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REFLEXION
El evangelio de hoy contiene una exigencia y a la vez una gran confianza de Dios en cada uno de nosotros. Jesús una vez más habla a través de parábolas sencillas que encierran toda la grandeza de su mensaje y que son una invitación a saber descubrir la grandeza de la vida corriente. Parece duro, o al menos exigente el pasaje de hoy, y nos muestra la gran diferencia entre el temor de Dios y el temor a Dios.
Dios es infinitamente justo, Dios es infinitamente misericordioso. Parece contradictorio que Dios sea infinitamente justo y a la vez infinitamente misericordioso, pues en el primer caso parece difícil de entender su actuación que sin su infinita misericordia parecería no responder a su ser. Sin embargo, hemos de aceptar que para nosotros Dios siempre será un misterio, que sólo Él mismo nos puede desvelar. Si nos fijamos exclusivamente en su justicia es fácil que caigamos en una especie de miedo paralizador que nos haga creer en la imposibilidad de nuestra salvación y nos haga verle como un juez justo y severo.
Esto nos convertirá en personas que temen a Dios, personas que intentan rehuirle, que se arredran y no arriesgan por temor a perder: “…Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras..." Nuestra visión se nubla hasta el punto de convertir a Dios en un ser exigente e injusto y no ponemos en juego todo lo que tenemos sino que de hecho lo escondemos.
Sin embargo, cuando contemplamos la justicia y la misericordia de Dios, en seguida entendemos que Dios ante todo es Bueno, que quiere que nos salvemos. Pero para eso tenemos que querer y tenemos que dejarle hacer. Tomarse en serio a Dios, tomar en serio sus cosas significa tener temor de Dios, y significa poner en juego todo aquello que nos ha dado, siendo conscientes de que muchas veces fallaremos y no daremos el fruto que nos gustaría. Eso no importa, porque a Él sólo le preocupan nuestras intenciones. Muchas veces sólo podremos ofrecer eso, nuestro propósito de hacer las cosas lo mejor posible, desprendiéndonos del resultado final. En cualquier caso, nuestras actitudes delatan y ponen de manifiesto nuestras intenciones.
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