
AMAOS COMO YO OS HE AMADO...
Queridos hermanos:
La Persona de Jesús, es el Amor de Dios hecho carne. Jesús es la Fuente del Amor verdadero porque nos da su Espíritu Santo que es al Amor de Dios. Pero también su Palabra, su Vida, hasta el más mínimo de sus gestos humanos, son el Libro del Amor verdadero donde Dios Padre nos enseña a amar. Y precisamente el gran problema del hombre de hoy es que no ama, no sabe amar y no lo saben amar. Cristo es la Escuela del Amor verdadero. Cada capítulo de la vida de Jesús es un río de Amor que sale de su Corazón que se bifurca en mil afluentes. En el Evangelio de hoy Jesús es uno de esos ríos que nos revela una serie de características preciosas de su Amor infinito hacia nosotros. Es importante detenerse porque a través de ellas también nos enseña cómo hemos de amar al prójimo.
· El amor de Jesús comienza al mirar la belleza del hombre: Dice el Evangelio de hoy que Levantó Jesús los ojos y miró a toda la gente. Miró y amó.
Su amor comienza con una mirada y continúa con una mirada. Una mirada ante la belleza del otro, que queda atrapado por ella, se entrega y no se detiene ante la fealdad del pecado original. La luz de la belleza del hombre se mezclaba con la fealdad del pecado. Cristo al mirar al hombre, amaba y se enamoraba de esta belleza, y a la vez lo salvaba de la fealdad del pecado. Amor de goce por la belleza, y a la vez amor de compasión por el pecado que afeaba a la belleza.
Al mirar los ojos del hombre, Jesús se encontraba con un reflejo de la mirada bella de sí mismo: porque la mirada del hombre había sido hecha a imagen y semejanza de la mirada bellísima de Cristo Hombre de quien dice el Salmo: Eres el más bello de los hombres en tus labios se derrama la gracia[1]. Cristo, en los ojos del hombre se encontraba con el espejo de su belleza. Luego, se amaba a sí mismo al amarnos a nosotros. La mirada de Jesús es la mirada de Dios que ve lo más profundo del corazón, que goza con el misterio más profundo de la persona, que es siempre bello porque todos somos hechos a imagen y semejanza de la belleza de Dios. Cristo se enamoraba de la belleza perdida en el Edén, y que sería recuperada por su Pascua. Si Cristo no se hubiera detenido en esta visión de la belleza, no hubiera amado al hombre ni se habría encarnado para salvarlo y devolverle la belleza perdida, dándole la belleza de su Resurrección.
Nosotros, para amar de verdad como Jesús, hemos de mirar al prójimo, con profunda fe. Para que, más allá de lo visible, veamos la belleza de los Ojos de Cristo, en los ojos de nuestros hermanos, porque dice el Señor: lo que hacen al menor de mis hermanos, me lo hacen a mí[2]. Como Jesús no hemos de detenermos ante la fealdad visible, y la fealdad del pecado en nuestros hermanos, sino contemplar y descansar solo en los rasgos de la belleza de Dios que nunca se borran. En nuestros hermanos, más allá de su fealdad física o moral, más allá de sus límites, hemos de ver, respetar y amar al mismo Cristo que está siempre en él. Cuando no amamos con esta mirada de fe, cosificamos al prójimo.
Todas las faltas de caridad, se deben a que no miramos a Jesús en el otro, sino que lo miramos como cosa no humana, como plastilina manejable, sin vida, descartable y despreciable. Mira el hombre como cosa al ser desde su concepción y por eso aborta. Mira el esposo a su esposa como cosa, y la maltrata. Mira el jefe a su empleado como cosa y lo humilla. Mira el novio a su novia como cosa de placer, como golosina de quiosco y por eso la usa y luego la deja y se olvida. Solo viendo a Jesús en el otro lo tratamos con profundo respeto, amor, reverencia. Sin la mirada de Jesús y sin mirar a Jesús en el prójimo, nunca nacerá ni habrá amor verdadero.
· La Mirada de Amor de Jesús nos da la existencia: Jesús miraba a estas personas. Era la mirada de Amor de Dios Creador. Y cuando Dios mira un ser, lo crea y le da vida. Luego, si algo existe se debe a que es mirado continuamente por Dios. De esta mirada dice S Juan: Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe[3]. Gracias a que Jesús no cesa de mirarnos, no cesamos de ser y existir. Mirada del Amor que mantiene para siempre nuestro ser, y por la que existimos para siempre. Esta mirada nos hace eternos. Tenemos un alma eterna, gracias a la eterna mirada de amor de Jesús que nunca cesará de mirarnos con amor creador.
Cuando amamos de verdad como Jesús, queremos la existencia de nuestros hermanos. Lo queremos, sostenemos y protegemos desde su concepción en el seno materno, y durante toda la vida. Por no amar de verdad, no amamos la propia existencia ni la de los demás. Muchos no aman la existencia de los demás porque no aman la propia. Y no aman la propia porque nunca se sintieron amados de verdad. La existencia propia y de los demás son un don divino que estamos obligados a amar, preservar y mantener. Primero de todo hemos de amar la existencia de nuestra alma. Nuestra alma vive, tiene existencia por el bautismo y por la vida del Espíritu que se nos infunde en nuestros corazones, y que poseemos mientras no hayamos pecado mortalmente. Existir espiritualmente, supone dejar el pecado y vivir la vida de la gracia, vivir en Cristo.
