
Un texto típico de la liturgia del Adviento es 2 Sam 7. Para entender esta meditación es importante que se comience por leer este texto. Y además es un texto que se lee en la segunda parte del Adviento, en el cuarto domingo, ciclo B.
Esto de la segunda parte tiene su interés: la primera parte del Adviento tiene una clara orientación escatológica, anuncia la segunda y definitiva venida del Señor. La segunda parte está orientada a preparar la fiesta de la Encarnación del Señor.
En el 2 Sam 7, se cuenta la historia del rey David, que quería construir una casa para Dios. Pero los proyectos de Dios no coincidían con los del rey. Dios y el rey pensaban en dos casas distintas y en dos modos de construirlas. Aplicado a la fiesta de la Navidad podría tener esta aplicación: con la Encarnación el Hijo de Dios puso su morada, su tienda, su casa entre nosotros. Para poder entrar en esta casa y no perderse, ya que se trata de una casa encantadora, es necesario conocer la casa. Si nosotros pensamos que ya la conocemos, y nos hacemos nuestra propia idea de cómo es la casa que Dios pone entre nosotros, a lo mejor nos equivocamos. Es necesario atender al cómo Dios construye la casa, y estar dispuestos a recorrerla tal como Dios la ha hecho para no perdernos y equivocarnos de habitación.
Esto de la casa que nosotros queremos construir y la que Dios quiere construir vale para todo, para la totalidad de nuestra vida. También para nuestra vida familiar. David se hace una idea de lo que Dios necesita, tiene su propio proyecto sobre Dios y sobre los planes de Dios. Le pasa como a nosotros: también nos hacemos una idea de lo que Dios pretende, de cuáles son sus planes y de cómo tiene que funcionar la casa para agradar a Dios. Y siempre nos encontramos con alguien que nos da la razón y nos ratifica en nuestras brillantes ideas, como Natán que le daba la razón al rey, quizás porque no se atrevía a llevarle la contraria.
La gran tentación del hombre es hacerse un Dios a su medida, encerrar a Dios en nuestros esquemas para así mejor dominarlo. Lo mismo sucedía con Jesús: ¿será Jeremías? ¿Será un Juan Bautista redivivo? ¿Será un profeta? ¿O acaso un emisario de Satanás? Todo el mundo tiene una idea de lo que es y debe ser Jesús. También hoy seguimos fabricando imágenes sobre Jesús: Sagrado Corazón, Cristo rey, hermano, compañero, amigo, revolucionario, buen pastor, niño Jesús, etc.
Esta tentación no aparece sólo cuando se trata de Dios, sino también cuando se trata de las cosas de Dios. También nos hacemos una idea de lo que debe ser la Iglesia y de lo que debe ser una familia cristiana, de cómo hay que construirle la casa a Dios: la familia a mi medida, organizada a mi gusto, para así poderme aprovechar mejor de ella. Todos tenemos nuestra idea de cómo tiene que ser mi esposa, mi marido, mis hijos o mis padres, y por eso nos decepcionamos, nos deprimimos, porque no responden a nuestras expectativas.
Con esta actitud sólo logramos encerrarnos en nosotros mismos, proyectando en los demás nuestros deseos, frustraciones o complejos. Nos impedimos así el acceso al otro. No adoptamos una actitud de escucha. Y lo primero, ante Dios y ante el hermano, ante mi marido o mi mujer, o mis hijos, es ponerse a la escucha. David se puso primero a proyectar, no a escuchar lo que Dios tenía pensado. El se adelantó a Dios. Y así no hay manera de encontrarse ni con Dios ni con el hermano. Porque Dios (como el hermano) siempre es el primero. Eso está claro en Jesús: mi alimento es hacer la voluntad del Padre; no he venido para ser servido, sino para servir.
