sábado, diciembre 27, 2008

Meditación ante el Santísimo Sacramento

Fuente: Catholic.net
Autor: Ma Esther De Ariño
No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá a vosotros.
¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?. ¿O cómo vas a decir a tu hermano: Deja que te saque esa brizna del ojo, teniendo la viga en el tuyo?. Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mateo 7, 1-5)
Señor, acabamos de leer tus palabras según el evangelista San Mateo.
Con qué claridad nos está hablando el Maestro, con qué claridad nos llega tu mandato, Señor: ¡NO JUZGUÉIS!... ¿Y qué hago yo de la mañana a la noche? Juzgar, criticar, murmurar... voy de chisme en chisme sin detenerme a pensar que lo que traigo y llevo entre mis manos, mejor dicho en mi lengua, es la fama, la honestidad, el buen nombre de las personas que cruzan por mi camino, por mi vida. Y no solo eso, me erijo en juez de ellos y ellas sin compasión, sin caridad y como Tu bien dices, sin mirar un poco dentro de mí. Señor, en este momento tengo la dicha inmensa e inmerecida de estar frente a Ti, Jesús, ¡qué pena tengo de ver esa viga que no está precisamente en mi ojo, sino en mi corazón...!
¿Por qué en este momento me siento tan pequeña, tan sin valor, con todas esas "cosas" que generalmente critico de los demás y que veo en mí son mayores y más graves?
Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes? Solo hay una respuesta: ¡porque me amas! Ahora mismo me estás mirando desde esa Sagrada Hostia con esos ojos de Dios y Hombre, con los mismos que todos los días miras a todos los hombres y mujeres, como miraste a María Magdalena, como miraste al ladrón que moría junto a ti y por esa mirada te robó el corazón para siempre... y así me estás mirando a mí esta mañana, en esta Capilla me estás hablando de corazón a corazón: "Ámame a mi y ama a los que te rodean, no juzgues a los que cruzan por tu camino, por tu vida... ámalos como me amas a mi, porque todos, sean como sean, son mis hijos, son mis criaturas y por ellos y por ti estuve un día muriendo en una Cruz... Te quiero a ti, los quiero a ellos, a TODOS...¡NO LOS JUZGUES!" Señor, ¡ayúdame! Arranca de mi corazón ese orgullo, esa soberbia, ese amor propio que no sabe pedir perdón y aún peor, ese sentimiento que me roe el alma y que no me deja perdonar... No perdones mis ofensas, mis desvíos, mi frialdad, mi alejamiento como yo perdono a los que me ofenden - así decimos en la oración que tu nos enseñaste, el Padrenuestro - a los que me dañan, a los que me lastiman, porque mi perdón suele ser un "perdón limitado", lleno de condiciones.... ¡Enséñame Señor, a dar ese perdón como es el tuyo: amplio, cálido, total, INFINITAMENTE TOTAL!
Hoy llegué a esta Capilla siendo la de siempre, con mi pereza, con mis rencillas muy mías y mis necedades, mi orgullo, mi intransigencia para los demás, sin paz, con mis labios apretados, sin sonrisa, como si el mundo estuviera contra mi...
Pero Tu me has mirado, Señor, desde ahí, desde esa humildad sin límites, desde esa espera eterna a los corazones que llegan arrepentidos de lo que somos... y he sabido y he sentido que me amas como nadie me puede amar y mi alma ha recobrado la paz. Ya no soy la misma persona y de rodillas me voy a atrever a prometerte que quiero ser como esa custodia donde estás guardado y que donde quiera que vaya, en mi hogar, en mi trabajo, en la calle, donde esté, llevar esa Luz que he visto en tus ojos, en los míos, y mirar a todos y al mundo entero con ese amor con que miras Tu y perdonar como perdonas Tu....
¡Ayúdame, Señor, para que así sea!

Echarle una mano a Dios

Fuente: Catholic.net
Autor: José Martín Descalzo
En una obra del escritor brasileño Pedro Bloch encuentro un diálogo con un niño que me deja literalmente conmovido. — ¿Rezas a Dios? —pregunta Bloch. — Sí, cada noche —contesta el pequeño. — ¿Y que le pides? — Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo. Y ahora soy yo quien me pregunto a mí mismo qué sentirá Dios al oír a este chiquillo que no va a Él, como la mayoría de los mayores, pidiéndole dinero, salud, amor o abrumándole de quejas, de protestas por lo mal que marcha el mundo, y que, en cambio, lo que hace es simplemente ofrecerse a echarle una mano, si es que la necesita para algo. A lo mejor alguien hasta piensa que la cosa teológicamente no es muy correcta. Porque, ¿qué va a necesitar Dios, el Omnipotente? Y, en todo caso, ¿qué puede tener que dar este niño que, para darle algo a Dios, precisaría ser mayor que El? Y, sin embargo, qué profunda es la intuición del chaval. Porque lo mejor de Dios no es que sea omnipotente, sino que no lo sea demasiado y que El haya querido «necesitar» de los hombres. Dios es lo suficientemente listo para saber mejor que nadie que la omnipotencia se admira, se respeta, se venera, crea asombro, admiración, sumisión. Pero que sólo la debilidad, la proximidad crea amor. Por eso, ya desde el día de la Creación, El, que nada necesita de nadie, quiso contar con la colaboración del hombre para casi todo. Y empezó por dejar en nuestras manos el completar la obra de la Creación y todo cuanto en la tierra sucedería. Por eso es tan desconcertante ver que la mayoría de los humanos, en vez de felicitarse por la suerte de poder colaborar en la obra de Dios, se pasan la vida mirando hacia el cielo para pedirle que venga a resolver personalmente lo que era tarea nuestra mejorar y arreglar. Yo entiendo, claro, la oración de súplica: el hombre es tan menesteroso que es muy comprensible que se vuelva a Dios tendiéndole la mano como un mendigo. Pero me parece a mi que, si la mayoría de las veces que los creyentes rezan lo hicieran no para pedir cosas para ellos, sino para echarle una mano a Dios en el arreglo de los problemas de este mundo, tendríamos ya una tierra mucho más habitable. Con la Iglesia ocurre tres cuartos de lo mismo. No hay cristiano que una vez al día no se queje de las cosas que hace o deja de hacer la Iglesia, entendiendo por «Iglesia» el Papa y los obispos. «Si ellos vendieran las riquezas del Vaticano, ya no habría hambre en el mundo». «Si los obispos fueran más accesibles y los curas predicasen mejor, tendríamos una Iglesia fascinante». Pero ¿cuántos se vuelven a la Iglesia para echarle una mano? En la «Antología del disparate» hay un chaval que dice que «la fe es lo que Dios nos da para que podamos entender a los curas». Pero, bromas aparte, la fe es lo que Dios nos da para que luchemos por ella, no para adormecernos, sino para acicateamos. «Dios —ha escrito Bernardino M. Hernando— comparte con nosotros su grandeza y nuestras debilidades». El coge nuestras debilidades y nos da su grandeza, la maravilla de poder ser creadores como El. Y por eso es tan apasionante esta cosa de ser hombre y de construir la tierra. Por eso me desconcierta a mi tanto cuando se sitúa a los cristianos siempre entre los conservadores, los durmientes, los atados al pasado pasadísimo. Cuando en rigor debíamos ser «los esperantes, los caminantes». Theillard de Chardín decía que en la humanidad había dos alas y que él estaba convencido de que «cristianismo se halla esencialmente con el ala esperante de la humanidad», ya que él identificaba siempre lo cristiano con lo creativo, lo progresivo, lo esperanzado. Claro que habría que empezar por definir qué es lo progresivo y qué lo que se camufla tras la palabra «progreso». También los cangrejos creen que caminan cuando marchan hacia atrás. De todos modos hay cosas bastante claras: es progresivo todo lo que va hacia un mayor amor, una mayor justicia, una mayor libertad. Es progresivo todo lo que va en la misma dirección en la que Dios creó el mundo. Y desgraciadamente no todos los avances de nuestro tiempo van precisamente en esa dirección. Pero también es muy claro que la solución no es llorar o volverse a Dios mendigándole que venga a arreglarnos el reloj que se nos ha atascado. Lo mejor será, como hacía el niño de Bloch, echarle una mano a Dios. Porque con su omnipotencia y nuestra debilidad juntas hay más que suficiente para arreglar el mundo.
José Luis Martín Descalzo, "Razones para vivir".

viernes, diciembre 26, 2008

En la Trinidad Santísima. Cómo nos habla Pablo

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los
lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

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Les invito, amigas y amigos, a que cuenten las veces que se nos saluda en la Iglesia con estas palabras:

“La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén con ustedes”.

¿Cuántas veces lo oímos?... ¿Y sabemos de quién son estas palabras?

Pues…, se las debemos a nuestro querido San Pablo, que así se despide de los Corintios (2Co 13,13)

Y empezamos con una pregunta: ¿Qué pensaba Pablo de la Santísima Trinidad?

Parecería fácil la respuesta, pero no resulta tan sencilla. Pensemos que Pablo era un judío acérrimo. Para él, no había más que un solo Dios, Yahvé y nadie más.
¿Y que le vengan ahora los de esa secta del Crucificado a decirle que Jesús es el Hijo de Dios, y Dios como su Padre? ¿Y que hablen de un Espíritu Santo, que también es Dios?...

A un judío tradicional esto no le entraba por nada en la cabeza. Por eso entregaron a Jesús, por blasfemo, porque se hacía pasar como Hijo de Dios y Dios como su Padre. Por eso apedrearon a Esteban, porque aseguró que veía a Jesús a la derecha de Dios, es decir, Dios también como Yahvé.

