VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE MARÍA, MADRE DE DIOS,
CON EL CANTO DEL "TE DEUM"
HOMILÍA DEL PAPA JUAN PABLO II
31 de diciembre de 2004
1. Otro año termina. Con viva conciencia de la fugacidad del tiempo, nos encontramos reunidos esta tarde para dar gracias a Dios por todos los dones que nos ha concedido durante el 2004. Lo hacemos con el canto tradicional del Te Deum.
2. Te Deum laudamus! Te damos gracias, Padre, porque, en la plenitud de los tiempos, enviaste a tu Hijo (cf. Ga 4, 4), no para juzgar al mundo, sino para salvarlo con inmenso amor (cf. Jn 3, 17).Te damos gracias, Señor Jesús, nuestro Redentor, porque quisiste asumir de María, Madre siempre Virgen, nuestra naturaleza humana. En este Año de la Eucaristía, queremos agradecerte con fervor más intenso el don de tu Cuerpo y de tu Sangre en el Sacramento del altar.Te alabamos y te damos gracias, Espíritu Santo Paráclito, porque nos haces tomar conciencia de nuestra adopción filial (cf. Rm 8, 16) y nos enseñas a dirigirnos a Dios llamándolo Padre, "Abbá" (cf. Jn 4, 23-24; Ga 4, 6).
3.Queridos hermanos y hermanas, agradezcamos juntos a Dios las manifestaciones de bondad y misericordia con que ha acompañado, durante estos meses, el camino del Pueblo de Dios. Que Él lleve a cabo todos los proyectos apostólicos y todas las iniciativas de bien.
4. "Salvum fac populum tuum, Domine", "Salva a tu pueblo, Señor". Te lo pedimos esta tarde, por medio de María, al celebrar las primeras Vísperas de la fiesta de su Maternidad divina.Santa Madre del Redentor, acompáñanos en este paso al nuevo año. Obtén para Roma y para el mundo entero el don de la paz. Madre de Dios, ruega por nosotros.
VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE MARÍA, MADRE DE DIOS,
CON EL CANTO DEL "TE DEUM"
HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO XVI 31 de diciembre de 2005
Al terminar este año, que para la Iglesia y para el mundo ha sido sumamente rico en acontecimientos, recordando el mandato del Apóstol: "Vivid (...) apoyados en la fe, (...) rebosando en acción de gracias" (Col 2, 6-7), nos volvemos a reunir esta tarde para elevar un himno de acción de gracias a Dios, Señor del tiempo y de la historia. Mi pensamiento se remonta, con profundo sentimiento espiritual, a hace un año, cuando, una tarde como esta, el amado Papa Juan Pablo II, por última vez, se hizo portavoz del pueblo de Dios para dar gracias al Señor por los numerosos beneficios concedidos a la Iglesia y a la humanidad.
En el mismo sugestivo marco de la basílica vaticana ahora me toca a mí recoger idealmente de todos los rincones de la tierra el cántico de alabanza y de acción de gracias que se eleva a Dios, al concluir el año 2005 y en la víspera del 2006. Sí, es un deber nuestro, además de una necesidad del corazón, alabar y dar gracias a Aquel que, siendo eterno, nos acompaña en el tiempo sin abandonarnos nunca y que siempre vela por la humanidad con la fidelidad de su Amor Misericordioso.
Podríamos decir con razón que la Iglesia vive para alabar y dar gracias a Dios. Ella misma es "acción de gracias", a lo largo de los siglos, testigo fiel de un amor que no muere, de un amor que abarca a los hombres de todas las razas y culturas, difundiendo de modo fecundo principios de auténtica vida.
Como recuerda el concilio ecuménico Vaticano II, "la Iglesia ora y trabaja al mismo tiempo para que la totalidad del mundo se transforme en pueblo de Dios, cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo, y para que en Cristo, cabeza de todos, se dé todo honor y toda gloria al Creador y Padre de todos" (Lumen gentium, 17). Sostenida por el Espíritu Santo, "continúa su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, De civitate Dei, XVIII, 51, 2), sacando fuerza de la ayuda del Señor. De este modo, con paciencia y amor, supera "todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores", y revela "al mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz" (Lumen gentium, 8). La Iglesia vive de Cristo y con Cristo, el cual le ofrece su amor esponsal, guiándola a lo largo de los siglos, y ella, con la abundancia de sus dones, acompaña al hombre en su camino, para que los que acojan a Cristo tengan la vida y la tengan en abundancia.