Tenemos que querer y buscar nuestra salvación eterna, nuestra vida espiritual. También tenemos que amar nuestra existencia en este mundo. Hemos de amar nuestro cuerpo, nuestra salud. Debemos querer también que nuestro prójimo exista: hay personas que viven sin importarle la existencia del que vive al lado: qué siente, qué necesita, cómo vive, si sufre, cómo pasó el día, cual será su futuro. No le dirigen nunca la palabra, no lo saludan ni a la mañana, ni al mediodía, ni a al atardecer. Esposos que son los últimos en enterarse de la enfermedad de su mujer padecida durante años. Padres que no tienen la menor idea de quiénes son sus hijos, qué hacen, qué piensan. Ancianos que mueren solos en su casa, y sus familiares, se enteran un mes después. Padres que se enterar de la existencia de sus hijos, recién cuando asisten al sepelio de su hijo víctima de la droga o del sida.
Y primero de todo, debemos querer que nuestro prójimo exista en la vida divina, que se salve, que deje el pecado que viva en Cristo. ¿Qué madre se preocupa de que sus hijos vivan lejos del pecado, que amen a Cristo, amen a su Iglesia, oren y se confiesen?. ¿Qué padres educan a sus hijos para ser puros, vírgenes para prepararse al matrimonio?. ¿Qué padres y qué superior religioso se preocupan de que sus hijos sean santos?. Tenemos que cuidar la celebración de la existencia tanto divina, (por el bautismo), como humana (cumpleaños) también los aniversarios de compromiso, de matrimonio; de ordenación y profesión. Son detalles que muchos olvidan, o que no dan importancia. Son oportunidades para celebrar con gozo los regalos de nuestra existiencia divina y humana para decir a Dios: gracias porque este hermano existe. Y decir al hermano: nos alegramos de que existas y queremos que existas siempre..
· La Mirada de Amor de Jesús nos da la felicidad: En el Evangelio, Jesús sacia a los hambrientos con pan y peces. Los sacia, esto es: les da felicidad. Pero sobre todo los sacia con su mirada. La Mirada de Cristo es el pan de su amor demostrado en la multiplicación de los alimentos. Cristo es el Amor de Dios hecho hombre, cuyo Rostro se refleja en el pan y los peces, por eso este alimento ha dado tanto gozo a la multitud.
Nuestro gozo es saciarnos en la contemplación del Rostro de Jesús, presente en nuestros hermanos, en nuestra persona, en nuestra vida y sobre todo en la Ssma Eucaristía. La Ssma Eucaristía es ese pan que nos da Cristo Pez[4] para decirnos: Te amo. Nuestros hermanos son los panes y peces que el amor de Dios nos ofrece para decirnos: Te amo.. Nuestra persona con sus dones y los dones que Dios nos da en la vida, son los panes y peces que nos da Cristo para decirnos. Te amo. El Rostro de Jesús es nuestro Todo en la tierra y será nuestro Todo en la vida eterna. Pues el paraíso será el eterno encuentro feliz con la mirada de Jesús. Quien contempla así a Jesús en la tierra ha encontrado el secreto de la felicidad eterna. Si contemplamos el Rostro de Cristo en la Eucaristía, hemos encontrado el paraíso feliz en la tierra. Pero también hemos de contemplar el Rostro de Cristo en el prójimo. Sin esta contemplación pronto nos aburriremos de él, estaremos tristes a su lado, haga lo que haga, nos hartará su presencia y desearemos huir.
Ser felices para siempre como esposos, como padres, como hijos, como sacerdotes y religiosos, como amigos, es contemplar la mirada de Jesús en los demás. Solo esto nos colma de paz y felicidad. Por eso, si la esposa no ve el Rostro de Cristo en su esposo nunca será plenamente feliz. Si el padre no ve el Rostro de Cristo en sus hijos, nunca será feliz como padre. Si los hijos no ven el Rostro de Cristo en sus padres, nunca serán felices. Si los novios no ven el Rostro de Cristo entre ellos, nunca se enamorarán de la belleza real y eterna y se hartarán el uno del otro. Si el amigo no ama a Cristo en el amigo, vano será su amor.
· El amor de Jesús es Éxtasis: Jesús sale de sí mismo para descansar por el amor en el corazón de sus hijos. Pan y peces expresan esta realidad espiritual: al Corazón de Cristo que sale de sí para darse a nuestro corazón y morar en él.
Cristo, en un movimiento de Amor de incomparable Éxtasis divino, salió de sí mismo en los Cielos, para ir al encuentro del hombre, se hizo Hombre, se hizo una sola cosa con él, y luego muere por él en la Cruz, para llevarlo consigo a los Cielos en su Ascensión e insertarlo en el Fuego de Amor de la Ssma Trinidad.
Así también nosotros, si nos dejamos quemar por el Fuego de la caridad divina, salimos de nosotros mismos y descansamos en Cristo presente en el otro. Como S Pablo: ¡Corintios, nuestro corazón se a abierto de par en par. No está cerrado nuestro corazón para vosotros![5]. El amor verdadero es siempre éxtasis, que significa salida de sí. Cuando no amamos con caridad sino con concupiscencia, para nosotros mismos, y no para el otro y para su bien, no salimos de nosotros, sino que amamos al otro por el placer o utilidad que nos da, pero no solo por él mismo, y por Cristo en él y por su bien. Nuestro yo queda encerrado en la cápsula hermética del egoísmo. El éxtasis del amor de caridad, quiebra el propio yo, lo hace morir, para salir de sí e ir hacia el otro y llegar a ser una sola cosa con él, un solo yo con él. Pues nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama, y si el grano de trigo que cae en tierra no muere, no dará mucho fruto. Esta muerte da un profundo gusto para el que ama, como S Pablo que decía: ¡Muy gustosamente gastaré y me desagastaré por vuestras almas![6].
Solo cuando el otro es lo más importante que existe para mí, salgo de mí mismo para ir a él y me pierdo en él. Por eso lo que la calle llama comúnmente amor, es pasión fugaz que no dura nada: porque es puro egoísmo. Por eso nunca como hoy los hombres están solos. La nuestra, es una cultura de soledad. La nuestra es una cultura sin amigos. La nuestra es una cultura de monólogo y no de diálogo. La nuestra es una cultura sin esposos ni hijos. Porque la mayoría vive encerrado en sí mismo, no rompe su yo, no muere por el bien del otro, para ir a su encuentro, hacerse uno con él y entrar en comunión de amor con él.