Para encontrarnos con Dios hay que empezar por ponerse a la escucha, en actitud receptiva. También ante el hermano, lo primero es ponerse a la escucha: no cómo puedo servirme, sino qué puedo hacer por él. ¿Qué necesita este hermano y qué puedo darle yo? De esta forma hacemos lo que hace Dios con nosotros, imitamos a Dios, siempre atento a nuestras necesidades, siempre pendiente de nosotros. "Para ser hijos del Padre celestial": ya se sabe, los hijos se parecen al padre, no en lo físico, sino en el carácter, en el talante, en el modo de ser. De ahí que, para ser hijos del Padre celestial, amad vuestros enemigos. Al enemigo: al que no se lo merece, al que no es digno de mi amor. Para ser hijos del Padre celestial, amad con un amor generoso, misericordioso y universal, como el del Padre. El Padre celestial es el punto de referencia: sed perfectos como el Padre. Amar al hermano para asemejarnos a Dios.
Mi familia deja entonces de ser un espacio donde uno manda, o uno decide, o una proyecta, o una realiza su capacidad organizadora, o el lugar para que la ley (mi ley) se aplique, no como Dios manda, sino como mando, para convertirse en un lugar en el que tienes una mujer, un marido, unos hijos, que Dios te ha dado, con su propia personalidad, sus riquezas, pero también sus problemas, sus necesidades y sus limitaciones. Y Dios te los da para que los cuides.
¿Soy acaso el guardián de mi hermano? Ese fue el grave error de Caín. Porque tú eres el guardián de tu hermano, tú eres su pastor. Caín no supo ser el guardián de su hermano, pero Dios se convierte en el guardián de Caín, porque Dios sigue siendo Dios: "Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara" (Gn 4,15). Lo mismo tú: quizás tu hijo o tu hija no responda, no digo a tus expectativas, sino ni siquiera a las expectativas de Dios (aunque ¿qué sabes tú de cuáles son las expectativas de Dios?). Pues bien, incluso en ese caso, tú eres el guardián de tu hermano. Y estás ahí para quererle, para hacer un esfuerzo de comprensión.
Es fácil imitar un Dios hecho a nuestra medida. David quería hacer un gran palacio para Dios, quizás para poder justificar el palacio en el que él habitaba. Lo difícil es imitar a Dios tal como se nos muestra: no he habitado en una casa desde el día en que hice subir a los israelitas de Egipto hasta el día de hoy, sino que he ido de un lado para otro en una tienda. Yahveh no habita en palacios, es un Dios peregrino, que vive a la intemperie, en medio de los que sufren, de los sin techo. Lo mismo en Belén: Dios se nos muestra no todopoderoso, prepotente y dominador, sino hecho generosidad, entrega, ternura. Un Dios indefenso, desarmado, solo con la fuerza del amor. Un Dios cercano, peregrino, próximo.
Es fácil vivir en un casa hecha a nuestra medida. Una casa a mi medida es aquella en la que todo está a mi servicio. Lo difícil es vivir en la casa, en la familia que Dios me regala y recibirla como un don de Dios. Y darle las gracias cada día por los hijos que me has dado, por el marido que me has regalado, por los padres tan estupendos que Dios me ha dado. Con sus manías, sus complejos y sus debilidades. Y entender que para vivir como Dios quiere, tengo que respetarles, hacerles sitio. El sitio de la casa no es todo para mí, es un espacio repartido y compartido. Es un espacio para el amor. El Señor me envía al hermano para que le cuide y para que, cuidándole, me convierta, y para que convirtiéndome le encuentre a él: cuantas veces lo hicisteis con uno de estos, los pequeños, a mí me lo hicisteis. No dice: me sentía satisfecho porque cumplíais mi voluntad, sino: a mí me lo hicisteis. Dios estaba allí, presente en el hermano. Y nosotros sin enterarnos.
Volvamos a la historia de David que quiere construir una casa para Dios. Una vez que David se ha dado cuenta de su error, de que Dios no quiere que le demos nada, sino que es él quién quiere dárnoslo todo, una vez que David ha escuchado a Dios y se ha mostrado disponible, ¿qué es lo que hace? Quedarse maravillado de la bondad de Dios y darle gracias: ¿quién soy yo, Señor mío Yahveh, para que te portes tan bien conmigo?, exclama sorprendido David. "Tu me tienes conocido, Señor", añade David. ¿Tan importante soy yo para Dios? El me conoce más de lo que yo mismo me conozco. Sabe de mis necesidades. Todo lo hace para mi bien. Por tanto, me da lo que necesito, la familia que me hace falta, los hermanos que me hacen falta. ¿Qué puedo hacer yo sino estarle agradecido? David pensaba, y nosotros con él, que Dios nos necesita. Estaba equivocado: Dios no nos necesita para nada. Soy yo quien le necesita a él. Y él cuida de mí y lo hace gratuitamente. Yo también pensaba que mi familia me necesitaba, necesitaba de mi sueldo, de mi trabajo. Es importante cambiar la perspectiva y pensar que soy el que los necesita a ellos. Y entonces viene la acción de gracias por el don recibido, por lo mucho que me quieren, por lo mucho que me aguantan. Gracias, Señor, sea tu nombre por siempre engrandecido.
