jueves, mayo 01, 2008

Confía...

En la Biblia de Jerusalén se lee:
“Descarga en Yahvé tu peso y Él te sustentará”.
Como si dijera: Suéltate, abandónate, confíate…
porque Dios te sostendrá y cuidará de ti.
Es como el ejercicio donde una persona se pone
al centro de un círculo de personas, cierra sus ojos,
y se deja ir hacia un lado y hacia otro, confiando
que quienes lo rodean no lo dejarán caer.
En este pequeño versículo, se encuentra toda la esencia
del Amor tierno y maternal de Dios, y de la actitud necesaria,
de nuestra parte, para experimentarlo.
Dios como alimento, y
Dios como sostén y apoyo.
Dos caras del mismo Dios-Amor.

Tenemos preocupaciones,
problemas, dificultades, sueños, deseos…
Trabajos a los que nos entregamos
con apremio, con apuro, con exceso.
Como si todo dependiera de nosotros.
Y en esta lucha se nos olvida
que podemos fluir suavemente
en medio de nuestras actividades
cotidianas haciendo equipo.
Aquí no se trata de no hacer,
de abandonarse a la pasividad
sino más bien, de hacer sin que
el hacer se vuelva un afán,
un trabajo excesivo, un anhelo vehemente.
De no entregarse al trabajo con apremio, con preocupación,
con desasosiego, sin paz.
Puedo luchar con todas mis fuerzas o
puedo unir todo mi ser
a Aquél que es la Fuerza y la Energía.
Fluir es lo contrario a resistir.
Sólo puede fluir un líquido o un gas, nunca un sólido.
Las moléculas de un fluido son
relativamente libres, por eso no tiene
forma propia, y es elástico;
siempre toma la forma del recipiente
donde está contenido.
Bueno, pues ¡déjate contener por Dios!
y tomarás su Forma, su Estilo.
Si las moléculas de nuestra personalidad
están tan cohesionadas,
tan estructuradas, ante cada situación pondremos resistencia
para sentir cierta seguridad.
Pero para fluir se necesita ser libres
en nuestra esencia, flexibilidad, apertura, soltura, abandono.
Soltar la imagen (forma propia) para dejarse con-formar
por Dios (tomar Su Forma).
Pero no es un salto en el vacío, lo que se te pide.
No es confiar en quién sabe quién.
Es tener la certeza de que,
en quien pones TODA TU PERSONA,
todos tus sueños e ideales, todo aquello que más amas,
todo lo que disfrutas, todo lo que te preocupa…
es tu Señor,
es tu Dios, es tu Amigo,
es tu TODO.
Es tener la certeza de que Él proveerá de todo lo que necesites
para ser realmente feliz.
De que Él conservará tu ser y
tu esencia fusionados en el Suyo.
De que Él será tu sostén en los momentos
de duda, de debilidad, de fragilidad.
De que Él te sostendrá en medio de las dificultades y de los problemas,
muy especialmente,
pero en sí, en cada momento, porque eres
lo más amado,
lo más preciado,
lo más hermoso para Él.
¡Confía!

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