en las palabras.
Por tanto la exégesis, la verdadera lectura de la Sagrada Escritura, no es solamente un fenómeno literario, no es solo la lectura de un texto. Es el movimiento de mi existencia. Es moverse hacia la Palabra de Dios en las palabras humanas. Solo conformándonos al misterio de Dios, al Señor que es la Palabra, podem os entrar dentro de la Palabra, podemos encontrar verdaderamente en las palabras humanas la Palabra de Dios. Oremos al Señor para que nos ayude a buscar no sólo con el intelecto, sino con toda nuestra existencia, para encontrar la palabra.
Al final: "Omni consummationi vidi finem, latum praeceptum tuum nimis" ("He visto el límite de todo lo perfecto: tu mandato se dilata sin término"). Todas las cosas humanas, todas las cosas que podemos inventar, crear, son finitas. También todas las experiencias religiosas humanas son finitas, muestran un aspecto de la realidad, porque nuestro ser es finito y comprende solo siempre una parte, algunos elementos: "latum praeceptum tuum nimis". Sólo Dios es infinito. Y por eso también su Palabra es universal y no conoce confines. Entramos por tanto en la Palabra de Dios, entramos realmente en el universo divino. Salimos de la limitación de nuestras experiencias y entramos en la realidad, que es verdaderamente universal. Entrando en la comunión con la Palabra de Dios, entramos en la comunión de la Iglesia que vive la Palabra de Dios. No entramos en un pequeño grupo, en la regla de un pequeño grupo, sino que salimos de nuestros límites. Salimos mar adentro, en la verdadera grandeza de la verdad única, la gran verdad de Dios: Estamos realmente en lo universal. Y así salimos a la comunión de todos los hermanos y hermanas, de toda la humanidad, porque en nuestro corazón se esconde el deseo de la Palabra de Dios que es una. Por eso también la evangelización, el anuncio del Evangelio, la misión, no son una especie de colonialismo eclesial, con que queremos meter a otros en nuestro grupo. Es salir de los límites de las culturas individuales a la universalidad que nos comunica a todos, nos une a todos, nos hace a todos hermanos. O remos de nuevo para que el Señor nos ayude a entrar realmente en la "amplitud" de su Palabra y así abrirnos al horizonte universal de la humanidad, que nos une con todas las diversidad.
Al final volvemos aún a un versículo precedente : "Tuus sum ego: salvum me fac". El texto italiano traduce: "Yo soy tuyo". La palabra de Dios es como una escalera por la que podemos subir y, con Cristo, bajar a la profundidad de su amor. Es una escalera para llegar a la Palabra en las palabras. "Yo soy tuyo". La parola tiene un rostro, es persona, Cristo. Antes que podamos decir "yo soy tuyo", Él ya nos ha dicho "Yo soy tuyo". La Carta a los Hebreos, citando el Salmo 39, dice: "Pero me has preparado un cuerpo... entonces dije: ¡He aquí que vengo!". El Señor se ha hecho preparar un cuerpo para venir. Con su encarnación ha dicho: yo soy tuyo. Y en el Bautismo me ha dicho: yo soy tuyo. En la sagrada Eucaristía lo dice siempre de nuevo: yo soy tuyo. Para que nosotros podamos responder: Señor, yo soy tuyo. En el camino de la Palabra, entrando en el misterio de su Encarnación, de su ser con nosotros, queremos apropiarnos de su ser, queremos expropiarnos de nuestra existencia, entregándonos a Él que se ha entregado a nosotros.
"Yo soy tuyo". Oremos al Señor para que podamos aprender con toda nuestra existencia a decir esta palabra. Así estaremos en el corazón de la Palabra. Así estaremos salvados.
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 6 de octubre de 2008 en el Aula del Sínodo durante la apertura de los trabajos de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, tras la lectio brevis de la Hora Tertia.

Oremos por nuestro Santo Padre
Oh Dios, que para suceder al apóstol san Pedro, elegiste a tu siervo Benedicto XVI como pastor de tu grey, escucha la plegaria de tu pueblo y haz que nuestro Papa, vicario de Cristo en la tierra,confirme en la fe a todos los hermanos, y que toda la Iglesia se mantenga en comunión con él por el vínculo de la unidad, del amor y de la paz para que todos encuentren en ti, Pastor de los hombres, la verdad y la vida eterna.

17/10/08 - SANTA MARGARITA MARÍA de ALACOQUE

Religiosa(1648-1690)
Jesús vino al mundo para salvarnos y el amor que Él tiene a cada uno de los hombres es lo más maravilloso que podemos imaginar. Esta verdad no la predicaban así los jansenistas de los días que aparece en Francia esta maravilla de niña, que luchará desde su retiro de Paray-le-Monial con todas sus fuerzas para demostrar que esto es verdad, que la misericordia de Dios es infinita y que Dios es rico en misericordia.
Nació el 22 de julio de 1647 en la ciudad de Lhautecaur donde su padre Claudio desempeñaba el cargo de notario real. Será la quinta de sus hermanos. Quizá sus padres no pensaron al imponerle el nombre que verdaderamente aquel regalo de Dios sería una «preciosa Margarita para Jesús».
Su niñez fue angelical. A los cuatro añitos fue llevada al castillo de Corcheval donde vivía su madrina Margarita de Saint Amour. Su madrina era profundamente piadosa. A la entrada del castillo estaba la capilla siempre dispuesta para poder ser visitada. Allí pasaba largos ratos de rodillas ante el Santísimo Sacramento y ante el altar de la Virgen María la pequeñina Margarita. Cuando ya sea mayor dirá ella misma: «Toda mi inclinación ya durante estos tiernos años era esconderme en el bosque para estar sola y poder rezar».
En el castillo había dos damas que eran muy diferentes: Una, buen temperamento, cariñosa, amable... pero no vivía bien la fe. Los demás no lo sabían. Margarita huía de ella. La otra era arisca, poco cariñosa, siempre de mal genio y con ésta trataba bastante la niña. Después se supo que ésta era una buena cristiana. La pequeñina tenía buen olfato para conocer las personas.
Muerta su madrina volvió al hogar paterno. Poco después moría su padre. Su madre la quería muchísimo y trataba de educarla lo mejor posible, pero en su casa no era ella la que mandaba y esto le hacía mucho sufrir a la pequeña Margarita que se daba cuenta de todo. Cayó enferma su madre y pidió con todas sus fuerzas al Señor que la curara de aquella enfermedad. Ella se consagraría a Dios si su madre curaba. Repentinamente se sintió curada de todos sus males.
El amor tan profundo y único que sentía por su madre debía ahora quedar relegado a un segundo plano ya que el Señor la llamaba de modo cada día más claro a seguirle en la vida de total consagración, en la vida religiosa. Tuvo que luchar con fuerza ya que los atractivos del mundo, un lisonjero matrimonio, sus familiares... todo le hacía reflexionar sobre el paso que estaba decidida a dar. ¿Será ésta la voluntad de Dios?