¿Cómo vino Pablo a saber que Jesús era Dios, y el Espíritu Santo también? Fue por iluminación clarísima de Dios. Al ver a Jesús que se le aparecía glorioso ante las puertas de Damasco, no lo dudó un instante: ¡Es el Hijo de Dios, y es Dios! Al recibir el bautismo tres días después, oye que le dice Ananías, el enviado de Dios: “Vengo para que te llenes del Espíritu Santo”.

A partir de ahora, sabe Pablo muy bien que Yahvé, el Dios de Israel, tiene un Hijo que es Dios, Jesucristo. Y sabe también que en Yahvé hay otra Persona divina, que se llama el Espíritu Santo.

¿Cómo hablará Pablo de las tres divinas Personas, qué dirá de cada una de ellas?
Sin hacer teología, siempre hablará del mismo y único Dios. Pero Pablo irá atribuyendo al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo lo que cada una de las tres Personas ha hecho y hace en la obra de la salvación y santificación de los hombres.
El Padre es el Dios todo en todas las cosas. (1Co 15,28)

Jesús, el Hijo, es el Dios bendito por los siglos (Ro 9,5) El Espíritu Santo es, dentro del mismo Dios, el único que sondea las profundidades infinitas de Dios (1Co 2,10)

¿Y qué hace el Padre por nuestra salvación? “Por el inmenso amor que nos tuvo” (Ef 2,4), “envió a su Hijo, nacido de una Mujer”, de María, con la cual únicamente comparte su paternidad divina (Gal 4,4). Y nos lo dio de tal manera, “que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros” (Ro 8,32)

¿Qué hace para salvarnos Jesús, el Hijo de Dios? Cada uno en particular repite con Pablo: “¡Que me amó y se entregó a la muerte pro mí!” (Gal 2,20)

¿Qué hace el Espíritu Santo?... “Se nos ha dado, y por él se ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones” (Ro 5,5)

Qué preciosidad de obra la del Dios Trinidad, tal como nos la describe San Pablo en sólo un par de líneas:

Es Dios, el Padre, quien nos da toda la fuerza en Cristo, su Hijo, y nos marca en nues-tros corazones con el sello de su Espíritu (2Co 1,21-22)

El Padre nos comunica toda su vida, y por eso somos sus hijos; lo hace el Padre mediante Jesucristo, en quien habita la plenitud de la Divinidad; y sella y garantiza su vida en nosotros para la eternidad con las arras del Espíritu Santo.

Tenía mucha razón aquel gran Papa y Doctor de la antigüedad cristiana, San León Mag-no, cuando se dirigía al bautizado:
“¡Reconoce, cristiano, tu dignidad!”. No encontrarás a nadie más grande que tú en la redondez del mundo.

Entre tantas veces que Pablo nos trae en sus cartas a las Tres Divinas Personas, podemos escoger una de singular valor:

“El Espíritu Santo se une a nuestro propio espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Ro 8,16-17)
Aquí encontramos la mística de lo que es en nosotros la Santísima Trinidad.

Nos encontramos, ante todo, con
el Padre que nos ama, y, porque nos ama, nos manda su Hijo a nuestros corazones. Con Él nos da su Vida y todas sus riquezas. Con el Hijo que el Padre nos ha dado y vive dentro de nosotros, tenemos expedito el camino que nos conduce al Padre y hallamos abierta la puerta del Dios que nos espera.

Jesucristo nos pasa a nosotros todos sus derechos de Hijo de Dios; nos comunica la Vida de su Padre Dios que Él posee en plenitud; nos hace herederos de su misma Gloria. Jesús es el Hijo Primogénito de Dios, y nosotros, sus hermanos, hijos también de Dios.

El Espíritu Santo, Espíritu del Señor Jesús, está muy metido en nosotros, invadiendo todo nuestro ser, y asegurándonos que sí, que tengamos fe y esperanza, porque Él mismo sale garante de que somos hijos de Dios. Es el Espíritu quien nos hace gritar cuando nos dirigimos a Dios: ¡Abbá, Padre, Papá!
Es el Espíritu Santo quien inspira nuestra oración y quien nos llena de anhelos celestiales y divinos. Y será el Espíritu Santo, concluye Pablo, quien, después que ha resucitado a Jesús de en-tre los muertos, nos resucitará también a nosotros, sacándonos de nuestros sepulcros para la gloria inmortal (Ro 8,11)

San Pablo no se mete a hacer teologías sobre la Santísima Trinidad. Pero lo que nos dice de Ella - y la cita en un montón de pasajes de sus cartas - no cansa el leerlo, el meditarlo, el asimilarlo como lo más dulce, tierno y subido de la vida cristiana.

¡Trinidad Santísima!, la Trinidad que Pablo nos enseña. Ven y vive en los hijos que tienes en la tierra, y que no pueden con las ganas que sienten de gozarte allá arriba, donde Tú los esperas a todos… 

De la fe al amor

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual LC
San Agustín decía que cuando uno se aparta de la fe se aleja de la caridad, pues no podemos amar lo que no sabemos si existe o no existe. En otras palabras, desde la fe reconocemos y aceptamos a otros en su bondad, en sus valores y riquezas personales, y sólo a partir de esta aceptación podemos amarlos (cf. De doctrina christiana I, 37, 41).

En muchos corazones se vive una crisis de amor. No hay capacidad de darse, de pensar en los demás, de salir de uno mismo para servir, para dar. Esta crisis de amor es consecuencia de una crisis de fe. Quizá nos faltan ojos para descubrir en cada hombre, en cada mujer, la presencia del Amor de Dios, un Amor que dignifica cualquier existencia humana.

Es verdad que algunas malas experiencias en el trato con otros nos hacen desconfiados, precavidos, “prudentes”. No resulta nada fácil ofrecer nuestro tiempo o nuestro afecto a alguien que nos puede engañar o tal vez podría llegar a darnos una puñalada por la espalda. Pero más allá de esos puntos negros que nos hacen desconfiados ante los extraños, existe la posibilidad de renovar la fe y de abrir ventanas al mucho bien presente en los otros.

Además, cientos de hombres y mujeres que caminan a nuestro lado nos miran con fe, con afecto, confían en nosotros. A veces lo hacen por encima de algunas faltas que hayamos podido cometer contra ellos. Su mirada nos dignifica, nos hace redescubrir esos valores que hay en nosotros, ese amor que Dios nos tiene, también cuando somos pecadores. ¿No vino Cristo a buscar a la oveja perdida? ¿No hay fiesta en el cielo por cada hijo lejano que vuelve a casa?

Hemos de pedir, cada día, el don de la fe. Una fe que nos permita crecer en el amor. Una fe que sea entrega, lucha, alegría, a pesar de los fracasos. Fe en el esposo o la esposa, fe en los hijos, fe en el socio de trabajo, fe en quien busca romper el ciclo de la corrupción con un poco de honradez. Hay que renovar esa fe que nos lleve a crecer en el amor.

Es cierto que en el cielo ya no hará falta tener fe. Pero ahora, mientras estamos de camino, la fe nos hace mirar más allá, más lejos, más dentro. Nos permite vislumbrar que el amor es más fuerte que el pecado y las miserias de los hombres. Nos permite entrar en un mundo de bondades que hacen la vida hermosa y que nos preparan para recibir el don del paraíso, el don del amor eterno del Dios Padre nuestro.

No se dejen engañar

Fuente: Catholic.net
Autor: P Clemente González

Lucas 21, 5-11

En aquel tiempo algunos ponderaban la belleza del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas. Jesús les dijo: Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida. Le preguntaron: Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir? Él dijo: Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato. Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo.


Reflexión


No busquemos aterrarnos mutuamente ni vivir en el miedo pensando en que el tiempo está cerca y ya se acaba la figura de este mundo con la venida del Justo Juez, Cristo. Y no es así porque El mismo nos lo acaba de decir: Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". ¿Quiere Cristo que vivamos atemorizados? No ¿Quiere que nos la pasemos analizando cada guerra y cada peste e interpretándolo todo bajo esta óptica terrorífica? No. Entonces, ¿qué quiere Cristo?

Quiere que nos dejemos de cuentos de terror y de una pasividad estéril y vivamos, sí, velando para cuando venga, pero velando como siervos fieles, esto es, cumpliendo como el soldado que tiene una misión en la vida. “Velar” por tanto no es estar en estado de terror e infundiendo terror en los demás, sino “trabajar” por hacer que cada día más este Rey sea más adorado y amado por los hombres; para que el imperio del amor triunfe sobre los mezquinos deseos humanos.

¿Por qué el Templo será derruido? Por la codicia de los hombres. ¿Por qué habrá guerras? Por el odio de unos contra otros. ¿Por qué pestes, hambre, desolación? Por culpa del pecado que no busca soluciones sino que trae daños estériles.

Pero en cambio si el cristiano trabaja firme y constante por edificar su propia casa en Roca firme; si se empeña por trabajar en la viña del Señor y sacar fruto abundante, el ciento por uno; si procura que en su casa jamás falte el aceite para su lámpara, no sea que venga el Esposo; si se esmera en realizar cuanto le ha sido confiado por el Dueño, como siervo trabajador; si, en fin, saca tiempo de debajo de las piedras y hace del amor su tesoro, y reproduce todos sus talentos, ¿le quedará tiempo para aterrarse por el fin del mundo? 

