lunes, octubre 29, 2007

8.6 Rostros sufrientes que nos duelen

8.6.1 Personas que viven en la calle en las grandes urbes

1. En las grandes urbes es cada vez mayor el número de las personas que viven en la calle. Requieren especial cuidado, atención y trabajo promocional por parte de la Iglesia, de modo tal que mientras se les proporciona ayuda en lo necesario para la vida, se los incluya en proyectos de participación y promoción en los que ellos mismos sean sujetos de su reinserción social.
2. Queremos llamar la atención de los gobiernos locales y nacionales para que diseñen políticas que favorezcan la atención de estos seres humanos, al igual que atiendan las causas que producen este flagelo que afecta a millones de personas en toda nuestra América Latina y El Caribe.
3. La opción preferencial por los pobres nos impulsa, como discípulos y misioneros de Jesús, a buscar caminos nuevos y creativos a fin de responder otros efectos de la pobreza. La situación precaria y la violencia familiar con frecuencia obliga a muchos niños y niñas a buscar recursos económicos en la calle para su supervivencia personal y familiar, exponiéndose también a graves riesgos morales y humanos.
4. Es deber social del Estado crear una política inclusiva de las personas de la calle. Nunca se aceptará como solución a esta grave problemática social la violencia e incluso el asesinato de los niños y jóvenes de la calle, como ha sucedido lamentablemente en algunos países de nuestro continente.
8.6.2 Migrantes

5. Es expresión de caridad, también eclesial, el acompañamiento pastoral de los migrantes. Hay millones de personas concretas que por distintos motivos están en constante movilidad. En América Latina y El Caribe constituyen un hecho nuevo y dramático los emigrantes, desplazados y refugiados sobre todo por causas económicas, políticas y de violencia.
6. La Iglesia, como Madre, debe sentirse a sí misma como Iglesia sin fronteras, Iglesia familiar, atenta al fenómeno creciente de la movilidad humana en sus diversos sectores. Considera indispensable el desarrollo de una mentalidad y una espiritualidad al servicio pastoral de los hermanos en movilidad, estableciendo estructuras nacionales y diocesanas apropiadas, que faciliten el encuentro del extranjero con la Iglesia particular de acogida. Las Conferencias Episcopales y las Diócesis deben asumir proféticamente esta pastoral específica con la dinámica de unir criterios y acciones que ayuden a una permanente atención también a los migrantes, que deben llegar a ser también discípulos y misioneros.
7. Para lograr este objetivo se hace necesario reforzar el diálogo y la cooperación entre las Iglesias de salida y de acogida, en orden a dar una atención humanitaria y pastoral a los que se han movilizado, apoyándolos en su religiosidad y valorando sus expresiones culturales en todo aquello que se refiera al Evangelio. Es necesario que en los Seminarios y Casas de formación se tome conciencia sobre la realidad de la movilidad humana, para darle una respuesta pastoral. También se requiere promover la preparación de laicos que con sentido cristiano, profesionalismo y capacidad de comprensión, puedan acompañar a quienes llegan, como también en los lugares de salida a las familias que dejan
[1]. Creemos que “la realidad de las migraciones no se ha de ver nunca sólo como un problema, sino también y sobre todo, como un gran recurso para el camino de la humanidad”[2].
8. Entre las tareas de la Iglesia a favor de los migrantes está indudablemente la denuncia profética de los atropellos que sufren frecuentemente, como también el esfuerzo por incidir, junto a los organismos de la sociedad civil, en los gobiernos de los países, para lograr una política migratoria que tenga en cuenta los derechos de las personas en movilidad. Debe tener presente también a los desplazados por causa de la violencia. En los países azotados por la violencia se requiere la acción pastoral para acompañar a las víctimas y brindarles acogida y capacitarlos para que puedan vivir de su trabajo. Asimismo, deberá ahondar su esfuerzo pastoral y teológico para promover una ciudadanía universal en la que no haya distinción de personas.
9. Los migrantes deben ser acompañados pastoralmente por sus Iglesias de origen y estimulados a hacerse discípulos y misioneros en las tierras y comunidades que los acogen, compartiendo con ellos las riquezas de su fe y de sus tradiciones religiosas. Los migrantes que parten de nuestras comunidades pueden ofrecer un valioso aporte misionero a las comunidades que los acogen.
10. Las generosas remesas enviadas desde Estados Unidos, Canadá, países europeos y otros, por los inmigrantes latinoamericanos, evidencia la capacidad de sacrificio y amor solidario a favor de las propias familias y patrias de origen. Es, por lo general, ayuda de los pobres a los pobres.
8.6.3 Enfermos