Por fin, viéndolo todo claro y después de haberlo consultado bien, a sus 22 años, el 25 de mayo de 1671, al visitar a las religiosas de la Visitación de Paray-le-Monial, oyó una voz que le dijo: «Aquí es donde yo te quiero». María que le había prometido ayudarla en su enfermedad la había traído a su Casa, a las «Hijas de Santa María».
Desde su ingreso en el Noviciado una cosa tuvo bien clara: Su entrega total al Divino Corazón de Jesús tratando de crecer cada día más y más en el amor hacia Él y hacia la Cruz.

El Señor la eligió para ser la «pregonera» de su Corazón Sacratísimo. Vistió el hábito el 25 de agosto de 1671.
Se entregó de lleno también al amor hacia la Virgen María y ésta la colmó de sus gracias sobrenaturales. El Sagrado Corazón se le apareció en muchas ocasiones.
Y he aquí que, el 27 de diciembre de 1673, daba comienzo el descubrimiento espiritual que formará el núcleo de su vida. Así llegó la gran revelación del Corazón de Jesús a su mensajera. Mientras ella adoraba al Santísimo Sacramento en uno de los dias de la infraoctava del Corpus (junio de 1675), Nuestro Señor se le apareció mostrándole su divino Corazón y le dijo:
"Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y que todo ha perdonado hasta consumirse y agotarse para demostrarles su amor; y, en cambio, no recibe de la mayoría más que ingratitudes, por sus irreverencias, sacrilegios y desacatos en este sacramento de amor.

Pero lo que me es todavía más sensible es que obren así hasta los corazones que de manera especial se han consagrado a Mí.
Por esto te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando en dicho día y reparando las ofensas que he recibido en el augusto sacramento del altar.
Te prometo que mi Corazón derramará en abundancia las bendiciones de su divino amor sobre cuantos le tributen este homenaje y trabajen en propagar aquella práctica".
Santa Margarita María entiende bien el mensaje que debe transmitir a toda la Iglesia de parte de su divino Salvador.
Le hizo las doce conocidas promesas en favor de los que fueran devotos de su Sagrado Corazón. Este fue «su Gran Encuentro». Entonces ella exclamó como Santo Tomás: «Señor mío y Dios mío». El 17 de octubre de 1690 siente el peso de la Pasión del Señor. Se inmola para siempre. Tenía 43 años. Era una Santa.
Ramillete espiritual: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.» Gal. 6, 2
OraciónInfunde, Señor, en nosotros el espíritu de santidad con que enriqueciste tan singularmente a Santa Margarita María, para que también nosotros, lleguemos a conocer por experiencia el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, y seamos colmados de la total plenitud de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-
Promesas del Sagrado Corazón a quienes cumplan con los nueve primeros viernes de mes consecutivos.
(1) Les daré todas las gracias necesarias en su estado de vida.
(2) Estableceré la paz en sus hogares.
(3) Los consolaré en todas sus aflicciones.
(4) Seré su refugio en su vida y sobre todo en la muerte.
(5) Bendeciré grandemente todas sus empresas.
(6) Los pecadores encontrarán en Mi Corazón la fuente y el océano infinito de misericordia.
(7) Las almas tibias crecerán en fervor.
(8) Las almas fervorosas alcanzarán mayor perfección.
(9) Bendeciré el hogar o sitio donde esté expuesto Mi Corazón y sea honrado.
(10) Daré a los sacerdotes el don de tocar a los corazones más empedernidos.
(11) Los que propaguen esta devoción, tendrán sus nombres escritos en Mi Corazón, y de El, nunca serán borrados.
(12) Yo les prometo, en el exceso de la infinita misericordia de mi Corazón, que Mi amor todopoderoso le concederá a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán, en Mi desgracia ni sin recibir los sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio seguro en este último momento.

