lunes, abril 02, 2007

LAS LAGRIMAS DE MARIA

Las lágrimas de la Madre de los Dolores llenan las Escrituras y desbordan a través de los siglos. Todas las madres, todas las viudas, todas las vírgenes que lloran no agregan nada a esta efusión que bastaría para lavar los corazones de diez mil mundos desesperados.

Todos los heridos, los desnudos, los oprimidos, toda esta procesión dolorosa que llena de atrocidades los caminos de la vida, caben en los pliegos del manto azul de Nuestra Señora de los Siete Dolores.

Todas las veces que alguien estalla en llantos, en medio de la multitud o en la soledad, es ella misma que llora, porque todas las lágrimas le pertenecen en su condición de Emperatriz de la Beatitud del Amor.

Las lágrimas de María son la Sangre misma de Jesucristo, esparcidas de otra manera, como su compasión fue una suerte de crucifixión interior para la santa Humanidad de su Hijo.

Las lágrimas son un legado de la Madre de los Dolores, legado innegable que no se le puede disipar en vanos afectos al mundo sin sentirse culpable de una suerte de sacrilegio.


Santa Rosa de Lima decía que nuestras lágrimas son de Dios y que cualquiera que las derrame sin pensar en El se las está robando. Ellas son de Dios y de quien le ha dado a Dios la carne y sangre de su Humanidad.

Si san Ambrosio recordando a Mónica, llama a Agustín «el hijo de tantas lágrimas » ¿A qué nivel de profundidad debemos entender nosotros que somos hijos de las Lágrimas de la Criatura excepcional que ha recibido el incomparable privilegio, como madre de Dios, de ofrecer al Padre eterno una reparación suficiente por el crimen sin nombre ni medida que sirvió a Jesús para cumplir la redención del mundo?

Cuando santa Mónica lloraba los desvíos del fututo Doctor de la Gracia, sus lágrimas eran como un río de gloria que le traía el hijo incrédulo a sus brazos infatigablemente abiertos. Sin embargo, ella no tenía más que esas lágrimas para ofrecer y eran por la conversión de su hijo único.
Leon Bloy (1846/1917)

Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.

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