Pablo, ¡qué apóstol! Cómo se retrata a sí mismo

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano


El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

JESUCRISTO, REY DEL HOGAR

Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

Jesucristo es el Rey del hogar.

Y comenzamos con una anécdota de hace ya muchos años, pues se remonta a Septiembre de 1907, cuando un sacerdote peruano, el santo misionero Padre Mateo, se presentaba ante el Papa San Pío X, que estaba ante la mesa de su escritorio, entretenido en cortar las hojas de un libro nuevo que acababa de llegarle.

- ¿Qué te ha pasado, hijo mío? Me han dicho que vienes de Francia...

- Sí, Santo Padre. Vengo de la capilla de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María. Contraje la tuberculosis, y, desahuciado de los médicos, fui a la Capilla a pedir al Sagrado Corazón la gracia de una santa muerte. Nada más me arrodillé, sentí un estremecimiento en todo mi cuerpo. Me sentí curado de repente. Vi que el Sagrado Corazón quería algo de mí. Y he trazado mi plan.

El Papa San Pío X aparentaba escuchar distraído, sin prestar mucha atención a lo que le decía el joven sacerdote, que parecía un poco soñador.

- Santo Padre, vengo a pedir su autorización y su bendición para la empresa que quiero iniciar.

- ¿De qué se trata, pues?

- Quiero lanzarme por todo el mundo predicando una cruzada de amor. Quiero conquistar hogar por hogar para el Sagrado Corazón de Jesús.

Entronizar su imagen en todos los hogares, para que delante de ella se consagren a Él, para que ante ella le recen y le desagravien, para que Jesucristo sea el Rey de la familia. ¿Me lo permite, Santo Padre?

San Pío X era bastante bromista, y seguía cortando las hojas del libro, en aparente distracción. Ahora, sin decir palabra, mueve la cabeza con signo negativo. El Padre Mateo se extraña, y empieza a acongojarse:

- Santo Padre, pero si se trata de... ¿No me lo permite?

- ¡No, hijo mío, no!, sigue ahora el Papa, dirigiéndole una mirada escrutadora y cariñosa, y pronunciando lentamente cada palabra: ¡No te lo permito! Te lo mando, ¿entiendes?... Tienes mandato del Papa, no permiso. ¡Vete, con mi bendición!

A partir de este momento, empezaba la campaña de la Entronización del Corazón de Jesús en los hogares. Fue una llamarada que prendió en todo el mundo. Desde entonces, la imagen o el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús ha presidido la vida de innumerables hogares cristianos. Jesucristo, el Rey de Amor, desde su imagen bendita ha acogido súplicas innumerables, ha enjugado torrentes de lágrimas y ha estimulado heroísmos sin cuento.

¿Habrá pasado a la historia esta práctica tan bella? Sobre todo, y aunque prescindamos de la imagen del Sagrado Corazón, ¿dejará de ser Jesucristo el Rey de cada familia?...

Hoy la familia constituye la preocupación mayor de la Iglesia y de toda la sociedad en general.

Porque vemos cómo el matrimonio se tambalea, muchas veces apenas contraído.

El divorcio está a las puertas de muchas parejas todavía jóvenes.

Los hijos no encuentran en la casa el ambiente en que desarrollarse sanamente, lo mismo en el orden físico que en el intelectual y el moral.

Partimos siempre del presupuesto de que la familia es la célula primera de la sociedad. Si esa célula se deteriora viene el temido cáncer, del que de dicen que no es otra cosa sino una célula del cuerpo mal desarrollada.

Esto que pasa en el orden físico, y de ahí tantas muertes producidas por el cáncer, pasa igual en el orden social. El día en que hayamos encontrado el remedio contra esa célula que ya nace mal o ha empezado a deformarse, ese día habremos acabado con la mayor plaga moral que está asolando al mundo.

Todos queremos poner remedio a las situaciones dolorosas de la familia.

Y todos nos empeñamos cada uno con nuestro esfuerzo y con nuestra mucha voluntad en hacer que cada casa llegue a ser un pedacito de cielo.

¿Podemos soñar, desde un principio, en algún medio para evitar los males que se han echado encima de las familias?
¿Podemos soñar en un medio para atraer sobre los hogares todos los bienes?..

¡Pues, claro que sí! Nosotros no nos cansaremos de repetirlo en nuestros mensajes sobre la familia. Este medio es Jesucristo.

Empecemos por meter a Jesucristo en el hogar.
Que Cristo se sienta invitado a él como en la boda de Caná.

Que se meta en la casa con la libertad con que entraba en la de los amigos de Betania.
Que viva en ella como en propia casa, igual que en la suya de Nazaret... Pronto en ese hogar se notará la presencia del divino Huésped y Rey de sus moradores. En el seno de esa familia habrá paz, habrá amor, habrá alegría, habrá honestidad, habrá trabajo, habrá ahorro, habrá esperanza, habrá resignación en la prueba, habrá prosperidad de toda clase.

Jesucristo, Rey universal, ¿no es Rey especialmente de la Familia?... Acogido amorosamente en el hogar, con Él entrarán en la casa todos los bienes....


Hoy que celebramos la Solemnidad de Cristo Rey, que sea para nosotros la gran fiesta que nos ayude a que Cristo sea nuestro Rey.








ORACION PARA SONREIR

Señor, renueva mi espíritu y dibuja en mi rostro sonrisas de gozo por la riqueza de tu bendición.

Que mis ojos sonrían diariamente por el cuidado y compañerismo de mi familia y de mi comunidad.

Que mi corazón sonría diariamente por las alegrías y dolores que compartimos.

Que mi boca sonría diariamente con la alegría y regocijo de tus trabajos.

Que mi rostro dé testimonio diariamente de la alegría que tú me brindas.

Gracias por este regalo de mi sonrisa, Señor.

Amén.