Ahora bien, la acción de gracias es todo lo contrario de una actitud de pasividad, de un limitarse a recibir. Todo don recibido obliga. Esto es así en el caso del regalo: lo importante en el regalo no es lo que vale, sino el ser recibido como obsequio, como signo de una palabra de amor. Y toda palabra recibida obliga al receptor al contradón de una expresión de reconocimiento. No contestar a quien nos dirige la palabra es no recibir esta palabra como don, es quebrar la alianza que se nos ofrece haciendo un cortocircuito en la comunicación. Soy yo quien te va a dar una casa, dice Yahveh; precisamente la que necesitas. ¿Qué vas a hacer tú con el regalo de Dios? Agradecer el regalo es cuidar el regalo, valorar el regalo, valorar a los hermanos. La gracia supone una ética. No la ética de la ley, del que pretende conseguir la salvación como un salario, sino la ética que brota de la vida nueva, la ética del amor como primer fruto del Espíritu, considerando a los otros como superiores a ti, no buscando tu propio interés.
Es Jesucristo quien hace esto: no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, se hizo el servidor de todos. Pero tú estás llamado a ser otro Cristo. No buscando tu propio interés, porque el interés es lo contrario de lo gratuito, lo contrario del don. Vale la pena recordar que según san Pablo el gran signo de la posesión del Espíritu es la edificación de la comunidad. No el rezar con los ojos cerrados, ni el estar muy inspirado en la oración, ni el hacer brillantes y medidas ceremonias litúrgicas, sino la edificación de la comunidad. Y ya se sabe: todo puede que sea lícito, pero no todo conviene. Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás (1 Co 10,23-24). Y si por comer carne, que está muy bien; o por comprar un video, que está mejor; o si por asistir a no sé que Misa en el momento en que tu mujer esperaba ansiosamente tu compañía, que todavía está mejor; si por esto pierdes a tus hijos o a tu mujer o a tu marido, por quienes murió Cristo: que vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles (1 Co 8,9.11). La acción de gracias exige el contradón. Es Dios quien edifica una casa para ti. Tu agradecimiento es tu cuidado del regalo que Dios te ha dado.
Y acabo: los planes de David y los planes de Dios. David quiere construir una casa para Dios, pero es Dios el que construye una casa para David. O por mejor decir: Dios promete una casa para David. Se trata de una promesa, de un don que sólo puede recibirse en esperanza. De un don que ya está ahí, pero sólo realizado parcialmente, una realización que es signo de un don mayor. La casa (familia) que Dios nos regala no es todavía una familia perfecta. Es la realización parcial y al mismo tiempo signo de una promesa que espera aún su cumplimiento, y que por ahora sólo alcanza metas parciales.
La casa hay que ir haciéndola cada día, sin desanimarse, perdonando cada día, empezando cada día, porque el amor siempre es nuevo. Las promesas de Dios se viven en esperanza, y la esperanza se fortalece en medio de las pruebas. Quizás por esto Charles Péguy decía que la esperanza era la virtud de la que Dios más se admiraba: "la esperanza, dice Dios, esto sí que me admira. Esto sí que es sorprendente. Que estos pobres hijos vean cómo va todo esto y crean que mañana irá mejor. Que vean cómo va hoy y crean que irá mejor mañana por la mañana. Esto sí que es sorprendente y es realmente la maravilla más grande de mi gracia. Yo mismo estoy sorprendido. Debe ser que mi gracia es de verdad una fuerza increíble" (Péguy).
Adviento: creer que después de cada noche viene un amanecer. Adviento: tiempo de esperanza. De una esperanza que manifiesta su eficacia también en el más acá, en el hoy de nuestra vida. Esperanza que es fuerza de Dios para vivir fraternalmente en la casa que él nos ha dado.