Esta tarde me hago portavoz, ante todo, de la Iglesia de Roma, para elevar al Cielo el cántico común de alabanza y acción de gracias. Nuestra Iglesia de Roma, en estos doce meses transcurridos, ha sido visitada por muchas otras Iglesias y comunidades eclesiales, para profundizar el diálogo de la verdad en la caridad, que une a todos los bautizados, y experimentar juntos el deseo más vivo de la comunión plena.
Pero también muchos creyentes de otras religiones han querido testimoniar su estima cordial y fraterna a esta Iglesia y a su Obispo, conscientes de que en el encuentro sereno y respetuoso se oculta el alma de una acción concorde en favor de la humanidad entera. Y ¿qué decir de las numerosas personas de buena voluntad que han dirigido su mirada a esta Sede para entablar un diálogo fructuoso sobre los grandes valores relativos a la verdad del hombre y de la vida, que es necesario defender y promover? La Iglesia quiere ser siempre acogedora, en la verdad y en la caridad.
Por lo que concierne al camino de la diócesis de Roma, me complace referirme brevemente al programa pastoral diocesano, que este año ha centrado su atención en la familia, escogiendo como tema: "Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe". La familia siempre ha ocupado el centro de la atención de mis venerados predecesores, en particular de Juan Pablo II, que le dedicó muchas intervenciones. Como reafirmó en numerosas ocasiones, estaba convencido de que la crisis de la familia constituye un grave daño para nuestra misma civilización.
Precisamente para subrayar la importancia que tiene en la vida de la Iglesia y de la sociedad la familia fundada en el matrimonio, también yo he querido dar mi contribución interviniendo, la tarde del 6 de junio pasado, en la asamblea diocesana en San Juan de Letrán. Me alegra que el programa de la diócesis se esté aplicando de forma positiva con una acción apostólica capilar, que se realiza en las parroquias, en las prefecturas y en las diversas asociaciones eclesiales. El Señor conceda que el compromiso común lleve a una auténtica renovación de las familias cristianas.
Al inicio de esta celebración, iluminados por la palabra de Dios, hemos cantado todos con fe el Te Deum. Son muchos los motivos que hacen intensa nuestra acción de gracias, convirtiéndola en una oración coral. A la vez que consideramos los múltiples acontecimientos que han marcado el curso de los meses en este año que está a punto de concluir, quiero recordar de modo especial a los que atraviesan dificultades: a los más pobres y abandonados, a los que han perdido la esperanza en un sentido fundado de su existencia, o a los que son víctimas de intereses egoístas, sin que se les pida su adhesión o su opinión.
Haciendo nuestros sus sufrimientos, los encomendamos a todos a Dios, que hace que todo contribuya al bien; en sus manos ponemos nuestro deseo de que a toda persona se le reconozca su dignidad de hijo de Dios. Al Señor de la vida le pedimos que alivie con su gracia los sufrimientos provocados por el mal, y que siga fortaleciéndonos en nuestra existencia terrena, dándonos el Pan y el Vino de la salvación, para sostenernos en nuestro camino hacia la patria del cielo.
Al despedirnos del año que concluye y acercarnos al nuevo, la liturgia de estas primeras Vísperas nos introduce en la Fiesta de Santa María, Madre de Dios, Theotókos. Ocho días después del nacimiento de Jesús, celebramos a la que "cuando llegó la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4) fue elegida por Dios para ser la Madre del Salvador. Madre es la mujer que da la vida, pero también ayuda y enseña a vivir. María es Madre, Madre de Jesús, al que dio su sangre, su cuerpo. Y Ella nos presenta al Verbo eterno del Padre, que vino a habitar en medio de nosotros.
Pidamos a María que interceda por nosotros, que nos acompañe con su protección maternal hoy y siempre, para que Cristo nos acoja un día en su gloria, en la asamblea de los santos: Aeterna fac cum sanctis tuis in gloria numerari. Amén.