Benedicto XVI: Jordania, un país que respeta la libertad religiosa
AMMÁN, viernes 8 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso pronunciado hoy por el Papa a su llegada al aeropuerto Reina Alia de Ammán, ante los Reyes de Jordania, Abdalá II bin al-Hussein y Rania, y ante las autoridades civiles y políticas del país, los miembros de la Familia Real, el Cuerpo Diplomático y los obispos de Tierra Santa.
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Majestades,
excelencias,
queridos hermanos obispos,
queridos amigos:
Os saludo con alegría a todos vosotros aquí presentes, mientras inicio mi primera visita a Oriente Medio desde mi elección a la Sede Apostólica, y estoy contento de p oner los pies en el suelo del Reino Hachemita de Jordania, una tierra tan rica en historia, patria de tan numerosas civilizaciones antiguas, y profundamente llena de significado religioso para judíos, cristianos y musulmanes. Agradezco a Su Majestad el rey Abdalá II por sus corteses palabras de bienvenida y el dirijo mis particulares felicitaciones en este año que marca el décimo aniversario de su subida al trono. Al saludar a Su Majestad, extiendo de corazón mis mejores augurios a todos los miembros de la Familia real y del Gobierno, y a todo el pueblo del Reino. Saludo a los obispos aquí presentes, especialmente a aquellos con responsabilidades pastorales en Jordania. Me dispongo con alegría a celebrar la liturgia en la Catedral de San Jorge mañana por la noche y en el Estadio Internacional el domingo junto a vosotros, queridos obispos, y con tan numerosos fieles confiados a vuestro cuidado pastoral.
He venido a Jord ania como peregrino para venerar los lugares santos que han tenido una tan importante parte en algunos de los acontecimientos clave de la historia bíblica. Sobre el Monte Nebo, Moisés condujo a su gente para echar una mirada a la tierra que se convertiría en su casa, y aquí murió y fue sepultado. En Betania más allá del Jordán, Juan Bautista predicó y dio testimonio de Jesús, a quien él mismo bautizó en las aguas del río que da el nombre a esta tierra. En los próximos días visitaré ambos lugares santos y tendré la alegría de bendecir las primeras piedras de las iglesias que serán construidas sobre el lugar tradicional del Bautismo del Señor. La posibilidad de que la comunidad católica de Jordania pueda edificar lugares públicos de culto es un signo del respeto de este país por la religión y en nombre de los católicos deseo expresar cuánto aprecio esta apertura. La libertad religiosa es ciertamente un derecho humano fundamental y es una ferviente esperanza y oración mías que el respeto de los derechos inalienables y de la dignidad de todo hombre y mujer llegue a ser cada vez más afirmado y difundido, no sólo en Oriente Medio sino en todas partes del mundo.
Mi visita a Jordania me ofrece la grata oportunidad de expresar mi profundo respeto por la comunidad musulmana y de rendir homenaje al papel de quía que lleva a cabo Su Majestad el Rey al promover una mejor comprensión de las virtudes proclamadas por el Islam. Ahora que han pasado algunos años desde la publicación del Mensaje de Ammán y del Mensaje Interreligioso de Amman, podemos decir que estas nobles iniciativas han obtenido buenos resultados al favorecer una alianza de civilizaciones entre el mundo occidental y el musulmán, desmintien do las predicciones de aquellos que consideran inevitables la violencia y el conflicto. En efecto, el reino de Jordania está desde hace tiempo en primera línea en las iniciativas dirigidas a promover la paz en Oriente Medio y en el mundo, alentando el diálogo interreligioso, apoyando los esfuerzos para encontrar una solución justa al conflicto palestino-israelí, acogiendo los refugiados del vecino Iraq, e intentando frenar el extremismo. No puedo dejar pasar esta oportunidad sin traer a la mente los esfuerzos de vanguardia en favor de la paz en la región hechos por el anterior rey Huseín. Como parece oportuno que mi encuentro de mañana con los líderes religiosos musulmanes, el cuerpo diplomático y los rectores de la Universidad tenga lugar en la mezquita que lleva su nombre. Que su empeño por la solución de los conflictos de la región pueda seguir dando fruto en el esfuerzo por promover una pa z duradera y una verdadera justicia para todos aquellos que viven en Oriente Medio.