jueves, diciembre 25, 2008

Benedicto XVI: la fe no es una idea, sino amor al otro

Esta mañana saludo con gran alegría a Su Santidad Aram I,
catolicós de Cilicia de los Armenios, junto con la distinguida delegación que le acompaña, y los peregrinos armenios de los distintos países.
Esta visita fraternal supone una ocasión significativa para reforzar los lazos de unidad que ya existen entre nosotros, que caminamos hacia la comunión plena, que es tanto el objetivo fijado para todos los seguidores de Cristo, como un don que hay que implorar a diario al Señor.
Por esta razón, Santidad, invoco la gracia del Espíritu Santo sobre su peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, e invito a todos los presentes a rezar fervientemente al Señor que su visita, y nuestros encuentros, constituyan un paso más en el camino hacia la unidad plena.
Santidad, deseo expresarle mi gratitud particular por su constante implicación personal en el campo del ecumenismo, especialmente en la Comisión Conjunta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y las Iglesias Orientales Ortodoxas, y en el Consejo Mundial de las Iglesias.En la fachada exterior de la Basílica Vaticana hay una estatua de san Gregorio el Iluminador, fundador de la Iglesia armenia, a quien uno de vuestros historiadores ha llamado "nuestro progenitor y padre en el Evangelio".
La presencia de esta estatua evoca los sufrimientos que tuvo que soportar para llevar al pueblo armenio al cristianismo, pero también recuerda los muchos mártires y confesores de la fe cuyo testimonio ha traído ricos frutos a la historia de su pueblo.
La cultura y espiritualidad armenias están penetrada por el orgullo de ese testimonio de sus antepasados, que sufrieron con fidelidad y coraje en comunión con el Cordero muerto para la salvación del mundo.Bienvenido, Santidad, queridos obispos y queridos amigos.
Invoquem os juntos la intercesión de san Gregorio el Iluminador y sobre todo la de la Virgen Madre de Dios, para que iluminen nuestro camino y nos guíe hacia la plenitud de esa unidad que todos deseamos.[Catequesis]
Queridos hermanos y hermanas,en la catequesis del miércoles pasado hablé de la cuestión de cómo el hombre se hace justo ante Dios.
Siguiendo a san Pablo, hemos visto que el hombre no es capaz de hacerse "justo" con sus propias acciones, sino que puede realmente convertirse en "justo" ante Dios sólo porque Dios le confiere su "justicia" uniéndole a Cristo su Hijo.
Y esta unión con Cristo, el hombre la obtiene mediante la fe.
En este sentido, san Pablo nos dice: no son nuestras obras, sino la fe la que nos hace "justos". Esta fe, con todo, no es un pensamiento, una opinión o una idea. Esta fe es comunión con Cristo, que el Señor nos entrega y que por eso se convierte en vida, en conformidad con Él.
O con otras palabras, la fe, si es verdadera, es real, se convierte en amor, en caridad, se expresa en la caridad. Una fe sin caridad, sin este fruto, no sería verdadera fe. Sería fe muerta.Hemos encontrado por tanto en la última catequesis dos niveles: el de la irrilevancia de nuestras obras para alcanzar la salvación y el de la "justificación" mediante la fe que produce el fruto del Espíritu. La confusión entre estos dos niveles ha causado, en el transcurso de los siglos, no pocos malentendidos en la cristiandad. En este contexto es importante que san Pablo, en la misma Carta a los Gálatas ponga, por una parte, el acento, de forma radical, en la gratuidad de la justificación no por nuestras fuerzas, pero que, al mismo tiempo, subraye también la relación entre la fe y la caridad, entre la fe y las obras:
"En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad" (Gal 5,6).
En consecuencia, están, por una parte, las "obras de la carne " que son fornicación, impureza, libertinaje, idolatría..." (Gal 5,19-21): todas obras contrarias a la fe; por la otra, está la acción del Espíritu Santo, que alimenta la vida cristiana suscitando "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gal 5,22): estos son los frutos del Espíritu que surgen de la fe.
Al inicio de esta lista de virtudes se cita al ágape, el amor, y en la conclusión del dominio de sí. En realidad, el Espíritu, que es el Amor del Padre y del Hijo, infunde su primer don, el ágape, en nuestros corazones (cfr Rm 5,5); y el ágape, el amor, para expresarse en plenitud exige el dominio de si. Sobre el amor del Padre y del Hijo, que nos alcanza y transforma nuestra existencia profundamente, traté también en mi primera encíclica: Deus caritas est. Los creyentes saben que en el amor mutuo se encarna el amor de Dios y de Cristo, por medio del Espíritu.
Volvamos a la Carta a los Gálatas. Aquí san Pablo dice que, llevando el peso unos de otros, los creyentes cumplen el mandamiento del amor (cfr Gal 6,2).
Justificados por el don de la fe en Cristo, estamos llamados a vivir en el amor a Cristo hacia el prójimo, porque es en este criterio en el que seremos juzgados al final de nuestra existencia. En realidad, Pablo no hace o tra cosa que repetir lo que había dicho Jesús mismo y que se nos recordó en el Evangelio del domingo pasado, en la parábola del Juicio final. En la Primera Carta a los Corintios, san Pablo se deshace en un famoso elogio al amor.
Es el llamado himno a la caridad: "Aunque hablara las lenguas de los hombre y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe... La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés..." (1 Cor 13,1.4-5).
El amor cristiano es tan exigente porque surge del amor total de Cristo por nosotros: este amor que nos reclama, nos acoge, nos abraza, nos sostiene, hasta atormentarnos, porque nos obliga a no vivir más para nosotros mismos, cerrados en nuestro egoísmo, sino para "Aquel que ha muerto y resucitado por nosotros" (cfr 2 Cor 5,15 ).
El amor de Cristo nos hace ser en Él esa criatura nueva (cfr 2 Cor 5,17) que entra a formar parte de su Cuerpo místico que es la Iglesia.Desde esta perspectiva, la centralidad de la justificación sin las obras, objeto primario de la predicación de Pablo, no entra en contradicción con la fe que opera en el amor; al contrario, exige que nuestra misma fe se exprese en una vida según el Espíritu. A menudo se ha visto una contraposición infundada entre la teología de san Pablo y Santiago, que en su carta escribe: "Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta" (2,26).
En realidad, mientras Pablo se preocupa ante todo en demostrar que la fe en Cristo es necesaria y suficiente, Santiago pone el acento en las relaciones de consecuencia entre la fe y las obras (cfr St 2,2-4). Por tanto, para Pab lo y para Santiago, la fe operante en el amor atestigua el don gratuito de la justificación en Cristo. La salvación, recibida en Cristo, necesita ser guardada y testimoniada "con respeto y temor.
Es Dios de hecho quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones... presentando la palabr4a de vida", dirá aún san Pablo a los cristianos de Filipos (cfr Fil 2,12-14.16).A menudo tendemos a caer en los mismos malentendidos que han caracterizado a la comunidad de Corinto: aquellos cristianos pensaban que, habiendo sido justificados gratuitamente en Cristo por la fe, "todo les fuese lícito".
Y pensaban, y a menudo parece que lo piensen los cristianos de hoy, que sea lícito crear divisiones en la Igelsia, Cuerpo de Cristo, celebrar la Eucaristía sin ocuparse de los hermanos ás necesitados, aspirar a los mejores carismas sin dar se cuenta de que son miembros unos de otros, etc. Las consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque se recude al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los hermanos. Al contrario, siguiendo a san Pablo, debemos tomar conciencia renovada del hecho que, precisamente porque hemos sido justificados en Cristo, no nos pertenecemos más a nosotros mismos, sino que nos hemos convertido en templo del Espíritu y somos llamados, por ello, a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra existencia (cfr 1 Cor 6,19) . Sería un desprecio del inestimable valor de la justificación si, habiendo sido comprados al caro precio de la sangre de Cristo, no lo glorificásemos con nuestro cuerpo. En realidad, este es precisamente nuestro culto "razonable" y al mismo tiempo "espiritual", por el que Pablo nos exhorta a "ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo y agrada ble a Dios" (Rm 12,1). ¿A qué se reduciría una liturgia que se dirigiera solo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad?
Y el Apóstol pone a menudo a sus comunidades frente al juicio final, con ocasión del cual todos "seremos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo en su vida mortal, el bien o el mal" (2 Cor 5,10; cfr anche Rm 2,16). Y este pensamiento debe iluminarnos en nuestra vida de cada día.Si la ética que san Pablo propone a los creyentes no caduca en formas de moralismo y se demuestra actual para nosotros, es porque, cada vez, vuelve siempre desde la relación personal y comunitaria con Cristo, para verificarse en la vida según el Espíritu. Esto es esencial: la ética cristiana no nace de un sis tema de mandamientos, sino que es consecuencia de nuestra amistad con Cristo.
Esta amistad influencia a la vida: si es verdadera, se encarna y se realiza en el amor al prójimo. Por esto, cualquier decaimiento ético no se limita a la esfera individual, sino que al mismo tiempo devalúa la fe personal y comunitaria: de ella deriva y sobre ella incide de forma determinante. Dejémonos por tanto alcanzar por la reconciliación, que Dios nos ha dado en Cristo, por el amor "loco" de Dios por nosotros: nada ni nadie nos podrá separar nunca de su amor (cfr Rm 8,39). En esta certeza vivimos. Y esta certeza nos da la fuerza para vivir concretamente la fe que obra en el amor.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 26 de noviembre de 2008, catequesis pronunciada por el Papa Benedicto XVI durante la audiencia general que ha tenido lugar en el Aula Pablo VI, en presencia de Su Santidad Aram I, catolicós de Cilicia de los Armenios.[A los peregrinos en lengua española dijo:]Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los procedentes de España, México, Chile y a los venidos de otros paí ses de Latinoamérica. En estos momentos deseo recordar la marcha para pedir la libertad de los secuestrados que tendrá lugar el próximo viernes en Colombia. Elevo a Dios una ferviente plegaria para que acabe ese flagelo y se logre pronto la concordia y la paz en esa amada Nación. Muchas gracias.


Una bella idea para vivir una Navidad diferente.
Te invito a celebrar una Navidad distinta, con un poquito más de conciencia de que, en Navidad, es Jesús quien cumple años y que, se supone, queremos homenajearlo.
Esta es la cuarta Navidad que el Portal San Gabriel Arcángel propone a todos desde Internet lo mismo que propuso por primera vez para la Navidad de 2003:,
Muchos se sumaron, hermosos testimonios surgieron, ¿Querés vivir esta experiencia? Te cuento:
La gran mayoria de nosotros, al menos los que por tradición lo hacemos, el día 8 de Diciembre, arman el árbol de Navidad y el Pesebre, también hay algunos que ya comienzan con la compra de los regalos que se pondrán a los pies del árbol, para los padres, hermanos, sobrinos, hijos, esposo/a, en fin, para todos aquellos que más apreciamos o que más directos son a nosotros.Compramos lo que podemos porque lo que nos importa es el gesto y no el valor de los regalos.
Lo cierto es que, es el Cumpleaños de Jesús y nos regalamos entre nosotros solamente, pero hoy te propongo que junto a esta experiencia vivas el Evangelio y te voy a decir cómo hacerlo.
Cuando salgas a comprar esos regalos que irán debajo del árbol, dispondrás de unas monedas más, para comprar un regalo extra, ese regalotambién irá debajo del ábol pero en su envoltorio o en una tarjeta dirá, 'Para Jesús que vive en Ti', solo eso dirá. No importa qué es lo que contenga el regalo, si tu economía es buena comprarás un juguete o una prenda de vestir nueva, si tu economía es pequeña, comprarás unas golosinas solamente, no importa el valor de lo que hay dentro del paquete, sino que el valor estará en la dedicatoria que escribiste: 'Para Jesús que vive en Ti'
Cuando tengas ese paquetito listo, lo pondrás debajo del árbol navideño y cuando se repartan los regalos a todos, el único que quedará debajo del árbol será el de Jesús, porque es para El.
A partir del día 26 llevarás ese regalo con vos cuando salgas a trabajar o lo dejarás en tu casa esperando a que Jesús lo venga a buscar, eso lo decidís vos, seguramente en esos días alguien, algún pequeño, algún carenciado, alguien que necesita, te pedirá que le ayudes, ese es Jesús que viene a buscar su regalo, dáselo, pero sobretodo que la tarjeta o etiqueta se pueda ver, se pueda leer, entonces ese hermano leerá lo que escribiste: 'Para Jesús que vive en Ti', Va a ser muy emocionante, para vos y para esa persona que Dios puso en tu camino y que, seguramente, nunca olvidará ese gesto. Siempre le quedará en el alma y en algún momento de su vida lo va a recordar y se va a reconfortar, entonces alli se habrá cumplido el Evangelio 'Todo lo que hagas al más pequeño, a Mí me lo haces'.
Juntos hagamos que esta Navidad, nos deje una enseñanza en el alma, sé que muchos tienen problemas económicos, pero una golosina... no te hará más pobre (a ninguno de nosotros) y te aseguro que será el dulce más dulce del mundo.
Si querés podés compartir esta propuesta, quizás a alguien le haga bien recibirlo y ponerlo en práctica, si somos muchísimas personas haciendo esto, daremos muchísimos regalos a Jesús, ¿qué te parece?, uno solo no puede hacerlo todo, pero todos podemos hacer feliz a Jesús en cada hombre de la tierra.
FELIZ NAVIDAD Y QUE EL SEÑOR TE LLENE DE BENDICIONES CADA DIA DE TU VIDA

