Si, esta afirmación escueta y perentoria suscita preguntas, exige respuestas. Ahí está la experiencia central, sin la cual no hay cristianos, ni existe cristianismo; sin la cual nuestra fe no es fe sino credulidad; no «la certeza de las cosas invisibles», sino la capacidad de aceptar el testimonio de otros, un testimonio inverificable, un testimonio que no se basa sino en que alguien ha dicho algo que parece increíble, pero que, sin embargo, por razones igualmente increíbles, estamos dispuestos a aceptar. Volvamos ahora al acontecimiento de la resurrección, y preguntémonos por qué es tan central, por qué pudo decir san Pablo: «Si Cristo no resucitó, somos los más dedichados de todos los hombres, porque vana es nuestra fe»(1Cor.15,14.)
Realmente, si Cristo no resucitó, toda nuestra fe, todas nuestras convicciones, toda nuestra vida interior y nuestra esperanza se fundan en una mentira; todo se funda en algo que nunca tuvo lugar y que no puede servir de base a nada.
Porque Cristo estaba resucitado y vivo frente a Pablo después de una muerte real, fue capaz de reconocer que todo lo que Cristo había dicho de sí mismo y todo lo que era misterioso y no tenía explicación en las Escrituras respecto al Mesías venidero era cierto y se refería al profeta de Galilea. Y a la luz de esta resurrección es como se hizo posible la fe total del Evangelio para él y para muchos otros de su epoca. Solamente a causa de la resurrección puede uno reconocer al Hijo de Dios en aquel que murió en la cruz, y podemos admitir nosotros, con convicción y certeza, la historia total del Evangelio, comenzando por la anunciación, el nacimiento virginal, las enseñanzas, los milagros y el testimonio de Cristo relativo a sí mismo, corroborado por el testimonio de Dios en favor de su Cristo.
Por eso con el Pregon Pascual oremos juntos:
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