Queridos amigos, en el Seminario celebrado en Roma el pasado otoño en el Foro Católico-Musulmán, los participantes examinaron el papel central llevado a cabo, en nuestras respectivas tradiciones religiosas, por el mandamiento del amor. Espero vivamente que esta visita y en realidad todas las iniciativas programadas para promover buenas relaciones entre cristianos y musulmanes, puedan ayudar a crecer en el amor hacia el Dios Omnipotente y Misericordioso, como también en el amor fraterno mutuo. Gracias por vuestra acogida. Gracias por vuestra cortesía. ¡Que Dios conceda a sus Majestades felicidad y larga vida! ¡Que Él bendiga a Jordania con la prosperidad y la paz!
[Traducción por Inma Álvarez © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
Discurso de Benedicto XVI en el recinto exterior de la mezquita nacional jordanaEl amor a Dios está en contradicción con la violencia y la exclusión
AMMÁN, sábado, 9 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI este sábado en el encuentro con los jefes religiosos musulmanes, el cuerpo diplomático, y los rectores de las universidades de Jordania, tras haber visitado la mezquita nacional jordana de Al-Hussein Bin Talal. El Papa intervino después de que tomara la palabra el príncipe Ghazi Bin Muhammed Bin Talal, consejero del rey, de quien es primo, y figura de primer orden a nivel mundial en el diálogo interreligioso.
Alteza real,
excelencias,
ilustres señoras y señores:
Para mí es motivo de gran alegría mantener este encuentro con vosotros en esta mañana, en medio de este espléndido ambiente. Deseo dar las gracias al príncipe Ghazi Bin Muhammed Bin Talal por las gentiles palabras de bienvenida. Las numerosas iniciativas de Su Alteza Real para promover el diálogo y el intercambio interreligioso e interculturral son apreciadas por los ciudadanos del Reino Hachemita y son ampliamente respetadas por la comunidad internacional. Estoy informado de que estos esfuerzos reciben el apoyo activo de otros miembros de la Familia Real, así como del Gobierno de la nación, y encuentran amplia resonancia en las muchas iniciativas de colaboración entre los jordanos. Por todo esto deseo manifestar m i sincera admiración.
Lugares de culto, como esta estupenda mezquita de Al-Hussein Bin Talal, dedicada al venerado rey difunto, se alzan como joyas sobre la superficie de la tierra. Desde las antiguas a las modernas, desde las espléndidas a las humildes, todas hacen referencia a lo divino, al Único Trascendente, al Omnipotente. Y, a través de los siglos, estos santuarios han atraído a hombres y mujeres dentro de su espacio sagrado para hacer una pausa, para rezar y para tomar acto de la presencia del Omnipotente, así como para reconocer que todos nosotros somos sus criaturas.
Por este motivo debemos preocuparnos por el hecho de que hoy, con insistencia cada vez mayor, algunos consideran que la religión ha fracasado en su aspiración de ser, por su misma naturaleza, constructora de unidad y de armonía, una expresión de comunión entre personas y con Dios. De hecho, algunos afirman que la religión es necesariamente una causa de división en nuestro mundo; y por este motivo afirman que lo mejor es prestar la menor atención posible a la religión en la esfera pública. Por desgracia, no se pueden negar las tensiones y divisiones entre seguidores de diferentes tradiciones religiosas. Sin embargo, ¿acaso no sucede con frecuencia que la manipulación ideológica de las religiones, en ocasiones con objetivos políticos, se convierte en el auténtico catalizador de las tensiones y divisiones y con frecuencia también de la violencia en la sociedad? Ante esta situación, en la que los opositores de la religión no sólo tratan de acallar su voz sino de sustituirla con la suya, se experimenta de una manera más aguda la necesidad de que los creyentes sean fieles a sus principios y creencias. Musulmanes y cristianos, a causa del peso de nuestra historia común tan frecuen temente marcada por incomprensiones, tienen que comprometerse hoy por ser conocidos y reconocidos como adoradores de Dios fieles a la oración, deseosos de comportarse y vivir según las disposiciones del Omnipotente, misericordiosos y compasivos, coherentes para dar testimonio de todo lo que es justo y bueno, recordando siempre el origen común y la dignidad de cada persona humana, que constituye la cumbre del designio creador de Dios para el mundo y la historia.