Felicidades!!!

de corazón a corazones

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 20 de diciembre de 2006 Santa Navidad
Queridos hermanos y hermanas:
"El Señor está cerca: venid, adorémoslo". Con esta invocación, la liturgia nos invita, en estos últimos días del Adviento, a acercarnos, como de puntillas, a la cueva de Belén, donde tuvo lugar el acontecimiento extraordinario que cambió el rumbo de la historia: el nacimiento del Redentor. En la noche de Navidad nos detendremos una vez más ante el belén para contemplar, maravillados, al "Verbo hecho carne". En nuestro corazón se renovarán, como cada año, sentimientos de alegría y de gratitud al escuchar los villancicos que en tantos idiomas cantan el mismo extraordinario prodigio. El Creador del universo vino por amor a poner su morada entre los hombres. En la carta a los Filipenses san Pablo afirma que Cristo, "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos" (Flp 2, 6). Actuando como un hombre cualquiera, añade el Apóstol, se rebajó. En la santa Navidad reviviremos la realización de este sublime misterio de gracia y misericordia. San Pablo dice también: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). Efectivamente, desde hacía muchos siglos el pueblo elegido esperaba al Mesías, pero lo imaginaba como un caudillo poderoso y victorioso, que libraría a los suyos de la opresión de los extranjeros. En cambio, el Salvador nació en el silencio y en la pobreza más completa. Vino como luz que ilumina a todos los hombres —constata el evangelista san Juan—, "pero los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 9. 11). Sin embargo, el Apóstol añade: "A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). La luz prometida iluminó los corazones de quienes habían perseverado en la espera vigilante y activa. La liturgia de Adviento nos exhorta también a nosotros a ser sobrios y vigilantes, para evitar que nos agobien el peso del pecado y las excesivas preocupaciones del mundo. En efecto, vigilando y orando podremos reconocer y acoger el resplandor de la Navidad de Cristo. San Máximo de Turín, obispo que vivió entre los siglos IV y V, afirma en una de sus homilías: "El tiempo nos advierte de que la Navidad de Cristo nuestro Señor está cerca. El mundo, incluso con sus angustias, habla de la inminencia de algo que lo renovará, y desea con una espera impaciente que el esplendor de un sol más brillante ilumine sus tinieblas. (...) Esta espera de la creación también nos lleva a nosotros a esperar el nacimiento de Cristo, nuevo Sol" (Discurso 61 a, 1-3). Así pues, la creación misma nos lleva a descubrir y a reconocer a Aquel que tiene que venir. Pero la pregunta es: la humanidad de nuestro tiempo, ¿espera todavía un Salvador? Da la impresión de que muchos consideran que Dios es ajeno a sus intereses. Aparentemente no tienen necesidad de él, viven como si no existiera y, peor aún, como si fuera un "obstáculo" que hay que quitar para poder realizarse. Seguramente también entre los creyentes algunos se dejan atraer por seductoras quimeras y desviar por doctrinas engañosas que proponen atajos ilusorios para alcanzar la felicidad. Sin embargo, a pesar de sus contradicciones, angustias y dramas, y quizá precisamente por ellos, la humanidad de hoy busca un camino de renovación, de salvación; busca un Salvador y espera, a veces sin saberlo, la venida del Señor que renueva el mundo y nuestra vida, la venida de Cristo, el único Redentor verdadero del hombre y de todo el hombre. Ciertamente, falsos profetas siguen proponiendo una salvación "barata", que acaba siempre por provocar fuertes decepciones.Precisamente la historia de los últimos cincuenta años demuestra esta búsqueda de un Salvador "barato" y pone de manifiesto todas las decepciones que se han derivado de ello. Los cristianos tenemos la misión de difundir, con el testimonio de la vida, la verdad de la Navidad, que Cristo trae a todo hombre y mujer de buena voluntad. Al nacer en la pobreza del pesebre, Jesús viene a ofrecer a todos la única alegría y la única paz que pueden colmar las expectativas del alma humana.
Pero, ¿cómo prepararnos para abrir el corazón al Señor que viene? La actitud espiritual de la espera vigilante y orante sigue siendo la característica fundamental del cristiano en este tiempo de Adviento. Es la actitud que adoptaron los protagonistas de entonces: Zacarías e Isabel, los pastores, los Magos, el pueblo sencillo y humilde, pero, sobre todo, la espera de María y de José. Estos últimos, más que nadie, experimentaron personalmente la emoción y la trepidación por el Niño que debía nacer. No es difícil imaginar cómo pasaron los últimos días, esperando abrazar al recién nacido entre sus brazos. Hagamos nuestra su actitud, queridos hermanos y hermanas. Escuchemos, a este respecto, la exhortación de san Máximo, obispo de Turín, citado ya antes: "Mientras nos preparamos a acoger la Navidad del Señor, revistámonos con vestidos limpios, sin mancha. Hablo de la vestidura del alma, no del cuerpo. No tenemos que vestirnos con vestiduras de seda, sino con obras santas. Los vestidos lujosos pueden cubrir los miembros del cuerpo, pero no adornan la conciencia" (ib.). Que el Niño Jesús, al nacer entre nosotros, no nos encuentre distraídos o dedicados simplemente a decorar con luces nuestra casa. Más bien, preparemos en nuestra alma y en nuestra familia una digna morada en la que él se sienta acogido con fe y amor. Que nos ayuden la Virgen y san José a vivir el misterio de la Navidad con nuevo asombro y serenidad tranquilizante. Con estos sentimientos, quiero expresaros a todos los que estáis aquí presentes y a vuestros familiares mi más cordial felicitación, deseándoos una santa y feliz Navidad, recordando en particular a quienes atraviesan dificultades o sufren en el cuerpo y en el espíritu. ¡Feliz Navidad a todos!