· El amor de Jesús es perfecto olvido de sí mismo: Jesús no piensa en sí mismo, no le interesa su necesidad de comer sino antes que nada el saciar nuestra nuestra hambre.
Así amamos de verdad cuando nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestros intereses, de nuestro tiempo, de nuestros gustos, de nuestra familia, de nuestra cultura, de nuestros planes: por el bien del amado, para adaptamos a él y hacernos iguales a él. El mal amor no se olvida de sí sino que exige al otro que se olvide de sí por uno mismo. Así tenemos al soberbio y tirano que anula al otro para que cambie a su gusto, mientras él no hace nada. Todo tiene que rondar en él como centro. El verdadero amor lleva a las dos partes a olvidarse de sí a la vez, el uno por el otro: en este olvido mutuo no se anulan sino que son más ellos mismos.
Por eso muy pocos esposos se aman entre sí, muy pocos novios se aman entre sí, muy pocos religiosos se aman entre sí, porque no se olvidan perfectamente de sí mismos: no aceptan al otro como un don, no quieren que el otro sea como Dios lo hizo, con sus dones, familia e historia, con sus necesidades, sino que quieren que sea como ellos se imaginan: que sea solo como su familia, que sea como su mamá o papá; que sea como su fantasía; que sea solo como a él le gusta. Así la mayoría vive sin conocer jamás a su cónyuge, forzandole a ser según una imagen que no tiene. Por lo cual, ningún matrimonio o vínculo humano puede durar mucho tiempo. Y por eso la mayoría de los que hoy se casan, no están casados y cuando se casan pronto se separan o divorcian.
· El amor de Jesús nos lleva continuamente consigo en su pensamiento: Jesús, como Dios, desde toda la eternidad y para siempre piensa con amor y sin cesar en cada uno de nosotros disponiendo todo para nuestro bien. Jesús nunca se olvida de nosotros porque nos ama. Como dice el Señor: ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?. Pues aunque ellas llegasen a olvidar, YO, NO TE OLVIDO[7] .
Como Jesús, el que ama de verdad, lleva continuamente en su pensamiento a la persona amada, no la olvida, y solo vive pensando en el modo de complacerla, de hacerle el bien, de hacerla feliz. En este pensamiento, conoce más al otro e intuye y descubre lo que le pasa o necesita. Como las madres que con su pensamiento intuyen lo que tienen sus hijos. Hoy los esposos no piensan el uno en el otro y en sus necesidades: su pensamiento lo ocupa la profesión y en cómo ascender, el ganar más dinero, el hacer un máster. Viven pensando cómo competir entre sí, para ver quién tiene más poder y es más importante. Viven sin verse, sin dialogar, sin conocerse, comparten todo sin compartir nada. Viven juntos, sin apoyarse en nada. Viven juntos estando siempre separados. Se olvidan del otro, de sus aniversarios, de su salud, de su bien. Hoy ser esposos pareciera un simple contrato de trabajo entre dos egoístas competitivos que reclaman el pago de las deudas.
· El amor de Jesús nos lleva continuamente consigo en su Corazón: como a toda esta gente a los llevaba consigo sin poder sacarlos de ahí. Por eso, Dios es siempre fiel. Como canta la Liturgia sobre el Corazón de Jesús diciendo: Los pensamientos de su Corazón de generación en generación, para salvar sus almas de la muerte y saciarlos en tiempo de hambre[8]
Nosotros también cuando amamos de verdad a alguien, esa persona habita para siempre en nuestro corazón y ahí dentro nos encontramos con ella de contínuo, conversamos, la evocamos con el recuerdo y la volvemos a amar una y mil veces. El corazón humano, hecho según el modelo del Corazón de Dios, le quema un fuego inextingible: es el deseo de amar y ser amado eternamente. Y a la persona que desea, ya la posee dentro de su corazón donde habita de modo real, espiritual y permanente. Nosotros hemos sido creados para que nuestro corazón arda en el deseo de amar a Jesús, y por este deseo Jesús viene a habitar en nuestro interior de modo habitual. Pero también cuando nuestro corazón ama de verdad a alguien, arde deseando su presencia, y este deseo hace que el amado habite siempre en su corazón. Esta presencia eterna del amado en nosotros, la expresamos por la fidelidad eterna. Por no se entiende un matrimonio sin esta fidelidad eterna, al igual que la amistad y los otros amores según Dios.
Por eso quien no ama de verdad tiene siempre el corazón vacío de su presencia. Y por eso le es fácil la traición, la infidelidad y el olvido. Quien dice que ama a alguien y tiene el corazón vacío y frío, en realidad no lo ama. Nada más lejos del amor que tener un corazón vacío del amado. Un corazón frío que no se inmuta por su recuerdo. Un corazón indiferente que le da lo mismo que esté o que no esté presente. Hemos de llevar a nuestro prójimo en el corazón y ahí dentro decirle que le amamos como dice S Pablo: os llevo en mi corazón. Testigo es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el Corazón de Cristo Jesús[9]
· El amor pone de Jesús pone a nuestra persona en primer plano: Jesús se olvida de sí mismo para ponernos a nostros en primer plano, para servirnos. Después de su Padre celestial y de su Madre amantísima, Jesús nos considera a cada uno de nosotros en particular como lo primero en su amor como si no exisitiera ninguna otra persona en el mundo.
Como Jesús, solo se amarán de verdad aquellos que, después de Dios y su Madre aman a su prójimo como a lo primero. Para los esposos, lo primero después de Dios, es su cónyuge y los hijos. Para los hijos, lo primero después de Dios, son sus padres. Para los que se aman mal, lo primero no es ni Dios ni el prójimo, sino sus propios intereses egoístas. Así el esposo egoísta deja a su esposa sola y se va con los amigos un fin de semana, o a jugar al fútbol. Para la madre egoísta, lo primero no son sus hijos, sino su vida intelectual, profesional, o las amigas en el bridge.