La decisión de los educadores jordanos, así como de los líderes religiosos y civiles, de hacer que el rostro público de la religión refleje su auténtica naturaleza es digna de aplauso. El ejemplo de individuos y comunidades, junto con la disposición de cursos y programas, manifiestan la contribución constructiva de la religión en los sectores educativo, cultural, social, y en otros sectores caritativos de vuestra sociedad civil. Yo también he tenido la posibilidad de constatar personalmente algo de este espíritu. Ayer pude tomar contacto con la reconocida obra educativa y de rehabilitación realizada en el Centro de Nuestra Señora de la Paz, en el que cristianos y musulmanes están transformando las vidas de familias enteras, asistiéndolas para que sus hijos discapacitados puedan tener el puesto que les corresponde en la sociedad. Esta mañana, he bendecido la primera piedra de la Universidad de Madaba, donde jóvenes musulmanes y cristianos, codo a codo, recibirán los beneficios de una educación superior, que les preparará para contribuir al desarrollo económico y social de su nación. Tienen también gran mérito las numerosas iniciativas de diálogo interreligioso mantenidas por la Familia Real y por la comunidad diplomática, en ocasiones emprendidas en colaboración con el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Estas comprenden un continuo trabajo de los Institutos Reales para los Estudios Interreligiosos y el Pensamiento Islámico, el Mensaje de Ammán, de 2004, el Mensaje Interreligioso de Ammán, de 2005, y la reciente carta "Una palabra común", que se hacía eco de un tema semejante al que yo afronté en mi encíclica: el vínculo inquebrantable entre el amor de Dios y el amor al prójimo, así como la contradicción fundamental de recurrir, en el nombre de Dios, a la violencia o a la exclusión (Cf. Deus caritas est, 16).
Estas iniciativas llevan claramente a un mayor conocimiento recíproco y promueven un respeto cada vez mayor tanto por lo que tenemos en común como por lo que comprendemos de manera diferente. Por tanto, deberían llevar a cristianos y musulmanes a sondear aún más profundamente la relación esencial entre Dios y su mundo, de manera que juntos podamos movilizarnos para que la sociedad esté en armonía con el orden divino. En este sentido, la colaboración que tiene lugar aquí, en Jordania, constituye un ejemplo alentador y convincente para la región, es más, para el mundo, de la contribución positiva y creativa que la religión puede y debe dar a la sociedad civil.
Distinguidos amigos: hoy deseo men cionar una tarea que he presentado en varias ocasiones y que creo firmemente que los cristianos y los musulmanes pueden asumir, en particular, a través de su contribución a la enseñanza y la investigación científica, así como al servicio de la sociedad. Esta tarea es el desafío de cultivar para el bien, en el contexto de la fe y de la verdad, el gran potencial de la razón humana. Los cristianos, de hecho, describen a Dios, entre otras maneras, como Razón creativa, que ordena y guía al mundo. Y Dios nos da la capacidad de participar en esta Razón y, de este modo, actuar según el bien. Los musulmanes adoran a Dios, Creador del Cielo de la Tierra, que ha hablado a la humanidad. Y como creyentes en el único Dios, sabemos que la razón humana es en sí misma don de Dios, y se eleva al nivel más elevado cuando es iluminada por la luz de la verdad de Dios. En realidad, cuando la razón humana consiente humildemente ser purificada por la fe no se debilita; al contrario, se refuerza al resistir a la presunción de ir más allá de los propios límites. De esta manera, la razón humana se refuerza en el empeño de perseguir su noble objetivo de servir a la humanidad, manifestando nuestras aspiraciones comunes más íntimas, ampliando el debate público, en vez de manipularlo o restringirlo. Por tanto, la adhesión genuina a la religión, en vez de restringir nuestras mentes, amplía los horizontes de la comprensión humana. Esto protege a la sociedad civil de los excesos de un ego incontrolable, que tiende a hacer absoluto lo finito y a eclipsar lo infinito; de esta manera, asegura que la libertad se ejerza en consonancia con la verdad y enriquece la cultura con el conocimiento de lo que concierne a todo lo que es verdadero, bueno y bello.
