sábado, agosto 23, 2008

SAN PABLO DICE: "COMPLETO EN MI CUERPO LO QUE FALTA A LA PASION DE CRISTO EN BENEFICIO DE SU CUERPO QUE ES LA IGLESIA".
O SEA QUE CUANDO CUANDO ALGUIEN SUFRE,
SE COMPLETA LA PASION DE CRISTO,
SE BENEFICIA EL RESTO DE LA IGLESIA,
O DIOS PADRE PUEDE APLICAR ESE SUFRIMEINTO A LA LIBERACION DE UN ALMA DEL PURGATORIO.
PERO CUANDO NOS TOCA SUFRIR A NOSOTROS O
A NUESTROS FAMILIARES,
¡CUANTO LE CUESTA A NUESTRO EGO ACEPTAR SUFRIMIENTOS PARA QUE SE SALVEN OTROS QUE NI CONOCEMOS¡...
¿NO LES PARECE?
PERO ACASO NOS PREGUNTAMOS:
¿CUANTOS HERMANOS EN EL MUNDO ESTARAN SUFRIENDO AHORA MISMO ENFERMEDADES, ANGUSTIAS, TRIBULACIONES, DESASTRES CLIMATICOS, ETC ETC. PARA QUE NOSOTROS O NUESTRAS FAMILIAS SE SALVEN ?
ELLOS SUFREN,PERO SE BENEFICIA EL CUERPO DE CRISTO QUE ES LA IGLESIA,Y COMO NOSOTROS FORMAMOS PARTE DE ESE CUERPO,
RECIBIMOS GRATIS ESOS BENEFICIOS.
ACEPTEMOS CUANDO DIOS NOS PIDA SUFRIR HERMANOS,
SOLO ESTAMOS OFRECIENDO A CRISTO UNA PEQUEÑA PARTE DE LO QUE EL Y
OTROS HERMANOS HAN SUFRIDO PARA QUE NOSOTROS Y NUESTROS FAMILIARES ALCANCEMOS LA VIDA ETERNA
POR FAVOR TE INVITO A LEER EL MENSAJE QUE SIGUE MAS ABAJO.

Motivos para la Penitencia

I. Convocó Jesús a la muchedumbre y a sus discípulos, y les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
El Señor ya había enseñado que para ser su discípulo era necesario desasirse de los bienes materiales; aquí pide un desprendimiento más profundo: la renuncia al propio yo. Pero en el discípulo de Cristo cada entrega lleva consigo una afirmación: dejar de vivir para mí mismo, a fin de que Cristo viva en mí. YO he venido -nos dice Jesús- para que tengan vida y la tengan en abundancia. Nos ofrece la participación en la vida íntima de la Trinidad Beatísima. Por eso es necesaria la mortificación, desprendimiento de sí para permitir que Jesús esté en nosotros. De ahí la paradoja: «para Vivir hay que morir»: . Si vivís según la carne, moriréis; si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis.
Si alguno quiere venir en pos de mí... Es preciso «morir cada día un poco», negarse: negar al hombre viejo, que llevamos dentro de nosotros, Para caminar hacia la santidad a la que el Señor nos ha llamado es necesario someter las las pasiones, pues después del pecado original y de los pecados personales ya no están debidamente sujetas a la voluntad.
Para progresar en pos de Cristo debemos ser dueños de nosotros mismos . O gobernamos las pasiones o ellas nos gobernarán». —Para ti escribió San Pablo: “castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo predicado a otros, venga yo a ser reprobado”».
El mismo San Pablo nos señala otro motivo de penitencia: Ahora me gozo en mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en beneficio de su cuerpo que es la Iglesia.
¿Es que la Pasión de Cristo no fue suficiente por sí sola para salvarnos? –se pregunta San Alfonso Mª de Ligorio–. Nada faltó, sin duda, de su valor y fue plenamente suficiente para salvar a todos los hombres. Con todo, para que los méritos de la Pasión se nos apliquen, debemos cooperar por nuestra parte, llevando con paciencia los trabajos y tribulaciones que Dios nos mande, para asemejarnos a Jesús.
Nosotros somos los primeros que nos beneficiamos de esta participación en los sufrimientos de Cristo además, la eficacia de la penitencia alcanza a la propia familia, a los más necesitados, a los amigos,, a toda la Iglesia y al mundo entero.