11. La Iglesia ha hecho una opción por la vida. Esta nos proyecta necesariamente hacia las periferias más hondas de la existencia: el nacer y el morir, el niño y el anciano, el sano y el enfermo. San Ireneo nos dice que “la gloria de Dios es el hombre viviente”, aun el débil, el recién concebido, el gastado por los años y el enfermo. Cristo envió a sus apóstoles a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos, verdaderas catedrales del encuentro con el Señor Jesús.
12. Desde el inicio de la evangelización se ha cumplido este doble mandato. El combate a la enfermedad tiene como finalidad lograr la armonía física, psíquica, social y espiritual para el cumplimiento de la misión recibida. La Pastoral de la Salud es la respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor.
13. La salud es un tema que mueve grandes intereses en el mundo, pero que no proporcionan una finalidad que la trascienda. En la cultura actual no cabe la muerte y, ante su realidad, se trata de ocultarla. Abriéndola a su dimensión espiritual y trascendente, la Pastoral de la Salud se transforma en el anuncio de la muerte y resurrección del Señor, única verdadera salud. Ella aúna en la economía sacramental del amor de Cristo, el amor de muchos “buenos samaritanos”, presbíteros, diáconos, religiosas, laicos y profesionales de la salud. Las 32.116 instituciones católicas dedicadas a la Pastoral de la Salud en América Latina representan un recurso para la evangelización que se debe aprovechar.
14. En las visitas a los enfermos en los centros de salud, en la compañía silenciosa al enfermo, en el cariñoso trato, en la delicada atención a los requerimientos de la enfermedad se manifiesta, a través de los profesionales y voluntarios discípulos del Señor, la maternidad de la Iglesia que arropa con su ternura, fortalece el corazón y, en el caso del moribundo, lo acompaña en el tránsito definitivo. El enfermo recibe con amor la Palabra, el perdón, el Sacramento de la Unción y los gestos de caridad de los hermanos. El sufrimiento humano es una experiencia especial de la cruz y de la resurrección del Señor.
15. Se debe, por tanto, alentar en las Iglesias particulares la Pastoral de la Salud que incluya distintos campos de atención. Consideramos de gran prioridad fomentar una pastoral con personas que viven con el VIH Sida, en su amplio contexto y en sus significaciones pastorales: que promueva el acompañamiento comprensivo, misericordioso y la defensa de los derechos de las personas infectadas; que implemente la información, promueva la educación y la prevención, con criterios éticos, principalmente entre las nuevas generaciones para que despierte la conciencia de todos a contener esta pandemia. Desde esta V Conferencia pedimos a los gobiernos el acceso gratuito y universal de los medicamentos para el Sida y las dosis oportunas.