Una comprensión así de la razón, que lleva continuamente a la mente humana más allá de sí misma en la búsqueda de lo Absoluto, plantea un desafío: implica un sentido tanto de esperanza como de prudencia. Juntos, cristianos y musulmanes, están llamados a buscar todo lo que es justo y recto. Estamos comprometidos a sobrepasar nuestros intereses particulares y a alentar a los demás, en particular los administradores y líderes sociales, a hacer lo mismo para experimentar la satisfacción profunda de servir al bien común, incluso en detrimento de uno mismo. Se nos recuerda que precisamente porque nuestra dignidad humana constituye el origen de los derechos humanos universales, éstos son válidos para todo hombre y mujer, sin distinción de grupos religiosos, sociales o étnicos. Bajo este aspecto, tenemos que subrayar que el derecho a la libertad religiosa va más allá de la cuestión del culto e incluye el derecho --en particular de las minorías-- del justo acceso al mercado del empleo y a las demás esferas de la vida civil.
Esta mañana, antes de despedirme de vosotros, quisiera subrayar de manera particular la presencia entre nosotros de Su Beatitud Emmanuel III Delly, patriarca de Bagdad, a quien saludo de corazón. Su presencia recuerda a los ciudadanos del cercano Irak, muchos de los cuales han encontrado una cordial acogida aquí, en Jordania. Los esfuerzos de la comunidad internacional para promover la paz y la reconciliación, junto con los de los líderes locales, tienen que seguir para que den fruto en la vida de los iraquíes. Expreso mi aprecio por todos aquellos que apoyan los esfuerzos orientados a profundizar la confianza y a reconstruir las instituciones y las infraestructuras esenciales para el bienestar de la sociedad. Una vez más pido con insistencia a lo s diplomáticos y a la comunidad internacional representada por ellos, así como a los líderes políticos y religiosos locales, que hagan todo lo posible para asegurar a la antigua comunidad cristiana de esa noble tierra el derecho fundamental a la pacífica convivencia con sus propios compatriotas.
Distinguidos amigos: confío en que los sentimientos que he expresado nos dejen con una renovada esperanza en el futuro. El amor y el deber ante el Omnipotente no se manifiestan sólo en el culto, sino también en el amor y en la preocupación por los niños y los jóvenes --vuestras familias-- y por todos los ciudadanos de Jordania. Por ellos trabajáis y por ellos ponéis en el centro de las instituciones, de las leyes y de la sociedad el bien de toda persona humana. ¡Que la razón, ennoblecida y hecha humilde por la grandeza de la verdad de Dios, siga plasmando las vidas y las instituciones de esta nación, de manera que las familias puedan florecer y todos puedan vivir en paz, contribuyendo y al mismo tiempo recurriendo a la cultura que unifica a este gran Reino! ¡Mil gracias!
[Traducción por Jesús Colina © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
Discurso del Papa en la catedral greco-melquita de San Jorge en Ammán
Reconocimiento de la riqueza de las Iglesias orientales
AMMÁN, sábado, 9 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI en la catedral greco-melquita de San Jorge, en Ammán, con motivo de la celebración de las vísperas junto a los sacerdotes, los religiosos, y las religiosas, los seminaristas y los miembros de movimientos eclesiales, en las que participó en la tarde de este sábado.