Por Martín Gelabert Ballester, o.p.
Esto de la segunda parte tiene su interés: la primera parte del Adviento tiene una clara orientación escatológica, anuncia la segunda y definitiva venida del Señor. La segunda parte está orientada a preparar la fiesta de la Encarnación del Señor.
En el 2 Sam 7, se cuenta la historia del rey David, que quería construir una casa para Dios. Pero los proyectos de Dios no coincidían con los del rey. Dios y el rey pensaban en dos casas distintas y en dos modos de construirlas. Aplicado a la fiesta de la Navidad podría tener esta aplicación: con la Encarnación el Hijo de Dios puso su morada, su tienda, su casa entre nosotros. Para poder entrar en esta casa y no perderse, ya que se trata de una casa encantadora, es necesario conocer la casa. Si nosotros pensamos que ya la conocemos, y nos hacemos nuestra propia idea de cómo es la casa que Dios pone entre nosotros, a lo mejor nos equivocamos. Es necesario atender al cómo Dios construye la casa, y estar dispuestos a recorrerla tal como Dios la ha hecho para no perdernos y equivocarnos de habitación.
Esto de la casa que nosotros queremos construir y la que Dios quiere construir vale para todo, para la totalidad de nuestra vida. También para nuestra vida familiar. David se hace una idea de lo que Dios necesita, tiene su propio proyecto sobre Dios y sobre los planes de Dios. Le pasa como a nosotros: también nos hacemos una idea de lo que Dios pretende, de cuáles son sus planes y de cómo tiene que funcionar la casa para agradar a Dios. Y siempre nos encontramos con alguien que nos da la razón y nos ratifica en nuestras brillantes ideas, como Natán que le daba la razón al rey, quizás porque no se atrevía a llevarle la contraria.
La gran tentación del hombre es hacerse un Dios a su medida, encerrar a Dios en nuestros esquemas para así mejor dominarlo. Lo mismo sucedía con Jesús: ¿será Jeremías? ¿Será un Juan Bautista redivivo? ¿Será un profeta? ¿O acaso un emisario de Satanás? Todo el mundo tiene una idea de lo que es y debe ser Jesús. También hoy seguimos fabricando imágenes sobre Jesús: Sagrado Corazón, Cristo rey, hermano, compañero, amigo, revolucionario, buen pastor, niño Jesús, etc.
Esta tentación no aparece sólo cuando se trata de Dios, sino también cuando se trata de las cosas de Dios. También nos hacemos una idea de lo que debe ser la Iglesia y de lo que debe ser una familia cristiana, de cómo hay que construirle la casa a Dios: la familia a mi medida, organizada a mi gusto, para así poderme aprovechar mejor de ella. Todos tenemos nuestra idea de cómo tiene que ser mi esposa, mi marido, mis hijos o mis padres, y por eso nos decepcionamos, nos deprimimos, porque no responden a nuestras expectativas.
Con esta actitud sólo logramos encerrarnos en nosotros mismos, proyectando en los demás nuestros deseos, frustraciones o complejos. Nos impedimos así el acceso al otro. No adoptamos una actitud de escucha. Y lo primero, ante Dios y ante el hermano, ante mi marido o mi mujer, o mis hijos, es ponerse a la escucha. David se puso primero a proyectar, no a escuchar lo que Dios tenía pensado. El se adelantó a Dios. Y así no hay manera de encontrarse ni con Dios ni con el hermano. Porque Dios (como el hermano) siempre es el primero. Eso está claro en Jesús: mi alimento es hacer la voluntad del Padre; no he venido para ser servido, sino para servir.
Para encontrarnos con Dios hay que empezar por ponerse a la escucha, en actitud receptiva. También ante el hermano, lo primero es ponerse a la escucha: no cómo puedo servirme, sino qué puedo hacer por él. ¿Qué necesita este hermano y qué puedo darle yo? De esta forma hacemos lo que hace Dios con nosotros, imitamos a Dios, siempre atento a nuestras necesidades, siempre pendiente de nosotros. "Para ser hijos del Padre celestial": ya se sabe, los hijos se parecen al padre, no en lo físico, sino en el carácter, en el talante, en el modo de ser. De ahí que, para ser hijos del Padre celestial, amad vuestros enemigos. Al enemigo: al que no se lo merece, al que no es digno de mi amor. Para ser hijos del Padre celestial, amad con un amor generoso, misericordioso y universal, como el del Padre. El Padre celestial es el punto de referencia: sed perfectos como el Padre. Amar al hermano para asemejarnos a Dios.