Benedicto XVI en los 50 años de la elección de Juan XXIII

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 de octubre de 2008. Discurso tras la celebración eucarística celebrada en la Basílica de San Pedro del Vaticano
Señor cardenal secretario de Estado,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
Me complace poder compartir con vosotros este homenaje al beato Juan XXIII, mi querido predecesor, en el aniversario de su elección a la cátedra de Pedro. Me alegro con vosotros por la iniciativa y doy gracias al Señor que nos permite revivir el anuncio de "gran alegría" (gaudium magnum) que resonó hace cincuenta años en este día a esta hora desde el balcón de la Basílica Vaticana.
Fue un preludio y una profecía de la experiencia de paternidad, que Dios nos habría ofrecido abundantemente a través de las palabras, los gestos y el servicio eclesial del Papa Bueno. La gracia de Dios preparaba una estación comprometedora y prometedora para la Iglesia y para la sociedad, y encontró en la docilidad al Espíritu Santo, que caracterizó toda la vid a de Juan XXIII, el buen terreno para hacer germinar la concordia, la esperanza, la unidad y la paz, para el bien de toda la humanidad. El papa Juan presentó la fe en Cristo y la pertenencia a la Iglesia, madre y maestra, como garantía de fecundo testimonio cristiano en el mundo. De este modo, en las fuertes contraposiciones de su tiempo, el Papa fue un hombre y pastor de paz, que supo abrir en Oriente y en Occidente inesperados horizontes de fraternidad entre los cristianos y de diálogo con todos.
La diócesis de Bérgamo está de fiesta y no podía perderse el encuentro espiritual con su hijo más ilustre, "un hermano convertido en padre por voluntad de nuestro Señor", como él mismo dijo. Junto a la confesión del apóstol Pedro descansan sus venerados restos mortales. Desde este lugar amado por todos los bautizados, él os repite: "Soy Giuseppe, v uestro hermano". Habéis venido para reafirmar los lazos comunes y la fe los abre a una dimensión verdaderamente católica. Por este motivo, habéis querido encontraros con el obispo de Roma, que es padre universal. Os guía vuestro pastor, monseñor Roberto Amadei, acompañado por vuestro obispo auxiliar. Doy las gracias a monseñor Amadei por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos y expreso a cada uno mi gratitud por vuestro afecto y devoción. Me siento alentado por vuestra oración, mientras os exhorto a seguir el ejemplo y la enseñanza del Papa, vuestro coterráneo. El siervo de Dios Juan Pablo II lo proclamó beato, reconociendo que las huellas de su santidad de padre y de pastor seguían resplandeciendo ante toda la familia humana.
En la santa misa presidida por el señor cardenal secretario de Estado la Palabra de Dios os h a acogido e introducido en la acción de gracias perfecta de Cristo al Padre. En Él encontramos a los santos y beatos, y a cuantos nos han precedido en el signo de la fe. Su herencia está, pues, en vuestras manos. Un don verdaderamente especial, ofrecido a la Iglesia con Juan XXIII, fue el Concilio Ecuménico Vaticano II, decidido por él, preparado e iniciado. Todos estamos comprometidos en acoger de manera adecuada ese don, meditando en sus enseñanzas y traduciendo en la vida sus indicaciones operativas. Es lo que vosotros mismos habéis tratado de hacer en estos años, como individuos y como comunidad diocesana. En particular, recientemente, os habéis comprometido en el Sínodo diocesano, dedicado a la parroquia: en él habéis vuelto al manantial conciliar para sacar la luz y el calor necesarios para volver hacer de la parroquia una articulación viva y dinámica de la comunidad diocesan a. En la parroquia se aprende a vivir concretamente la propia fe. Esto permite mantener viva la rica tradición del pasado y volver a proponer los valores en un ambiente social secularizado, que se presenta con frecuencia hostil e indiferente. Precisamente, pensando en situaciones de este tipo, el Papa Juan dijo en la encíclica
Pacem in terris: los creyentes "sean como centellas de luz, viveros de amor y levadura para toda la masa. Efecto que será tanto mayor cuanto más estrecha sea la unión de cada alma con Dios" (n. 164). Este fue el programa de vida del gran pontífice y en esto puede convertirse el ideal de todo creyente y de toda comunidad cristiana que sepa encontrar, en la celebración eucarística, la fuente del amor gratuito, fiel y misericordioso de Crucificado resucitado .
Permitidme que mencione en particular a la familia, sujeto central de la vida eclesial, seno de educación en la fe y célula insustituible de la vida social. En este sentido, el futuro Papa Juan escribía en una carta a los familiares: "La educación que deja huellas más profundas siempre es la de casa. Yo me he olvidado de mucho de lo que he leído en los libros, pero recuerdo muy bien todavía todo lo que aprendí de los padres y ancianos" (20 de diciembre de 1932). En particular, en la familia se aprende a vivir el precepto cotidiano y fundamental del amor. Precisamente por este motivo la Iglesia atribuye tanta importancia a la familia, pues tiene la misión de manifestar por doquier, por medio de sus hijos, "la grandeza de la caridad cristiana, para lo cual no hay nada más válido para extirpar las semillas de discordia, no hay nada más eficaz para favorecer la conc ordia, la justa paz y la unión fraterna de todos" (Gaudet Mater Ecclesia, 33).
Concluyendo, vuelvo a referirme a la parroquia, tema del Sínodo diocesano. Vosotros conocéis la solicitud del Papa Juan XXIII por este organismo tan importante para la vida eclesial. Con mucha confianza el Papa Roncalli confiaba a la parroquia, familia de familias, la tarea de alimentar entre los fieles los sentimientos de comunión y de fraternidad. Plasmada por la Eucaristía, la parroquia podrá convertirse --según él creía-- en levadura de sana inquietud en el difundido consumismo e individualismo de nuestro tiempo, despertando la solidaridad y abriendo en la fe la mirada del corazón para reconocer al Padre, que es amor gratuito, deseoso de compartir con los hijos su misma alegría.
Queridos amigos: os ha acompañado en Roma la imagen de la Virgen que el Papa Juan recibió como don en su visi ta a Loreto, pocos días antes de la inauguración del Concilio. Quiso que la estatua fuera colocada en el seminario episcopal dedicado a su nombre en la diócesis natal, y veo con alegría que hay muchos seminaristas entusiasmados con su vocación. Pongo en las manos de la Madre de Dios a todas las familias y parroquias, proponiéndoles el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret: que ellas sean el primer seminario y sepan hacer crecer en su ámbito vocaciones al sacerdocio, a la misión, a la consagración religiosa, a la vida familiar, según el corazón de Cristo. En una famosa visita durante los primeros meses de su pontificado, el beato preguntó a quienes le escuchaban cuál era sentido de aquel encuentro y el Papa mismo dio la respuesta: "El Papa ha puesto sus ojos en los vuestros y su corazón junto a vuestro" (en su primera Navidad como Papa, 1958). Pido al Papa Juan que nos perm ita experimentar la cercanía de su mirada y de su corazón para sentirnos verdaderamente familia de Dios.
Con estos deseos, imparto con gusto mi afectuosa benedición a los peregrinos de Bérgamo, en particular a los de Sotto il Monte, cuna del beato pontífice, que tuve la alegría de visitar hace unos años, así como a las autoridades, a los fieles romanos y orientales aquí presentes, y a todas las personas queridas.

San Francisco de Asís

Francisco de Asís, San
Fundador de la Orden de los Franciscanos, 4 de octubre.