· El amor de Jesús es compasivo: Jesús padece el hambre que padecemos nosotros: se compadece se pone en nuestro lugar: se hace hombre para sufrir el hambre del hombre. Sufre lo que sufrimos.
Asi nosotros, cuando amamos de verdad como Jesús, excusamos y no acusamos a los demás por sus pecados. Nos conmovemos por su miseria en vez de condenarla. Por otro lado, la compasión nos lleva a padecer lo que sufren o gozan los que amamos, como aconseja S Pablo: Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran, tened un mismo sentir los unos para con los otros[10]
· El amor de Jesús es pura gratuidad no exige retribución: en ningún momento Jesús desea que le paguen el pan: su generosidad es total: es puro DON; goza en el puro dar y darse por más que no se lo reconozcamos. Porque Dios es esencialmente Amor y su esencia es amar, darse.
Por más que no lo amen, Jesús da su sangre por todos, por puro amor, y sin esperar respuesta. El mal amor, ama por interés, y cuando el otro no le responde, le pasa factura de todos los momentos que lo amó y le pide que le devuelva los regalos que le hizo. El amor verdadero ama sin que le amen, lo que regala nunca lo reclama, y cuando le hacen mal, le devuelve con el bien: No devolváis a nadie mal por mal, sino haced el bien a todos los hombres. Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, y si tiene sed, dale de beber. No te dejes vencer por el mal, antes bien vence el mal con el bien[11].
· El amor de Jesús no se cansa: pese al cansancio que supone alimentar a cinco mil hombres, mas las mujeres y los niños (alrededor de quince mil personas), Jesús no muestra ningún tipo de cansancio.
Porque el verdadero amor nunca se toma vacaciones, da una fuerza y energía sobrehumanas que mueven a hacer por el amado constantes esfuerzos y renuncias, que resultan livianas. Lo que comunmente llamamos depresión es muchas veces cansancio por no amar bien. La mujer que está acostada todo el día sin querer hacer las cosas de la casa ha perdido el amor. El marido que se queda en casa durmiendo angustiado por la vida, es porque ha perdido el fuego del amor. Esto sucede cuando dejamos de morir cada día con alegría por los demás. Cuando no aceptamos la muerte cotidiana de amor como la meta de la santidad, sino como un peso insoportable. El ejemplo de Cristo y su gracia nos ayudan a morir por amor cada día sin desfallecer, y a hacerlo con santa alegría hasta la muerte final, como los mártires. Solo el verdadero amor de Jesús nos hace vencer toda depresión para darnos una desbordante felicidad, pues: Hay más felicidad en dar que en recibir[12]
· El amor de Jesús no es medido sino “sin medida”, hasta el extremo: Jesús ama hasta el extremo de hacer un milagro: podría haber previsto esta necesidad para aprovisionarse antes de pan: no, quiere demostrarnos que nos ama con amor hasta el exceso, el extremo: hasta morir. No era necesario llegar hasta el extremo: quiere demostrarnos que su amor es infinito, sin medida, que llega el extremo de morir por nuestro amor en la Cruz y en cada Eucaristía.
· El amor de Jesús no se queja: notemos que nadie agradece a Jesús y el Señor no se queja de ello: sigue amando pues el eterno y divino oficio de Dios es amarnos sin cesar.
· El amor de Jesús es Humilde: Cristo no quiere que le proclamen rey por esta obra de amor: huye. Porque Dios obra ocultamente sin tocar la trompeta. Es que el verdadero amor por ser puro, es oculto.
· El amor de Jesús está en los detalles: da de comer, hace una comida. Piensa en aliviar la fatiga de los demás. Hace que la gente se ponga cómoda: Haced que se recueste la gente. A los que quieren hartarse no se lo niega: les dio todo lo que quisieron, y tambien dice el texto que todos se saciaron.
· El amor de Jesús está en el milagro de lo normal y cotidiano:
Jesús podría haber mandado a sus Ángeles que sirvieran una mesa con manjares suculentos a la gente, como después de los cuarenta días que fue tentado por el demonio en el desierto y los Ángeles le servían. Hubiera sido más espectacular. Nada de eso. Santifica lo ordinario. Hace un milagro de lo normal y cotidiano de la comida de panes y pescados, la comida corriente y básica en esa época. Porque Jesús sigue estando en la normalidad de cada día, en lo cotidiano y pequeño de la mesa y de la vida del hogar. Con Jesús lo ordinario de nuestra vida se hace extraordinario: está presente con nosotros en las pequeñeces de nuestra vida. Hemos de verlo en nuestras vidas junto a nosotros.
¡Jesús Fuente del Amor verdadero, infunde tu Amor divino en nuestros corazones, danos tu Espíritu Santo para que te amemos divinamente con este Fuego, y haz que con este Fuego muramos de Amor por ti y por nuestros hermanos!
Amen.
P GUILLERMO CASTILLO OSB
[1] Sal 44, 3.
[2] Mt 25, 40.
[3] Jn 1, 3.
[4] Para los primeros cristianos, Cristo se simbolizaba con un pez. Porque la palabra griega pez (= ichtys) formaba un acróstico de otras palabras griegas: Jesús, Ungido, Hijo de Dios y Salvador.
[5] 2 Co 6, 11.
[6] 2 Co 12, 15.
[7] Is 49, 15.
[8] Sal 32, : Cogitatiónes Cordis ejus in generatióne et generatiónem: ut éruat a morte ánimas eórum et alat eos in fame.
[9] Flp 1, 7-8.
[10] Rm 12, 15-16.
[11] Rm 12, 17. 20-21.
[12] Hch 20, 35.
La Persona de Jesús, es el Amor de Dios hecho carne. Jesús es la Fuente del Amor verdadero porque nos da su Espíritu Santo que es al Amor de Dios. Pero también su Palabra, su Vida, hasta el más mínimo de sus gestos humanos, son el Libro del Amor verdadero donde Dios Padre nos enseña a amar. Y precisamente el gran problema del hombre de hoy es que no ama, no sabe amar y no lo saben amar. Cristo es la Escuela del Amor verdadero. Cada capítulo de la vida de Jesús es un río de Amor que sale de su Corazón que se bifurca en mil afluentes. En el Evangelio de hoy Jesús es uno de esos ríos que nos revela una serie de características preciosas de su Amor infinito hacia nosotros. Es importante detenerse porque a través de ellas también nos enseña cómo hemos de amar al prójimo.
· El amor de Jesús comienza al mirar la belleza del hombre: Dice el Evangelio de hoy que Levantó Jesús los ojos y miró a toda la gente. Miró y amó.
Su amor comienza con una mirada y continúa con una mirada. Una mirada ante la belleza del otro, que queda atrapado por ella, se entrega y no se detiene ante la fealdad del pecado original. La luz de la belleza del hombre se mezclaba con la fealdad del pecado. Cristo al mirar al hombre, amaba y se enamoraba de esta belleza, y a la vez lo salvaba de la fealdad del pecado. Amor de goce por la belleza, y a la vez amor de compasión por el pecado que afeaba a la belleza.
Al mirar los ojos del hombre, Jesús se encontraba con un reflejo de la mirada bella de sí mismo: porque la mirada del hombre había sido hecha a imagen y semejanza de la mirada bellísima de Cristo Hombre de quien dice el Salmo: Eres el más bello de los hombres en tus labios se derrama la gracia[1]. Cristo, en los ojos del hombre se encontraba con el espejo de su belleza. Luego, se amaba a sí mismo al amarnos a nosotros. La mirada de Jesús es la mirada de Dios que ve lo más profundo del corazón, que goza con el misterio más profundo de la persona, que es siempre bello porque todos somos hechos a imagen y semejanza de la belleza de Dios. Cristo se enamoraba de la belleza perdida en el Edén, y que sería recuperada por su Pascua. Si Cristo no se hubiera detenido en esta visión de la belleza, no hubiera amado al hombre ni se habría encarnado para salvarlo y devolverle la belleza perdida, dándole la belleza de su Resurrección.
Nosotros, para amar de verdad como Jesús, hemos de mirar al prójimo, con profunda fe. Para que, más allá de lo visible, veamos la belleza de los Ojos de Cristo, en los ojos de nuestros hermanos, porque dice el Señor: lo que hacen al menor de mis hermanos, me lo hacen a mí[2]. Como Jesús no hemos de detenermos ante la fealdad visible, y la fealdad del pecado en nuestros hermanos, sino contemplar y descansar solo en los rasgos de la belleza de Dios que nunca se borran. En nuestros hermanos, más allá de su fealdad física o moral, más allá de sus límites, hemos de ver, respetar y amar al mismo Cristo que está siempre en él. Cuando no amamos con esta mirada de fe, cosificamos al prójimo.
Todas las faltas de caridad, se deben a que no miramos a Jesús en el otro, sino que lo miramos como cosa no humana, como plastilina manejable, sin vida, descartable y despreciable. Mira el hombre como cosa al ser desde su concepción y por eso aborta. Mira el esposo a su esposa como cosa, y la maltrata. Mira el jefe a su empleado como cosa y lo humilla. Mira el novio a su novia como cosa de placer, como golosina de quiosco y por eso la usa y luego la deja y se olvida. Solo viendo a Jesús en el otro lo tratamos con profundo respeto, amor, reverencia. Sin la mirada de Jesús y sin mirar a Jesús en el prójimo, nunca nacerá ni habrá amor verdadero.
· La Mirada de Amor de Jesús nos da la existencia: Jesús miraba a estas personas. Era la mirada de Amor de Dios Creador. Y cuando Dios mira un ser, lo crea y le da vida. Luego, si algo existe se debe a que es mirado continuamente por Dios. De esta mirada dice S Juan: Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe[3]. Gracias a que Jesús no cesa de mirarnos, no cesamos de ser y existir. Mirada del Amor que mantiene para siempre nuestro ser, y por la que existimos para siempre. Esta mirada nos hace eternos. Tenemos un alma eterna, gracias a la eterna mirada de amor de Jesús que nunca cesará de mirarnos con amor creador.
Cuando amamos de verdad como Jesús, queremos la existencia de nuestros hermanos. Lo queremos, sostenemos y protegemos desde su concepción en el seno materno, y durante toda la vida. Por no amar de verdad, no amamos la propia existencia ni la de los demás. Muchos no aman la existencia de los demás porque no aman la propia. Y no aman la propia porque nunca se sintieron amados de verdad. La existencia propia y de los demás son un don divino que estamos obligados a amar, preservar y mantener. Primero de todo hemos de amar la existencia de nuestra alma. Nuestra alma vive, tiene existencia por el bautismo y por la vida del Espíritu que se nos infunde en nuestros corazones, y que poseemos mientras no hayamos pecado mortalmente. Existir espiritualmente, supone dejar el pecado y vivir la vida de la gracia, vivir en Cristo.
Tenemos que querer y buscar nuestra salvación eterna, nuestra vida espiritual. También tenemos que amar nuestra existencia en este mundo. Hemos de amar nuestro cuerpo, nuestra salud. Debemos querer también que nuestro prójimo exista: hay personas que viven sin importarle la existencia del que vive al lado: qué siente, qué necesita, cómo vive, si sufre, cómo pasó el día, cual será su futuro. No le dirigen nunca la palabra, no lo saludan ni a la mañana, ni al mediodía, ni a al atardecer. Esposos que son los últimos en enterarse de la enfermedad de su mujer padecida durante años. Padres que no tienen la menor idea de quiénes son sus hijos, qué hacen, qué piensan. Ancianos que mueren solos en su casa, y sus familiares, se enteran un mes después. Padres que se enterar de la existencia de sus hijos, recién cuando asisten al sepelio de su hijo víctima de la droga o del sida.
Y primero de todo, debemos querer que nuestro prójimo exista en la vida divina, que se salve, que deje el pecado que viva en Cristo. ¿Qué madre se preocupa de que sus hijos vivan lejos del pecado, que amen a Cristo, amen a su Iglesia, oren y se confiesen?. ¿Qué padres educan a sus hijos para ser puros, vírgenes para prepararse al matrimonio?. ¿Qué padres y qué superior religioso se preocupan de que sus hijos sean santos?. Tenemos que cuidar la celebración de la existencia tanto divina, (por el bautismo), como humana (cumpleaños) también los aniversarios de compromiso, de matrimonio; de ordenación y profesión. Son detalles que muchos olvidan, o que no dan importancia. Son oportunidades para celebrar con gozo los regalos de nuestra existiencia divina y humana para decir a Dios: gracias porque este hermano existe. Y decir al hermano: nos alegramos de que existas y queremos que existas siempre..
· La Mirada de Amor de Jesús nos da la felicidad: En el Evangelio, Jesús sacia a los hambrientos con pan y peces. Los sacia, esto es: les da felicidad. Pero sobre todo los sacia con su mirada. La Mirada de Cristo es el pan de su amor demostrado en la multiplicación de los alimentos. Cristo es el Amor de Dios hecho hombre, cuyo Rostro se refleja en el pan y los peces, por eso este alimento ha dado tanto gozo a la multitud.
Nuestro gozo es saciarnos en la contemplación del Rostro de Jesús, presente en nuestros hermanos, en nuestra persona, en nuestra vida y sobre todo en la Ssma Eucaristía. La Ssma Eucaristía es ese pan que nos da Cristo Pez[4] para decirnos: Te amo. Nuestros hermanos son los panes y peces que el amor de Dios nos ofrece para decirnos: Te amo.. Nuestra persona con sus dones y los dones que Dios nos da en la vida, son los panes y peces que nos da Cristo para decirnos. Te amo. El Rostro de Jesús es nuestro Todo en la tierra y será nuestro Todo en la vida eterna. Pues el paraíso será el eterno encuentro feliz con la mirada de Jesús. Quien contempla así a Jesús en la tierra ha encontrado el secreto de la felicidad eterna. Si contemplamos el Rostro de Cristo en la Eucaristía, hemos encontrado el paraíso feliz en la tierra. Pero también hemos de contemplar el Rostro de Cristo en el prójimo. Sin esta contemplación pronto nos aburriremos de él, estaremos tristes a su lado, haga lo que haga, nos hartará su presencia y desearemos huir.
Ser felices para siempre como esposos, como padres, como hijos, como sacerdotes y religiosos, como amigos, es contemplar la mirada de Jesús en los demás. Solo esto nos colma de paz y felicidad. Por eso, si la esposa no ve el Rostro de Cristo en su esposo nunca será plenamente feliz. Si el padre no ve el Rostro de Cristo en sus hijos, nunca será feliz como padre. Si los hijos no ven el Rostro de Cristo en sus padres, nunca serán felices. Si los novios no ven el Rostro de Cristo entre ellos, nunca se enamorarán de la belleza real y eterna y se hartarán el uno del otro. Si el amigo no ama a Cristo en el amigo, vano será su amor.
· El amor de Jesús es Éxtasis: Jesús sale de sí mismo para descansar por el amor en el corazón de sus hijos. Pan y peces expresan esta realidad espiritual: al Corazón de Cristo que sale de sí para darse a nuestro corazón y morar en él.
Cristo, en un movimiento de Amor de incomparable Éxtasis divino, salió de sí mismo en los Cielos, para ir al encuentro del hombre, se hizo Hombre, se hizo una sola cosa con él, y luego muere por él en la Cruz, para llevarlo consigo a los Cielos en su Ascensión e insertarlo en el Fuego de Amor de la Ssma Trinidad.
Así también nosotros, si nos dejamos quemar por el Fuego de la caridad divina, salimos de nosotros mismos y descansamos en Cristo presente en el otro. Como S Pablo: ¡Corintios, nuestro corazón se a abierto de par en par. No está cerrado nuestro corazón para vosotros![5]. El amor verdadero es siempre éxtasis, que significa salida de sí. Cuando no amamos con caridad sino con concupiscencia, para nosotros mismos, y no para el otro y para su bien, no salimos de nosotros, sino que amamos al otro por el placer o utilidad que nos da, pero no solo por él mismo, y por Cristo en él y por su bien. Nuestro yo queda encerrado en la cápsula hermética del egoísmo. El éxtasis del amor de caridad, quiebra el propio yo, lo hace morir, para salir de sí e ir hacia el otro y llegar a ser una sola cosa con él, un solo yo con él. Pues nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama, y si el grano de trigo que cae en tierra no muere, no dará mucho fruto. Esta muerte da un profundo gusto para el que ama, como S Pablo que decía: ¡Muy gustosamente gastaré y me desagastaré por vuestras almas![6].
Solo cuando el otro es lo más importante que existe para mí, salgo de mí mismo para ir a él y me pierdo en él. Por eso lo que la calle llama comúnmente amor, es pasión fugaz que no dura nada: porque es puro egoísmo. Por eso nunca como hoy los hombres están solos. La nuestra, es una cultura de soledad. La nuestra es una cultura sin amigos. La nuestra es una cultura de monólogo y no de diálogo. La nuestra es una cultura sin esposos ni hijos. Porque la mayoría vive encerrado en sí mismo, no rompe su yo, no muere por el bien del otro, para ir a su encuentro, hacerse uno con él y entrar en comunión de amor con él.
· El amor de Jesús es perfecto olvido de sí mismo: Jesús no piensa en sí mismo, no le interesa su necesidad de comer sino antes que nada el saciar nuestra nuestra hambre.
Así amamos de verdad cuando nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestros intereses, de nuestro tiempo, de nuestros gustos, de nuestra familia, de nuestra cultura, de nuestros planes: por el bien del amado, para adaptamos a él y hacernos iguales a él. El mal amor no se olvida de sí sino que exige al otro que se olvide de sí por uno mismo. Así tenemos al soberbio y tirano que anula al otro para que cambie a su gusto, mientras él no hace nada. Todo tiene que rondar en él como centro. El verdadero amor lleva a las dos partes a olvidarse de sí a la vez, el uno por el otro: en este olvido mutuo no se anulan sino que son más ellos mismos.
Por eso muy pocos esposos se aman entre sí, muy pocos novios se aman entre sí, muy pocos religiosos se aman entre sí, porque no se olvidan perfectamente de sí mismos: no aceptan al otro como un don, no quieren que el otro sea como Dios lo hizo, con sus dones, familia e historia, con sus necesidades, sino que quieren que sea como ellos se imaginan: que sea solo como su familia, que sea como su mamá o papá; que sea como su fantasía; que sea solo como a él le gusta. Así la mayoría vive sin conocer jamás a su cónyuge, forzandole a ser según una imagen que no tiene. Por lo cual, ningún matrimonio o vínculo humano puede durar mucho tiempo. Y por eso la mayoría de los que hoy se casan, no están casados y cuando se casan pronto se separan o divorcian.
· El amor de Jesús nos lleva continuamente consigo en su pensamiento: Jesús, como Dios, desde toda la eternidad y para siempre piensa con amor y sin cesar en cada uno de nosotros disponiendo todo para nuestro bien. Jesús nunca se olvida de nosotros porque nos ama. Como dice el Señor: ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?. Pues aunque ellas llegasen a olvidar, YO, NO TE OLVIDO[7] .
Como Jesús, el que ama de verdad, lleva continuamente en su pensamiento a la persona amada, no la olvida, y solo vive pensando en el modo de complacerla, de hacerle el bien, de hacerla feliz. En este pensamiento, conoce más al otro e intuye y descubre lo que le pasa o necesita. Como las madres que con su pensamiento intuyen lo que tienen sus hijos. Hoy los esposos no piensan el uno en el otro y en sus necesidades: su pensamiento lo ocupa la profesión y en cómo ascender, el ganar más dinero, el hacer un máster. Viven pensando cómo competir entre sí, para ver quién tiene más poder y es más importante. Viven sin verse, sin dialogar, sin conocerse, comparten todo sin compartir nada. Viven juntos, sin apoyarse en nada. Viven juntos estando siempre separados. Se olvidan del otro, de sus aniversarios, de su salud, de su bien. Hoy ser esposos pareciera un simple contrato de trabajo entre dos egoístas competitivos que reclaman el pago de las deudas.
· El amor de Jesús nos lleva continuamente consigo en su Corazón: como a toda esta gente a los llevaba consigo sin poder sacarlos de ahí. Por eso, Dios es siempre fiel. Como canta la Liturgia sobre el Corazón de Jesús diciendo: Los pensamientos de su Corazón de generación en generación, para salvar sus almas de la muerte y saciarlos en tiempo de hambre[8]
Nosotros también cuando amamos de verdad a alguien, esa persona habita para siempre en nuestro corazón y ahí dentro nos encontramos con ella de contínuo, conversamos, la evocamos con el recuerdo y la volvemos a amar una y mil veces. El corazón humano, hecho según el modelo del Corazón de Dios, le quema un fuego inextingible: es el deseo de amar y ser amado eternamente. Y a la persona que desea, ya la posee dentro de su corazón donde habita de modo real, espiritual y permanente. Nosotros hemos sido creados para que nuestro corazón arda en el deseo de amar a Jesús, y por este deseo Jesús viene a habitar en nuestro interior de modo habitual. Pero también cuando nuestro corazón ama de verdad a alguien, arde deseando su presencia, y este deseo hace que el amado habite siempre en su corazón. Esta presencia eterna del amado en nosotros, la expresamos por la fidelidad eterna. Por no se entiende un matrimonio sin esta fidelidad eterna, al igual que la amistad y los otros amores según Dios.
Por eso quien no ama de verdad tiene siempre el corazón vacío de su presencia. Y por eso le es fácil la traición, la infidelidad y el olvido. Quien dice que ama a alguien y tiene el corazón vacío y frío, en realidad no lo ama. Nada más lejos del amor que tener un corazón vacío del amado. Un corazón frío que no se inmuta por su recuerdo. Un corazón indiferente que le da lo mismo que esté o que no esté presente. Hemos de llevar a nuestro prójimo en el corazón y ahí dentro decirle que le amamos como dice S Pablo: os llevo en mi corazón. Testigo es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el Corazón de Cristo Jesús[9]
· El amor pone de Jesús pone a nuestra persona en primer plano: Jesús se olvida de sí mismo para ponernos a nostros en primer plano, para servirnos. Después de su Padre celestial y de su Madre amantísima, Jesús nos considera a cada uno de nosotros en particular como lo primero en su amor como si no exisitiera ninguna otra persona en el mundo.
Como Jesús, solo se amarán de verdad aquellos que, después de Dios y su Madre aman a su prójimo como a lo primero. Para los esposos, lo primero después de Dios, es su cónyuge y los hijos. Para los hijos, lo primero después de Dios, son sus padres. Para los que se aman mal, lo primero no es ni Dios ni el prójimo, sino sus propios intereses egoístas. Así el esposo egoísta deja a su esposa sola y se va con los amigos un fin de semana, o a jugar al fútbol. Para la madre egoísta, lo primero no son sus hijos, sino su vida intelectual, profesional, o las amigas en el bridge.
· El amor de Jesús es compasivo: Jesús padece el hambre que padecemos nosotros: se compadece se pone en nuestro lugar: se hace hombre para sufrir el hambre del hombre. Sufre lo que sufrimos.
Asi nosotros, cuando amamos de verdad como Jesús, excusamos y no acusamos a los demás por sus pecados. Nos conmovemos por su miseria en vez de condenarla. Por otro lado, la compasión nos lleva a padecer lo que sufren o gozan los que amamos, como aconseja S Pablo: Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran, tened un mismo sentir los unos para con los otros[10]
· El amor de Jesús es pura gratuidad no exige retribución: en ningún momento Jesús desea que le paguen el pan: su generosidad es total: es puro DON; goza en el puro dar y darse por más que no se lo reconozcamos. Porque Dios es esencialmente Amor y su esencia es amar, darse.
Por más que no lo amen, Jesús da su sangre por todos, por puro amor, y sin esperar respuesta. El mal amor, ama por interés, y cuando el otro no le responde, le pasa factura de todos los momentos que lo amó y le pide que le devuelva los regalos que le hizo. El amor verdadero ama sin que le amen, lo que regala nunca lo reclama, y cuando le hacen mal, le devuelve con el bien: No devolváis a nadie mal por mal, sino haced el bien a todos los hombres. Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, y si tiene sed, dale de beber. No te dejes vencer por el mal, antes bien vence el mal con el bien[11].
· El amor de Jesús no se cansa: pese al cansancio que supone alimentar a cinco mil hombres, mas las mujeres y los niños (alrededor de quince mil personas), Jesús no muestra ningún tipo de cansancio.
Porque el verdadero amor nunca se toma vacaciones, da una fuerza y energía sobrehumanas que mueven a hacer por el amado constantes esfuerzos y renuncias, que resultan livianas. Lo que comunmente llamamos depresión es muchas veces cansancio por no amar bien. La mujer que está acostada todo el día sin querer hacer las cosas de la casa ha perdido el amor. El marido que se queda en casa durmiendo angustiado por la vida, es porque ha perdido el fuego del amor. Esto sucede cuando dejamos de morir cada día con alegría por los demás. Cuando no aceptamos la muerte cotidiana de amor como la meta de la santidad, sino como un peso insoportable. El ejemplo de Cristo y su gracia nos ayudan a morir por amor cada día sin desfallecer, y a hacerlo con santa alegría hasta la muerte final, como los mártires. Solo el verdadero amor de Jesús nos hace vencer toda depresión para darnos una desbordante felicidad, pues: Hay más felicidad en dar que en recibir[12]
· El amor de Jesús no es medido sino “sin medida”, hasta el extremo: Jesús ama hasta el extremo de hacer un milagro: podría haber previsto esta necesidad para aprovisionarse antes de pan: no, quiere demostrarnos que nos ama con amor hasta el exceso, el extremo: hasta morir. No era necesario llegar hasta el extremo: quiere demostrarnos que su amor es infinito, sin medida, que llega el extremo de morir por nuestro amor en la Cruz y en cada Eucaristía.
· El amor de Jesús no se queja: notemos que nadie agradece a Jesús y el Señor no se queja de ello: sigue amando pues el eterno y divino oficio de Dios es amarnos sin cesar.
· El amor de Jesús es Humilde: Cristo no quiere que le proclamen rey por esta obra de amor: huye. Porque Dios obra ocultamente sin tocar la trompeta. Es que el verdadero amor por ser puro, es oculto.
· El amor de Jesús está en los detalles: da de comer, hace una comida. Piensa en aliviar la fatiga de los demás. Hace que la gente se ponga cómoda: Haced que se recueste la gente. A los que quieren hartarse no se lo niega: les dio todo lo que quisieron, y tambien dice el texto que todos se saciaron.
· El amor de Jesús está en el milagro de lo normal y cotidiano:
Jesús podría haber mandado a sus Ángeles que sirvieran una mesa con manjares suculentos a la gente, como después de los cuarenta días que fue tentado por el demonio en el desierto y los Ángeles le servían. Hubiera sido más espectacular. Nada de eso. Santifica lo ordinario. Hace un milagro de lo normal y cotidiano de la comida de panes y pescados, la comida corriente y básica en esa época. Porque Jesús sigue estando en la normalidad de cada día, en lo cotidiano y pequeño de la mesa y de la vida del hogar. Con Jesús lo ordinario de nuestra vida se hace extraordinario: está presente con nosotros en las pequeñeces de nuestra vida. Hemos de verlo en nuestras vidas junto a nosotros.
¡Jesús Fuente del Amor verdadero, infunde tu Amor divino en nuestros corazones, danos tu Espíritu Santo para que te amemos divinamente con este Fuego, y haz que con este Fuego muramos de Amor por ti y por nuestros hermanos!
Amen.
P GUILLERMO CASTILLO OSB
[1] Sal 44, 3.
[2] Mt 25, 40.
[3] Jn 1, 3.
[4] Para los primeros cristianos, Cristo se simbolizaba con un pez. Porque la palabra griega pez (= ichtys) formaba un acróstico de otras palabras griegas: Jesús, Ungido, Hijo de Dios y Salvador.
[5] 2 Co 6, 11.
[6] 2 Co 12, 15.
[7] Is 49, 15.
[8] Sal 32, : Cogitatiónes Cordis ejus in generatióne et generatiónem: ut éruat a morte ánimas eórum et alat eos in fame.
[9] Flp 1, 7-8.
[10] Rm 12, 15-16.
[11] Rm 12, 17. 20-21.
[12] Hch 20, 35.
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