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Queridos hermanos y hermanas:
Es una gran alegría para mí celebrar las vísperas con vosotros en esta tarde en la catedral greco-melquita de San Jorge. Saludo cordialmente a Su Beatitud Gregorios III Laham, patriarca greco-melquita, que se nos ha unido desde Damasco; al arzobispo emérito Georges El-Murr; y a su excelencia Yaser Ayyach, arzobispo de Petra y Filadelfia; a quienes agradezco por sus gentiles palabras de bienvenida a las que con gusto correspondo con sentimientos de respeto. Saludo también a los jefes de las demás Iglesias católicas presentes en Oriente --maronita, sira, armenia, caldea y latina-- al igual que al arzobispo Benediktos Tsikoras de la Iglesia greco-ortodoxa. A todos vosotros, así como a los sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos, a los seminaristas y a los fieles laicos aquí reunidos esta tarde, expreso mi sincero agradecimiento por haberme ofrecido esta oportunidad de rezar con vosotros y de experimentar algo de la riqueza de vuestras tradiciones litúrgicas.
La Iglesia misma es un pueblo peregrino; como tal, a través de los siglos, ha estado marcado por acontecimientos históricos determinantes y por penetrantes vicisitudes culturales. Por desgracia, entre algunas de éstas se han dado períodos de disputas teológicas o de represión. Sin embargo, ha habido momentos de reconciliación, que han fortificado maravillosamente la comunión en la Iglesia, y tiempos de fecundo renacimiento cultural al que han contribuido decisivamente los cristianos orientales. Las Iglesias particulares dentro de la Iglesia universal testimonian el dinamismo de su camino terreno y manifiestan a todos los fieles el tesoro de tradiciones espirituales, litúrgicas y eclesiásticas que indican la bondad universal de Dios y su voluntad, manifestada en toda la historia, de atraer a todos hacia su vida divina.
El antiguo tesoro viviente de las tradiciones de las iglesias orientales enriquece a la Iglesia universal y no debe ser entendido nunca como un simple objeto que hay que custodiar pasivamente. Todos los cristianos están llamados a responder activ amente al mandato de Dios -- como lo hizo dramáticamente san Jorge, según la narración popular-- para llevar a los demás a conocerle y amarle. En realidad, las vicisitudes de la historia han fortalecido a los miembros de las Iglesias particulares para afrontar esta tarea con energía y para comprometerse decididamente con las realidades pastorales actuales. Entre vosotros, la mayor parte tiene lazos con el Patriarcado de Antioquía, y de este modo vuestras comunidades están bien arraigadas aquí, en Oriente Próximo. Y así, como hace dos mil años en Antioquía los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos, del mismo modo también hoy, como pequeñas minorías en comunidad diseminadas por estas tierras, también vosotros sois reconocidos como seguidores del Señor. La pública manifestación de vuestra fe cristiana no queda ciertamente reducida a la solicitud espiritual que tenéis los unos por los otros y por vuestra gente, por más esencial que sea. Por el contrario, vuestras numerosas iniciativas de caridad universal se extienden a todos los jordanos, musulmanes y de otras religiones, y también al gran número de refugiados que este reino acoge tan generosamente.
Queridos hermanos y hermanas: el primer Salmo (103) que hemos rezado esta tarde nos presenta gloriosas imágenes de Dios, Creador generoso, activamente presente en su creación, que sostiene la vida con gran bondad y orden sabio, siempre dispuesto a renovar la faz de la tierra. El pasaje de la epístola, que acabamos de escuchar, presenta sin embargo un panorama diferente. Nos advierte de manera amenazadora pero realista ante la exigencia de vigilar y ser conscientes de las fuerzas del mal que actúan para crear oscuridad en nuestro mundo (Cf. Efesios 6, 10-20). Algunos quizá sentir&aacu te;n la tentación de pensar que se da una contradicción; pero reflexionando sobre nuestra experiencia ordinaria humana reconocemos la lucha espiritual, advertimos la necesidad diaria de entrar en la luz de Cristo, de escoger la vida, de buscar la verdad. De hecho, este ritmo --sustraernos al mal y rodearnos con la fuerza de Dios-- es lo que celebramos en cada Bautismo: la entrada en la vida cristiana, el primer paso a través de la senda de los discípulos del Señor. Al recordar el bautismo que Cristo recibió de Juan en las aguas del Jordán, la comunidad reza para que quien va a recibir el Bautismo sea liberad del reino de la oscuridad y llevado al esplendor del reino de la luz de Dios, y de este modo reciba el don de la nueva vida.
