Este rayo de la noche de Navidad, rayo del nacimiento de Dios, no es sólo el recuerdo de las luces del árbol junto al pesebre en casa, en la familia o en la iglesia parroquial, sino algo más. Es la chispa de luz más profunda de la humanidad a quien Dios ha visitado, esta humanidad acogida de nuevo y asumida por Dios mismo; asumida en el Hijo de María en la unidad de la Persona divina: el Hijo Verbo. La naturaleza humana asumida místicamente por el Hijo de Dios en cada uno de nosotros, que hemos sido adoptados en la nueva unión con el Padre. La irradiación de este misterio se expande lejos, muy lejos; alcanza también aquellas partes o esferas de la existencia de los hombres en las que todo pensamiento acerca de Dios ha sido como ofuscado, y parece estar ausente como si se hubiera quemado y apagado del todo. Y he aquí que con la noche de Navidad apunta un resplandor: ¿Acaso... a pesar de todo? Bienaventurado este “acaso... a pesar de todo”: es un indicio de fe y esperanza.
2. En la fiesta de Navidad leemos que los pastores de Belén fueron convocados los primeros al pesebre a ver al recién nacido: “Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre” (Lc 2, 16).
Detengámonos en ese “encontraron”. Esta palabra indica búsqueda. En efecto, los pastores de Belén, cuando se pusieron a descansar con su rebaño, no sabían que había llegado el tiempo en que iba a acontecer lo que habían anunciado desde hacía siglos los Profetas del pueblo al que ellos mismos pertenecían; y que iba a tener cumplimiento precisamente aquella noche; y que se realizaría en las proximidades del lugar donde se hallaban. Incluso después de despertarse del sueño en que estaban sumidos, no sabían ni qué había ocurrido ni dónde había ocurrido. Su llegada a la gruta de la Natividad era el resultado de una búsqueda. Pero al mismo tiempo habían sido llevados y conducidos -según leemos- por la voz y la luz. Y si nos remontamos más en el pasado, los vemos guiados por la tradición de su pueblo, por su espera. Sabemos que Israel habla recibido la promesa del Mesías.
Y he aquí que el Evangelio habla de los sencillos, los modestos, los pobres de Israel: de los pastores que fueron los primeros en encontrarle. Además, habla con toda sencillez, como si se tratara de un acontecimiento “exterior”; han buscado dónde podría estar y finalmente lo han encontrado. A la vez, este “encontraron” de Lucas, indica una dimensión interior, lo que se verificó en los hombres la noche de Navidad, en aquellos sencillos pastores de Belén: “Encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre”, y después “...se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho” (Lc 2, 16. 20).
3. “Encontraron” indica “búsqueda”.
El hombre es un ser que busca. Toda su historia lo confirma. También la vida de cada uno de nosotros lo atestigua. Muchos son los campos en que el hombre busca e investiga y luego encuentra, y a veces, después de haber encontrado, comienza de nuevo a buscar. Entre todos estos campos en que el hombre se revela como un ser que busca, hay uno, el más profundo. Es el que entra más íntimamente en la humanidad misma del ser humano. Y es el más vinculado al sentido de toda la vida humana.
El hombre es el ser que busca a Dios.
Varios son los senderos de esta búsqueda. Múltiples son las historias del alma humana precisamente en esos caminos. A veces las vías parecen muy sencillas y próximas. Otras veces son difíciles, complicadas, alejadas. Unas veces el hombre llega fácilmente a su “¡eureka!”, ¡he encontrado! Otras veces lucha con dificultades como si no pudiera penetrar en sí mismo ni en el mundo y, sobre todo, como si no pudiese comprender el mal que hay en el mundo. Es sabido que incluso en el contexto de la Navidad este mal ha hecho ver su rostro amenazador.
No son pocos los hombres que han descrito su búsqueda de Dios por los caminos de la propia vida. Son aún más numerosos los que callan considerando como su misterio más profundo y más íntimo todo lo que han vivido en esos caminos: lo que han experimentado, cómo han buscado, cómo han perdido la orientación y cómo la han encontrado de nuevo.
El hombre es el ser que busca a Dios.
Y hasta después de haberlo encontrado, sigue buscándolo. Y si lo busca sinceramente, lo ha encontrado ya; como dice Jesús al hombre en un célebre paso de Pascal: “Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado” (B. Pascal, Pensées, 553: Le mystère de Jésus).
Esta es la verdad sobre el hombre.
No se la puede falsificar. Tampoco se la puede destruir. Se la debe dejar al hombre, porque lo define.
¿Qué decir del ateísmo frente a esta verdad? Es necesario decir muchas cosas, más de las que se pueden encerrar en el marco de este breve discurso mío. Pero es preciso decir al menos una cosa: es indispensable aplicar un criterio, el criterio de la libertad del espíritu humano. No va de acuerdo con este criterio —criterio fundamental— el ateísmo, ya sea cuando niega a priori que el hombre es el ser que busca a Dios, o también cuando mutila de diversas maneras esa búsqueda en la vida social, pública y cultural. Tal comportamiento es contrario a los derechos fundamentales del hombre.
4. Pero no quiero detenerme en esto. Si hago alusión a ello es para mostrar toda la belleza y la dignidad de la búsqueda de Dios.
Este pensamiento me lo ha sugerido la fiesta de Navidad.
¿Cómo ha nacido Cristo? ¿Cómo ha venido al mundo? ¿Por qué ha venido al mundo?
Ha venido al mundo para que lo puedan encontrar los hombres; los que lo buscan. Al igual que lo encontraron los pastores en la gruta de Belén.
Diré más todavía. Jesús ha venido al mundo para revelar toda la dignidad y nobleza de la búsqueda de Dios, que es la necesidad más profunda del alma humana, y para salir al encuentro de esta búsqueda.
Juan Pablo II; Audiencia General del 27 de diciembre de 1978
Cristianos vayamos, jubilosa el alma.
La estrella nos llama junto a Belén.
Hoy ha nacido el Rey de los Cielos.
¡Cristianos adoremos!
¡Cristianos adoremos!
¡Cristianos adoremos
a nuestro Dios!
Humildes pastores dejan su rebaño,
y llevan sus dones al Niño Dios.
Nuestras ofrendas con amor llevemos.
Bendita la noche que nos trajo el Día.
Bendita la noche de Navidad.
Desde un pesebre el Señor nos llama.
El Dios invisible vístese de carne.
El Rey de la Gloria llorando está.
Viene a la tierra a darnos el Cielo.
La estrella nos llama junto a Belén.
Hoy ha nacido el Rey de los Cielos.
¡Cristianos adoremos!
¡Cristianos adoremos!
¡Cristianos adoremos
a nuestro Dios!
Humildes pastores dejan su rebaño,
y llevan sus dones al Niño Dios.
Nuestras ofrendas con amor llevemos.
Bendita la noche que nos trajo el Día.
Bendita la noche de Navidad.
Desde un pesebre el Señor nos llama.
El Dios invisible vístese de carne.
El Rey de la Gloria llorando está.
Viene a la tierra a darnos el Cielo.
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