miércoles, marzo 26, 2008

Reflexión sobre el amor de Dios disfrazada de comentario de una pintura

Valioso aporte de un sacerdote que convive con enfermos mentales sobre el amor de Dios y nuestra disponibilidad, en torno a la parábola del hijo pródigo que sirvió también a Rembrandt para una de sus más grandes obras.

26/2/2007

La obra del final de la vida de Rembrandt que sirve como pretexto de la indagación.

Henri J. M. Houwen es un meritorio religioso que se ha dedicado a la atención de enfermos mentales en la comunidad canadiense El Arca, en la que ha vivido a partir de una experiencia de conversión que alteró profundamente su vida previa, ya dedicada al sacerdocio pero en una dimensión diferente.

En forma paralela a su conversión hacia Cristo a través de los hermanos discapacitados mentales, Houwen se encontró inesperadamente contemplando un cuadro clásico y famoso, que se encuentra en el Hermitage de San Petersburgo, “El retorno del hijo pródigo”, pintado por el holandés Rembrandt.

Con sutileza, con ingenio, Houwen va relatando sus encuentros con el cuadro, primero en la forma de reproducciones y una larga tarde como una contemplación personal que le fue facilitada por una serie de coincidencias providenciales que le dejaron empaparse de la obra pese al paso de un contingente turístico atrás del otro.

En realidad, leída su obra, Rembrandt y el cuadro parecen nada más que un anzuelo, un llamado publicitario como para que el lector, tenga o no inclinación religiosa o teológica, comience a reflexionar en la parábola del hijo pródigo y en general en el significado del amor de Dios, tan sin los requerimientos, las exigencias, las contraprestaciones que hacen al amor humano, por ejemplo.

Dios nos ama gratuitamente, no a pesar de cómo somos, sino por cómo somos. Y esto implica por nuestra parte aceptar ese amor con gratitud. Por eso Houwen dice (página 93), que “la gratitud como disciplina implica una elección consciente. Puedo elegir ser agradecido aún incluso cuando mis emociones y sentimientos estén impregnados de dolor y resentimiento. Es sorprendente la cantidad de veces que puedo optar por la gratitud en vez de por la queja y el lamento. Puedo elegir ser agradecido cuando me critican, aunque mi corazón responda con amargura. Puedo optar por hablar de la bondad y la belleza, aunque mi ojo interno siga buscando a alguien para acusarle de algo feo. Puedo elegir escuchar las voces que perdonan y mirar los rostros que sonríen, aún cuando siga oyendo voces de venganza y vea muecas de odio”.

En otra parte de su análisis, Houwen recuerda un amigo suyo y comenta que durante años se había hecho estas preguntas: «¿Hay alguien que realmente me quiera? ¿A quien le importo?». Y cada vez que subía un peldaño más en la escalera del éxito pensaba: «en realidad, yo no soy así; un día todo se desmoronará y todo el mundo se dará cuenta de que no soy bueno». Este es un ejemplo de cómo vive mucha gente: nunca están completamente seguros de que se les quiere tal y como son. Muchos tienen historias terribles que explican el bajo concepto que tienen de sí mismos: historias sobre padres que no les dieron lo que necesitaban, sobre profesores que les maltrataron, sobre amigos que los traicionaron, sobre una Iglesia que les dejó en un momento crítico de sus vidas. La parábola del hijo pródigo es la historia que habla del amor que ya existía antes de cualquier rechazo y que estará presente después de que se hayan producido todos los rechazos. Es el amor primero y duradero de un Dios que es Padre y Madre. Es la fuente del amor humano, incluso del más limitado. Toda la vida y predicación de Jesús estuvieron dirigidas a un único fin: revelar el inagotable e ilimitado amor materno y paterno de su Dios y mostrar el camino para dejar que ese amor dirija nuestra vida diaria. En este cuadro, Rembrandt refleja este amor de forma muy clara. Es el amor que siempre da la bienvenida a casa y que siempre quiere celebrarlo”.

Entre los párrafos que sorprenden al lector por sus revelaciones, que aquí reproducimos a modo de síntesis de la lectura de las 150 y algo más de las páginas escritas por Houwen, figura esta reflexión: «la palabra “generosidad” incluye el término “gen” que también encontramos en las palabras “género”, “generación” y “generativo”. Este término, del latín genus y del griego genos, se refiere al hecho de pertenecer a una clase. Generosidad es dar que viene del saberse parte de ese vínculo íntimo. La verdadera generosidad actúa desde el convencimiento – no desde el sentimiento – de que todos a los que se me pide que perdone son “parientes” y pertenecen a mi familia. Y cada vez que obre así, esta verdad se me hará más visible. La generosidad crea la familia que cree en ella».
Dolor, perdón y generosidad, según Houwen, son las tres vías en que la imagen del Padre puede crecer en el interior de una persona, tres aspectos del llamado del Padre a estar en casa, lo mismo que el Padre. Descubre que en la paternidad espiritual, que es un esperar en casa que los hijos se convenzan de dejar de jugar a juegos de juventud, hay un terrible vacío, en el que no hay poder, ni éxito, ni fama, ni satisfacción fácil, pero ese mismo vacío es el lugar de la verdadera libertad, el lugar en el que no hay nada que perder, donde el amor no tiene ligaduras y donde puede encontrarse la verdadera fuerza espiritual.
En suma, que después de disfrutar la lectura de esta obra comprendo las razones que llevaron a mi amiga Estela Sosa a cargosearme con su recomendación de leerlo, y ahora le estoy agradecido desde la limitación de mi humanidad.


http://www.microcosmos21.com.ar/data/articulos.asp?id_seccion=8&id_articulo=664

"Muestra que eres Madre y que por ti nos atienda el que tomó sangre en tus venas para redimirnos"(Himno Ave Maris Stella)

sólo cuando el último árbol sea cortado
sólo cuando el último río sea envenenado
sólo cuando el último pez sea atrapado...
sólo entonces... sabremos que el dinero, no se puede comer...
Proverbio Indios Creel,

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