Mi familia deja entonces de ser un espacio donde uno manda, o uno decide, o una proyecta, o una realiza su capacidad organizadora, o el lugar para que la ley (mi ley) se aplique, no como Dios manda, sino como mando, para convertirse en un lugar en el que tienes una mujer, un marido, unos hijos, que Dios te ha dado, con su propia personalidad, sus riquezas, pero también sus problemas, sus necesidades y sus limitaciones. Y Dios te los da para que los cuides.
¿Soy acaso el guardián de mi hermano? Ese fue el grave error de Caín. Porque tú eres el guardián de tu hermano, tú eres su pastor. Caín no supo ser el guardián de su hermano, pero Dios se convierte en el guardián de Caín, porque Dios sigue siendo Dios: "Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara" (Gn 4,15). Lo mismo tú: quizás tu hijo o tu hija no responda, no digo a tus expectativas, sino ni siquiera a las expectativas de Dios (aunque ¿qué sabes tú de cuáles son las expectativas de Dios?). Pues bien, incluso en ese caso, tú eres el guardián de tu hermano. Y estás ahí para quererle, para hacer un esfuerzo de comprensión.
Es fácil imitar un Dios hecho a nuestra medida. David quería hacer un gran palacio para Dios, quizás para poder justificar el palacio en el que él habitaba. Lo difícil es imitar a Dios tal como se nos muestra: no he habitado en una casa desde el día en que hice subir a los israelitas de Egipto hasta el día de hoy, sino que he ido de un lado para otro en una tienda. Yahveh no habita en palacios, es un Dios peregrino, que vive a la intemperie, en medio de los que sufren, de los sin techo. Lo mismo en Belén: Dios se nos muestra no todopoderoso, prepotente y dominador, sino hecho generosidad, entrega, ternura. Un Dios indefenso, desarmado, solo con la fuerza del amor. Un Dios cercano, peregrino, próximo.
Es fácil vivir en un casa hecha a nuestra medida. Una casa a mi medida es aquella en la que todo está a mi servicio. Lo difícil es vivir en la casa, en la familia que Dios me regala y recibirla como un don de Dios. Y darle las gracias cada día por los hijos que me has dado, por el marido que me has regalado, por los padres tan estupendos que Dios me ha dado. Con sus manías, sus complejos y sus debilidades. Y entender que para vivir como Dios quiere, tengo que respetarles, hacerles sitio. El sitio de la casa no es todo para mí, es un espacio repartido y compartido. Es un espacio para el amor. El Señor me envía al hermano para que le cuide y para que, cuidándole, me convierta, y para que convirtiéndome le encuentre a él: cuantas veces lo hicisteis con uno de estos, los pequeños, a mí me lo hicisteis. No dice: me sentía satisfecho porque cumplíais mi voluntad, sino: a mí me lo hicisteis. Dios estaba allí, presente en el hermano. Y nosotros sin enterarnos.
Volvamos a la historia de David que quiere construir una casa para Dios. Una vez que David se ha dado cuenta de su error, de que Dios no quiere que le demos nada, sino que es él quién quiere dárnoslo todo, una vez que David ha escuchado a Dios y se ha mostrado disponible, ¿qué es lo que hace? Quedarse maravillado de la bondad de Dios y darle gracias: ¿quién soy yo, Señor mío Yahveh, para que te portes tan bien conmigo?, exclama sorprendido David. "Tu me tienes conocido, Señor", añade David. ¿Tan importante soy yo para Dios? El me conoce más de lo que yo mismo me conozco. Sabe de mis necesidades. Todo lo hace para mi bien. Por tanto, me da lo que necesito, la familia que me hace falta, los hermanos que me hacen falta. ¿Qué puedo hacer yo sino estarle agradecido? David pensaba, y nosotros con él, que Dios nos necesita. Estaba equivocado: Dios no nos necesita para nada. Soy yo quien le necesita a él. Y él cuida de mí y lo hace gratuitamente. Yo también pensaba que mi familia me necesitaba, necesitaba de mi sueldo, de mi trabajo. Es importante cambiar la perspectiva y pensar que soy el que los necesita a ellos. Y entonces viene la acción de gracias por el don recibido, por lo mucho que me quieren, por lo mucho que me aguantan. Gracias, Señor, sea tu nombre por siempre engrandecido.