Este movimiento dinámico de la muerte a la novedad de la vida, de las tinieblas a la luz, de la desesperación a la esperanza, que experimentamos de manera tan dramática durante el Triduo que se celebra con gran alegría en el período pascual, nos asegura que la misma Iglesia sigue siendo joven. Vive porque Cristo está vivo, verdaderamente ha resucitado. Vivificada por la presencia del Espíritu, avanza cada día llevando a los hombres y las mujeres al Dios viviente.
Queridos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosos, queridos fieles laicos, nuestros respectivos papeles de servicio y misión dentro de la Iglesia son la respuesta incansable de un pueblo peregrino. Vuestras liturgias, las disciplina eclesiástica y el patrimonio espiritual son un testimonio vivo de vuestra tradición. Amplificáis el eco de la primera proclamación del Evangelio, reaviváis los antiguos recuerdos de las obras de Dios, hacéis presentes sus gracias de salvación y difundís de nuevo el primer rayo de la luz pascual y el crepitar de las llamas de Pentecostés.
De este modo, imitando a Cristo y a los patriarcas y los profetas del Antiguo Testamento, partimos para conducir al pueblo del desierto hacia el lugar de la vida, hacia el Dios que nos da la vida en abundancia. Esto caracteriza a todas vuestras labores apostólicas, cuya variedad y calidad son muy apreciadas. Desde los asilos de niños hasta los centros de educación superior, desde los orfanatos hasta las casas de ancianos, desde el trabajo con los refugiados hasta la academia de música, las clínicas médicas y los hospitales, el diálogo interreligioso y las iniciativas culturales, vuestra presencia en esta sociedad es un signo maravilloso de la esperanza que nos califica como cristianos.
Esta esperanza llega mucho más allá de las fronteras de nuestras comunidades cristianas. De este modo descubrís con frecuencia que las familias de otras religiones, para las que trabajáis y ofrecéis vuestro ser vicio de caridad universal, tienen preocupaciones y dificultades que superan los confines culturales y religiosos. Esto se experimenta particularmente en lo que se refiere a las esperanzas y las aspiraciones de los padres para sus niños. ¿Qué padre o persona de buena voluntad no se sentiría turbado ante los influjos negativos tan penetrantes de nuestro mundo globalizado, incluidos los elementos destructivos de la industria de la diversión que con tanta insensibilidad se sirven de la inocencia y la fragilidad de la persona vulnerable y del joven? Sin embargo, con vuestros ojos fijos en Cristo, la luz que dispersa todo mal, restablece la inocencia perdida, y humilla el orgullo terreno, ofreceréis una magnífica visión de esperanza a todos los que encontráis y servís.
Deseo concluir con una palabra especial de aliento a los presentes, que se están formando para el sacerdocio y la vida religiosa. Guiad os por la luz del Señor resucitado, encendidos por su esperanza y revestidos de su verdad y amor, vuestro testimonio traerá abundantes bendiciones a quienes encontraréis en vuestro camino. Esto mismo se aplica a todos los jóvenes cristianos jordanos: no tengáis miedo de dar vuestra contribución sabia, acompasada y respetuosa a la vida pública del reino. ¡La voz auténtica de la fe siempre traerá integridad, justicia, compasión y paz!
Queridos amigos: con sentimientos de gran respeto por todos vosotros aquí reunidos conmigo en esta tarde de oración, os doy de nuevo las gracias por vuestras oraciones y por mi ministerio como sucesor de Pedro y aseguro a cuantos están encomendados a vuestra atención pastoral un recuerdo en mi oración diaria.