8.6.4 Adictos dependientes

16. El problema de la droga es como una mancha de aceite que invade todo. No reconoce fronteras ni geográficas ni humanas. Ataca por igual a países ricos y pobres, a niños, jóvenes, adultos y ancianos, a hombres y mujeres. La Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones. Su labor se dirige especialmente en tres direcciones: prevención, acompañamiento y sostén de las políticas gubernamentales para reprimir esta pandemia. En la prevención insiste en la educación en los valores que deben conducir a las nuevas generaciones, especialmente el valor de la vida y del amor, la propia responsabilidad y la dignidad humana de los hijos de Dios. En el acompañamiento, la Iglesia está al lado del drogadicto para ayudarle a recuperar su dignidad y vencer esta enfermedad. En el apoyo a la erradicación de la droga, no deja de denunciar la criminalidad sin nombre de los narcotraficantes que comercian con tantas vidas humanas teniendo como meta el lucro y la fuerza en sus más bajas expresiones.
17. En América Latina y El Caribe, la Iglesia debe promover una lucha frontal contra el consumo y tráfico de drogas, insistiendo en el valor de la acción preventiva y reeducativa, así como apoyando a los gobiernos y entidades civiles que trabajan en este sentido, urgiendo al Estado en su responsabilidad de combatir el narcotráfico y prevenir el uso de todo tipo de droga. La ciencia ha indicado la religiosidad como un factor de protección y recuperación importante para el usuario de drogas.
18. Denunciamos que la comercialización de la droga se ha hecho algo cotidiano en algunos de nuestros países debido a los enormes intereses económicos en torno a ella. Consecuencia de ello es el gran número de personas, en su mayoría niños y jóvenes, que ahora se encuentran esclavizados y viviendo en situaciones muy precarias, que recurren a la drogarse para calmar su hambre o para escapar de la cruel y desesperanzadora realidad que viven
[3].
19. Es responsabilidad del Estado combatir, con firmeza y con base legal, la comercialización indiscriminada de la droga y el consumo ilegal de la misma. Lamentablemente, la corrupción también se hace presente en este ámbito, y quienes deberían estar a la defensa de una vida más digna, a veces hacen un uso ilegítimo de sus funciones para beneficiarse económicamente.
20. Alentamos todos los esfuerzos que se realizan desde el Estado, la sociedad civil y las Iglesias por acompañar a estas personas. La Iglesia Católica tiene muchas obras que responden a esta problemática desde nuestro ser discípulos y misioneros de Jesús, aunque todavía no de manera suficiente ante la magnitud del problema; son experiencias que reconcilian a los adictos con la tierra, el trabajo, la familia y con Dios. Merecen especial mención, en este sentido, las Comunidades Terapéuticas, por su visión humanística y trascendente de la persona.
8.6.5 Detenidos en cárceles
21. Una realidad que golpea a todos los sectores de la población, pero principalmente al más pobre, es la violencia producto de las injusticias y otros males que durante largos años se ha sembrado en las comunidades. Esto induce a una mayor criminalidad y, por ende, a que sean muchas las personas que tienen que cumplir penas en recintos penitenciarios inhumanos, caracterizados por el comercio de armas, drogas, hacinamiento, torturas, ausencia de programas de rehabilitación, crimen organizado que impide un proceso de reeducación y de inserción en la vida productiva de la sociedad. Hoy por hoy, las cárceles son con frecuencia, lamentablemente, escuelas para aprender a delinquir.
22. Es necesario que los Estados se planteen con seriedad y verdad la situación del sistema de justicia y la realidad carcelaria. Se necesita una mayor agilidad en los procedimientos judiciales, una atención personalizada del personal civil y militar que en condiciones muy difíciles labora en los recintos penitenciarios, y el reforzamiento de la formación ética y de los valores correspondientes.
23. La Iglesia agradece a los capellanes y voluntarios que, con gran entrega pastoral, trabajan en los recintos carcelarios, Con todo, se debe fortalecer la pastoral penitenciaria, donde se incluyan la labor evangelizadora y de promoción humana por parte de los capellanes y del voluntariado carcelario. Prioridad tienen los equipos o Vicarías de Derechos Humanos que garanticen el debido proceso a los privados de libertad y una atención muy cercana a la familia de los mismos.
24. Se recomienda a las Conferencias Episcopales y Diócesis fomentar las comisiones de pastoral penitenciaria, que sensibilicen a la sociedad sobre la grave problemática carcelaria, estimulen procesos de reconciliación dentro del recinto penitenciario e incidan en las políticas locales y nacionales en lo referente a la seguridad ciudadana y la problemática penitenciaria.
[1] Cf. EMCC, 70, 71 y 86-88
[2] Benedicto XVI, Alocución, Angelus, 14 de enero de 2007.
[3] “Brasil posee una estadística, de las más relevantes, en lo que se refiere a la dependencia química de drogas y estupefacientes. Y América Latina no se queda atrás. Por eso, digo a los que comercializan la droga que piensen en el mal que están provocando a una multitud de jóvenes y adultos de todos los sectores de la sociedad: Dios les va a pedir cuentas. La dignidad humana no puede ser pisoteada de esta manera. El mal provocado recibe la misma reprobación dada por Jesús a los que escandalizaban a los pequeños, los preferidos del Señor (cf. Mt 18, 7-10)” (Benedicto XVI, Discurso en la Fazenda da Esperança, 12 de mayo de 2007).

1 comentario:

Alicia... MISIONERA DE CRISTO RESUCITADO EN EL MUNDO DE HOY dijo...

COMPARTIR LOS BIENES QUE DIOS NOS DA
Apuntes de + CJG `para la homilía del Domingo 26 septiembre 2007 (Lc 16,1-13).

I. Dinero mal administrado: peligro de condenación
1. La parábola que acabamos de leer es un tanto difícil para entender de primera oída (Lc 16,1-13). Y ello porque el dueño alaba a su administrador que lo estafó.
¿Acaso Jesús propone la parábola para alabar la estafa? De ningún modo. Con ella alaba la astucia del administrador malvado que sabe revertir en provecho propio la situación desgraciada de su próximo despido. Así como él con los bienes que le roba a su dueño se ha hecho amigos que lo reciban mañana y le permitan continuar con su tenor de vida, así nosotros hemos de hacernos amigos con nuestros bienes materiales, cuyo dueño en definitiva es siempre Dios, para que un día nos reciban en el cielo. La moraleja de Jesús es clara: “Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte, ellos los reciban en las moradas eternas” (v. 9).