El Santo Padre dijo

Basílica romana de San Lorenzo Extramuros Oremos juntos

Homilía del Papa en la Basílica romana de San Lorenzo ExtramurosPresenta al mártir que conmemora el templo como modelo para todos los cristianos
ROMA, lunes 1 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto íntegro de la homilía pronunciada por el Papa ayer en la Basílica romana de San Lorenzo Extramuros, con motivo del año jubilar convocado para conmemorar el 1750 aniversario del insigne diácono español.* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy con el primer domingo de Adviento, entramos en ese tiempo de cuatro semanas con el que comienza el nuevo año litúrgico y que inmediatamente nos prepara para la fiesta de Navidad, memoria de la encarnación de Cristo en la historia. El mensaje espiritual del Adviento es sin embargo más profundo y nos proyecta ya hacia la venida gloriosa del Señor, al final de la historia. Adventus es una palabra latina, que podría traducirse como "llegada", "venida", "presencia". En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico que indicaba la llegada de un funcionario, en particular la visita de un rey o de los emperadores a las provincias, pero podía usarse también para la aparición de una divinidad, que salía de su morada oculta y manifestaba así su poder divino: su presencia era celebrada solemnemente en el culto.Adoptando el término Adviento, los cristianos querían expresar la relación especial que los unía a Cristo crucificado y resucitado. Él es el rey, que, entrando en esta pobre provincia llamada tierra, nos ha hecho el don de su visit a y, tras la resurrección y ascensión al Cielo, ha querido seguir permaneciendo con nosotros; percibimos esta misteriosa presencia suya en la asamblea litúrgica. Celebrando la Eucaristía, proclamamos de hecho que Él no se ha retirado del mundo y que no nos ha dejado solos, y, aunque no lo podamos ver o tocar como sucede con las realidades materiales y sensibles, Él está con todo con nosotros y entre nosotros; es más, está en nosotros, porque puede atraer a sí y comunicar su vida a todo creyente que le abre el corazón. Adviento significa por tanto hacer memoria de la primera venida del Señor en la carne, pensando ya en su vuelta definitiva y, al mismo tiempo, significa reconocer que Cristo presente entre nosotros se hace nuestro compañero de viaje en la vida de la Iglesia que celebra este misterio. Esta conciencia, queridos hermanos y hermanas, alimentada en la escucha de la Palabra de Dios, debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos, a interpretar los distintos acontecimientos de la vida y de la historia como palabras que Dios nos dirige, como signos de su amor que nos aseguran su cercanía en cada situación; esta conciencia, en particular, debería prepararnos para acogerlo cuando "de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin", como repetiremos dentro de poco en el Credo. En esta perspectiva el Adviento se convierte para todos los cristianos en un tiempo de espera y de esperanza, un tiempo privilegiado de escucha y de reflexión, para que nos dejemos guiar por la liturgia que invita a salir al encuentro del Señor que viene."Ven Señor Jesús": esta ardiente invocación de la comunidad cristiana de los inicios debe convertirse, queridos amigos, también en nuestra aspiración cons tante, la aspiración de la Iglesia de cada época, que anhela y se prepara al encuentro con su Señor. "Ven hoy Señor, ayúdanos, ilumínanos, danos la paz, ayúdanos a vencer la violencia", ven Señor, rezamos precisamente en estas semanas, "Señor, ilumina tu rostro y seremos salvados": hemos rezado así hace un momento, con las palabras del Salmo responsorial. Y el profeta Isaías nos ha revelado, en la primera lectura, que el rostro de nuestro Salvador es el de un padre tierno y misericordioso, que nos cuida en toda circunstancia porque somos obra de sus manos. "Tu, Señor, eres nuestro padre, desde siempre te llamas nuestro Redentor" (63,16). Nuestro Dios es un padre dispuesto a perdonar a los pecadores arrepentidos y a acoger a cuantos confían en su misericordia (cfr Is 64,4). Nos habíamos alejado de Él por causa del pe cado cayendo bajo el dominio de la muerte, pero Él ha tenido piedad de nosotros y por iniciativa suya, sin mérito alguno por nuestra parte, ha decidido venir a nuestro encuentro, enviando a su único Hijo como Redentor nuestro. Que, ante un misterio de amor tan grande, surja espontáneamente nuestro agradecimiento y sea más confiada nuestra invocación: "Muéstranos, Señor, hoy en nuestro tiempo y en todas partes del mundo tu misericordia y danos tu salvación" (cfr Canto al Evangelio).Queridos hermanos y hermanas, el pensamiento de la presencia de Cristo y de su vuelta cierta al final de los tiempos, es muy significativo en esta Basílica vuestra cercana al cementerio monumental del Verano, donde reposan, en espera de la resurrección, tantos queridos difuntos nuestros. ¡Cuántas veces en este templo se celebran liturgias fúnebres; cuántas v eces resuenan llenas de consuelo las palabras de la liturgia: "En Cristo tu Hijo, nuestro salvador, brilla para nosotros la esperanza de la bendita resurrección, y si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura"! (cfr Prefacio de difuntos I).Pero esta monumental Basílica vuestra, que nos conduce con el pensamiento a aquella primitiva que hizo construir el emperador Constantino y que fue después trasformada hasta asumir su fisonomía actual, habla sobre todo del martirio glorioso de san Lorenzo, archidiácono del papa Sixto II y su mano derecha en la administración de los bienes de la comunidad. He venido a celebrar hoy la Sagrada Eucaristía para unirme a vosotros en honrarle en una circunstancia del todo singular, con ocasión del Año Jubilar Laurentiano, convocado para conmemorar los 1750 años del nacimiento para el c ielo del santo Diacono. La historia nos confirma cuán glorioso es el nombre de este santo, junto a cuyo sepulcro nos hemos reunido. Su solicitud por los pobres, el generoso servicio hecho a la Iglesia en el sector de la asistencia y de la caridad, la fidelidad al Papa, que le llevó al punto de querer seguirle en la prueba suprema del martirio y el testimonio heroico de su sangre, derramada sólo pocos días después, son hechos universalmente conocidos. San León Magno, en una bella homilía, comenta así el atroz martirio de este "ilustre héroe". "Las llamas no pudieron vencer la caridad de Cristo; y el fuego que le quemaba por fuera era más débil que el que le ardía dentro". Y añade: "El Señor quiso exaltar hasta tal punto su nombre glorioso en todo el mundo que desde Oriente a Occidente, en el ful, en el fulgor vivísimo de la luz irradiada de los má s grandes diáconos, la misma gloria que vino a Jerusalén por Esteban le haya tocado también a Roma por mérito de Lorenzo" (Homilía 85,4: PL 54, 486).Este año coincide el 50° aniversario de la muerte del Siervo de Dios, Papa Pío XII, y esto nos llama a la memoria un acontecimiento particularmente dramático en la historia multisecular de vuestra Basílica, que tuvo lugar durante la segunda guerra mundial, cuando, exactamente el 19 de julio de 1943, un violento bombardeo infligió daños gravísimos al edificio y a todo el barrio, sembrando muerte y destrucción. Nunca podrá borrase de la memoria de la historia el gesto generoso llevado a cabo en aquella ocasión por mi venerado predecesor, que corrió a socorrer y consolar a la población duramente afectada, entre las ruinas aún humeantes. Tampoco olvido que esta Basílica acoge las urnas de otras dos grandes personalidades: en el hipogeo están expuestas a la veneración de los fieles los restos mortales del beato Pío IX, mientras en el atrio está colocada la tumba de Alcide De Gasperi, guía sabio y equilibrado para Italia en los difíciles años de la reconstrucción de la posguerra, y al mismo tiempo, estadista insigne capaz de mirar a Europa con una amplia visión cristiana.Mientras estamos aquí reunidos en oración, quiero saludaros con afecto a todos vosotros, empezando por el cardenal vicario, monseñor Vicegerente, que es también Abad Comendatario de la Basílica, por el obispo auxiliar del Sector Norte y por vuestro párroco, padre Bruno Mustacchio, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido al inicio de la celebración litúrgica. Saludo al Ministro General de la Orden de los Capuchinos y a los Hermanos de la Comunidad que llevan a cabo su servicio con celo y dedicación, acogiendo a los numerosos peregrinos, asistiendo con caridad a los pobres y testimoniando la esperanza en Cristo resucitado a cuantos se acercan a visitar el cementerio del Verano. Deseo aseguraros mi aprecio y sobre todo, mi recuerdo en la oración. Saludo además a los diversos grupos empeñados en la animación de la catequesis, la liturgia, la caridad, a los miembros de los dos Coros Polifónicos, a la Tercera Orden Franciscana local y regional. He sabido también con gozo que desde hace algún año está hospedado aquí el "laboratorio misionero diocesano" para educar a las comunidades parroquiales en la conciencia misionera, y me uno de corazón a vosotros al augurar que esta iniciativa de nuestra diócesis contribuya a suscitar una valiente acción pastoral misionera, que lleve el anuncio del amor misericordioso de Dios a todo rincón de Roma, implicando principalmente a los jóvenes y a las familias. Quisiera finalmente extender mi pensamiento a los habitantes del barrio, especialmente a los ancianos, a los enfermos, a las personas solas o en dificultad. A todos y cada uno los recuerdo en esta Santa Misa.Queridos hermanos y hermanas, en este inicio del Adviento, ¿qué mejor mensaje recoger de san Lorenzo que el de la santidad? El nos repite que la santidad, es decir, el salir al encuentro de Cristo que viene continuamente a visitarnos, no pasa de moda, al contrario, con el paso del tiempo resplandece de modo luminoso y manifiesta la perenne tensión del hombre hacia Dios. Que esta celebración jubilar sea, por tanto, ocasión para vuestra comunidad parroquial de una renovada adhesión a Cristo, de una mayor profundización del sentido de pertenencia a su Cuerpo místico que es la Iglesia, y de un empeño constante de evangelización a través de la caridad, Lorenzo, testigo heroico de Cristo crucificado y resucitado, sea para cada uno ejemplo de dócil adhesión a la voluntad divina para que, como hemos escuchado al apóstol Pablo recordar a los Corintios, también nosotros vivamos de modo que seamos encontrados "irreprensibles" en el día del Señor (cfr 1 Cor 1,7-9).Prepararnos al adviento de Cristo es también la exhortación que encontramos en el Evangelio de hoy: "Velad", nos dice Jesús en la breve parábola lucana del amo de casa que se va pero no se sabe cuándo volverá (cfr Mc 13,33-37). Velar significa seguir al Señor, elegir lo que Él ha elegido, amar lo que Él ha amado, conformar la propia vida a la suya; velar comporta transcurrir carda momento de nuestro tempo en el hori zonte de su amor sin dejarnos abatir por las inevitables dificultades y problemas cotidianos. Así lo hizo san Lorenzo, así debemos hacer nosotros y pedimos al Señor que nos de su gracia para que el Adviento nos estimule a todos a caminar en esa dirección. Nos guíen y nos acompañen con su intercesión la humilde Virgen de Nazaret, María, elegida por Dios para ser la Madre del Redentor, san Andrés, de quien hoy celebramos la fiesta, y san Lorenzo, ejemplo de intrépida fidelidad cristiana hasta el martirio. Amen.[Traducción del italiano por Inma Álvarez © Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Oremos

por nuestro Santo Padre
Oh Dios, que para suceder al apóstol san Pedro, elegiste a tu siervo Benedicto XVI como pastor de tu grey, escucha la plegaria de tu pueblo y haz que nuestro Papa, vicario de Cristo en la tierra,confirme en la fe a todos los hermanos, y que toda la Iglesia se mantenga en comunión con él por el vínculo de la unidad, del amor y de la paz para que todos encuentren en ti, Pastor de los hombres, la verdad y la vida eterna

SAN DÁMASO,Papa y Confesor

Este Pontífice se hizo famoso por haber redactado y hecho grabar los epitafios o lápidas en los sepulcros de muchos famosos mártires de las catacumbas de Roma. Era de familia española. Fue secretario de los Pontífices, San Liberio y San Félix, y al ser elegido Papa, en el año 366, hizo honor a su nombre, que significa "domador", porque tuvo que sofocar una sangrienta rebelión que en Roma se levantó contra él.Tuvo como secretario al gran San Jerónimo, al cual le encargó que tradujera la S. Biblia al idioma popular, y esta traducción llamada "La Vulgata", fue la que empleó la Iglesia Católica durante 15 siglos.San Jerónimo dice de él: "era un hombre puro, que fue elegido para dirigir a una Iglesia que debe ser pura". Sus epitafios sobre las tumbas de los mártires en las catacumbas (o subterráneos de Roma) se han conservado muy bien, y de varios santos lo único que sabemos se debe a lo que él escribió sobre sus tumbas. Así por ej. de San Tarcisio, el mártir de la Eucaristía, etc. Era excelente poeta.San Dámaso redactó su propio epitafio así: "Yo, Dámaso, hubiera querido ser sepultado junto a las tumbas de los santos, pero tuve miedo de ofender su santo recuerdo. Espero que Jesucristo que resucitó a Lázaro, me resucite también a mí en el último día".Desde muy joven, su lectura preferida fue la S. Biblia, y decía que el manjar más exquisito que había encontrado en toda su vida era la Palabra de Dios.Dicen que él fue el que introdujo en las oraciones de los católicos el "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén".La liturgia también le es deudora de sabias reformas. Además de su devoción acendrada a los mártires, la construcción del baptisterio vaticano y la firmeza apostólica en reprimir las herejías, le cabe la gloria de haber introducido en la misa, conforme a la costumbre palestinense, el canto del aleluya los domingos y la reforma del viejo cursus salmódico para darle un carácter más popular. Durante todo su pontificado se preocupó por obtener que los obispos de todas las naciones reconocieran al Pontífice de Roma como el obispo más importante del mundo.Su gran amigo San Jerónimo hizo de él este hermoso elogio en su tratado De la virginidad: Vir egregius et eruditus in Scripturis, virgo virginis Ecclesiae doctor: "Varón insigne e impuesto en la ciencia de las Escrituras, doctor virgen de la Iglesia virginal"A la edad de ochenta años murió el 11 de diciembre del año 384 y fue sepultado en la tumba que él mismo se había preparado humildemente, alejado de las tumbas de los santos famosos de Roma. Después construyeron sobre su sepulcro la basílica llamada San Dámaso.