[Traducción por Jesús Colina© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
Bienvenida del ministro franciscano al Santo Padre en el Monte Nebo
Palabras de fray José Rodrígez Carballo ofm
AMMÁN, sábado, 9 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras de bienvenida que dirigió a Benedicto XVI en la antigua basílica del Memorial de Moisés en el Monte Nebo.
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Santo Padre, le doy la bienvenida en nombre de todos los frailes menores que viven en Tierra Santa y de toda la Orden con el saludo de san Francisco: ¡Que el Señor le dé la Paz!
Aquí, sobre el Monte Nebo, a las puertas de la tierra prometida, le damos la bienvenida en el comienzo de su peregrinación a Tierra Santa. Aquí Moisés, al finalizar el éxodo, tuvo la garantía de que vería la tierra que el Señor había prometido a su pueblo. La promesa de Dios se hacía finalmente realidad. Moisés había guiado a Israel durante cuarenta años, durante cuarenta años había sido la voz de Dios para el pueblo y la voz del pueblo ante Dios. Él recibió del Señor la ley y la consignó al pueblo de Israel para que la observara. Ayudó al pueblo a crecer en la fe, exhortándolo y sosteniéndolo en los momentos de desánimo, pero también amonestándolo y reprendiéndolo cuando la tentación de las cebollas que comían en Egipto se hacía más fuerte. Gracias a Moisés Israel había aprendido a conocer mejor a su Señor: un Dios providente que no abandona jamás a su pueblo; que durante el camino es la luz que alumbra en las tinieblas y descanso en las fatigas; que va al encuentro de sus hijos con el maná caído del cielo y con el agu a de la roca; que desciende a una tienda para estar en medio de ellos y con ellos se hace peregrino. Moisés de esta forma no sólo guió al pueblo de la Alianza hacia esta tierra sino que, sobre todo, lo condujo hacia su Señor y Salvador.
Santo Padre, usted hoy ha querido hacerse peregrino, recordándonos que esta es la condición del pueblo de Dios. En este viaje no está solo. Queremos acompañarle, queremos seguirle, como en un tiempo el pueblo de Israel siguió a Moisés y se dejó conducir por él. También nosotros hoy nos sentimos como en el desierto y tenemos necesidad de que alguien que nos conduzca hacia el Señor, de alguien que nos ayude a conocerlo siempre más como un Padre providente y misericordioso, como nuestro Señor Jesucristo nos lo ha revelado. Con frecuencia nos invade el desánimo y el miedo cuando el camino se hace áspero y duro. Hay veces e n que parece que el mal prevalece. Dondequiera que dirijamos la mirada, vemos guerras y violencia. Una gran parte de la humanidad está sometida bajo la pobreza mientras que los derechos humanos más elementales son pisoteados. Por la sed de riqueza y de poder los hombres no dejan de devastar la creación, que se les había entregado para que la cuidaran. La fe en la promesa de la tierra donde fluyen leche y miel, del Reino que crece sin hacer ruido, como el pequeño grano de la mostaza, corre el riesgo de desvanecerse en nuestros corazones y nos invade la tentación de dejar el arado y volver la vista atrás. Aquí, sobre este monte, un hermano nuestro, fray Michele Piccirillo, al que hace poco el Señor ha llamado a su seno, ha dedicado la vida entera para permitirnos gustar la belleza de estos lugares, sacando a la luz obras maestras perdidas y sepultadas desde hace siglos. Su obra, además de un inmenso valor científico, nos enseña que está en la naturaleza profunda del hombre el caminar siempre a la búsqueda de la verdadera belleza.
Santidad, en esta peregrinación nos confiamos a usted. Lleve nuestras súplicas al Señor y diríjanos una vez más aquella Palabra, que es la única que nos puede dar la salvación. Ayúdenos a descubrir la belleza de nuestra vocación, la belleza de ser discípulos del Resucitado. Entonces, como los discípulos, tendremos el valor de dejar a nuestras espaldas nuestro vivir cómodo y seguro para ponernos de nuevo en marcha por los caminos del mundo, testimoniando a todos la alegría de la Pascua.
Fray José Rodrígez Carballo ofm Ministro general