Fundador de la Orden de los Frailes Menores (OFM), conocidos como los franciscanos
Octubre 4
San Francisco fue un santo que vivió tiempos difíciles de la Iglesia y la ayudó mucho. Renunció a su herencia dándole más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales. Francisco nació en Asís, Italia en 1181 ó 1182. Su padre era comerciante y su madre pertenecía a una familia noble. Tenían una situación económica muy desahogada. Su padre comerciaba mucho con Francia y cuando nació su hijo estaba fuera del país. Las gentes apodaron al niño "francesco" (el francés) aunque éste había recibido en su bautismo el nombre de "Juan." En su juventud no se interesó ni por los negocios de su padre ni por los estudios. Se dedicó a gozar de la vida sanamente, sin malas costumbres ni vicios. Gastaba mucho dinero pero siempre daba limosnas a los pobres. Le gustaban las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores. Cuando Francisco tenía como unos veinte años, hubo pleitos y discordia entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco fue prisionero un año y lo soportó con alegría. Cuando recobró la libertad cayó gravemente enfermo. La enfermedad fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se recuperó, decidió ir a combatir en el ejército. Se compró una costosa armadura y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. Dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Un día se encontró con un leproso que le pedía una limosna y le dio un beso. Visitaba y servía a los enfermos en los hospitales. Siempre, regalaba a los pobres sus vestidos, o el dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia que estaba en ruinas. Decidió ir y vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió permiso para quedarse a vivir con él. El sacerdote le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía aceptar su dinero. El papá de San Francisco, al enterarse de lo sucedido, fue a la Iglesia de San Damián pero su hijo se escondió. Pasó algunos días en oración y ayuno. Regresó a su pueblo y estaba tan desfigurado y mal vestido que las gentes se burlaban de él como si fuese un loco. Su padre lo llevó a su casa y lo golpeó furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró en una habitación (Francisco tenía entonces 25 años). Su madre se encargó de ponerle en libertad y él se fue a San Damián. Su padre fue a buscarlo ahí y lo golpeó y le dijo que volviera a su casa o que renunciara a su herencia y le pagara el precio de los vestidos que había vendido de su tienda. San Francisco no tuvo problema en renunciar a la herencia y del dinero de los vestidos pero dijo que pertenecía a Dios y a los pobres. Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió devolver el dinero y tener confianza en Dios. San Francisco devolvió en ese momento la ropa que traía puesta para dársela a su padre ya que a él le pertenecía. El padre se fue muy lastimado y el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido de labrador que tenía al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza y se lo puso. San Francisco partió buscando un lugar para establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuera un mendigo. Unas personas le regalaron una túnica, un cinturón y unas sandalias que usó durante dos años. Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia. Ahí soportó las burlas y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, que estaba en una llanura cerca de Asís. Era un sitio muy tranquilo que gustó mucho a San Francisco. Al oir las palabras del Evangelio "...No lleven oro....ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo..", regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con su túnica sujetada con un cordón. Comenzó a hablar a sus oyentes acerca de la penitencia. Sus palabras llegaban a los corazones de sus oyentes. Al saludar a alguien, le decía "La paz del Señor sea contigo". Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros. San Francisco tuvo muchos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. Su primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle que era un rico comerciante de Asís que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. Su segundo discípulo fue Pedro de Cattaneo. San Francisco les concedió hábitos a los dos en abril de 1209. Cuando ya eran doce discípulos, San Francisco redactó una regla breve e informal que eran principalmente consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Después de varios años se autorizó por el Papa Inocencio III la regla y les dio por misión predicar la penitencia. San Francisco y sus compañeros se trasladaron a una cabaña que luego tuvieron que desalojar. En 1212, el abad regaló a San Francisco la capilla de Porciúncula con la condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. Él la aceptó pero sólo prestada sabiendo que pertenecía a los benedictinos. Alrededor de la Porciúncula construyeron cabañas muy sencillas. La pobreza era el fundamento de su orden. San Francisco sólo llegó a recibir el diaconado porque se consideraba indigno del sacerdocio. Los primeros años de la orden fueron un período de entrenamiento en la pobreza y en la caridad fraterna. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta. El fundador les había prohibido aceptar dinero. Se distinguían por su gran capacidad de servicio a los demás, especialmente a los leprosos a quienes llamaban "hermanos cristianos". Debían siempre obedecer al obispo del lugar donde se encontraran. El número de compañeros del santo iba en aumento. Santa Clara oyó predicar a San Francisco y decidió seguirlo en 1212. San Francisco consiguió que Santa Clara y sus compañeras se establecieran en San Damián. La oración de éstas hacía fecundo el trabajo de los franciscanos. San Francisco dio a su orden el nombre de "Frailes Menores" ya que quería que fueran humildes. La orden creció tanto que necesitaba de una organización sistemática y de disciplina común. La orden se dividió en provincias y al frente de cada una se puso a un ministro encargado "del bien espiritual de los hermanos". El orden de fraile creció más alla de los Alpes y tenían misiones en España, Hungría y Alemania. En la orden habían quienes querían hacer unas reformas a las reglas, pero su fundador no estuvo de acuerdo con éstas. Surgieron algunos problemas por esto porque algunos frailes decían que no era posible el no poseer ningún bien. San Francisco decía que éste era precisamente el espíritu y modo de vida de su orden. San Francisco conoció en Roma a Santo Domingo que había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia. En la Navidad de 1223 San Francisco construyó una especie de cueva en la que se representó el nacimiento de Cristo y se celebró Misa. En 1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. La única persona que lo acompañó fue el hermano León y no quiso tener visitas. Es aquí donde sucedió el milagro de las estigmas en el cual quedaron impresas las señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de Francisco. A partir de entonces llevaba las manos dentro de las mangas del hábito y llevaba medias y zapatos. Dijo que le habían sido reveladas cosas que jamás diría a hombre alguno. Un tiempo después bajo del Monte y curó a muchos enfermos. San Francisco no quería que el estudio quitara el espíritu de su orden. Decía que sí podían estudiar si el estudio no les quitaba tiempo de su oración y si no lo hacían por vanidad. Temía que la ciencia se convirtiera en enemiga de la pobreza. La salud de San Francisco se fue deteriorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaron y ya casi había perdido la vista. En el verano de 1225 lo llevaron con varios doctores porque ya estaba muy enfermo. Poco antes de morir dictó un testamento en el que les recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo "¡Bienvenida, hermana muerte!"y pidió que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís. Son famosas las anécdotas de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Señor, del conejillo que no quería separarse de él y del lobo amansado por el santo. Algunos dicen que estas son leyenda, otros no. San Francisco contribuyó mucho a la renovación de la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media. El ayudó a la Iglesia que vivía momentos difíciles. ¿Qué nos enseña la vida de San Francisco? Nos enseña a vivir la virtud de la humildad. San Francisco tuvo un corazón alegre y humilde. Supo dejar no sólo el dinero de su padre sino que también supo aceptar la voluntad de Dios en su vida. Fue capaz de ver la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. Veía la grandeza de Dios en la naturaleza. Nos enseña a saber contagiar ese entusiasmo por Cristo a los demás. Predicar a Dios con el ejemplo y con la palabra. San Francisco lo hizo con Santa Clara y con sus seguidores dando buen ejemplo de la libertad que da la pobreza. Nos enseña el valor del sacrificio. San Francisco vivió su vida ofreciendo sacrificios a Dios. Nos enseña a vivir con sencillez y con mucho amor a Dios. Lo más importante para él era estar cerca de Dios. Su vida de oración fue muy profunda y era lo primordial en su vida. Fue fiel a la Iglesia y al Papa. Fundó la orden de los franciscanos de acuerdo con los requisitos de la Iglesia y les pedía a los frailes obedecer a los obispos. Nos enseña a vivir cerca de Dios y no de las cosas materiales. Saber encontrar en la pobreza la alegría, ya que para amar a Dios no se necesita nada material. Nos enseña lo importante que es sentirnos parte de la Iglesia y ayudarla siempre pero especialmente en momentos de dificultad.
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Su obra Cántico de las Criaturas San Francisco: Carta a los fieles

San Pablo migrante, Apóstol de los pueblos

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVIPARA LA 95ª JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y DEL REFUGIADO (18 de enero de 2008)

