Juan 14, 27-31
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos. Vámonos de aquí.
Reflexión
“Mi paz os dejo, mi paz os doy”Cristo nos ha traído la paz, nos ha dejado la paz. Señor: Danos tu paz, danos la paz del alma que nos has traído.Sólo Tú, Señor, sólo Tú puedes dar al mundo y a nuestros corazones la verdadera paz. Esa paz que es la profunda aspiración de los hombres de todos los tiempos. Pero, Señor, si Tú nos traes la paz... ¿cómo es posible entonces que la espiral del odio y la violencia se ciernan sobre la familia humana? ¿Por qué entonces el ensordecedor tumulto de los disparos, los ríos de sangre derramada, la multitud de huérfanos y viudas aquí y allá... en Israel, Palestina, Sudamérica, África? ¿Cómo es posible, Señor, que tantas y tantas personas mueran cada día, víctimas de un odio y de una sed de venganza que parecen no tener fin?No permitas, Señor, que la guerra nos sea indiferente. No permitas jamás que los hombres nos hagamos fríos, indolentes al sufrimiento de tantos hermanos nuestros. No permitas que nos acostumbremos burdamente a la guerra, al odio y la violencia. Es precisamente ahora, cuando podría parecer que Dios no escucha las súplicas de sus hijos, cuando la oración por la paz resulta más urgente. Cristo nos has dicho: “Pedid y se os dará” (Mt. 7, 7). La paz que anhelamos es una paz que debemos implorar. Una paz que se alcanza de rodillas, en la oración humilde, constante y confiada. Pero es también una paz para construir. Una paz que debemos buscar día tras día, que debemos edificar sobre la justicia y el perdón. Concédenos, Señor, a todos los cristianos, a todos los hombres de buena voluntad, ser verdaderos instrumentos de tu paz, apóstoles de la caridad, promotores de la comunión. Concédenos ser, en el corazón del mundo, fermento del amor fraterno y de la unidad de todo el género humano. Que se acallen las armas, y que todos los hombres nos reconozcamos como hermanos una misma familia y cese entre nosotros las guerras, las discriminaciones y las injusticias.
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