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Un joven sacerdote español de 32 años de edad sufrió un terrible accidente y nos cuenta su experiencia del postoperatorio. “Aunque estaba sedado con morfina, recuerdo que desperté y miré el crucifijo que tenía delante. No estaba encima de mi cama, sino enfrente.
Yo miré al Cristo y le dije que estábamos iguales, con el cuerpo abierto, con los huesos doloridos, solos ante el sufrimiento, abandonados, en la cruz... yo me fijé y me rebelé.
No lo entendía. De pronto recordé las palabras que desde el cielo Dios Padre pronunció refiriéndose a Jesucristo el día del bautismo y posteriormente en el Tabor: Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Y el Hijo amado de Dios estaba colgado frente a mí en la cruz. El amor de Dios crucificado. El Hijo en medio de un sufrimiento inhumano.
Entonces reflexioné: si me encuentro en la misma situación que Él, entonces yo también soy el hijo amado y predilecto de Dios. Y dejé de rebelarme y se sosegó mi alma y experimenté la compañía de Dios Padre.
Ahora me siento una barca varada en la orilla del lago de Tiberíades. Ya no saldré a pescar, pero tengo la esperanza de que Cristo suba a mi barca para proclamar desde allí la Buena Nueva a la muchedumbre”.
Padre José Manuel Otaolaurruchi.
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