Queridos hermanos y hermanas:
Este año el Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado tiene por tema «San Pablo migrante, 'Apóstol de los pueblos'», y toma como punto de partida la feliz coincidencia del Año Jubilar que he convocado en honor del Apóstol con ocasión del bimilenario de su nacimiento. En efecto, la predicación y la obra de mediación entre las diversas culturas y el Evangelio, que realizó san Pablo «emigrante por vocación», constituyen un punto de referencia significativo también para quienes se encuentran implicados en el movimiento migratorio contemporáneo.
Saulo, nacido en una familia de judíos que habían emigrado de Tarso de Cilicia, fue educado en la lengua y en la cultura judía y helenística, valorando el contexto cultural romano. Después de su encuentro con Cristo, que tuvo lugar en el camino de Damasco (cf. Ga 1, 13-16), sin renegar de sus «tradiciones» y albergando estima y gratitud hacia el judaísmo y hacia la Ley (cf. Rm 9, 1-5; 10, 1; 2 Co 11, 22; Ga 1, 13-14; Flp 3, 3-6), sin vacilaciones ni retractaciones, se dedicó a la nueva misión con valentía y entusiasmo, dócil al mandato del Señor: «Yo te enviaré lejos, a los gentiles» (Hch 22, 21). Su existencia cambió radicalmente (cf. Flp 3, 7-11): para él Jesús se convirtió en la razón de ser y el motivo inspirador de su compromiso apostólico al servicio del Evangelio. De perseguidor de los cristianos se transformó en apóstol de Cristo.
Guiado por el Espíritu Santo, se prodigó sin reservas para que se anunciara a todos, sin distinción de nacionalidad ni de cultura, el Evangelio, que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego» (Rm 1, 16). En sus viajes apostólicos, a pesar de repetidas oposiciones, proclamaba primero el Evangelio en las sinagogas, dirigiéndose ante todo a sus compatriotas en la diáspora (cf. Hch 18, 4-6). Si estos lo rechazaban, se volvía a los paganos, convirtiéndose en auténtico «misionero de los emigrantes», emigrante él mismo y embajador itinerante de Jesucristo, para invitar a cada persona a ser, en el Hijo de Dios, «nueva criatura» (2 Co 5, 17).
La proclamación del kerygma lo impulsó a atravesar los mares del Cercano Oriente y recorrer los caminos de Europa, hasta llegar a Roma. Partió de Antioquía, donde se anunció el Evangelio a poblaciones que no pertenecían al judaísmo y donde a los discípulos de Jesús por primera vez se les llamó «cristianos» (cf. Hch 11, 20. 26). Su vida y su predicación estuvieron totalmente orientadas a hacer que Jesús fuera conocido y amado por todos, porque en él todos los pueblos están llamados a convertirse en un solo pueblo.
También en la actualidad, en la era de la globalización, esta es la misión de la Iglesia y de todos los bautizados, una misión que con atenta solicitud pastoral se dirige también al variado universo de los emigrantes —estudiantes fuera de su país, inmigrantes, refugiados, prófugos, desplazados—, incluyendo los que son víctimas de las esclavitudes modernas, como por ejemplo en la trata de seres humanos. También hoy es preciso proponer el mensaje de la salvación con la misma actitud del Apóstol de los gentiles, teniendo en cuenta las diversas situaciones sociales y culturales, y las dificultades particulares de cada uno como consecuencia de su condición de emigrante e itinerante. Formulo el deseo de que cada comunidad cristiana tenga el mismo fervor apostólico de san Pablo, el cual, con tal de anunciar a todos el amor salvífico del Padre (cf. Rm 8, 15-16; Ga 4, 6) a fin de «ganar para Cristo al mayor número posible» (1 Co 9, 19) se hizo «débil con los débiles..., todo a todos, para salvar a toda costa a algunos» (1 Co 9, 22). Que su ejemplo nos sirva de estímulo también a nosotros para que seamos solidarios con estos hermanos y hermanas nuestros, y promovamos, en todas las partes del mundo y con todos los medios posibles, la convivencia pacífica entre las diversas etnias, culturas y religiones.
Pero, ¿cuál fue el secreto del Apóstol de los gentiles? El celo misionero y la pasión del luchador, que lo caracterizaron, brotaban del hecho de que él, «conquistado por Cristo» (Flp 3, 12), permaneció tan íntimamente unido a él que se sintió partícipe de su misma vida, a través de «la comunión en sus padecimientos» (Flp 3, 10; cf. también Rm 8, 17; 2 Co 4, 8-12; Col 1, 24). Aquí está la fuente del celo apostólico de san Pablo, el cual narra: «Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelarme a mí a su Hijo, para que lo anunciara entre los gentiles» (Ga 1, 15-16; cf. también Rm 15, 15-16). Se sintió «crucificado con Cristo» hasta el punto de poder afirmar: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). Y ninguna dificultad le impidió proseguir su valiente acción evangelizadora en ciudades cosmopolitas como Roma y Corinto, que en aquel tiempo estaban pobladas por un mosaico de etnias y culturas.
Al leer los Hechos de los Apóstoles y las Cartas que san Pablo dirige a varios destinatarios, se aprecia un modelo de Iglesia no exclusiva, sino abierta a todos, formada por creyentes sin distinción de cultura y de raza, pues todo bautizado es miembro vivo del único Cuerpo de Cristo. Desde esta perspectiva, cobra un relieve singular la solidaridad fraterna, que se traduce en gestos diarios de comunión, de participación y de solicitud gozosa por los demás. Sin embargo, como enseña también san Pablo, no es posible realizar esta dimensión de acogida fraterna recíproca sin estar dispuestos a la escucha y a la acogida de la Palabra predicada y practicada (cf. 1 Ts 1, 6), Palabra que impulsa a todos a la imitación de Cristo (cf. Ef 5, 1-2) imitando al Apóstol (cf. 1 Co 11, 1). Por tanto, cuanto más unida a Cristo está la comunidad, tanto más solicita se muestra con el prójimo, evitando juzgarlo, despreciarlo o escandalizarlo, y abriéndose a la acogida recíproca (cf. Rm 14, 1-3; 15, 7). Los creyentes, configurados con Cristo, se sienten en Él «hermanos» del mismo Padre (cf. Rm 8, 14-16; Ga 3, 26; 4, 6). Este tesoro de fraternidad los hace «practicar la hospitalidad» (Rm 12, 13), que es hija primogénita del agapé (cf. 1 Tm 3, 2; 5, 10; Tt 1, 8; Flm 17).
Así se realiza la promesa del Señor: «Yo os acogeré y seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas» (2 Co 6, 17-18). Si somos conscientes de esto, ¿cómo no hacernos cargo de las personas que se encuentran en penurias o en condiciones difíciles, especialmente entre los refugiados y los prófugos? ¿Cómo no salir al encuentro de las necesidades de quienes, de hecho, son más débiles e indefensos, marcados por precariedad e inseguridad, marginados, a menudo excluidos de la sociedad? A ellos es preciso prestar una atención prioritaria, pues, parafraseando un conocido texto paulino, «Dios eligió lo necio del mundo para confundir a los sabios, (...), lo plebeyo y despreciable del mundo, y lo que no es, para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios» (1 Co 1, 27-29).
Queridos hermanos y hermanas, la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebrará el día 18 de enero de 2009, ha de ser para todos un estímulo a vivir en plenitud el amor fraterno sin distinciones de ningún tipo y sin discriminaciones, con la convicción de que nuestro prójimo es cualquiera que tiene necesidad de nosotros y a quien podemos ayudar (cf.
Deus caritas est, 15). Que la enseñanza y el ejemplo de san Pablo, humilde y gran Apóstol y emigrante, evangelizador de pueblos y culturas, nos impulse a comprender que el ejercicio de la caridad constituye el culmen y la síntesis de toda la vida cristiana. Como sabemos bien, el mandamiento del amor se alimenta cuando los discípulos de Cristo participan unidos en la mesa de la Eucaristía que es, por excelencia, el Sacramento de la fraternidad y del amor. Y, del mismo modo que Jesús en el Cenáculo unió el mandamiento nuevo del amor fraterno al don de la Eucaristía, así sus «amigos», siguiendo las huellas de Cristo, que se hizo «siervo» de la humanidad, y sostenidos por su gracia, no pueden menos de dedicarse al servicio recíproco, ayudándose unos a otros según lo que recomienda el mismo san Pablo: «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo» (Ga 6, 2). Sólo de este modo crece el amor entre los creyentes y el amor a todos (cf. 1 Ts 3, 12).
Queridos hermanos y hermanas, no nos cansemos de proclamar y testimoniar esta «Buena Nueva» con entusiasmo, sin miedo y sin escatimar esfuerzos. En el amor está condensado todo el mensaje evangélico, y los auténticos discípulos de Cristo se reconocen por su amor mutuo y por acoger a todos. Que nos obtenga este don el Apóstol san Pablo y especialmente María, Madre de la acogida y del amor. A la vez que invoco la protección divina sobre todos los que están comprometidos en ayudar a los emigrantes y, más en general, en el vasto mundo de la emigración, aseguro un constante recuerdo en la oración por cada uno e imparto con afecto a todos la Bendición Apostólica.
Castelgandolfo, 24 de agosto de 2008