Ahora bien, la acción de gracias es todo lo contrario de una actitud de pasividad, de un limitarse a recibir. Todo don recibido obliga. Esto es así en el caso del regalo: lo importante en el regalo no es lo que vale, sino el ser recibido como obsequio, como signo de una palabra de amor. Y toda palabra recibida obliga al receptor al contradón de una expresión de reconocimiento. No contestar a quien nos dirige la palabra es no recibir esta palabra como don, es quebrar la alianza que se nos ofrece haciendo un cortocircuito en la comunicación. Soy yo quien te va a dar una casa, dice Yahveh; precisamente la que necesitas. ¿Qué vas a hacer tú con el regalo de Dios? Agradecer el regalo es cuidar el regalo, valorar el regalo, valorar a los hermanos. La gracia supone una ética. No la ética de la ley, del que pretende conseguir la salvación como un salario, sino la ética que brota de la vida nueva, la ética del amor como primer fruto del Espíritu, considerando a los otros como superiores a ti, no buscando tu propio interés.
Es Jesucristo quien hace esto: no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, se hizo el servidor de todos. Pero tú estás llamado a ser otro Cristo. No buscando tu propio interés, porque el interés es lo contrario de lo gratuito, lo contrario del don. Vale la pena recordar que según san Pablo el gran signo de la posesión del Espíritu es la edificación de la comunidad. No el rezar con los ojos cerrados, ni el estar muy inspirado en la oración, ni el hacer brillantes y medidas ceremonias litúrgicas, sino la edificación de la comunidad. Y ya se sabe: todo puede que sea lícito, pero no todo conviene. Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás (1 Co 10,23-24). Y si por comer carne, que está muy bien; o por comprar un video, que está mejor; o si por asistir a no sé que Misa en el momento en que tu mujer esperaba ansiosamente tu compañía, que todavía está mejor; si por esto pierdes a tus hijos o a tu mujer o a tu marido, por quienes murió Cristo: que vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles (1 Co 8,9.11). La acción de gracias exige el contradón. Es Dios quien edifica una casa para ti. Tu agradecimiento es tu cuidado del regalo que Dios te ha dado.
Y acabo: los planes de David y los planes de Dios. David quiere construir una casa para Dios, pero es Dios el que construye una casa para David. O por mejor decir: Dios promete una casa para David. Se trata de una promesa, de un don que sólo puede recibirse en esperanza. De un don que ya está ahí, pero sólo realizado parcialmente, una realización que es signo de un don mayor. La casa (familia) que Dios nos regala no es todavía una familia perfecta. Es la realización parcial y al mismo tiempo signo de una promesa que espera aún su cumplimiento, y que por ahora sólo alcanza metas parciales.
La casa hay que ir haciéndola cada día, sin desanimarse, perdonando cada día, empezando cada día, porque el amor siempre es nuevo. Las promesas de Dios se viven en esperanza, y la esperanza se fortalece en medio de las pruebas. Quizás por esto Charles Péguy decía que la esperanza era la virtud de la que Dios más se admiraba: "la esperanza, dice Dios, esto sí que me admira. Esto sí que es sorprendente. Que estos pobres hijos vean cómo va todo esto y crean que mañana irá mejor. Que vean cómo va hoy y crean que irá mejor mañana por la mañana. Esto sí que es sorprendente y es realmente la maravilla más grande de mi gracia. Yo mismo estoy sorprendido. Debe ser que mi gracia es de verdad una fuerza increíble" (Péguy).
Adviento: creer que después de cada noche viene un amanecer. Adviento: tiempo de esperanza. De una esperanza que manifiesta su eficacia también en el más acá, en el hoy de nuestra vida. Esperanza que es fuerza de Dios para vivir fraternalmente en la casa que él nos ha dado.
Por Martín Gelabert Ballester, o.p.
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