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Éste es el lema de la persona " enferma" de codicia, ese desenfrenado afán de bienes materiales. ¿Para qué? ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol?
¡Cuánta serenidad traería a nuestra vida una respuesta sensata!
La Biblia no condena el justo interés por cubrir nuestras necesidades materiales, también el justo deseo de "progresar"; condena la codicia y la avaricia, que son formas de idolatría.
Jesús nos recomienda que nos cuidemos de toda avaricia y nos recuerda que nuestra vida no está asegurada por la riqueza.
Triste vida la del hombre que ha hecho del "tener y retener" el objetivo de su vida: ni siquiera de noche descansa su corazón.
No alcanzan las riquezas del mundo para calmar el ansia de verdadera felicidad que anida en nuestro corazón. Sólo puede hacerlo aquel que dijo: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mi, jamás tendrá sed.
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