17 de octubre - SAN IGNACIO de ANTIOQUÍA

Obispo y mártir(+ 107)
Si de la vida de este gran mártir de Jesucristo sabemos poco hasta que llega su peregrinaje desde Antioquía hasta Roma, sí que en cambio conocemos siete hermosísimas cartas que suplen sobradamente la carencia de datos de su juventud y mocedad hasta que llega a ser el Obispo de Antioquía.
El emperador Trajano que ha vencido a varios pueblos enemigos del imperio Romano, se siente orgulloso y decide luchar contra otros enemigos de más allá y en una de sus correrías llega hasta Antioquía para preparar su campaña contra Armenia y los Partos.
Ignacio añadió a su nombre el sobrenombre de Theophoros o partador de Dios y así las Actas y otros documentos suelen siempre darle estos dos nombres: Ignacio Theophoro.
Sin ser llamado, al enterarse de que el emperador está en Antioquía se presenta ante él para defender a sus cristianos y entre ambos se desliza este diálogo. Le pregunta Trajano:
- "¿Quién eres tú, demonio mísero, que tanto empeño pones en transgredir mis órdenes y persuades a otros a transgredirlas, para que míseramente perezcan?
- Nadie -respondió con valentía Ignacio - puede llamar demonio mísero al portador de Dios, siendo así que los demonios huyen de los siervos de Dios. Mas, si por ser yo aborrecible a los demonios, me llamas malo contra ellos, estoy conforme contigo, pues teniendo a Cristo, rey celeste, conmigo, deshago todas las asechanzas de los demonios.
- ¿Quién es el Theophoros o portador de Dios? -replicó con energía y curiosidad el emperador-.
- El que tiene a Cristo en su pecho, contestó con más energía aún Ignacio...
Algunos han visto en Ignacio al niño que Jesús tomó en sus brazos y dijo de él: "Cualquiera que se humillare como este niño será mayor en el reino de los cielos". Pero no hay razón apodíctica para probarlo. Lo cierto es que, gracias a su martirio, conocemos su gran personalidad. Como alguien ha escrito: "La densa oscuridad que rodea la vida y acción de Ignacio, es iluminada hacia el fin de su vida, con viva aunque fugaz ráfaga de luz. Si su martirio no le hubiera sacado de la obscuridad, nada nos hubiera quedado de él"... Pero sus siete cartas que escribe a lo largo de su itinerario hacia el Coliseo de Roma, donde morirá por Cristo, son un monumento que descubre al hombre recio y enamorado como pocos por Jesucristo.
Dicen las Actas de su Martirio que aquella bendita Antioquía que había sido regentada por Pedro y Pablo y santificada con la predicación de Bernabé, ahora era regida sabia y santamente por su obispo Ignacio. Por ser cristiano y defensor de los cristianos fue condenado a ser devorado por las fieras en la misma capital del imperio para que sirviera de escarmiento para todos los demás Cristianos. Dicen las Actas: "Ciñóse las cadenas y habiendo rogado por la Iglesia y encomendándola al Señor, como carnero, jefe de hermoso rebaño, fue arrebatado por la furia bárbara de los soldados, para ser llevado a Roma, a ser pasto de las fieras sanguinarias".
Durante el trayecto va corriendo la voz de ciudad en ciudad por donde pasan. Multitudes de cristianos salen a su encuentro para verle y para recibir su bendición. Escribe siete cartas sublimes. Muere por Cristo en el Coliseo de Roma: "Quiero ser trigo en los dientes de las fieras para convertirme en pan de Jesucristo. No me lo impidáis si es que me amáis", grita.
En una de sus hermosas cartas escribe: "Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible. No quiero ya vivir más la vida terrena". Era el año 107.
Ramillete espiritual: «A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.» Mt. 5,

