sábado, octubre 27, 2007

CAPÍTULO 10
NUESTROS PUEBLOS Y LA CULTURA

10.1 La cultura y su evangelización

1. La cultura, en su comprensión más extensa, representa el modo particular con el cual los hombres y los pueblos cultivan su relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia plenamente humana[1]. En cuanto tal es patrimonio común de los pueblos, también de América Latina y de El Caribe.
2. La V Conferencia en Aparecida mira positivamente y con verdadera empatía las distintas formas de cultura presentes en nuestro continente. La fe, sólo es adecuadamente profesada, entendida y vivida, cuando penetra profundamente en el substrato cultural de un pueblo
[2]. De este modo, aparece toda la importancia de la cultura para la evangelización. Pues la salvación aportada por Jesucristo debe ser luz y fuerza para todos los anhelos, las situaciones gozosas o sufridas, las cuestiones presentes en las culturas respectivas de los pueblos. El encuentro de la fe con las culturas las purifica, permite que desarrollen sus virtualidades, las enriquece. Pues todas ellas buscan en última instancia la verdad, que es Cristo (Jn 14, 6).
3. Con el Santo Padre damos gracias por el hecho de que la Iglesia, “ayudando a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia” ha sido, a lo largo de su historia en este continente, creadora y animadora de cultura: “La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos.” Esta realidad se ha expresado en “el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y por un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas”
[3].
4. Con la inculturación de la fe, la Iglesia se enriquece con nuevas expresiones y valores, manifestando y celebrando cada vez mejor el misterio de Cristo, logrando unir más la fe con la vida y contribuyendo así a una catolicidad más plena, no solo geográfica, sino también cultural. Sin embargo, este patrimonio cultural latinoamericano y caribeño se ve confrontado con la cultura actual, que presenta luces y sombras. Debemos considerarla con empatía para entenderla, pero también con una postura crítica para descubrir lo que en ella es fruto de la limitación humana y del pecado. Ella presenta muchos y sucesivos cambios, provocados por nuevos conocimientos y descubrimientos de la ciencia y de la técnica. De este modo, se desvanece una única imagen del mundo que ofrecía orientación para la vida cotidiana. Recae, por tanto, sobre el individuo toda la responsabilidad de construir su personalidad y plasmar su identidad social. Así tenemos por un lado, la emergencia de la subjetividad, el respeto a la dignidad y a la libertad de cada uno, sin duda una importante conquista de la humanidad. Por otro lado, este mismo pluralismo de orden cultural y religioso, propagado fuertemente por una cultura globalizada, acaba por erigir el individualismo como característica dominante de la actual sociedad, responsable del relativismo ético y la crisis de la familia.
5. Muchos católicos se encuentran desorientados frente a este cambio cultural. Compete a la Iglesia denunciar claramente “estos modelos antropológicos incompatibles con la naturaleza y dignidad del hombre”
[4]. Es necesario presentar la persona humana como el centro de toda la vida social y cultural, resultando en ella: la dignidad de ser imagen y semejanza de Dios y la vocación a ser hijos en el Hijo, llamados a compartir su vida por toda la eternidad. La fe cristiana nos muestra a Jesucristo como la verdad última del ser humano[5], el modelo en el que el ser hombre se despliega en todo su esplendor ontológico y existencial. Anunciarlo integralmente en nuestros días exige coraje y espíritu profético. Contrarrestar la cultura de muerte con la cultura cristiana de la solidaridad es un imperativo que nos toca a todos y que fue un objetivo constante de la enseñaza social de la Iglesia. Sin embargo, el anuncio del Evangelio no puede prescindir de la cultura actual. Esta debe ser conocida, evaluada y en cierto sentido asumida por la Iglesia, con un lenguaje comprendido por nuestros contemporáneos. Solamente así la fe cristiana podrá aparecer como realidad pertinente y significativa de salvación. Pero esta misma fe deberá engendrar modelos culturales alternativos para la sociedad actual. Los cristianos con los talentos que han recibido talentos apropiados deberán ser creativos en sus campos de actuación: el mundo de la cultura, de la política, de la opinión pública, del arte y de la ciencia.

10.2 La educación como bien público

6. Anteriormente nos referimos a la educación católica, pero como pastores no podemos ignorar la misión del Estado en el campo educativo, velando de un modo particular por la educación de los niños y jóvenes. Estos centros educativos no deberían ignorar que la apertura a la trascendencia es una dimensión de la vida humana, por lo cual la formación integral de las personas reclama la inclusión de contenidos religiosos.
7. La Iglesia cree que “los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a prestarles su adhesión personal y también a que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a todos los que gobiernan los pueblos, o están al frente de la educación, procurar que la juventud nunca se vea privada de este sagrado derecho”
[6].
8. Ante las dificultades que encontramos al respecto en varios países, queremos empeñarnos en la formación religiosa de los fieles que asisten a las escuelas públicas de gestión estatal, procurando acompañarlos también a través de otras instancias formativas en nuestras parroquias y diócesis. Al mismo tiempo, agradecemos la dedicación de los profesores de religión en las escuelas públicas y los animamos en esta tarea. Los estimulamos para que impulsen una capacitación doctrinal y pedagógica. Agradecemos también a quienes, por la oración y la vida comunitaria, se esfuerzan por ser testimonio de fe y de coherencia en estas escuelas.
[1] Cf. GS 53
[2] Cf. Juan Pablo II, Discurso a los participantes al Congreso Mundial del Movimiento General de Acción Cultural, 16 de enero de 1982.
[3] DI 1
[4] Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático, 8 de enero de 2007.
[5] GS 22
[6] GE 1

No hay comentarios.: