...Siempre a través de este camino de la «obediencia de la fe» María oye algo más tarde otras palabras; las pronunciadas por Simeón en el Templo de Jerusalén. Cuarenta días después del Nacimiento de Jesús, según lo prescrito por la Ley de Moisés, María y José «llevaron al Niño a Jerusalén para presentarle al Señor» (Lc 2, 22) El Nacimiento se había dado en una situación de extrema pobreza. Sabemos, pues, por Lucas que, con ocasión del censo de la población ordenado por las autoridades romanas, María se dirigió con José a Belén; no habiendo encontrado «sitio en el alojamiento», dio a luz a Su Hijo en un establo y «le acostó en un pesebre » (cf. Lc 2, 7).
Un hombre justo y piadoso, llamado Simeón, aparece al comienzo del «itinerario» de la fe de María. Sus palabras, sugeridas por el Espíritu Santo (cf. Lc 2, 25-27), confirman la verdad de la Anunciación. Leemos, en efecto, que «tomó en brazos» al Niño, al que —según la orden del ángel— «se le dio el nombre de Jesús» (cf. Lc 2, 21). El discurso de Simeón es conforme al significado de este nombre, que quiere decir Salvador: «Dios es la salvación». Vuelto al Señor, dice lo siguiente: «Porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2, 30-32). Al mismo tiempo, sin embargo, Simeón se dirige a María con estas palabras: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ... a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones»; y añade con referencia directa a María: «y a Ti misma una espada te atravesará el alma» (Lc 2, 34-35). Las palabras de Simeón dan nueva luz al anuncio que María ha oído del ángel: Jesús es el Salvador, es «Luz para iluminar» a los hombres. ¿No es aquel que se manifestó, en cierto modo, en la Nochebuena, cuando los pastores fueron al establo? ¿No es aquel que debía manifestarse todavía más con la llegada de los Magos del Oriente? (cf. Mt 2, 1-12). Al mismo tiempo, sin embargo, ya al comienzo de su vida, el Hijo de María —y con Él su Madre— experimentarán en sí mismos la verdad de las restantes palabras de Simeón: «Señal de contradicción» (Lc 2, 34). El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir en la incomprensión y en el dolor. Si por un lado, este anuncio confirma su fe en el cumplimiento de las promesas divinas de la salvación, por otro, le revela también que deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa. En efecto, después de la visita de los Magos, después de su homenaje («postrándose le adoraron»), después de ofrecer unos dones (cf. Mt 2, 11), María con el Niño debe huir a Egipto bajo la protección diligente de José, porque «Herodes buscaba al Niño para matarlo» (cf. Mt 2, 13). Y hasta la muerte de Herodes tendrán que permanecer en Egipto (cf. Mt 2, 15). (Redemptoris Mater, 16)
Juan Pablo II
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