II. «La Iglesia – invita a todos a acompañar la conversión interior del espíritu con el ejercicio voluntario de obras externas de penitencia». El dolor, la enfermedad, cualquier tipo de sufrimiento físico o moral, ofrecido a Dios con espíritu penitente, en lugar de ser algo inútil y dañino adquiere un sentido redentor «para la salvación de sus hermanos y hermanas.».
La Iglesia nos recuerda frecuentemente la necesidad de la mortificación. Si alguno quiere venir en pos de mí...
De modo particular ha querido que un día a la semana, el viernes, consideremos la necesidad y los frutos del negarse a uno mismo y que nos propongamos alguna mortificación especial: la abstinencia de la carne, o bien algo costoso (trabajo mejor realizado, hacer la vida más grata a aquellos con quienes convivimos...) o una práctica piadosa (lectura espiritual, el Santo Rosario, la Visita al Santísimo, el ejercicio piadoso del Vía Crucis...) o alguna obra de misericordia (hacer compañía a un enfermo, dedicar tiempo a alguien que está necesitado, limosna...).
Pero no debemos contentarnos solo con esta muestra de penitencia semanal, que es recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor, de lo que sufrió por nosotros y del valor del sacrificio; diariamente espera el Señor que sepamos negarnos en pequeñas cosas, que vivificarán el alma y harán fecundo el apostolado.

III. En primer lugar, debemos tener presentes las llamadas mortificaciones pasivas: ofrecer con amor aquello que nos llega sin esperarlo o que no depende de nuestra voluntad (calor, frío, dolor, ser pacientes ante una espera que se prolonga más allá de lo previsto, una contestación brusca que nos desconcierta...).
(poner empeño en ser puntuales, escuchar con interés verdadero, ser afables siempre venciendo los estados de ánimo, .y el trabajo (intensidad, orden, acabar con perfección la tarea, ayudar y facilitar la tarea a otros...).
Mortificación de la inteligencia (evitar actitudes críticas que faltan a la caridad, mortificación de la curiosidad, no juzgar con precipitación)
y de la voluntad (luchar con empeño contra el amor desordenado de sí mismo, evitar que las conversaciones se centren en nosotros, en lo que hemos hecho,
Mortificación activa de los sentidos (de la vista, del gusto, viviendo la sobriedad y ofreciendo un pequeño sacrificio que nos cueste en las comidas...).
Mortificación interior (pensamientos inútiles que retardan el camino de la santidad..., de modo muy particular cuando estos pensamientos se presentan en la oración, en la Santa MISA

Nuestra mortificación y penitencia en medio del mundo tiene una serie de cualidades.
En primer lugar, ha de ser alegre. «A veces –comentaba aquel enfermo consumido de celo por las almas– protesta un poco el cuerpo, se queja. Pero trato también de transformar “esos quejidos” en sonrisas, porque resultan muy eficaces».
Continua, que facilite la presencia de Dios allí donde nos encontremos, que ayude a realizar un trabajo más intenso y acabado, y nos lleve a mantener unas relaciones sociales más amables, donde el espíritu apostólico esté siempre presente.
Discreta, amable, llena de naturalidad, que se note por sus efectos en la vida ordinaria, con sencillez, más que por unas manifestaciones poco normales en un fiel corriente.
Por último, la mortificación ha de ser humilde y llena de amor, porque nos mueve la contemplación de Cristo en la Cruz, a quien deseamos unirnos con todo nuestro ser; nada queremos si no nos lleva a Él.

En la mortificación, como en el Calvario, encontramos a María: pongamos en sus manos los propósitos concretos de este rato de oración, pidámosle que nos enseñe a comprender en toda su hondura la necesidad de una vida mortificada.

D/A

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