21 de Octubre - SAN HlLARION, - Abad

Santo de la abstinencia y del ayuno perpetuo, nació en Palestina. Fue a estudiar a Alejandría, en una escuela cristiana que fue instancia de su conversión. Al escuchar noticias del famoso monje San Antonio Abad decidió visitarlo en el desierto. Estuvo en su compañía durante dos meses y se quedó admirado de la gran santidad de este monje y de su bondad exquisita, como también de los ayunos y mortificaciones que hacía, por lo que se propuso imitarlo en cuanto más le fuera posible. Pero viendo que en Egipto eran muchas las personas que iban a visitar a San Antonio para pedirle consejos, y tras vender las posesiones que le había dejado su padre y repartirlo ente los pobres, regresó a su patria, Palestina, a vivir en perfecta soledad en un desierto, meditando y orando. Cuando ya llevaba 20 años haciendo penitencia en el desierto, unos esposos acudieron a él a pedirle que rezara para que en su hogar hubiera hijos, pues eran estériles. San Hilarión oró por ellos y Dios les concedió la gracia de tener varios hijos. Este milagro del santo, conllevó a que éste se volviera sumamente popular en los alrededores, y de todos lados, empezaron a llegar una multitud de personas para visitarlo y pedirle consejos y oraciones. Imitando su ejemplo, muchos personas fueron a vivir en cabañas desoladas para meditar y orar, bajo la dirección y guía del santo, quien además les enseñaba el arte de orar, de meditar y de saber dominar el cuerpo por medio de mortificaciones costosas. Al cumplir los 65 años, San Hilarión se dio cuenta que no le era posible vivir en soledad, pues un gran número de monjes le pedían dirección espiritual, así como también, muchos peregrinos llegaban a suplicarle oraciones y pedirle consejos, por lo que decidió retirarse a un lugar más alejado y solitario en los desiertos de Egipto. A causa de una severa sequía que azotaba la región, San Hilarión tuvo que mudarse a la Isla de Sicilia estableciéndose con varios de sus discípulos en un sitio muy deshabitado. Tras ganarse el cariño y la estimación de los habitantes de lugares aledaños, quienes admiraban su santidad, sus milagros y sencillez, se trasladó, junto con sus discípulos, a la isla de Chipre, donde nuevamente su fama de milagroso y santo se extendió por toda la Isla debido logró impedir un gran maremoto en la costa de la ciudad. Sus últimos días los pasó en una altísima roca, sumido en la oración y en las meditaciones, falleciendo a la edad de 80 años.

Oración

Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Hilarión para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día , junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-

043 -Benedicto XVI: "La divinidad de Cristo, centro de la predicación de san Pablo"