2. ¿Por qué al dinero Jesús lo llama “dinero de la injusticia”? ¿Porque es malo en sí mismo? No, pues como tal es un símbolo de intercambio. ¿Porque es fruto del lavado de orígenes turbios: narcotráfico, armas, etc.? Tales problemas no existían entonces. Se trata del dinero acumulado por sí mismo. Tener por tener. Éste proviene muchas veces de viejas injusticias y es fuente de nuevas. A estas se refiere la primera lectura del profeta Amós: “Escuchen esto, ustedes, los que pisotean al indigente para hacer desaparecer a los pobres del país. Ustedes que dicen:… ‘Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar…’” (Am 8,4-7).

3. Como vimos el domingo 17º, cuando leímos la parábola del hombre rico que tuvo una gran cosecha, o como veremos el domingo próximo en la parábola del rico comilón y del pobre Lázaro (cf Lc 16,19-31), o el domingo 31º, con la escena de Zaqueo (cf Lc 19,1-10): tener bienes materiales para amontonarlos, y no administrarlos para promover el bien común, pone en riesgo la salvación eterna. “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” (Lc 18,24-25). Esta fue la expresión dolida de Jesús cuando un hombre, que practicaba los Mandamientos, rechazó su invitación a seguirlo porque estaba apegado a sus bienes.

4. Para superar este peligro, es preciso que el dinero nunca ocupe el lugar de Dios: “Ningún servidor puede servir a dos señores… No se puede servir a Dios y al Dinero” (Lc 16,13). Es preciso poseerlos a la manera como posee Dios, creador de todas las cosas. Siendo el dueño de todo, todo nos lo da con generosidad para nuestro disfrute y desarrollo integral. Dicho de otro modo, el dinero ha de estar siempre subordinado al hombre, y no el hombre al dinero.

5. Esto se logra por la buena administración. Para ésta no basta el cumplimiento de las normas económicas, sino que ha de mantener siempre la finalidad para la cual es legítimo producir y acumular bienes; a saber: destinarlos al propio sustento, disfrutarlos con los seres queridos y contribuir a su pleno desarrollo, compartirlos con el pobre que Dios pone en nuestro camino, cumplir las obligaciones económicas con la sociedad, sostener la obra evangelizadora de la Iglesia. Nos detendremos un instante en este último punto.

II. La Reforma económica de la Iglesia argentina,
a diez años del Plan Compartir
6. Se cumplen diez años del Plan Compartir aprobado por el Episcopado como instrumento para promover la Reforma Económica de la Iglesia. Aceptado en general en septiembre de 1997, ha sido ratificado recientemente en el documento “Navega Mar adentro” (31-05-2003), que es la actualización de las “Líneas pastorales para la Nueva Evangelización”. Al tratar de cómo hacer para que la comunidad eclesial sea casa y escuela de comunión, decimos: “Queremos afianzar el desarrollo del plan Compartir, una acción apostólica iniciada con la carta pastoral “Compartir la multiforme gracia de Dios, sobre el sostenimiento de la obra evangelizadora de la Iglesia en la Argentina” (31-10-1998). Hemos de procurar que este proyecto, que exige un cambio de mentalidad, avance mediante una adecuada y perseverante catequesis. Llevar adelante tal conversión requiere un cambio de mentalidades, actitudes y prácticas. La reforma económica de la Iglesia ha de pasar, necesariamente, por la conversión al evangelio de Jesús” (NMA 89).

7. No sé cuánto ustedes en esta Parroquia conocen este Plan, ni la importancia que dan al sostenimiento de la obra evangelizadora de la Iglesia. Aprecio, ciertamente, la solidaridad con que cada domingo atienden los pedidos de Caritas y la generosidad y rapidez con que han respondido al pedido de ayuda económica extraordinaria que les ha planteado el párroco para la refacción del templo. En una sola colecta ustedes han recolectado más que yo en toda la arquidiócesis de Resistencia en la colecta anual, preparada con bastante cuidado. Por ello los felicito. Es posible, sin embargo, que esto les impida a ustedes apreciar la importancia que el Plan Compartir tiene para la Iglesia en la Argentina. Y quizás suceda lo mismo con otras parroquias de Buenos Aires. La meta del Plan no consiste en acumular un gran capital monetario para que la Iglesia viva después de sus intereses, sino en amontonar un capital espiritual, que no se desgasta, y que les explicaré el próximo domingo.