ORACIÓN

Concédenos, Señor, que, siguiendo el ejemplo del Papa San Dámaso, que tanto se distinguió en promover el culto de los mártires, también nosotros veneremos el glorioso testimonio de quienes entregaron su vida por la fe y estemos dispuestos à imitarlos, retomando la lectura de la Palabra Santa _soy el Camino_ y
por la Palabra _soy la Verdad_ volver a la Vida _soy la Vida_.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que con tigo y el Espiritu Santo son Dios.
Por los siglos de los siglos. Amén-Que San Dámaso y su secretario San Jerónimo nos consigan del buen Dios la gracia de amar, meditar y hacer amar y meditar mucho la S. Biblia.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

"el águila que habla"


San Juan Diego Cuauhtlatoatzin(1474-1548)
« su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí, cerca deL Tepeyac, fue ejemplo de humildad.» Juan Pablo II, 6 de mayo de 1990

Su Historia
El Beato Juan Diego, que en 1990 Vuestra Santidad llamó «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac» (L'Osservatore Romano, 7-8 maggio 1990, p. 5), según una tradición bien documentada nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas.Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «Águila que habla», o «El que habla con un águila».
Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.
El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.
El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Beato abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.El Beato, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en este grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.
En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.
En la homilía que Vuestra Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990 en este Santuario, indicó cómo «las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad» (Ibídem).
Juan Diego, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que éstos acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».Circundado de una sólida fama de santidad, murió en 1548.Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.
En abril de 1990, en una solemne ceremonia en la Basílica de Guadalupe en México, el Santo Padre Juan Pablo II le declaró Beato, ante Vuestra Santidad fue promulgado en Roma el decreto «de vitae sanctitate et de cultu ab immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco praestito».El 6 de mayo sucesivo, en esta Basílica, Vuestra Santidad presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado con el título de Beato.Precisamente en aquellos días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un milagro por intercesión de Juan Diego. Con él se abrió la puerta que ha conducido a la actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia viven en la alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en nuestro camino al Beato Juan Diego, que según las palabras de Vuestra Santidad, «representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús» (Ibídem).Beatísimo Padre, la canonización de Juan Diego es un don extraordinario no sólo para la Iglesia en México, sino para todo el Pueblo de Dios. Juan Pablo II proclamará públicamente la santidad de Juan Diego en una Solemne Misa de Canonización en la Basílica de la Virgen de la Guadalupe en México el 31 de julio, 2002. Su fiesta la fijó el mismo Santo Padre el 9 de diciembre porque ése "fue el día en que vió el Paraíso" (día de la primera aparición).
Fuente: EWTN

Oremos

Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo de San Juan Diego nos estimule à una vida más perfecta y que cuántos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

REGALO DE NAVIDAD

Enviado por: "pagafonsocoor" pagafonsocoor@yahoo.com.ar pagafonsocoor Mié, 24 de Dic, 2008 6:45 pm Ayer sentados en los balcones de la camara de diputados estuvimos varias horas antes de que escucharamos de uno de los diputados del frente para la victoria anunciar nuestro proyecto...SI VOTACION UNANIME SOBRE TABLAS EN DIPUTADOS...nuestra ley tiene media sancion corrimos por los pasillos de la legislatura nos dirigimos a uno de los asesores para ver si podiamos entrarla a senadores ayer mismo...entre el calor de la emocion los aplusos cerrados y los gritos nuestros desde el segundo piso hacia el recinto...logramos que siguiera hacia al otra camara nos dirigimos a la oficina de la senadora Helguero a la que le fue entregada la ley con una notita que decia "ayudalos" pero no pudimos hacer que esta adquiera estado parlamentario para ser votada... que significa esto?? que aun nos falta un pasito mas que es senadores...el lunes por la mañana Guille ira a ver si hay una nueva sesion de ser asi se tratara sino quedara pendiente para la primera sesion de febrero...Me siento orgullosa de pertencer a este grupo y como dijo Mario mi eterno agradeciemiento a todos los compañeros que han acompañado la lucha y este logro...
FELICES FIESTAS..BUEN DESCANSO..
UN CARIÑO INMENSO
PATRICIA
desde coordinadores solidarios
"No se equivoca el río cuando, al encontrar una montaña en su camino, retrocede para seguir avanzando hacia el mar;
se equivoca el agua que por temor a equivocarse, se estanca y se pudre en el charco.

No se equivoca el pájaro que ensayando el primer vuelo cae al suelo,
se equivoca aquel que por temor a caerse renuncia a volar por la seguridad del nido.

No se equivoca el hombre que ensaya distintos caminos para alcanzar sus metas,
se equivoca aquel que por temor a equivocarse nunca acciona.

Creo que al final del camino no surge la felicidad por aquello que se encuentra, sino por aquello que se ha buscado honestamente.

Un error enorme se comete cuando, por temor equivocarse, se equivoca dejando de arriesgar, en el viaje hacia los objetivos más trascendentes."

MUCHAS GRACIAS POR LOS MOMENTOS DE BÚSQUEDA EN EL TRABAJO COMPARTIDO

lunes, diciembre 08, 2008

Caridad y justicia en San Pablo

"¿Pero qué significa, por consiguiente, la Ley de la que hemos sido liberados y que no salva? Para san Pablo, como para todos sus contemporáneos, la palabra Ley significaba la Torá en su totalidad, es decir, los cinco libros de Moisés. En la interpretación de los fariseos, la que había estudiado y hecho suya san Pablo, la Torá implicaba un conjunto de comportamientos que iban desde el núcleo ético hasta las observancias rituales y cultuales que determinaban sustancialmente la identidad del hombre justo. San Pablo sabe que en el doble amor a Dios y al prójimo está presente y se cumple toda la Ley. Así, en la comunión con Cristo, en la fe que crea la caridad, se realiza toda la Ley. Somos justos cuando entramos en comunión con Cristo, que es el amor.". (Audiencia, Miércoles, 19 de Noviembre.)

jueves, diciembre 04, 2008

PARA REINAR CON EL REY DE REYES

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio Córdova LC
Mateo 25, 31-46

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha. “Vengan, benditos de mi padre; tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme”. Los justos le contestarán entonces: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?” Y el rey les dirá: “Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”. Entonces dirá también a los de la izquierda: “Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron”. Entonces ellos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?” Y él les replicará: “Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquéllos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”».

