viernes, abril 20, 2007

LA GRACIA DE LA RESURRECCION

La resurrección es más importante que ninguna de las cosas de las que he escrito hasta ahora porque la resurrección es el cimiento de mi fe. Escribir sobre morir y sobre la muerte sin mencionar la resurrección es como escribir sobre navegar en un velero sin mencionar el viento. Con el apóstol san Pablo, me atrevo a decir: «Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana, estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!» (1 Co 15,12-19).
Apenas parece posible tener una opinión más decidida sobre la resurrección que la que san Pablo expresa en estas palabras, y quiero hacer mías sus palabras. Con todo, todavía no he hablado de la resurrección de Jesús y de la nuestra. Creo que mi vacilación para escribir sobre ello tiene algo que ver con mi convicción de que la resurrección de Jesús es un acontecimiento oculto. Jesús no resucitó de entre los muertos para demostrar a aquellos que lo habían crucificado que habían cometido un error o para desconcertar a los que se oponían a él. Tampoco resucitó para impresionar a los dirigentes de su tiempo o para obligar a nadie a creer. La resurrección de Jesucristo era la afirmación completa del amor de su Padre. Se mostró sólo a aquellos que sabían de ese amor. Se dio a conocer como el Señor resucitado sólo a un puñado de sus amigos íntimos. Probablemente, ningún otro acontecimiento de la historia humana haya tenido tanta importancia, permaneciendo al mismo tiempo tan poco espectacular. El mundo no se percató de la resurrección de Jesús; sólo unos pocos se enteraron, aquellos a los que Jesús había elegido para manifestarse y aquellos a los que quería enviar a anunciar al mundo el amor de Dios, como él había hecho.
El carácter oculto de la resurrección de Jesús me parece importante. Aunque la resurrección de Jesucristo es la piedra angular de mi fe, no es algo que pueda emplearse como argumento, ni tampoco para reconfortar a la gente. De alguna manera, no es tomarse en serio la muerte decirle a un moribundo: «No temas. Después de tu muerte, resucitarás como resucitó Jesús, volverás a reunirte con todos tus amigos, y serás feliz por siempre en presencia del Señor». Esto sugiere que, después de la muerte, todo será básicamente igual, sólo que nuestros problemas habrán desaparecido. Tampoco se toma en serio al propio Jesucristo, que no vivió su muerte como si fuera poco más que el paso necesario a una vida mejor. Por último, no se toma en serio a los moribundos que, al igual que nosotros, no saben nada de lo que hay más allá de esta existencia circunscrita en el tiempo y en el espacio.
La resurrección no resuelve nuestros problemas sobre morir y sobre la muerte. No es el final feliz de la lucha de nuestra vida, ni la gran sorpresa que Dios nos ha reservado. No, la resurrección es la expresión de la fidelidad de Dios hacia Jesucristo y hacia todos los hijos de Dios. A través de la resurrección, Dios ha dicho a Jesús: «Eres en verdad mi Hijo amado, y mi amor es eterno». Y a nosotros Dios nos ha dicho: «Sois en verdad mis hijos amados, y mi amor es eterno». La resurrección es la manera de Dios de revelarnos que nada que pertenezca a Dios se echará a perder. Lo que pertenece a Dios no se perderá jamás, ni siquiera nuestros cuerpos mortales. La resurrección no responde a ninguna de nuestras preguntas curiosas sobre la vida después de la muerte, tales como ¿cómo será, ¿qué aspecto tendrá? Pero sí nos revela que, en verdad, el amor es más fuerte que la muerte. Tras esta revelación, debemos permanecer en silencio, dejar de lado los porqués, dóndes, cómos y cuándos, y simplemente confiar.
En ocasión de su noventa cumpleaños, mi padre ofreció una entrevista a una emisora de radio holandesa. Después de que el periodista le preguntara muchas cosas sobre su vida y su trabajo, y muchas más incluso sobre el actual sistema de impuestos holandés -pues éste es el interés profesional de mi padre- quería por fin saber lo que mi padre pensaba que le sucedería después de la muerte.
Mi padre y yo estábamos escuchando la retransmisión del programa una semana después de que se realizara. Obviamente, yo tenía bastante curiosidad por ver cuál sería la respuesta de mi padre a esa última pregunta. Le oí decirle al periodista: «Tengo muy poco que decir sobre ello. La verdad, no creo que vuelva a ver a mi mujer y a mis amigos como nos vemos nosotros ahora. No tengo ninguna expectativa en concreto. Sí, hay algo más, pero cuando ya no hay tiempo ni espacio, cualquier palabra sobre ese «algo más» no tendría mucho sentido. No tengo miedo a morir. No quiero cumplir cien años. Sólo quiero vivir mi vida ahora lo mejor que pueda y cuando me muera, bueno, ¡entonces veremos!»
Tal vez, la creencia de mi padre, así como su falta de creencia, pueda resumirse mejor en estas últimas palabras: «bueno, entonces veremos». Su escepticismo y su fe se tocan en estas palabras. «Bueno, entonces veremos» puede significar «bueno, está todo en el aire» o «bueno, ¡por fin veremos lo que siempre quisimos ver!». Veremos a Dios, nos veremos los unos a los otros. Jesús fue claro en ese punto cuando dijo: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros» (Jn 14,1-3). Cuando Jesús se apareció a María Magdalena junto al sepulcro vacío, le dijo que se marchara con estas palabras: «...vete donde mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17).
Jesucristo resucitado, comiendo y bebiendo con sus amigos, reveló que el amor de Dios por nosotros, nuestro amor los unos por los otros, y nuestro amor por aquellos que vivieron antes que nosotros y por los que vivirán después no es una mera experiencia que se acaba rápidamente, sino una realidad eterna que trasciende todo tiempo y todo espacio. Jesucristo resucitado, mostrando sus manos, sus pies y su costado traspasados, reveló también que todo lo que hemos vivido en nuestro cuerpo durante nuestros años sobre la tierra –nuestras experiencias gozosas, así como dolorosas– no caerá de nosotros simplemente como un manto inútil, sino que marcará nuestra manera única de estar con Dios y los unos con los otros cuando demos el paso de la muerte.
«Bueno, entonces veremos» siempre tendrá probablemente un doble significado. Como el padre del niño epiléptico, que le pidió a Jesús que curara a su hijo, siempre tendremos que decir: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,25) Con todo, cuando mantengamos la mirada fija en el Señor resucitado, encontraremos tal vez, no sólo que el amor es más fuerte que la muerte, sino también que nuestra fe es más fuerte que nuestro escepticismo. FUENTE:Nuestro mayor don", de Henri J.M. Nouwen, Ediciones PPC

ORACIÓN
Dios nuestro, que en tu bondad sin límites aumentas cada día el número de los que creen en ti, mira con amor a tus elegidos, que han nacido a una nueva vida por medio del bautismo y concédeles alcanzar la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo
Del salmo 117 R/. La diestra del Señor ha hecho maravillas. Aleluya.


Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna. El Señor es mi fuerza y mi alegría; en el Señor está mi salvación. Escuchemos el canto de victoria que sale de la casa de los justos:
R/."La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo". No moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho. Me castigó, me castigó el Señor, pero no me abandonó a la muerte.
R/.Ábranme las puertas del templo, que quiero entrar a dar gracias a Dios. Ésta es la puerta del Señor y por ella entrarán los que le viven fieles. Te doy gracias, Señor, pues me escuchaste y fuiste para mí la salvación.
R/

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