Audiencia General miércoles 22 de octubre de 2008
Queridos hermanos y hermanas,
en las catequesis de las semanas anteriores hemos meditado sobre la "conversión" de san Pablo, fruto del encuentro personal con Jesús crucificado y resucitado, y nos hemos interrogado sobre cuál fue la relación del Apóstol de los gentiles con el Jesús terreno. Hoy quisiera hablar de la enseñanza que san Pablo nos ha dejado sobre la centralidad del Cristo resucitado en el misterio de la salvación, sobre su cristología. En verdad, Jesucristo resucitado, "exaltado sobre todo nombre", está en el centro de todas sus reflexiones. Cristo es para el Apóstol el criterio de valoración de los acontecimientos y de las cosas, el fin de todo esfuerzo que él hace para anunciar el Evangelio, la gran pasión que sostiene sus pasos por los caminos del mundo. Y se trata de un Cristo vivo, concreto: el Cristo -dice Pablo- "que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2, 20). Esta persona que me ama, con la que puedo hablar, que me escucha y me responde, éste es realmente el principio para entender al mundo y para encontrar el camino en la historia.
Quien ha leído los escritos de san Pablo sabe bien que él no se preocupa de nar rar los hechos sobre los que se articula la vida de Jesús, aunque podemos pensar que en sus catequesis contaba mucho más sobre el Jesús prepascual de cuanto escribía en sus cartas, que son amonestaciones en situaciones concretas. Su tarea pastoral y teológica estaba tan dirigida a la edificación de las nacientes comunidades, que era espontáneo en él concentrar todo en el anuncio de Jesucristo como "Señor", vivo ahora y presente en medio de los suyos. De ahí la esencialidad característica de la cristología paulina, que desarrolla las profundidades del misterio con una preocupación constante y precisa: anunciar, ciertamente, a Jesús, su enseñanza, pero anunciar sobre todo la realidad central de su muerte y resurrección, como culmen de su existencia terrena y raíz del desarrollo sucesivo de toda la fe cristiana, de toda la realidad de la Iglesia. Para el Apóstol, la resurrección no es un acontecimiento en sí mismo, separado de la muerte: el Resucitado es el mismo que fue crucificado. También como Resucitado lleva sus heridas: la pasión está presente en Él y se puede decir con Pascal que Él está sufriendo hasta el fin del mundo, aún siendo el Resucitado y viviendo con nosotros y para nosotros. Esta identidad del Resucitado con el Cristo crucificado, Pablo la había entendido en el camino de Damasco: en ese momento se reveló con claridad que el Crucificado es el Resucitado y el Resucitado es el Crucificado, que dice a Pablo: "¿Por qué me persigues?" (Hch 9,4). Pablo estaba persiguiendo a Cristo en la Iglesia y entonces entendió que la cruz es "una maldición de Dios" (Dt 21,23), pero sacrificio para nuestra redención.
El Apóstol contempla fascinado el secreto escondido del Crucificado-resucitado y a través de los sufrimientos experimentados por Cristo en su humanidad (dimensione terrena) llega a esa existencia eterna en que Él es uno con el Padre (dimensión pre-temporal): "Al llegar la plenitud de los tiempos -escribe- envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Gal 4,4-5). Estas dos dimensiones, la preesistenza eterna con el Padre y el descendimiento del Señor en la encarnación, se anuncian ya en el Antiguo Testamento, en la figura de la Sabiduría. Encontramos en los Libros sapienciales del Antiguo Testamento algunos textos que exaltan el papel de la Sabiduría preexistente a la creación del mundo. En este sentido deben leerse pasajes como el del Salmo 90: "Antes que los montes fuesen engendra dos, antes que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios" (v. 2); o pasajes como el que habla de la Sabiduría creadora: "Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra" (Pr 8, 22-23). Sugestivo es también el elogio de la Sabiduría, contenido en el libro homónimo: "Se despliega vigorosamente de un confín a otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo" (Sb 8,1).
Los mismos textos sapienciales que hablan de la preexistencia eterna de la Sabiduría, hablan de su descendimiento, del abajamiento de esta Sabiduría, que se ha creado una tienda entre los hombres. Así sentimos resonar ya las palabras del Evangelio de Juan que habla de la tienda de la carne del Señor. Se creó una tienda en el Antiguo Testamento: aqu&iacu te; se indica al templo, al culto según la "Torah"; pero desde el punto de vista del Nuevo Testamento, podemos entender que ésta era solo una prefiguración de la tienda mucho más real y significativa: la tienda de la carne de Cristo. Y vemos ya en los Libros del Antiguo Testamento que este abajamiento de la Sabiduría, su descenso a la carne, implica también la posibilidad de ser rechazada. San Pablo, desarrollando su cristología, se refiere precisamente a esta perspectiva sapiencial: reconoce a Jesús la sabiduría eterna existente desde siempre, la sabiduría que desciende y se crea una tienda entre nosotros, y así puede describir a Cristo como "fuerza y sabiduría de Dios", puede decir que Cristo se ha convertido para nosotros en "sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención" (1 Cor 1,24.30). De la misma forma, Pablo acl ara que Cristo, igual que la Sabiduría, puede ser rechazado sobre todo por los dominadores de este mundo (cfr 1 Cor 2,6-9), de modo que se crea en los planes de Dios una situación paradójica: la cruz, que se volverá en camino de salvación para todo el género humano.
Un desarrollo posterior de este ciclo sapiencial, que ve a la Sabiduría abajarse para después ser exaltada a pesar del rechazo, se encuentra en el famoso himno contenido en la Carta a los Filipenses (cfr 2,6-11). Se trata de uno de los textos más elevados de todo el Nuevo Testamento. Los exegetas en gran mayoría concuerdan en considerar que esta perícopa trae una composición precedente al texto de la Carta a los Filipenses. Este es un dato de gran importancia, porque significa que el judeo-cristianismo, antes de san Pablo, creía en la divinidad de Jesús. En otras palabras, la fe en la divinidad de Jesús no es un invento helenístico, surgido después de la vida terrena de Jesús, un invento que, olvidando su humanidad, lo habría divinizado: vemos en realidad que el primer judeo-cristianismo creía en la divinidad de Jesús, es más, podemos decir que los mismos Apóstoles, en los grandes momentos de la vida de su Maestro, han entendido que Él era el Hijo de Dios, como dijo san Pedro en Cesarea de Filipo: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Pero volvamos al himno de la Carta a los Filipenses. La estructura de este texto puede ser articulada en tres estrofas, que ilustran los momentos principales del recorrido realizado por Cristo. Su preexistencia la expresan las palabras "siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios"(v. 6); sigue después el abajamiento voluntario del Hijo en la segunda estrofa: "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo" (v. 7), hasta humillarse a sí mismo "obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (v. 8). La tercera estrofa del himno anuncia la respuesta del Padre a la humillación del Hijo: "Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre" (v. 9). Lo que impresiona es el contraste entre el abajamiento radical y la siguiente glorificación en la gloria de Dios. Es evidente que esta segunda estrofa está en contraste con la pretensión de Adán que quería hacerse Dios, y contrasta también con el gesto de los constructres de la torre de Babel que querían edificar por sí solos el puente hasta el cielo y hacerse ellos mismos divinidad. Pero esta iniciativa de la soberbia acabó con la autodestrucción: así no se llega al cielo, a la verdadera felicidad, a Dios. E l gesto del Hijo de Dios es exactamente lo contrario: no la soberbia, sino la humildad, que es la realización del amor, y el amor es divino. La iniciativa de abajamiento, de humildad radical de Cristo, con la que contrasta la soberbia humana, es realmente expresión del amor divino; a ella le sigue esa elevación al cielo a la que Dios nos atrae con su amor.
Además de la Carta a los Filipenses, hay otros lugares de la literatura paulina donde los temas de la preexistencia y del descendimiento del Hijo de Dios sobre la tierra están unidos entre ellos. Una reafirmación de la asimilación entre Sabiduría y Cristo, con todas las consecuencias cósmicas y antropológicas, se encuentra en la primera Carta a Timoteo: "Él ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los Ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria" (3,16). Es sobre todo en estas premisas que se pude definir mejor la función de Cristo como Mediador único, sobre el marco del único Dios del Antiguo Testamento (cfr 1 Tm 2,5 en relación a Is 43,10-11; 44,6). Cristo es el verdadero puente que nos guía al cielo, a la comunión con Dios.
Y finalmente, solo un apunte a los últimos desarrollos de la cristología de san Pablo en las Cartas a los Colosenses y a los Efesios. En la primera, Cristo es calificado como "primogénito de todas las criaturas" (1,15-20). Esta palabra "primogénito" implica que el primero entre muchos hijos, el primero entre muchos hermanos y hermanas, ha bajado para atraernos y hacernos sus hermanos y hermanas. En la Carta a los Efesios encontramos la bella exposición del plan divino de la salvación, cuando Pablo dice que en Cristo Dios quería recapitularlo todo (cfr. Ef 1,23). Cristo es la recapitulación de todo, reasume todo y nos guía a Dios. Y así implica un movimiento de descenso y de ascenso, invitándonos a participar en su humildad, es decir, a su amor hacia el prójimo, para ser así partícipes de su glorificación, convirtiéndonos con él en hijos en el Hijo. Oremos para que el Señor nos ayude a conformarnos a su humildad, a su amor, para ser así partícipes de su divinización.
[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
Como hemos visto en las catequesis de las pasadas semanas, San Pablo no se preocupó tanto de contar los hechos aislados de la vida de Jesús, sino de anunciar a la comunidad naciente a Cristo como el "Señor", vivo y pre sente entre nosotros. Él es el mismo, encarnado, crucificado, resucitado y vivo. Para comprender esto hay que tener en cuenta la idea de la Sabiduría preexistente al mundo de la cual habla el Antiguo Testamento. Cristo, en su condición de Hijo, es coeterno con el Padre. Con su Encarnación, sin dejar de ser Dios, adquiere ciertamente algo que no tenía, la condición humana hasta hacerse siervo, para rescatarla y salvarla. Con su glorificación, Cristo, que es "fuerza de Dios y sabiduría de Dios", es también para nosotros sabiduría justicia santificación y redención (cf. 1 Co 1,25.30). Otra formulación de la cristología paulina exalta el primado de Cristo sobre todas las cosas, el "primogénito" de los que aman a Dios y han sido llamados a ser imagen de su Hijo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venid os de Argentina, España, México, Panamá, Perú y otros Países latinoamericanos. Invito a todos a contemplar el plan de salvación que San Pablo nos muestra con hondura, y al que nos exhorta a participar uniéndonos íntimamente a Cristo.
Muchas gracias.