Reflexión

Con este domingo llegamos al final del ciclo litúrgico. El último domingo de cada año, la Iglesia cierra con broche de oro el ciclo ordinario con la fiesta de Cristo Rey. Y el próximo domingo iniciaremos nuestra preparación para la venida del Señor en la Navidad: el adviento. Hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Lo confesamos supremo Señor del cielo y de la tierra, de la Iglesia y de nuestras almas. Pero es “escandaloso” el modo como ejerce su realeza. Todos los reyes de este mundo mantienen su reinado con la fuerza de las armas, y ostentan el esplendor de su riqueza y de su poder. Como que es algo “connatural” a su condición y a su nobleza. Pero creo que nunca han existido, ni existirán jamás sobre la faz de la tierra, reyes “pobres” o “débiles”. Serían víctimas fáciles de sus enemigos, que usurparían su trono sin ningún género de escrúpulos. Ésa ha sido la ley de vida a lo largo de toda la historia de la humanidad. Cuenta una leyenda que había un rey muy cristiano y con fama de santidad, pero sin hijos. El monarca envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos y aldeas de sus dominios: “El joven que reúna los requisitos exigidos, puede aspirar a la sucesión del trono, previa entrevista con el rey. Y los requisitos son dos: Amar a Dios y amar a su prójimo”. En una aldea muy lejana, un joven leyó el anuncio real y pensó que él cumplía las condiciones. Pero era tan pobre que no contaba con vestimentas dignas para presentarse ante el santo monarca, y temía solicitar la entrevista. Después de todo, juzgó que su pobreza no sería un impedimento para conocer, al menos, a tan afamado rey. Trabajó día y noche hasta que logró reunir una discreta cantidad de dinero, se compró ropas finas, algunas pocas joyas y emprendió el viaje rumbo al palacio. Al llegar a las puertas de la ciudad se le acercó a un pobre limosnero, que tiritaba de frío, cubierto de harapos. Con sus brazos extendidos y con voz débil y lastimera, pidió auxilio: –“Estoy hambriento y tengo frío; ayúdeme, por favor...” El joven quedó tan conmovido que de inmediato se deshizo de sus ropas finas y se puso los harapos del limosnero. Y le dio también las provisiones que llevaba. Cruzando los umbrales de la ciudad, le salió al encuentro una mujer con dos niños tan sucios como ella: –“¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!”. Y sin pensarlo dos veces, se quitó el anillo del dedo, las pocas joyas que se había comprado y sus zapatos, y se los regaló a la pobre mujer. Titubeante, continuó su viaje al castillo, vestido con harapos y carente de provisiones para regresar a su aldea. A su llegada al castillo, un asistente del rey le mostró el camino a un grande y lujoso salón. Después de una breve pausa, fue admitido a la sala del trono. El joven inclinó la mirada ante el monarca. Y cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los del rey. Atónito, exclamó: –“¡Usted... usted! ¡Usted es el limosnero que estaba a la vera del camino!” En ese mismo instante entró una criada y dos niños trayéndole agua al cansado viajero, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue mayúscula: –“¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad pidiendo limosna!”. –“Sí –replicó el soberano con un guiño– yo era ese limosnero, y mi criada y sus niños también estuvieron allí. –“Pero... pe... pero... ¡usted es el rey! ¿Por qué me hizo eso?– tartamudeó el joven mientras tragaba saliva. –“Porque necesitaba descubrir si tus intenciones y tus obras eran auténticas –dijo el monarca–. Sabía que si me acercaba a ti como rey, fingirías; y a mí me hubiese sido imposible descubrir lo que hay realmente en tu corazón. Como limosnero, en cambio, he podido descubrir que de verdad amas a Dios y a tu prójimo. Y tú eres el único que has pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! – sentenció el rey– ¡tú heredarás mi reino!”. Esta simpática historia nos puede ilustrar el Evangelio de hoy. Este domingo celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Él es el verdadero Rey de reyes. Y nos invita a reinar con Él. Pero nos exige unas condiciones para ello: el amor a Dios y al prójimo. En el juicio final, cuando Él venga en su gloria, ésta será la materia de nuestro examen: la caridad, el modo como tratamos a nuestros semejantes. Jesús se identifica con ellos y lo que hagamos a nuestro prójimo lo considera como hecho realmente a Él mismo. Y entonces se verá si somos dignos de reinar con Él por toda la eternidad. “Al atardecer de la vida –nos dice bellamente san Juan de la Cruz– seremos juzgados sobre el amor”. Ojalá que este día de Cristo Rey, también nosotros queramos aceptar la soberanía de Jesucristo y le proclamemos Señor de nuestras vidas volviendo a Él de todo corazón, y haciendo que muchos otros hombres y mujeres, comenzando por los que viven a nuestro lado, se acerquen al amor misericordioso de nuestro Redentor. ¡Venga a nosotros tu Reino, Señor!

REFLEXION: SERVIDOR Y APOSTOL

La conciencia misionera de Pablo
Fuente: Catholic.net
Autor: Pedro García Misionero Claretiano

El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente. En las meditaciones de los lunes y miércoles realizaremos un modesto programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.

Hoy en la Iglesia se ha despertado en muchos laicos la conciencia del apostolado. Pablo les sigue animando como a los suyos de Filipos y Corinto:
- ¡Son los apóstoles de las Iglesias, son la gloria de Cristo, son los que tienen escrito su nombre en los cielos! (2Co 8,23; Flp 4,3)
Si esto dice de sus colaboradores, ¿qué nos va a decir Pablo de sí mismo, qué sentía de la misión que Dios le había confiado?
Sin complejos de falsa humildad, Pablo le escribe a su querido discípulo y colaborador Timoteo: “He sido constituido heraldo y apóstol de Cristo Jesús, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad” (1Tm 2,7)
Por trabajos que esta su vocación le pueda costar, Pablo se siente feliz al haberse entregado a Jesucristo para llevar el Nombre bendito del Salvador por todos los rincones del Imperio. Cuando el venerable Ananías se resistió a ir a Pablo después de la visión de Damasco, le respondió el Señor:
- Anda a ver a ese Saulo, y no temas. Pues éste es un instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre. (Hch 9,13-16)
Cuando pasen los años, y Pablo haya recorrido ya muchas tierras, escribirá a las Iglesias sus cartas inmortales.
¿Y cómo las comenzará?
Era costumbre griega y romana empezar el autor su escrito haciendo su presentación, y para ello ponía detrás del nombre los títulos honoríficos o de cargo que ostentaba. Si Pablo hubiera escrito antes de caer ante las puertas de Damasco, se hubiera llamado: “Saulo, Pablo, discípulo de Gamaliel, Maestro de la Ley”…
¡Quién sabe lo que hubiera dicho, de qué se hubiera ufanado!
Ahora, sus cartas las comienza así:
“Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado al apostolado”.
Aquí está su mayor gloria. Ser todo del Señor Jesús; servirle sin reserva y llevar una vida entregada de lleno a la gloria de Jesucristo. Pablo tiene una conciencia honda de su misión de apóstol. Sus palabras son reveladoras, y nos muestran sus disposiciones íntimas:
“Somos colaboradores de Dios…
Que todos los hombres nos tengan por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles”…
Somos embajadores de Cristo e instrumentos en la mano de Dios que les exhorta por nosotros” (1Co 3,9; 4,12; Co 5,20)
Cada una de estas palabras es un programa tanto de gloria como de graves exigencias.
Pablo les dice a los fieles, a los creyentes: “Ustedes son campo de Dios, son un edificio de Dios” (1Co 3,8-9)
Y en esta perspectiva, ¿qué y quién es el apóstol?...
Todo apóstol, como Pablo, es uno que se pone a las órdenes de Dios para trabajar con Él.
Dios es generoso; y el que lo puede todo
-el que puede salvar al mundo por Sí mismo, pues no necesita de nadie-, ha querido hacer todo lo contrario. Invita a voluntarios:
-¿Quién quiere venir a trabajar conmigo a la viña, quién viene a recoger las mieses de mis campos? ¿Quién me ayuda en la construcción de mi templo, el que me preparo para la Gloria?... Con lo generoso que es Dios, a cada uno de sus trabajadores, dice Pablo,
“Dios le dará el salario, a cada cual conforme a su rendimiento”.
Pero lo de menos es el jornal que Dios quiere pagar. La mayor satisfacción del apóstol es la de poder trabajar con el mismo dueño de los campos o subirse a los andamios con el mismo empresario de la construcción.
¡Hay que ver la confianza que Dios deposita en sus apóstoles!...
Pablo da otra definición de sí mismo y de todo apóstol: es un servidor de Cristo.
Hay que saber desentrañar lo que encierra esta palabra. El “siervo” no era el empleado nuestro, el trabajador a sueldo. En el Imperio Romano, siervo era el esclavo, el que trabajaba sin recompensa alguna, el que había de obedecer sin chistar, el que acababa en el suplicio, frecuentemente la cruz, si al amo le venía bien divertirse con la muerte de quien le había servido toda la vida.
Pero, en el lenguaje de la Biblia, vemos algo muy diferente respecto del siervo. Conocemos al Siervo de Yahvé pintado por Isaías (Is 52,13-15; 53,1-12)
Es el Hijo, el Hijo queridísimo, que se llama “Siervo” porque obedece sin rechistar al Padre, y con un amor filial enternecedor.
Esto fue Jesús, el Jesús que fue a la Cruz en acto de obediencia suprema. Viene ahora Pablo, y se confiesa “esclavo” y “servidor” de Cristo.
Es decir, un entregado total y sin temores a su amo, con la misma generosidad obediente con que Jesús se puso en las manos del Padre.
A Pablo no le importan los trabajos, el sufrimiento, las persecuciones que ha de soportar.
¿Cómo mira Pablo todas esas contradicciones?
Le viene a decir a Cristo: Mi Señor Jesucristo,
Tú ya no estás en la cruz;
Tú ya no puedes sufrir por tantos hombres y mujeres que se tienen que salvar;
Tú ya no puedes darte al apostolado como lo puedo hacer yo.
¡Descansa Tú, Señor, que ya te fatigaste bastante!
Ahora me toca trabajar a mí.
Eso que le falta a tu Pasión, lo que trabajarías ahora, ya lo haré yo.
“Con gusto completo en mi carne lo que falta a tus tribulaciones, oh Cristo mío, a favor de tu cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24-25)
Pablo, como todo apóstol, ve cómo en sus manos ha depositado Dios todas sus riquezas: su Palabra, el Bautismo, el Cuerpo del Señor, “el cuidado de todas las Iglesias” (2Co 11,28)
Este sentido tiene para Pablo ser “administradores de Dios”, lo cual supone una confianza total de Dios en el apóstol, y en el apóstol una fidelidad inquebrantable a Dios.
La gloria última del apóstol que señala Pablo es la de ser “embajadores” del mismo Dios.
Y el embajador no hace otra cosa que representar dignamente a su soberano, cumplir fielmente sus órdenes y hablar en nombre del rey o del emperador.
Esta es la conciencia que tiene Pablo de su misión.
“Ser apóstol” es lo que lo define, porque es lo que constituye todo su ser.
Con su ejemplo, ha arrastrado Pablo a miles y millones a hacer algo por el Señor Jesús.
Y, no lo dudemos, es lo que seguirá haciendo hasta el fin. ¿También con muchos de nosotros?...