4. Lo que el Espíritu dice a la Iglesia
La lectura espiritual no se refiere sólo al Antiguo Testamento; en un sentido distinto también tiene que ver con el Nuevo Testamento; también éste debe leerse espiritualmente. Leer espiritualmente el Nuevo Testamento significa leerlo a la luz del Espíritu Santo derramado en Pentecostés en la Iglesia para conducirla a toda la verdad, o sea, a la plena compresión y actuación del Evangelio.
Jesús explicó Él mismo, anticipadamente, la relación entre su palabra y el Espíritu que enviaría (aunque no debemos pensar que lo haya hecho necesariamente en los términos precisos que utiliza, al respecto, el evangelio de Juan). El Espíritu -se lee en Juan-- «os enseñará y os recordará» todo lo que Jesús ha dicho (Cf. Jn 14,25 s.), o sea, lo dará a entender a fondo, con todas su implicaciones. Él «no hablará de sí mismo», esto es, no dirá cosas nuevas respecto a las que dijo Jesús, sino -como dice Jesús mismo-- recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn 16,13-15).
En ello es posible ver cómo la lectura espiritual integra y sobrepasa la lectura científica. La lectura científica conoce una sola dirección, que es la de la historia; explica en efecto lo que viene después, a la luz de lo que viene antes; explica el Nuevo Testamento a la luz del Antiguo que le precede, y explica la Iglesia a la luz del Nuevo Testamento. Buena parte del esfuerzo crítico en torno a la Escritura consiste en ilustrar las doctrinas del Evangelio a la luz de las tradiciones veterotestamentarias, de la exégesis rabínica, etc.; consiste, en resumen, en la investigación de las fuentes (sobre este principio se basa el Kittel y tantos otros apoyos bíblicos).La lectura espiritual reconoce plenamente la validez de esta dirección de investigación, pero a ella añade otra inversa. Consiste en explicar lo que viene antes a la luz de lo que llega después, la profecía a la luz de la realización, el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo y el Nuevo Testamento a la luz de la Tradición de la Iglesia. En ello la lectura espiritual de la Biblia encuentra una singular confirmación en el principio hermenéutico de Gadamer de la «historia de los efectos» (Wirkungsgeschichte), según el cual para comprender un texto hay que tener en cuenta los efectos que ha producido en la historia, introduciéndose en esta historia y dialogando con ella [5].
Sólo después de que Dios ha realizado su plan, se entiende plenamente el sentido de aquello que lo ha preparado y prefigurado. Si todo árbol, como dice Jesús, se reconoce por sus frutos, la palabra de Dios no se pude conocer plenamente antes de haber visto los frutos que ha producido. Estudiar la Escritura a la luz de la Tradición es un poco como conocer el árbol por sus frutos. Por ello Orígenes decía que «el sentido espiritual es lo que el Espíritu da a la Iglesia» [6]. Esto se identifica con la lectura eclesial o incluso con la Tradición misma, si entendemos por Tradición no sólo las declaraciones solemnes del Magisterio (que se refieren, por lo demás, a poquísimos textos bíblicos), sino también la experiencia de doctrina y de santidad en donde la palabra de Dios se ha como encarnado nuevamente y «se ha explicado» en el curso de los siglos por obra del Espíritu Santo.
Lo que se necesita no es por lo tanto una lectura espiritual que ocupe el lugar de la actual exégesis científica, con un retorno mecánico a la exégesis de los Padres; es más bien una nueva lectura espiritual que se corresponda al enorme progreso registrado desde el estudio de la «letra». Una lectura, en síntesis, que tenga el aliento y la fe de los Padres y, al mismo tiempo, la consistencia y la seriedad de la actual ciencia bíblica.
domingo, mayo 25, 2008
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